Formas de Ministerio en el Nuevo Testamento y en la Iglesia Primitiva
Por Robert M. Johnston
El papel ministerial de un grupo cualquiera en las primeras décadas de la iglesia cristiana no puede ser tratado aparte de una investigación de la naturaleza del ministerio[1] en general y de la dinámica que lo conformó. En nuestro estudio será conveniente distinguir entre dos tipos de ministerio, basándonos en la forma de recepción, aun cuando la distinción no fue siempre bien definida[2]. Un tipo de ministerio era aquél al cual una persona era llamada directamente por Cristo o su Espíritu: puesto que era señalado por la dádiva de un don espiritual. Puesto que era señalado por la dádiva de un don espiritual (Ro 12:3-8; 1 Co 12:4-11, 28; Ef 4:11-13; 1 P 4:10-11) nos referiremos a él como un ministerio carismático dado que la palabra griega para don es jarisma. El otro tipo es aquél en el cual una persona es elegida por la iglesia; lo llamaremos ministerio designativo.
El ministerio carismático: Los apóstoles
En el comienzo Jesús llamó y eligió a doce hombres “para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y echar fuera demonios” (Mc 3:14-15)[3]. El paralelo en Mt 10:1 llama “discípulos” a los Doce, mientras que Lc 6:13 añade que Jesús los llamó “apóstoles”. El término “discípulos” refleja el énfasis de Marcos en que ellos “estuvieran con él”, mientras que “apóstoles” era un título apropiado para “enviados”, puesto que en griego apostolos (plural, apostoloi; del verbo apostello, enviar) literalmente significa “el que es enviado”. Lucas aparentemente usa el término como título, porque dice que Jesús los “llamó” así[4]. Tanto Mateo como Lucas, inmediatamente después del informe del llamamiento de los Doce, describen que fueron enviados en un viaje misionero. Marcos informa esta misión en su capítulo 6 y usa el título de “apóstol” en 6:30.
La definición de Orígenes sostiene: “Cualquiera que es enviado por alguien es un apóstol de aquél que lo envió”[5]. Tal persona representa al enviador, y viene con la autoridad del mismo siempre que cumpla fielmente la misión que se le encomendó. En Juan 13:16 Jesús dice: “De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió”. Los Doce fueron enviados por Jesús como sus representantes con la promesa: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt 10:40)[6]. En armonía con la definición de Orígenes, encontramos que las iglesias tienen apostoloi, como en 2 Co 8:23 (donde se traduce el término como “mensajeros”). Cuando se usa el término en este sentido, puede referirse a un apostolado más parecido a un oficio designativo que a uno carismático, pero no sabemos cómo eran elegidos tales apostoloi. Bien puede ser que la iglesia meramente ratificaba la elección del Espíritu Santo revelada por medio de los profetas, como en Hechos 13:1-3 (cf. 1 Ti 4:14).
Los Doce escogidos por Jesús fueron los apóstoles por excelencia. El número doce era significativo, congruente con los doce patriarcas y las doce tribus de Israel (Mt 19:28; Ap 21:12-14). Claramente ellos no eran los únicos discípulos que Jesús tuvo, sino que ocupaban un lugar especial en el esquema de los acontecimientos.
Tan importante era el número doce en el pensamiento de la iglesia primitiva, que sintieron la necesidad de llenar la vacante producida entre los doce apóstoles por la defección y muerte de Judas Iscariote (Hch 1:15-26). “Los Doce” estaban tan firmemente establecidos como sinónimo del grupo original de apóstoles que Pablo prefirió referirse a ellos así, aun cuando en realidad eran once (1Co 15:5). Además era importante que el ministerio no apareciera como concedido por elección o designación humana, por lo cual la vacante se llenó echando suertes después de orar (Hch 1:23-26). No obstante Pedro formuló condiciones especiales que debían satisfacer para ser considerados como candidatos: un apóstol debía haber sido testigo de la resurrección de Jesús (Hch 1:21-22; cf. 2:32)[7]. La suerte cayó sobre Matías, acerca del cual no leemos nada más en el Nuevo Testamento[8].
Entonces es comprensible que los primeros cristianos en Palestina, en su gran mayoría judíos, para quienes los doce eran especialmente significativos, no estuvieran dispuestos a admitir que cualquiera que no fuera de los doce pudiera ser un legítimo apóstol. Pero esa limitación fue hecha añicos por Pablo, en un cambio que despertó vehemente resistencia. Pablo necesitó constantemente defender su apostolado. En 1 Co 9:1-2 lo hace al insistir en su idoneidad: él era un testigo del Señor Resucitado (un reclamo sustentado en 15:8 y por Hch 9:3-5 y 22:6-11) y había hecho el trabajo de un apóstol. En Gl 1:11-19 argumenta que por revelación recibió su cometido directamente del Señor, de modo que su apostolado de ninguna manera era inferior al de los doce.
Con Pablo a la vanguardia, el número pronto aumentó. Tanto Pablo como Bernabé son llamados apóstoles en Hch 14:14, 4[9]. La lista que se puede compilar del Nuevo Testamento también incluye a Apolos (1 Co 4:6, 9), Silvano y Timoteo (1 Ts 1:1; cf. 2:6), Tito (2 Co 8:23) y Epafrodito (Flp 2:25).
