Las Mujeres y la Misión

Las Mujeres y la Misión

Por Ginger Hanks Harwood

Misión—La Biblia declara que en los últimos días las mujeres tanto como los hombres, bajo la bendición de la lluvia tardía, recibirán poder para participar en la tarea de propagar el Evangelio en toda nación, tribu, lengua y pueblo (Joel 2:28-32; Mat. 24:14; Apoc. 14:6-7).

El tema de la ordenación de las mujeres al ministerio pasto­ral de la Iglesia Adventista del Séptimo Día no es simple ni de fácil resolución. A pesar de la impresión predominante, este asunto estaba vigente con mucha antelación al surgimiento del movimiento femenil de los Estados Unidos en las décadas de 1960 y 1970. El Seventh-day Adventist Yearbook [Anuario adventista] y los archivos de las actas de las sesiones administrativas de las asociaciones, documentan la autorización de mujeres como ministros en la década de 1870. (Las actas también incluyen el nombre de Elena G. de White, que figura entre los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, como pastora ordenada desde 1884, que es el primer año del cual se conservaron las actas de las sesiones, hasta 1911.) Damas como Sara Hallock Lindsey, Sarapeta Irish HenryAna M. Johnson, Elena Edmonds Lañe, Julia Owen y Helen May Stanton Williams, poco antes del comienzo del siglo veinte tuvieron numerosas oportunidades para predicar, para realizar reuniones de evangelismo y organizar nuevas congregaciones como pastoras reconocidas por la Iglesia Adventista.1 Como lo hizo notar Willmore D. Eva:

“Aun en la Iglesia Adventista joven y conservadora de las décadas de 1870 y 1880, el interés serio y muy difundido en la ordenación de las mujeres al ministerio evangélico precedió definidamente al movimiento sufragista femenino que alcanzó el apogeo de su popularidad en Inglaterra y los Estados Unidos alrededor del comienzo de este siglo’’.2

El movimiento formado para establecer una norma oficial concerniente a la ordenación de las mujeres, se presentó por primera vez en el Congreso de la Asociación General de 1881.3 Después de analizarse el tema, se lo refirió a la Junta Directiva de laAsociación General. Los historiadores de la iglesia no han encontrado ninguna referencia al tema mencionado hasta alrededor de 1960.

Durante los últimos 20 años, la iglesia ha vuelto a batallar con la ordenación de las mujeres. Desde 1970, nosotras, en forma individual y organizada hemos investigado la Biblia, hemos asignado a teólogos destacados la tarea de investigar el tema, hemos examinado los problemas envueltos,presentamos y recibimos libros eruditos y emocionadas peticiones sobre el tema.4 Ha habido diálogo entre personas interesadas en las iglesias locales, en asambleas constituyentes, en diversos Concilios Anuales y sesiones de laAsociación General. Hemos reunido toda la información pertinente asequible con el fin de presentar una posición lógica que sea compatible con nuestra identidad como iglesia con fundamento bíblico.

El debate en la actualidad

Aunque una extensa y erudita investigación ha determinado que “no existen argumentos teológicos concluyentes para negar la ordenación de mujeres al ministerio evangélico”,5 los adventistas continúan divididos e inseguros en lo que concierne a este tema. Ciertos grupos de laicos trabajan incansablemente en favor de la ordenación de las mujeres, y se sienten defraudados porque la iglesia responde con lentitud a los insistentes pedidos de un trato igualitario y justo. La iglesia, desde su perspectiva, ha sido llamada a ser una minoría transformadora, a presentar un modelo de lo que debe ser el camino hacia la paz, la armonía humana y la gloria, ante un mundo afligido por la violencia, la opresión y la ira. Ven la iglesia como una comunidad designada para demostrar que la premisa fundamental del universo es la manifestación de amor mutuo, y que los sistemas en los que imperan el autoritarismo, la coerción, la sujeción o la represión, destruyen la estructura misma de la Creación. Como fieles discípulos de Jesús,Aquel que estuvo dispuesto a morir por amor, la iglesia debe estar al frente de la lucha contra toda forma de tiranía y violencia, incluyendo la que afecta las relaciones entre hombres y mujeres. Estas personas se esfuerzan por retener su fe en que Dios aún dirige a una iglesia que rehúsa aceptar los principios fundamentales de la Biblia: inclusión, compasión y justicia.

