Pero ¿qué hacemos con Ana?

Pero ¿qué hacemos con Ana?

Por Larry Helyer

 

Me encanta enseñar a estudiantes universitarios. A pesar de que hay días cuando ojos somnolientos disminuyen mi entusiasmo, también hay momentos especiales, similares a una epifanía, cuando de la boca de mis estudiantes salen preguntas y observaciones que me hacen pausar y exclamar en silencio “¡Nunca lo había pensado!”.

Uno de esos momentos ocurrió en una clase que he ensañdo por 27 años en la Universidad Taylor, una materia llamada “Profetas Hebreos”. Como una introducción al fenómeno general del profetismo hebreo, me gusta bosquejar brevemente la historia de este fascinante movimiento. Después de discutir el pleno florecimiento del profetismo en la época de los “profetas clásicos”, quienes tiene libros en el Antiguo Testamento, me gusta indicar la cesación de la profecía alrededor del tiempo de Esdras y Malaquías. Un largo período de silencio profético hasta que, repentina y dramáticamente, la profecía es revivida en el movimiento de Jesús y la iglesia primitiva.

También suelo resaltar la importancia histórica del ministerio de Juan el Bautista. Después de mucho tiempo, un profeta en Israel levanta su voz y repite las palabras de Isaías 40:3: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios”. Generalmente hago una pausa para dejar que mis estudiantes asimilen esto. Pero en esta ocasión, un estudiante levantó su mano e hizo una corta pregunta: “pero ¿qué hacemos con Ana?”. Intenté decir algo, pero nada salía de mi boca. Estaba sin palabras. Tuve un momento de epifanía que me impactó con fuerza. La historia de Ana había estado delante de mis ojos todo este tiempo ¡y no me había dado cuenta! Y no estaba solo. De hecho, todos mis profesores en la universidad, en el seminario y mi escuela de posgrado, todos ellos hombres, también lo habían pasado por alto, al igual que todas mis notas de clase, mis libros de texto y enciclopedias autoritativas sobre el tema. Aquí hay un ejemplo del prestigioso Anchor Bible Dictionary: “El primer profeta descrito en el Nuevo Testamento es Juan el Bautista, cuya carrera fue contemporánea y, en algunos aspectos, similar a la de Jesús”.[1] Pero esto es claramente incorrecto. Ana era una profetisa (profētis), y profetizó varios años antes de que Juan el Bautista supuestamente romperá los 400 años de silencio profético. ¡Una mujer lo venció por lejos!

Con esto no quiero minimizar la importancia del rol de Juan el Bautista en la historia de la redención. Juan si esparció entre los judíos “la conciencia del regreso de la profecía auténtica”.[2] Jesús mismo otorgó elevados elogios sobre Juan (Lucas 7:24-28) y declaró que marcó el fin de una era y el comienzo de otra (Lucas 16:16). Pero, al darle a Juan su debido honor, no debemos ignorar la presencia de una mujer como Ana que efectivamente ejerció el don profético mucho antes de que él comenzara su ministerio público. “Como una profetisa, ella fue la primera en decir las buenas nuevas de la redención de Jerusalén (cf. Isaías 40:2)”.[3] Finalmente, le respondí a mi estudiante: “Mi amigo, revisaré mis apuntes de clase hoy mismo”. Ana, la anciana profetisa y viuda, estuvo presente en el Segundo Templo en el mismo momento que María y José redimieron a Jesús, su primogénito, y ofrecieron un sacrificio por el ritual de purificación de María luego del parto (Lucas 2:36-38; cf. Éxodo 13:2, 12; Levítico 12:1-8). También presente en esa ocasión estaba un hombre “justo y piadoso” llamado Simeón (Lucas 2:25). Al llegar al atrio del templo, bajo el impulso del Espíritu Santo, estaba expectante. El Espíritu le había revelado que “no moriría sin ver a Cristo el Señor” (Lucas 2:26). Cuando Simeón vio al niño, derramó su corazón en una alabanza profética (Lucas 2:28-35). Este pasaje hímnico es llamado Nunc dimittis por las dos primeras palabras de Lucas 2:29 en la Vulgata en latín. Por su parte, Ana la profetisa habló “del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lucas 2:38). Esto solo puede llamarse “profetizar”. No puede haber dudas de que esta proclamación era profecía. I. Howard Marshall declara correctamente: “Las palabras de Simeón fueron confirmadas a la llegada de Ana, que profetizó que Dios traería liberación al pueblo judío mediante Jesús”.[4]

Un lector cuidadoso del Nuevo Testamento puede detenerse aquí e indicar que el evangelio de Lucas muestra que, incluso antes de Ana, Zacarías estaba profetizando. Para estar seguros, la primera ocasión en que aparece el verbo “profetizar” es en 1:67. Este versículo dice “Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó (eprofēteusen)”. Concedo este punto. Pero no todo se ha dicho. En Lucas 1:41-42, antes de la profecía de Zacarías, leemos que “Elizabet fue llena del Espíritu Santo”. Ella pronunció una bendición sobre María y describió el rol clave de María al dar a luz al Mesías prometido. Aunque no se utiliza el verbo “profetizar”, difícilmente se puede dudar que esta proclamación nace de un don profético. Gary Smith afirma correctamente: “Los primeros casos de la profecía del NT aparecen en las narraciones de la infancia según Lucas. Llena del Espíritu Santo (cf. Lucas 1:15), Elizabet profetizó acerca de María y su hijo por nacer (1:41-45), Zacarías profetizó acerca del nombre de Juan el Bautista (vv. 67-79), y Simeón profetizó en la purificación de Jesús (2:25-35); en este último evento Jesús fue reconocido y proclamado por Ana la profetisa (vv. 36-38)”.[5] Se puede notar que emerge un patrón.