Junia
Un caso especialmente interesante se presenta en Ro 16:7 donde, en medio de una serie de saludos que Pablo envía a amigos y relaciones en la iglesia en Roma, saluda a “Junia”. El verdadero sentido de este versículo se pierde generalmente por problemas de traducción. La traducción correcta es la que aparece en la Biblia de Jerusalén: “Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo”.
El principal problema[10] gira en torno del segundo nombre, el cual aparece comúnmente como Junias. Tanto Junias, un nombre masculino, como Junia, un nombre femenino, son sustantivos de la primera declinación, fácilmente distinguibles en el caso nominativo pero indistinguibles en el caso acusativo que se usa aquí como el objeto directo del verbo “saludad”. Por lo tanto es imposible determinar sólo sobre la base de la gramática si el nombre debiera ser Junias o Junia. Sin embargo no nos quedamos cortos de recursos. Es posible usar la computadora para rastrear el uso de palabras y nombres en documentos griegos y latinos a través de los siglos. Así se descubre que el nombre Junias (masculino) no aparece sino hasta algunas dudosas referencias en la Edad Media, pero el nombre femenino Junia era bien conocido en los tiempos del Nuevo Testamento[11]. Por lo tanto es bien razonable concluir que aquí tenemos a una mujer llamada Junia que ejerce el apostolado[12]. Probablemente podemos concordar con comentadores antiguos que Andrónico y Junia eran marido y mujer, conformando un equipo apostólico.
Otros ministerios carismáticos y sus implicaciones
Como se hizo notar al comienzo de este capítulo, en tres de las cartas de Pablo y en 1 Pedro encontramos listas de dones espirituales (jarismata). En tres de esas listas (1 Co 12:28; 12:29-30; Ef 4:11) los apóstoles están a la cabeza; no aparecen en Romanos y 1 Pedro. Al colocar el apostolado entre los dones carismáticos Pablo completa su “democratización”, haciéndolo disponible a cualquiera a quien el Espíritu Santo escoge darlo. En ninguna parte se dice que los dones están limitados a personas de un sexo, sino “Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo… Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Co 12:6, 11). Por cierto éste es explícitamente el caso de otro de los dones, el de profecía, que junto con el del apostolado y la enseñanza es mencionado más frecuentemente que la mayoría de los demás dones. El sermón de Pedro en Pentecostés cita de la profecía de Joel que en los últimos días “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” y Dios derramará su Espíritu “sobre mis siervos y sobre mis siervas” (Hch 2:17-18). Sabemos que mujeres profetizaron públicamente en Corinto, donde Pablo indicó que debían hacerlo con sus cabezas cubiertas (1 Co 11:3-10)[13]. Felipe el evangelista tenía “cuatro hijas doncellas que profetizaban” (Hch 21:9).
Parece razonable suponer que lo que fue cierto para un don espiritual también lo fue para todos los demás. El Espíritu Santo los distribuía como quería, sin trabas de ninguna limitación humana, y las mujeres lo recibían también. El lenguaje de Pablo en 1 Co 11:4 -7 pareciera sugerir que la distribución de los dones por el Espíritu no se limita a ninguna clase especial de creyentes. Era Dios el que llamaba a hombres y a mujeres al ministerio carismático.
El ministerio designativo
Hechos 6 informa que los asuntos administrativos amenazaban distraer a los doce apóstoles de sus ministerios de predicación y enseñanza (vv. 1-2). Los cristianos judíos helenistas se quejaban que sus viudas no estaban recibiendo lo que debían en la distribución de provisiones a los necesitados. Los apóstoles sugirieron que los creyentes eligieran “a siete hombres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” para este trabajo (v. 3). Así se hizo y a juzgar por los nombres helénicos de los siete, fueron escogidos de entre los que se habían quejado; en realidad, uno era prosélito. Los siete fueron presentados ante los apóstoles, y ellos oraron y les impusieron las manos (v. 6)[14]. Este fue el comienzo del ministerio designativo, líderes elegidos por la gente y autoridad conferida por la imposición de las manos[15]. El entendimiento de Giles con respecto a este hecho parece razonable:
Las personas separadas de esta manera son explícitamente descritas como líderes llenos del Espíritu, quienes ya han tenido un ministerio significativo. En consecuencia la imposición de las manos por los que están reunidos no significa que se les imparta un ministerio, ni el Espíritu, sino más bien que de ahora en más sus ministerios no son individuales: desde ese momento son representantes de su comunidad. Lo que hagan, no lo emprenden en su nombre, sino bajo el nombre de la comunidad que los ha apartado como sus representantes[16].
¿Cuál era el oficio asignado a los siete hombres de Hechos? No tiene ningún nombre. A menudo se ha dicho que eran diáconos. Igualmente en oportunidades se los ha llamado ancianos[17]. Es necesario dejar de lado concepciones y distinciones que se desarrollaron posteriormente, y a veces mucho más tarde[18]. Es verdad que en Hch 6:2 encontramos el verbo diakonein, afín al sustantivo diakonos, de donde viene en castellano la palabra diácono. Pero esto por sí mismo no es concluyente, porque en Hch 1:25 hallamos diakonia, perteneciente al mismo grupo de palabras, pero aplicado al apostolado. Las palabras significan, respectivamente, servir, siervo y servicio. Sinónimos igualmente satisfactorios son ministrar, ministro y ministerio.