Otros miembros de iglesia consagrados y dedicados han reaccionado en forma diferente ante esta situación. La confirmación de que la Biblia no prohíbe la ordenación de las mujeres, o aun de que esta acción está en consonancia con los principios fundamentales, no ha anulado las reservas de otros segmentos de la iglesia. Estos son miembros que no creen que, en este caso,lo que “puede” hacerse implica un“debe”hacerse, o compele la iglesia a la acción. Afirman correctamente que cuando un asunto no es ordenado o prohibido específicamente, la iglesia tiene la responsabilidad de discernir, con la dirección del Espíritu Santo, cuáles acciones y procedimientos contribuyen a la realización de nuestro mandato, y cuáles son callejones sin salida. Como el apóstol Pablo, declaran: “Todo me es permitido, pero no todo es provechoso” (1 Cor. 6:12).

También existen grupos de creyentes que consideran con sospecha y temor la proposición de ordenar a las mujeres. Ardientemente leales a la manera en que la iglesia se hallaba estructurada y formada cuando aprendieron sus enseñanzas y fueron aceptados como miembros, se consideran defensores de ella contra las fuerzas y las personas que amenazan sustituir la sabiduría divina por opiniones humanas. Tienden a considerar con sospecha los cambios en los procedimientos de la iglesia, la teología o las disposiciones sociales recientes.

Estas personas se oponen a las modificaciones que consideran como transigencia con la sociedad temporal.Temen que las innovaciones eclesiásticas invaliden la dirección ante­rior de Dios y nieguen la obra y la prudencia manifestadas por los fundadores de la iglesia que establecieron el orden actual. Les preocupa la posibilidad de que tales cambios alteren nuestra identidad básica, nuestra comprensión de quiénes hemos sido históricamente como pueblo. Consideran los esfuerzos tendientes a lograr la ordenación de las mujeres como evidencia de infiltración del secularismo originada en la contaminación de la iglesia por su contacto con el mundo y sus valores. Además, encuentran la sugestión de que las mujeres “necesitan” la ordenación para ministrar eficazmente, como una desestimación de los esfuerzos realizados por multitud de mujeres dedicadas que han servido a la iglesia sin preocuparse de la ordenación.

Hay otros miembros cuya oposición a la ordenación de las mujeres surge de su sincera dedicación al movimiento de misión global. Para ellos, cualquier proposición sometida a consideración de la iglesia debe sopesarse en términos de sus consecuencias potenciales para el evangelismo mundial. Se muestran renuentes a respaldar asuntos que pudieran crear fricciones internas, o disminuir la posibilidad de que grupos con fuertes prejuicios culturales acepten nuestro enfoque de cuál es la “esfera” apropiada para las mujeres. Se angustian porque tantas personas dedican tiempo y energía a este asunto a expensas de nuestra responsabilidad principal: diseminar las buenas nuevas del amor de Dios y del inminente regreso de Cristo. Especulan que todo este asunto no es más que una táctica de distracción concebida para desviarnos de nuestra misión.

Estos miembros, además, están preocupados por el espectáculo extraordinario de las mujeres que buscan sus derechos, que perciben como prueba de que esas personas se interesan más en el reconocimiento y el prestigio que en la oportunidad de servir. Hacen contrastar esta actitud con una auténtica dedicación a Dios que se hace notar por la indiferencia a todo lo que no tenga que ver con la “terminación de la obra”. Sosteniendo que la unidad de la iglesia es más importante que los “derechos” individuales, consideran el pedido de justicia para las mujeres como ejemplo de interés egoísta colocado por encima de lo que conviene a la iglesia. Su renuencia a tomar una decisión en este asunto, se basa en la suposición de que la ordenación de las mujeres podría causar un impacto negativo sobre la ejecución del mandato de la iglesia; no están dispuestos a comprometer el sentido de misión por la justicia.