La importancia teológica del relato de Ana comenzó a ser nítido para mi. El profeta Joel estaba en lo correcto. Él había dicho que, cuando el Espíritu sea derramado en los últimos días, “profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas… sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29). Esto me llevó a releer cuidadosamente los primeros capítulos del evangelio de Lucas. Sus relatos dejan en claro que, cuando Jesús fue dedicado, hubieron de hecho dos profetas presentes: Simeón y Ana (Lucas 2:21-38). Tal como Joel dijo, “siervos y siervas”. Este episodio es una especie de microcosmo de las interacciones de Dios en la última fase de la historia de la redención. La era del Espíritu está marcado por dos testigos. Ambos géneros son llamados para proclamar la nueva redención y unidad en Cristo. Y, tal como hemos visto, antes de Simeón y Ana, tenemos a otro grupo de profeta y profetisa: Elizabet y Zacarías. De hecho, N. M. Flanagan indica que en no menos de trece ocasiones Lucas une a un hombre y a una mujer en pares de su obras de dos volúmentes: El Evangelio según Lucas y Hechos de los Apóstoles.[6] Esto difícilmente sea una coincidencia. Ambos géneros se unen al proclamar esta nueva era de la historia de la redención.

Tristemente, la iglesia posterior a los apóstoles se desvió de este camino fundacional en la historia de la redención y tomó un curso retrógrado. En vez de celebrar la igualdad en la vida y en el ministerio, se impuso una subordinación que fue incorrectamente considerada como un “patrón bíblico”. Ciertamente, ahora tenemos la oportunidad de concretar la realidad que experimentaremos cuando nuestro Señor regrese en el fin del tiempo. La Carta Magna de la existencia cristiana (Gálatas 3:28) pide a gritos ser convertida en una realidad en la historia de la salvación. Desafortunadamente, en la mayoría de los casos la iglesia se ha resistido y dicho “aun no”.

Entonces, ¿qué hacemos con Ana? ¿Por qué los hombres generalmente la han pasado por alto? No debemos ignorar lo obvio, los varones leen la Escritura mediante ojos masculinos. La solución es leer la Escritura en el contexto de toda la comunidad de fe, mujeres y hombres que comparten una experiencia de conversión y un compromiso a la autoridad de la Escritura. Esto me ayuda a “ver” cosas que de otra manera pasaría por alto. Lo mismo sucede al reverso, pero, dado que el punto de vista masculino ha prevalecido durante la historia de la iglesia, necesitamos abordar este desequilibrio al escuchar conscientemente la voz femenina en la Escritura.

Necesitamos recuperar el impulso del Pentecostés. El camino hacia adelante consiste en permitir que las voces femeninas sean oídas en todos los niveles de la iglesia, si, incluso como líderes y pastoras. Mi ruego es que la iglesia escuche a la Escritura siendo leída y explicada por mujeres dotadas que amen al Señor. Toda la iglesia será beneficiada. Por causa del reino de Dios ¡dejemos que las Anas de hoy sean escuchadas!


Referencias bibliográficas

[1] M. Eugene Boring, “Prophecy (Early Christian Prophecy),” Anchor Bible Dictionary, ed.  D.  N.  Freedman (6 vols.; New York, N.Y.: Bantam Doubleday Dell, 1992), 5:495. En otro artículo, A. A. MacRae enumera estos individuos que son designados como profetas o profetisas en el Nuevo Testamento. Además de Jesús y Juan el Bautista, enumera a Zacarías (Lucas 1:67); Agabo (Hechos 11:28; 21:10); Bernabé, Simeón, Lucio y Manaen (Hechos 13:1), Judas y Silas (Hechos 15:32) y las hijas de Felipe el evangelista (Hechos 21:9). ¡Elizabet, María y Ana están ausentes! (“Prophets and Prophecy,” Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible, ed. M. C. Tenney [5 vols.; Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1975], 4:903).

[2] M. H. Shepherd, Jr., “Prophet in the NT,” Interpreter’s Dictionary of the Bible, ed. G. A. Buttrick (4 vols.; Nashville, Tenn.: Abingdon, 1962), 3:919.

[3] James C. De Young, “Anna,” The Encyclopedia of Christianity, ed. Edwin H. Palmer (Wilmington, Del.: The National Foundation for
Christian Education, 1964), 250. Otto Michel conecta el acto de Ana de hablar acerca del niño con los himnos de alabanza incluidos en la narración de Lucas y nota que en contenido ambos “hablan de cumplimiento escatológico” (“homologeō,” Theological Dictionary of the New Testament, ed. G. Kittel and G. Friedrich, trans. G. W. Bromiley [10 vols.; Grand Rapids, Mich.:
Eerdmans, 1964–1976], 5:213).

[4] “Luke,” New Bible Commentary, ed., D. A. Carson, et al.; 4th ed. (Downers  Grove,  Ill.:  InterVarsity,  1994),  985;  see  also  John  Nolland, Word Biblical Commentary: Luke 1:1–9:20, vol. 35A (Dallas, Tex.: Word,
1989), 122. Por una interesante discusión de los paralelos entre Hannah del Antiguo Testamento y su tocaya Ana en el Nuevo Testamento, así como los paralelos entre el profeta Samuel y la profetisa Ana, véase Craig A. Evans, Luke, New International Biblical Commentary on the New Testament, ed. W. Ward Gasque (Peabody, Mass.: Hendrickson, 1996), 40–41.

[5] “Prophet,” International Standard Bible Encyclopedia, 3rd ed., ed. G. W. Bromiley (4 vols.; Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1979–1988), 3:1003.

[6] “The Position of Women in the Writings of St. Luke,” Marianum 40 (1978): 292–93.

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