Significativamente la palabra diakonos nunca aparece en el libro de Hechos, pero en cambio presbuteros, “anciano”, es frecuente y se usa como título de un oficial de iglesia. La primera aparición de la palabra con este significado es en Hch 11:30, donde se nos dice que el socorro que Bernabé y Pablo llevaron para paliar el hambre de los creyentes de Judea fue dejado en manos de los ancianos. En otras palabras, la clase de trabajo para el cual se designó a los siete en Hechos 6 es adjudicada a los ancianos en Hechos 11:30[19].
Su método de designación en las iglesias, informado en 14:23, se asemeja al de Hechos 6. En Hechos 15 oímos solamente de dos ministerios en Jerusalén, el de apóstol y el de anciano. Debemos concluir que la iglesia en este temprano escenario conocía sólo un ministerio designativo, que Lucas llama “anciano”. El título “anciano” se usaba también entre los judíos para designar a los dirigentes de sinagogas y otras personas de influencia (ver Hch 4:5).
Se puede desatar el nudo gordiano si reconocemos para empezar que había solamente un ministerio designado que podía llamarse diakonos (sugerido por diakonein en Hechos 6:2), palabra que describe la función, o presbuteros, palabra que describe la dignidad. Sólo posteriormente este ministerio único se dividió en dos niveles, y los dos vocablos llegaron a usarse para designar los dos niveles de ministerio[20]. Una ramificación similar en dos rangos ocurrió aún más tarde, entre obispo y anciano, términos que antes eran equivalentes: “obispo” viene de una palabra que significa “supervisor” y “anciano” representa edad y dignidad. Ya para tiempos de Ignacio, a comienzos del siglo II, había un ministerio en tres niveles: obispos, ancianos y diáconos[21].
La primera indicación de una distinción entre anciano y diácono está en el saludo de Flp 1:1, que menciona “obispos y diáconos”[22]. Este ministerio en dos niveles indica que “obispo” era todavía sinónimo de “anciano”. Esta sinonimia se exhibe también en Hechos 20, en donde a las mismas personas que se las llama ancianos (presbuteroi) en el versículo 17, se las llama obispos (episkopoi) en el versículo 28. Véase también Tito 1:5-7, donde Pablo habla de la selección de ancianos y luego inmediatamente enumera las cualidades de los “obispos”, y 1 Ti 3:1; 4:14; 5:17, 19[23]. La distinción entre diácono y anciano/obispo es solidificada en las epístolas pastorales, especialmente en 1 Ti 3:1-13, donde las características son bien diferentes de las que aparecen en Hechos 6.
Las listas de condiciones que debían reunir el obispo y el diácono en 1 Timoteo 3 dan lugar a algún comentario, porque son problemáticas. Dibelius y Conzelmann enuncian algunos de los cuestionamientos más generales: “¿Por qué se describe a los “obispos” (episkopoi) y “diáconos” (diakonoi) en términos tan similares? En el catálogo de sus obligaciones, ¿por qué no se especifican ciertas exigencias para sus oficios y, en cambio, se enumeran ciertas cualidades que en su mayoría se presuponen para cada cristiano?”[24].
Es particularmente interesante un detalle en la enumeración de cualidades tanto para el obispo como para el diácono: “marido de una sola mujer” (v. 2 y 12; cf. Tito 1:6; nótese también la expresión paralela, “haya sido esposa de un solo marido”, 1 Ti 5:9). Los intérpretes han debatido largamente si esto significa “casado solamente una vez”, la explicación tradicional, o “casado con una sola esposa (por vez)”, explicación desarrollada por los padres de la escuela antioqueña. Algunos intérpretes más recientes han sugerido que las palabras son una prohibición de la poligamia, mientras que A. T. Hanson y otros argumentan que es una prohibición contra un nuevo matrimonio después de divorciarse de la esposa anterior[25].
Lo que es particularmente interesante para nosotros es el uso de esta frase por parte de algunos a fin de descartar a las ministras, dado que obviamente una mujer no puede ser el esposo de una sola mujer. Tal lectura del versículo dejaba fuera también a los hombres no casados. Varias consideraciones militan en contra de tal conclusión. Primero de todo, y lo más obvio, la misma condición se menciona tanto para episkopos como para diakonos, pero Ro 16:1 prueba incontrovertiblemente que la iglesia primitiva tuvo diakonoi mujeres, como podremos notar más adelante. Aunque este versículo claramente destruye la argumentación que se ha presentado, permanece la pregunta por qué la condición es establecida de tal manera que pareciera excluir lo que sustenta Romanos 16.