Existe también un grupo que se opone a la ordenación de las mujeres: miembros que creen que hay esferas claras y separadas de servicio para los hombres y las mujeres. Perciben una categorización bíblica rígida de hombres y mujeres, concepto que basan sobre el cúmulo de evidencias que apuntan a la precedencia de Adán en la Creación, la“maldición” pronunciada después de la desobediencia, el sacerdocio levítico reservado exclusivamente a los hombres y al hecho de que Jesús y sus 12 discípulos eran varones.6 A estas evidentes demostraciones de intención divina para un papel separado y secundario de las mujeres, añaden las declaraciones del apóstol Pablo que causan la impresión de establecer la autoridad de los hombres en el hogar y limitar la participación de las mujeres en la iglesia (véanse 1 Cor. 11:3-10; 14:33-40; 1 Tim.2:ll). Consideran también el hecho de que Elena de White no fue ordenada, como confirmación adicional de que la ordenación está reservada por Dios sólo para los hombres.

Desde este punto de vista, la ordenación parece ubicar a las mujeres en papeles y posiciones que las marginan de los propósitos de Dios para con ellas. Por eso, para las personas que están convencidas de la importancia y la impermeabilidad de los roles masculinos y femeninos, el asunto de la ordenación de las mujeres se convierte en una prueba de lealtad al plan de Dios en lo que concierne al lugar que les corresponde ocupar a hombres y mujeres. La elección de ordenar a las mujeres se considera como un rechazo del plan original de Dios, mientras la oposición establece un desafío que contemporiza con los modelos seculares de relación. Bajo la superficie de los diversos argumentos contra la ordenación de las mujeres están latentes dos preguntas paralelas, las cuales muchas personas consideran que han quedado sin respuesta: (1) “¿Es correcto que una mujer se presente ante la congregación en representación de Dios, puesto que Jesús era varón y se dirigía a Dios como “Padre”? (2) ¿Puede una mujer verdaderamente representar a Dios?

Cuatro cosas emergen con claridad cuando se repasan y analizan las deliberaciones sobre el tema llevadas a cabo dentro de la iglesia. En primer lugar, según nuestros mejores eruditos, la Biblia no provee un “Así dice el Señor” definitivo sobre este asunto. La Biblia no nos librará de nuestra responsabilidad de pugnar con los problemas inherentes en los esfuerzos realizados para discernir una respuesta apropiada. Si vamos a usar la Biblia para resolver esta controversia, tendremos que conformarnos con la aplicación de sus principios antes que confiar en reglamentos o instrucciones explícitas.

En segundo lugar, hay que evaluar con sumo cuidado las consecuencias que pueden desprenderse de este asunto en lo relativo al cumplimiento de la misión de la iglesia. Todos los argumentos pertinentes afectan la misión de la iglesia. Esta evaluación incluye abordar el tema de la comprensión de la esencia del Evangelio que proclamamos y considerar cuidadosamente el mensaje promovido por la estructura y la práctica de la iglesia.

En tercer lugar, necesitamos desarrollar conceptos más claros acerca del significado y la función de la ordenación. Mientras proclamamos oficialmente la creencia en el sacerdocio de todos los creyentes y rechazamos enfáticamente el modelo católico romano de una separación tajante entre el laicado y el clero, la forma como nuestros laicos entienden este tema varía notablemente.

En cuarto lugar, la cuestión de la ordenación de las mujeres trasciende los aspectos racionales o lógicos de la deliberación, porque las personas participantes tienen sentimientos muy fuertes. Entonces,podemos tener la seguridad de que el impase no se resolverá mediante una acumulación de datos.A menos que la dimensión afectiva del problema se reconozca claramente y se trate en forma adecuada, no se llegará a un consenso genuino.

Análisis de la iglesia y su misión

Los adventistas entienden que la iglesia es el cuerpo terrenal de Cristo, que ha recibido la comisión de continuar la proclamación y ejemplificación de las buenas nuevas del amor de Dios.Todas sus partes son vivificadas por el Espíritu Santo; cada parte ha recibido los dones necesarios para el funcionamiento saludable y eficaz del cuerpo. Como cada per­sona es parte del cuerpo de Cristo, debe manifestar una reverencia genuina hacia todos los miembros. Cada parte del cuerpo debe apreciarse como parte de la revelación de Cristo. En esta comunidad simbiótica, nadie puede arrogarse una posición privilegiada con Dios o una superioridad basada en la responsabilidad eclesiástica, los dones espirituales o características como raza, género, inteligencia o privilegio económico. Porque dentro del cuerpo “ya no hay judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). Nuestro respeto mutuo y profundo afecto se convierten en el sello inequívoco de nuestra comunidad:“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Juan 13:35).