En este momento necesitamos revisar algunas consideraciones filológicas. El griego es una lengua indoeuropea que posee género gramatical, así como también lo poseen las lenguas semíticas. En tales lenguas, cuando uno tiene presente un grupo de género mixto, o a una persona que puede ser de cualquier sexo, se debe necesariamente usar el masculino[26]. Si no fuéramos a leer así la Biblia, el décimo mandamiento del decálogo (Ex 20:17) no prohibiría a una mujer codiciar al marido de su prójima, y la advertencia de Jesús en el Sermón del Monte de no mirar a una mujer para codiciarla (Mt 5:18), dejaría libres a las mujeres para codiciar a los hombres. Pero tal interpretación de estos pasajes sería tanto hermenéutica como moralmente absurda. La aplicación de la frase “esposo de una mujer” que hemos estado considerando está dentro de la misma clase. Entendido así, lo que se dice a los hombres se aplicaría también a las mujeres. Ser “marido de una mujer” equivale a ser “mujer de un marido”.
Si el ministerio desdoblado de anciano/obispo y diácono, así como el triple ministerio subapostólico de obispo, anciano y diácono, exhibe una divergencia del ministerio original que podría al principio llamarse intercambiable ya sea para diácono o anciano, y si un ministerio singular con el tiempo se dividió en dos y luego en tres rangos, resulta una lógica consecuencia: a lo menos en los primeros períodos, lo que se dice de “diácono” también se aplica a “anciano”.
Ambos fueron ministerios que en el comienzo eran solamente uno, y probablemente permanecieron unidos en muchos lugares por varias décadas. Aun en las epístolas pastorales, a Timoteo se lo llama diakonos (“ministro” en 1 Ti 4:6), aunque él tuviera un don carismático que de alguna manera se asociaba con la designación profética y la imposición de manos (1:18, 4:14).
Una mujer designada como ministro
Romanos 16:1 contiene el elogio de Pablo hacia una mujer llamada Febe, que es elegida como diakonos, una palabra usada para ambos sexos. El Nuevo Testamento no hace distinción entre diáconos y diaconisas. La versión Reina-Valera traduce “diaconisa”[27]. Aunque las traducciones de esto varían, ninguna versión destaca el hecho que Febe ocupaba el mismo puesto que los diáconos de 1Timoteo 3. Pablo pide que se le dé la misma clase de recibimiento como a sus otros representantes, la misma clase de ayuda y respeto que Pablo prescribe para Tito y los demás apostoloi (Tito en 2 Co 8:24; Timoteo en 1 Co 16:10). Tal carta de recomendación era el único tipo de credencial que la iglesia primitiva podía ofrecer.
Si hubo una ministra también pudo haber muchas otras, y esto es confirmado por una carta enviada por Plinio el Joven al emperador Trajano cerca del 108 DC[28]. Como gobernador de Bitinia, arrestó e interrogó a cristianos para descubrir cuanto pudiera acerca de su culto. El escribió: “Creí que era muy necesario, por lo tanto, descubrir qué verdad había en esto al aplicar la tortura a dos criadas domésticas, que eran llamadas ministrae”[29]. Estas mujeres eran aparentemente autoridades en sus iglesias.
Traductores y comentadores difieren acerca del significado de “mujer” en 1 Ti 3:11. ¿Son ellas las esposas de los diáconos de los que se trata antes y después de este versículo, o son las mujeres diaconisas? El sentido del versículo es tan desconcertante como extraña es su ubicación[30].
Que hubiera mujeres en el ministerio designativo implica algo acerca de ese ministerio que lógicamente debiera haber permanecido como verdad aun después que comenzara a diferenciarse en dos y tres niveles, así como las propiedades de una pieza de arcilla son las mismas aun cuando se las divida en dos. Pero en algún momento de la historia esto dejó de ser cierto, y se hizo a un lado a las mujeres por lo menos en ciertos niveles.
Otros cambios
También sabemos que en algún momento, durante los tiempos del Nuevo Testamento, el ministerio se tornó profesional. En 1 P 5:1-4 se ruega a los ancianos que cuiden la grey de Dios “no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. Entre los motivos indignos para servir está el deseo “de ganancia deshonesta”. No hubiera sido necesario amonestar contra este motivo si los ministros no eran pagos. Pablo en 1 Co 9:4-15 insiste en el derecho a remuneración de los trabajadores del evangelio, pero él mismo elige no hacer uso de ese derecho. En su argumentación cita Dt 25:4: “No pondrás bozal al buey cuando trilles”. Alude también (en el v. 14) a la instrucción del Señor, registrada en Mt 10:10. La misma Escritura y dicho del Señor se cita en 1 Ti 5:17-18, donde se establece que “los ancianos que gobiernan bien… mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”, deben ser considerados dignos de doble honor[31].
Conclusiones
Este estudio puede servir como una advertencia en contra de lo que se ha llamado “fundamentalismo estructural”, o sea la idea que el modelo de organización de la iglesia y ministerio se estableció una vez y para siempre. De hecho, hemos visto cambiar y desarrollarse delante de nuestros propios ojos el ministerio de la iglesia primitiva. El apostolado cambió de un círculo exclusivo y pequeño de doce hombres a un círculo siempre expandible que últimamente incluía al menos una mujer. Antes de Hechos 6 no hubo ministerio designativo, pero comienza en ese capítulo, y posteriormente desarrolla rangos.
Estos cambios no ocurrieron todos al mismo tiempo y sin resistencia. Sin embargo, en general eran desarrollos naturales dictados por la necesidad y determinados pragmáticamente. Una cuidadosa comparación de la eclesiología de los diferentes escritos del Nuevo Testamento, así como de los escritos subapóstolicos, revela que los cambios no ocurrieron uniformemente en cada lugar. Un cristiano que viajara por el Imperio Romano en los primeros tiempos del segundo siglo, encontraría un ministerio designativo desdoblado en dos en algunos lugares y en tres en otros. En ciertos sitios encontraría que los apóstoles y profetas eran apreciados, y en otros eran desprestigiados y reemplazados por ministros elegidos, especialmente obispos. Estos, finalmente, llegaron a considerarse como sucesores de los apóstoles.
No conocemos cuándo y en qué lugares se dejó de lado a las mujeres en el ministerio. La sociología sugiere que a medida que los movimientos revolucionarios se institucionalizan, la mujer juega un rol decreciente en su liderazgo. En los primeros tiempos, al menos en las iglesias que Pablo conocía, eso aún no había sucedido. Cómo tuvo lugar el cambio no es algo que se explique teológicamente, sino más bien sociológicamente.
Dos mujeres en Romanos 16, Junia, representando el ministerio carismático del apostolado, y Febe, el ministerio designativo, se yerguen en la puerta de la historia y la mantienen abierta hoy para el ministerio de la mujer. Si la “ordenación” simplemente significa credencial, Junia y Febe claramente la tenían, por los elogios de Pablo que no se explican de ninguna otra manera.
Más aún, si una de las funciones de la imposición de manos era conferir el don del Espíritu Santo (cf. Hch 8:17 y 1 Ti 4:14), no podemos orar por el derramamiento del Espíritu Santo y al mismo tiempo negar la imposición de manos a nadie, sea hombre o mujer. “En los postreros días —dice Dios—, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hch 2:17).
Referencias
[1] La palabra “ministerio” ha venido a denotar un privilegio especial en la iglesia, en el sentido de que el que lo tiene está de alguna manera por encima de los que no lo tienen. El ministerio es en verdad un privilegio, pero la connotación correcta puede percibirse solamente si entendemos que su sinónimo apropiado es “servicio”. Un ministro es un siervo.
[2] En 1 P 4:10-11 los dones espirituales están conectados con el verbo diakonein, relacionado con diákonos, diácono. Hans Küng propone que “carisma y diakonía son conceptos correlativos” (The Church [Nueva York: Sheed and Ward, 1967], 393-394). Cf. Kevin Giles, Patterns of Ministry among the First Christians (Melbourne: Collins Dove, 1989), 54.
[3] Varios manuscritos importantes insertan en Mr 3:14 una segunda frase, “a quienes él también llamó apóstoles”, pero esto da la impresión de ser un caso de armonización, influído por Lucas. Es posible que la variante sea auténtica y fuente de la declaración en Lucas; pero el versículo exhibe considerable dificultad textual.
[4] El judaísmo también tenía funcionarios llamados apóstoles (en hebreo shaliaj, en arameo sheliaj). Estos eran enviados desde Jerusalén con diferentes misiones y mandados a las comunidades judías esparcidas a través del Imperio Romano y más allá del mismo. También recolectaban fondos para el sostén del templo, y generalmente mantenían la interconexión del judaismo global (cf. Hch 28:21). Saulo de Tarso (Pablo) fue apóstol judío antes de convertirse en apóstol cristiano (Hch 9:2). Esdras aparece con ese título como emisario del rey de Persia (Esd 7:14).
[5] Comentario sobre Juan, 32.17
[6] En armonía con la definición de Orígenes y la declaración de Cristo, la Misná Berakoth 5:5 dice: “El shaliaj de un hombre es como él mismo” (en otras palabras lo representa).
[7] Es claro que esto significaba que la persona era testigo de que el Señor había resucitado, capaz de dar testimonio personal de haber visto a Jesús vivo después que murió, dado que ninguno de los doce había visto la resurrección misma. Solamente los ángeles y probablemente algunos soldados romanos vieron eso. Las primeras testigos del hecho fueron dos mujeres, “María Magdalena y la otra María”; véase Mt 27:65-28:15.
[8] No es raro que nada más se oiga de Matías en el Nuevo Testamento, porque lo mismo puede decirse de la mayoría de los doce. Se ha dicho que los 120 hermanos que, bajo el liderazgo de Pedro, pusieron a Matías en la vacante dejada por Judas se equivocaron y debieran haber guardado el lugar para Pablo (quien, por supuesto, aún no se había convertido). Una expresión típica de este punto de vista es la de G. Campbell Morgan: “El echar suertes estuvo totalmente fuera de lugar, y no se volvió a usar después que descendió el Espíritu. Que esta medida fue un error se revela en el hecho que a su debido tiempo y manera, Dios encontró y proveyó un apóstol. Es de notar que como consecuencia de este desatino inicial, Pablo constantemente hubo de defender su derecho al lugar del apostolado” (An Exposition of the Whole Bible [Westwood, NJ: Fleming H. Revell, 1959], 450).