Creemos que la iglesia está formada por personas que han respondido a la voz del Espíritu Santo y elegido seguir las instrucciones y ejemplo de Jesús de Nazaret. Confesamos que el estado “natural” de los seres humanos desde la caída de nuestros primeros padres, es un estado de alienación de nosotros mismos, de nuestros semejantes y de Dios. Por lo tanto, el ingreso a la nueva comunidad ocasiona un nuevo nacimiento en el cual nuestros modos anteriores de percibir y comportamos son reemplazados por una perspectiva diferente: “La feligresía incluye la aceptación de nuevas relaciones hacia el prójimo, el estado y Dios”.7 Reconocemos que seguir a Jesús requiere una disposición a poner de lado los hábitos anteriores de complacencia personal inmoderada, ira y arrogancia, para poder tomar el yugo de humildad y llevar a cabo las obras de paz y reconciliación. Nos reunimos voluntariamente para exhortarnos y animarnos,y combinar nuestros diversos dones y recursos con el fin de edificar el cuerpo total.

El sentido de misión es un tema especialmente crítico para los adventistas, porque consideramos el surgimiento de nuestra iglesia en el siglo diecinueve como una continuación de la reforma de la fe y la práctica cristianas como preparación para el regreso de Cristo. Designados como “testigos leales en los útimos días antes de la segunda venida de Cristo”,8 los adventistas dan testimonio de la perdurable naturaleza del amor y la ley de Dios. Atestiguamos la autenticidad de las Sagradas Escrituras y predicamos el Evangelio afirmando que “este Evangelio son las mismas buenas nuevas del amor infinito de Dios que fueron proclamadas por los profetas y apóstoles de la antigüedad”.9

Aunque los miembros de la iglesia proceden de diferentes trasfondos sociales, económicos, étnicos y culturales, están unificados por su fe. “Hay un solo cuerpo, y un solo Espíritu, como también fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación” (Efe. 4:4). Esta esperanza nos proporciona la motivación para testificar ante el mundo. Por lo tanto, trabajamos en forma cooperativa, porque:

“La iglesia visible es la iglesia de Dios organizada para el servicio. Cumple la gran comisión dada por Cristo de llevar el Evangelio al mundo (Mat. 28:20) y preparar a la gente para su glorioso regreso (1 Tes. 5:23; Efe. 5:27). Como testigo espe­cial escogido por Cristo, ilumina el mundo y ministra en la forma como él lo hizo, predicando el Evangelio a los pobres, consolando a los acongojados, predicando liberación para los cautivos y vista para los ciegos, aliviando a los oprimidos y predicando el año aceptable del Señor”.10

El dilema que la iglesia actual confronta se refiere a cómo llevaremos a cabo la tarea de propagar el Evangelio en una época de expansión de la población y de estrechez económica.

La iglesia se ve cada vez más ante la necesidad de proveer un número suficiente de pastores para atender debidamente las iglesias establecidas, pero la tarea de evangelizar al mundo requerirá más obreros. La terminación de nuestra misión depende tanto del manejo cuidadoso del dinero que se devuelve a la iglesia como de la utilización total de todos nuestros recursos humanos. Elena de White, al relacionar esta necesidad con el rol de las mujeres en el ministerio, escribió:

“Las mujeres que están dispuestas a dedicar una parte de su tiempo al servicio del Señor, debieran ser designadas para visitar a los enfermos, ocuparse de los menores y atender las necesidades de los pobres. Debieran ser apartadas para esta obra con oración e imposición de las manos… Este es otro medio de fortalecer y edificar la iglesia. Tenemos que ramificamos más en nuestros métodos de trabajo. Ninguna mano debe ser atada, ninguna persona debe ser desanimada, ninguna voz debe ser acallada; que cada persona trabaje, privada o públicamente, para ayudar a promover esta gran obra”.11