[9] Elena G. de White se refiere al nombramiento de Pablo y Bernabé por la iglesia de Antioquía como una ordenación: “Pablo consideró la ocasión de su ordenación formal como el punto de partida que marcaba una nueva e importante época de su vida. Y desde esa ocasión hizo arrancar más tarde el comienzo de su apostolado en la iglesia cristiana” (Hechos de los apóstoles, 164-165). En Hechos 9 Pablo fue llamado por Dios, como se lo registra en Hechos 22, pero ese llamado necesitaba ser reconocido y ratificado por la iglesia. En otras palabras, necesitaba credenciales. Sin embargo, no hay indicación aquí de nada que se parezca a la doctrina posterior de la “sucesión apostólica”, y parece que la imposición de manos y el nombramiento fue un acto de la congregación toda. Ni siquiera se menciona la presencia de
uno de los doce. De hecho, Pablo insistió en que “los de reputación nada nuevo me comunicaron” (Gl 2:6).
[10] Un problema adicional tiene que ver con la frase “entre los apóstoles” (en tois apostolois). ¿Significa meramente que la reputación de Andrónico y Junia ha llegado al conocimiento de los apóstoles, o que deben ser contados entre los apóstoles? La frase es un tanto ambigua, pero la segunda opción es la más probable por las siguientes razones: (1) Es la forma más natural de tomar el griego; (2) los comentarios antiguos, no ambiguos, tales como el de Crisóstomo, lo entendieron de esa manera (véase la referencia 14, más abajo); (3) Pablo, que siempre fue ansioso por defender su apostolado, no hubiera hablado de la opinión apóstolica de modo tal que no pareciera incluirse a sí mismo; (4) la primera opción no es tenida en cuenta cuando la persona en cuestión parece ser un hombre llamado Junias. Véase Stanley J. Grenz, Women in the Church: A Biblical Theology of Women in Ministry (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1995), 93; Richard S. Cervin, “A Note Regarding the Name ‘Junia(s)’ in Romans 16:7”, New Testament Studies 40 (1994): 470. Una búsqueda electrónica de la frase epis ? moi en tois en la literatura griega del Thesaurus Linguae Graecae, desde Aristóteles hasta Juan Crisóstomo, de unos diez siglos, se realizó en la biblioteca de Andrews University. No se encontró nunca el sentido “reconocido por”, sino “reconocido como uno entre”.
[11] Arndt y Gingrich registran el nombre Iounias, pero señalan que se lo encuentra sólo en Ro 16:7, y sin evidencias conjeturan que es probablemente una forma acortada de Junianus (aunque el nombre masculino normal correspondiente a Junia debería haber sido Junius). Además aseveran: “La posibilidad, desde un punto de vista puramente lexicográfico, que Iounia sea un nombre de mujer, como Junia … se descarta por el contexto” (W. F. Arndt y F. W. Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature [Chicago: Univ. of Chicago Press, 1957], 381). El “contexto” es el hecho que las dos personas nombradas en el versículo son contadas entre los apóstoles. Pero tal argumento es obviamente circular. Dado que una mujer no podía haber sido un apóstol, Junia/Junias no debe ser una mujer. A estos lexicógrafos aparentemente no los impresiona el dato que registran: “Los comentadores antiguos tomaban a Andrónico y a Junia como una pareja casada”. Estos son los hechos decisivos: (1) El nombre femenino Junia es gramaticalmente posible; (2) El nombre femenino Junia es lexicográfica e históricamente probable; (3) Los comentadores antiguos cuyas lenguas madres eran el griego y el latín entendieron que la persona era una mujer. Por estas y otras razones, Peter Lampe sin titubeo identifica a Junia como una mujer y apóstol (Anchor Bible Dictionary, 3:1.127; véase la bibliografía allí). Recién en el siglo XII encontramos la opinión que la persona era un hombre, sin duda impulsada por la misma lógica que influyó a Arndt y Gingrich. John Piper y Wayne Grudem, Recovering Biblical Manhood and Womanhood: A Response to Evangelical Feminism (Wheaton, IL: Crossway, 1991), 79-81, argumentan contra esto, recurriendo a su investigación por computadora en la que usaron la base de datos del CD-ROM Thesaurus Linguae Graecae. Encontraron sólo tres casos del nombre Junia/Junias en la literatura griega fuera del Nuevo Testamento: una en Plutarco, escritor pagano del primer siglo, otra en Epifanio y otra en Juan Crisóstomo, estos últimos padres de la iglesia del siglo cuarto. En Plutarco la referencia es claramente a una mujer, Junia la hermana de Bruto y esposa de Casio. Las otras dos referencias tienen que ver con la persona de Ro 16:7. La referencia de Epifanio habla de Junias, un hombre que llegó a ser obispo. La referencia de Crisóstomo entiende que Junia es una mujer. Piper y Grudem concluyen de esto que los padres de la iglesia estaban divididos y que por lo tanto no se puede argumentar desde el uso grecorromano, pero que de algún modo se le debiera
dar más crédito a la referencia de Epifanio. Aquí Piper y Grudem cometen dos equivocaciones. La primera es que su fuente para Epifanio, Index Discipulorum, es espuria, probablemente del siglo XII y en consecuencia seudoepigráfica (Luci Berkowitz y Karl A. Squitier, Thesaurus Linguae Graecae: Canon of Greek Authors and Works [New York: Oxford Univ. Press, 1990], 152). Se lo puede caracterizar como un intento tardío de masculinizar lo que originalmente era femenino. Piper y Grudem mismos hacen notar que esta excéntrica fuente ¡llama hombre a Priscila! (Recovering, 479, n. 19). El segundo error es que Piper y Grudem limitan su investigación a la literatura griega, aunque Junia es un nombre romano, derivado del nombre de la diosa romana Juno, la reina de los dioses y hermana y esposa de Júpiter, protectora divina de las mujeres y diosa de los nacimientos. Junia significa “perteneciente a Juno”. En las fuentes latinas, nuevamente con la ayuda de la computadora, encontramos más casos donde aparece este nombre (por ej., Scriptores Historiae Augustae Maxim, 27.5.5; Suetonio, VC.Cal., 11.1.12; 12.1.7; Tácito, Anales, 12.4.3; 13.19.3; 14.12.14; Veleio, Historia, 2.88.1.3). Todas estas son referencias a mujeres. Por evidencias adicionales, véase Cervin, 464-470; véase también James Walter, “Phoebe and Junia(s)- Rom. 16:1-2, 7”, en Essays on Women in Earliest Christianity, editado por Carroll D. Osburn (Joplin, MO: College Press, 1993), 1:167-190. Véase también Ute E. Eisen, Women Officeholders in Early Christianity: Epigraphical and Literary Studies (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2000), 47-62.
[12] El primer historiador en comentar este versículo fue Orígenes, cuyo comentario sobre Romanos sobrevive solamente en la traducción latina de Rufino. Orígenes entiende que la persona era Junia (femenina): “Por lo tanto Pablo mismo, después de considerar lo máximo del misterio más trascendente, identifica tanto a Andrónico como a Junia como algunos de sus compañeros de prisión en este mundo, y bien conocidos entre los apóstoles” (Ita ergo et Paulus tale aliquid de se et Andronico, ac Junia secundum occultioris sacramenti intuens rationem, concaptivos eos sibi in hoc mundo nominat, et nobiles in apostolis [Patrologia Graeca, 14:1.280]). Es cierto que Piper y Grudem encuentran en la misma obra un pasaje en donde Orígenes/Rufino se refiere a la persona como Junias (Patrologia Graeca, 14:1.289: “Andrónico y Junias y Herodion, a todos los cuales él llama parientes y compañeros de prisión” (80). Esta discrepancia en el mismo autor fue probablemente introducida por copistas posteriores. A la luz de la tendencia medieval de cambiar Junia por Junias, debemos aplicar la regla de crítica textual que la lectura más difícultosa se prefiere y concluir que la versión más ofensiva a las sensibilidades de los copistas posteriores fue probablemente la original. Los demás intérpretes antiguos que comentaron este versículo entendieron que se refería a una mujer llamada Junia. Así Crisóstomo exclama: “Cuán grande es la devoción [filosofia] de esta mujer, que fue tenida por digna del título de apóstol” (Homilía 31 acerca de Romanos, Nicene and Post-Nicene Fathers, primera serie, 11:555). Una nota de pie de página de George B. Stevens, el traductor y editor de Nicene and Post-Nicene Fathers, no concuerda con la interpretación de Crisóstomo, sobre la base “que está fuera de toda cuestión que una mujer haya sido un apóstol”. Esta clase de razonamiento circular subyace en varios comentarios y traducciones modernos.
[13] El hecho que la mujer profetizara en un servicio público debe colocarse a la par de la prohibición de Pablo de que hablaran mujeres en la iglesia (1 Co 14:33b-36). En el capítulo 14 se estudia este pasaje problemático.
[14] “Ellos” podrían haber sido los apóstoles o la congregación. El griego es ambiguo.
[15] Puede considerarse ésta como la primera “ordenación” en la iglesia primitiva. Sin embargo, no aparece la palabra ordenación. Se dice que “les impusieron las manos” (Hch 6:6. y luego 13:3). En Hch 14:23 se usa el verbo compuesto jeirotone, que generalmente significa elegir levantando las manos, para referirse a la selección de los ancianos. En otras partes del Nuevo Testamento la imposición de las manos se realiza con propósitos diferentes, tales como la recepción del Espíritu Santo de los nuevos creyentes (Hch 8:17), la bendición de los niños (Mt 19:13,15), y el sanamiento (Mc 6:5; 8:23, 25; Lc 13:13; Hch 28:8). En Hch 9:17 parece llevar a cabo dos propósitos simultáneamente. Sobre la imposición de manos, véase el capítulo 3 de este libro.
[16] Kevin Giles, What on Earth Is the Church? An Exploration in New Testament Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1995), 95. La imposición de manos en estas situaciones se la ha llamado tradicionalmente “ordenación”, pero ese término no se usa en el Nuevo Testamento. Antes bien encontramos las expresiones “imposición de las manos” y “nombramiento”. El problema con “ordenación” es que conlleva algún bagaje medieval que se proyecta anacrónicamente hacia atrás al Nuevo Testamento. La comprensión de Giles se acerca al significado de “credencial”, lo cual probablemente sea el concepto correcto.
[17] Así por ejemplo, Giles, 95.