Aunque la iglesia está dedicada a llevar a cabo en forma permanente campañas de evangelismo y seminarios de Apocalipsis para personas que han identificado su necesidad y deseo de crecer y adquirir mayores conocimientos espirituales, estos métodos no bastarán para terminar la tarea. Necesitamos utilizar todos los recursos para la divulgación del Evangelio, y utilizar medios innovadores para ponernos en contacto con los que no asisten a una iglesia. Esta tarea puede incluir un ministerio para compartir la fe que utilice situaciones en las que el trabajo pastoral es pagado por instituciones ajenas a la iglesia, tales como capellanías en hospitales, servicios siquiátricos, cárceles, departamentos de policía y universidades. Algunas de estas posiciones podrán ser llenadas sólo por mujeres, mujeres con capacitación profesional normal; es decir, preparación teológica y ordenación. Tendremos mujeres preparadas y con credenciales de ministros, que estarán listas para aceptar cargos a medida que surjan las oportunidades; o bien perderemos la ocasión de llenar muchos de estos cargos, con el consiguiente desaprovechamiento de incalculables oportunidades de compartir nuestra fe. La iglesia “militante y triunfante” no puede darse el lujo de desperdiciar esas oportunidades y recursos providenciales.

El medio y el mensaje

Desde el comienzo del ministerio de Cristo, las buenas nuevas se han difundido por medio de personas: sus primeros portadores fueron individuos que habían sido afectados y transformados por el Evangelio. Fue el cambio en sus vidas, la libertad de la esclavitud anterior de una u otra clase, lo que ofrecieron como prueba de la realidad del Evangelio. “El que dice que está en él debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). La transformación de las relaciones humanas y comportamientos se mencionaba (y aun se menciona) como evidencia de la gracia de Dios y de su poder en acción. Las noticias de sanamiento físico y espiritual se hacían creíbles por las vidas transformadas de quienes las proclamaban. En resumen, el medio era el mensaje.

Dos mil años después, la iglesia continúa llegando hasta la gente con invitaciones a participar en la comunidad de Dios, la nueva creación. El encargo de llevar el Evangelio a todo el mundo se cumple en dos formas. Una es la proclamación del reino de Dios mediante la predicación y la enseñanza; la otra es la reproducción de la nueva realidad en el comportamiento habitual. Como lo hizo notar Elena G. de White:“El mundo se convencerá, no tanto por lo que el púlpito enseña, como por lo que la iglesia vive. El predicador expone la teoría del Evangelio,pero la piedad práctica de la iglesia es una revelación de su poder”.12

La iglesia sirve como demostración de quién es Dios y de lo que se propone para el mundo. La iglesia, en su calidad de “cuerpo”terrenal de Cristo,pone en evidencia el amor de Dios por todos mediante su constante ministerio en favor de los quebrantados y sufrientes. Los miembros de la iglesia trabajan juntos para llevar a cabo la voluntad de Dios en el mundo: la reconciliación y redención de la humanidad.

Mientras proclamamos que Dios reconcilió a la humanidad consigo mismo y derribó las murallas de separación, esto mismo debe estar ejemplificado en los individuos, familias y comunidades que se congregan en el nombre de Dios. Puesto que afirmamos ser “reparador de muros caídos, restaurador de calzadas para andar”(Isa. 58:12), nuestra obra de reconstrucción debe ser visible.13 Nuestras actividades y estructura deben demostrar que hemos sido fieles en identificar las brechas en las relaciones y en comenzar a cerrarlas. El pastor Charles E. Bradford, ex presidente de la División Norteamericana, describió el funcionamiento de la iglesia en la forma que sigue:

“Los que están siendo salvados son congregados en una comunidad que podríamos denominar una colonia del reino celestial en la que se hace la voluntad de Dios. La comunidad que adora y testifica en la tierra es una rama de la comunidad que adora en el Cielo, y es un testimonio para el mundo, un escenario, una vitrina de exposición de lo que es la comunidad ideal. Es indudable que Dios intenta llevar a cabo algo maravilloso en su iglesia y por medio de ella’’.14

En esta comunidad de los “llamados”, se insta a los miembros de la iglesia a que se vean a sí mismos, unos a otros y al mundo, a través de los nuevos ojos y nuevos corazones que recibieron en su conversión, con el entendimiento de que “lo que vale es la nueva creación” (Gál. 6:15). Esto requiere que los individuos abandonen sus costumbres anteriores y cómodas tradiciones para en cambio seguir el ejemplo de Jesús, quien declaró que “el Hijo no puede hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Juan 5:19). Jesús enseñó claramente que Dios distribuía sus bendiciones como la luz del sol y la lluvia, y las hacía caer sobre todos independientemente de sus cualidades personales o aun de su mérito (Mat. 5:45). Del mismo modo, comparó al Espíritu

Santo con el viento, que sopla de donde quiere, sin ser controlado por las expectativas humanas, sin ser restringido por definiciones humanas de mérito o posición social, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hech. 10:34).

Jesús de Nazaret dijo que se estaba formando una nueva comunidad; un reino que destruiría el antiguo orden de cosas como el vino nuevo destruye los odres viejos (véase Luc. 5:37). Explicó también que sin decisiones conscientes, esta comunidad caracterizada por la compasión y el servicio no logra armonizar las relaciones de sus miembros con el modelo que él proclamó. Mientras podríamos desear que los incrédulos respondan al Evangelio por el mérito de su verdad inherente, Cristo y sus mensajeros son valorados en términos de lo que vivimos individual y corporativamente. Si en la iglesia no se manifiestan relaciones justas, compasivas y llenas de gracia, los no creyentes tienen razón para dudar de que los miembros puedan manifestarlas en otro lugar. Finalmente, si no nos esforzamos para vivir la nueva realidad dentro de la comunidad de la iglesia, convertimos el Evangelio en una fábula artificiosa, en una hueca filosofía y en una mentira.

Con la rápida e ininterrumpida incorporación de individuos que habían sido socializados y conformados inicialmente en tradiciones contrarias a la comunidad de Dios, la iglesia cristiana se ha visto constantemente frente al desafío de mantener las actitudes y prácticas de Jesús. Las personas que han satisfecho los requerimientos básicos de conocimiento, fe y experiencia, se convierten en miembros de la comunidad del nuevo pacto.15 Estos nuevos miembros, lo mismo que los niños, aprenden observando y participando en la dinámica de la familia de la iglesia. Como los niños, aprenden lo que viven .A menos que experimenten las buenas nuevas de la inclusividad y compasión en sus relaciones con los miembros de la iglesia, no se puede esperar que incorporen esta norma en otras esferas de actividad.

Si bien hay entre nosotros algunos que están convencidos de que la ordenación de las mujeres es incompatible con la misión de la iglesia, existen razones para creer que podría haber una correlacción positiva entre ambas. Primero, la obra de las mujeres que han sido apartadas para el ministerio evangélico es indispensable para el esfuerzo general. Simplemente no podemos excluirla ni limitar la esfera de servicio para más del 60 por ciento de nuestra feligresía, creando así un sistema de castas dentro de la iglesia. En segundo lugar, la difusión de las buenas nuevas acerca de quién es Dios y la invitación divina a participar en la nueva creación, puede llevarse a cabo en forma más convincente por hombres y mujeres que viven en una nueva relación unos con otros y que trabajan como iguales en Cristo para alcanzar los objetivos de la iglesia. Debido a esto, la ordenación de las mujeres no es periférica a nuestra obra, sino que es un paso importante hacia la comprensión del Evangelio por experiencia personal y viviendo dentro de la comunidad de Dios.Tanto nuestra comprensión del Evangelio, que se efectúa por lo menos en parte por el hecho de vivirlo personalmente, como nuestra credibilidad entre los que no asisten a la iglesia, pueden ser alteradas fundamentalmente por la inclusión o exclusión de las mujeres en el ministerio pastoral por ordenación.

Las mujeres y la misión

El mandato de la iglesia es encontrar el medio de llevar el Evangelio a los que viven en la miseria lo mismo que a los que son privilegiados en lo emocional, lo económico y lo social. Este mandato requiere que aprovechemos al máximo toda oportunidad de proveer obreros capaces de alcanzar los diversos sectores de la comunidad humana. Nadie debe quedar privado de la invitación a venir, y por lo tanto no podemos privar a nadie de la invitación a servir:

“Dios necesita obreros capaces de llevar la verdad a todas las clases sociales, altas y bajas, ricas y pobres. Las mujeres pueden desempeñar una parte importante en esta obra. Dios quiera que los que leen estas palabras realicen sinceros esfuerzos para presentar una puerta abierta para que mujeres consagradas entren en el campo de labor”.16