[18] Diversas denominaciones usan estos términos en forma muy diferente. Por ejemplo, entre los bautistas un diácono es equivalente a lo que los adventistas llamamos anciano.
[19] Al considerar el papel y la función de los siete es necesario tener en cuenta lo que Hechos informa sobre la actividad de dos de ellos, Esteban y Felipe. Su ministerio en los capítulos 6-8 es la predicación de la palabra, ¡el único trabajo que los apóstoles se reservaron para sí mismos mientras derivaban la administración de ayuda a los siete!
[20] Gordon Fee se acerca a mi conclusión cuando dice: “Es totalmente verosímil que tanto ‘obispos’ como ‘diáconos’ se incluyan en la categoría mayor de presbuteroi (‘ancianos’)” (1 and 2 Timothy, Titus, New International Bible Commentary [Peabody, MA: Hendrickson, 1988], 220). Thomas R. Schreiner argumenta contra esto: “El Nuevo Testamento no identifica en ningún lado “ancianos” y “diáconos” de modo que el segundo pueda ser interpretado como una subcategoría del primero” (en Piper y Grudem, 505, n. 15). Aquí Schreiner en el mejor de los casos exagera, porque hemos demostrado que el libro de Hechos hace tal identificación cuando el único título que usa para aquellos que hicieron el trabajo de los siete es el de anciano (Hch 11:30) y nunca usa el término “diácono”.
[21] Los escritos de Ignacio, alrededor del 108 d.C., promovieron el ministerio en tres niveles con tal vehemencia que nos permite inferir que era un desarrollo relativamente nuevo. Declaraciones típicas en sus siete epístolas auténticas son Esmirnnenses, 8.1: “Vean que todos ustedes sigan al obispo, como Jesucristo sigue al Padre, y al presbiterio como si fueran los Apóstoles. Y reverencien a los diáconos como lo mandó Dios”; Trallanos, 3.1: “Del mismo modo todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, así como el obispo es también un tipo de Padre, y los presbíteros son como el concilio de Dios y el colegio de los Apóstoles”; y Magnesios, 6.1: “Sean celosos de hacer todas las cosas en armonía con Dios, con los obispos presidiendo en lugar de Dios y los presbíteros en lugar del Concilio de los Apóstoles, y los diáconos, que son los más queridos por mí, a cargo del servicio de Jesucristo”. Sin embargo, el ministerio en dos niveles era el modelo todavía cuando Clemente de Roma, escribió a la iglesia de Corinto cerca del 95 d.C. (1 Clemente, 42.4) y para las comunidades representadas en el manual de la iglesia primitiva llamado la Didaj ? (15:1-2)
[22] El término “anciano” (presbuteros) probablemente venga de la sinagoga, mientras que el título “obispo” proviene del uso del griego secular. Hermann Beyer observa: “No hay un cargo cuidadosamente definido que conlleve el título de episkopos en la Septuaginta, y no se usó técnicamente el término en el judaísmo” (Theological Dictionary of the New Testament, 2:608-622). El uso cristiano de episkopos, al principio como sinónimo de anciano o pastor, era aparentemente peculiar.
[23] Las condiciones que debía reunir el diácono son bastantes diferentes aquí que las de los ministros en Hch 6. Cf. Giles, 263, n. 51.
[24] Martin Dibelius y Hans Conzelmann, The Pastoral Epistles, Hermeneia (Filadelfia: Fortress, 1972), 50.
[25] A. T. Hanson, The Pastoral Epistles, New Century Bible Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1982), 77-78. Hanson provee un excursus breve pero útil sobre la cláusula. Dibelius y Conzelmann muestran que en el mundo grecorromano “se otorgaba un aprecio especial a la persona casada una sola vez”, ya fuera hombre o mujer, y señalaba que “sea cual fuere el caso, no se trataba de una instrucción especial para los obispos” (The Pastoral Epistles, 52). Sobre este tema, véase el capítulo 16.
[26] Una moderna ilustración se puede extraer del castellano. Padre y madre están incluidos en una sola palabra para ambos, que es padres y es del género masculino. Hoy día se promueve una reforma de la lengua inglesa a un lenguaje inclusivo (ej.: “Each person [singular] must bring their [plural] own book”, lo cual socava la comprensión correcta de los pasajes bíblicos como el que estamos tratando.
[27] La distinción entre diáconos y diaconisas sugiere no sólo diferencia, sino también cierta inferioridad. Tradicionalmente en la Iglesia Adventista las diaconisas no han sido ordenadas.
[28] Epístolas, 10.96.7.8
[29] Ministrae es el plural de la palabra latina ministra, forma femenina de minister. Es el equivalente exacto de la palabra griega diakonos y el origen de la palabra “ministro”.
[30] Barry L. Blackburn encuentra evidencias precisas para leer “diáconos mujeres” (“The Identity of the Women in 1 Tim 3:11”, en Essays on Women in Earliest Christianity, 1:302-319).
[31] La palabra usada aquí es time , que puede significar tanto paga como honor (cf. “honorarios”). La mayoría de las traducciones dicen “honor”, pero la mención de Dt 25:4, así como lo que dijo el Señor en Mt 10:10 (“porque el obrero es digno de su salario”), indicarían que el significado es “paga”.