Ya sea que se trate del ministerio pastoral dentro del contexto de una iglesia establecida o bien de la obra de evangelismo, hay necesidad de mujeres dedicadas al ministerio. Esto tiene tanta validez en la actualidad como cuando Elena de White declaró: “Una mujer, en muchos sentidos, puede impartir conocimiento a sus hermanas que un hombre no puede”.17

Muchas mujeres que no están dispuestas a hablar con un hombre debido a experiencias traumáticas negativas tenidas con hombres, están dispuestas a hablar con una mujer. Las mujeres con frecuencia comentan con otras damas temas de los que no están dispuestas a hablar frente a hombres, por pertenecer claramente al ámbito de la experiencia femenina. Además, las mujeres están mejor equipadas para distinguir las oportunidades de aplicar los principios cristianos y el crecimiento espiritual a los ciclos de la vida de la mujer. Finalmente, las mujeres ejemplifican para sus congéneres el significado de la vida cristiana en lo que atañe a la experiencia diaria de las que son madres y asumen los roles propios de la mujer. Las mujeres pueden dar ejemplo ante otras mujeres de la libertad y el gozo que emanan de una vida dedicada al servicio de Cristo. Las mujeres están esperando no sólo para escuchar el mensaje evangélico, sino también para ver el fruto que produce en las vidas de los cristianos.

La importancia de preparar y apartar a las mujeres para el ministerio pastoral se torna más evidente cuando se considera la tarea de difundir el Evangelio en su dimensión global. El mundo es un mosaico de culturas, costumbres, tradiciones y castas.En muchos países del mundo,las esferas de los hombres y las mujeres están muy delimitadas. En esas culturas, la interacción entre hombres y mujeres es sumamente restringida, o bien se halla totalmente prohibida fuera del contexto de la familia. Ni siquiera se permite a ministros de reconocida honestidad y dedicación trabajar libremente en el sector femenino. Los que tratan de conversar con mujeres de una localidad, son vistos con sospecha y hostilidad, como competidores que pueden abrigar intenciones inconfesables. Si insisten a pesar de los tabúes evidentes, podrían muy bien perder el privilegio de trabajar aun entre la población masculina.

La utilidad de la palabra impresa puede ser limitada porque, lamentablemente, el analfabetismo es muy común entre las mujeres que viven en estas condiciones. En las sociedades basadas en una tradición oral, el Evangelio se trasmite mayormente por la palabra hablada, y solamente las mujeres tienen acceso al ambiente privado en el que vive la mayor parte de ellas. Las que componen este grupo merecen ser evangelizadas y servidas por mujeres cristianas que sean representantes de Dios y de la iglesia, adecuadamente preparadas, autorizadas y facultadas. Merecen ser servidas por mujeres que puedan presentarles el Evangelio, darles la bienvenida al cuerpo de Cristo y alimentar su crecimiento espiritual. Merecen enterarse de las noticias liberadoras acerca de la gran reconciliación de Dios y de la invitación a la comunidad de Dios, en la que cada persona es respetada como obra especial del Creador. Necesitan saber que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo. Sin un equipo de damas enviadas para ministrar en favor de las mujeres que viven en culturas restrictivas, el progreso de la iglesia continuará siendo muy lento. Elena de White escribió en 1879:

“Las mujeres pueden ser instrumentos de justicia y prestar un servicio santo. María fue quien predicó primero las nuevas de un Salvador resucitado… Si hubiera veinte mujeres donde ahora hay una sola, que estén dispuestas a convertir esta misión sagrada en su obra más preciada, veríamos un mayor número de conversos a la verdad”.18

¿Pero por qué hay que ordenar a las mujeres?

Las acciones de Jesús, la gran comisión, las Sagradas Escrituras que describen la naturaleza de la iglesia y el significado de la vida cristiana, y diversas declaraciones del espíritu de profecía, identifican a las mujeres como parte integrante del cuerpo de Cristo. Las mujeres se convierten, son recibidas en la comunidad, reciben una comisión y son consideradas responsables de las mismas normas como lo son los hombres. No es asunto de si las mujeres debieran ministrar. Dentro de la iglesia, “cada miembro de iglesia tiene la responsabilidad de ministrar a otros en el nombre de Dios”.19 El llamamiento al ministerio está implícito en el llamamiento a participar en la nueva comunidad, una comunidad de gozo mediante el servicio. Como lo hizo notar Elena de White:“Todos son igualmente llamados a ser misioneros para Dios”.20 El asunto es: ¿Debieran ser ordenadas las mujeres que son llamadas al ministerio pastoral?

Esta pregunta puede contestarse solamente repasando lo que significa la ordenación en un grupo en el que todos son reconocidos como sacerdotes. “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,pueblo adquirido para Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Los Adventistas del Séptimo Día afirman que “este sacerdocio no establece calificaciones cualitativas entre clero y laicado, aunque deja lugar para una diferencia funcional entre estas categorías”.21

Los fundadores de la iglesia, aunque estaban totalmente dedicados a los principios de estudio independiente de la Biblia y de la dirección del Espíritu Santo, determinaron que la otorgación de licencias y credenciales a los ministros era una función apropiada y necesaria de la organización. ¿Cómo, entonces, entienden los adventistas la naturaleza y función de la ordenación?

Según el Seventh-day Adventist Minister’s Manual [Manual del ministro adventista] de 1992: “Si bien todos los cristianos prestan servicio espiritual, el Nuevo Testamento presenta una iglesia organizada, administrada y alimentada por personas que han sido llamadas especialmente por Dios, puestas aparte mediante la imposición de manos para un servicio especial”.22 El propósito de la ordenación es lograr reconocimiento público de una designación divina al ministerio pastoral. El acto de la ordenación, la imposición de manos y la oración que implora la bendición de Dios sobre el ministerio de esa persona, no se conciben como transferencia de la autoridad de Cristo o como canal conductor de poderes sacerdotales especiales hacia la persona. Simplemente reconoce que esa persona ha sido llamada por Dios y autoriza su ministerio específico. Como explica el Manual:

“La ordenación, que es un acto de delegación o comisión, reconoce el llamamiento de Dios, aparta a la persona y la designa para que sirva en la iglesia en una forma especial. La ordenación respalda a las personas así separadas como representantes autorizados de la iglesia. La iglesia, mediante este acto, delega autoridad a sus ministros para que proclamen públicamente el Evangelio, para que administren sus ritos, para que organicen nuevas congregaciones, y, dentro de los parámetros establecidos en la Palabra de Dios, para que den dirección a los creyentes”.23

Además, “la ordenación ministerial es una señal pública de que la iglesia acepta el ministerio de la persona ordenada”.24 Esta aceptación es debidamente buscada y apreciada por per­sonas que desean funcionar dentro de los parámetros del ministerio pastoral organizado de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La preparación para la ordenación revela la disposición de la persona a someterse a los rigores de la educación teológica y a la autoridad de la dirección administrativa reconocida de la iglesia. Demuestra también la aceptación voluntaria del examen de la capacidad espiritual, moral y teológica por representantes de la iglesia debidamente designados. Este proceso permite que las personas que han sentido el llamamiento de Dios consigan la confirmación de ese llamamiento por parte de la iglesia, o bien que tengan oportunidad de repasar sus percepciones del llamamiento de Dios y dirigirlo hacia otras avenidas de servicio después de haber sido sincera y sabiamente aconsejadas. Puesto que la ordenación es el rito por el que la iglesia expresa su aprobación del ministerio de una persona, el Manual del ministro concluye que “los ministros licenciados y sus familias no debieran ser culpados por sentirse profundamente preocupados de si su obra es aprobada o no”.25

Una segunda, aunque no menos importante razón de la práctica de la ordenación, tiene que ver con el bienestar y la seguridad de la congregación. A menos que los pastores reciban una preparación muy esmerada y sean examinados en forma adecuada en lo que atañe a su aptitud para ministrar, se corre el riesgo de asignar a personas no apropiadas e incompetentes a posiciones de autoridad, con detrimento para la iglesia. Elena de White, en un tiempo cuando el procedimiento de ordenación estaba menos estructurado que en la actualidad, se lamentaba porque:

“Ha habido insuficiencia de examen de los ministros: y por esta razón, las iglesias han recibido las labores de hombres ineficientes, no convertidos, que arrullaron a los miembros en el sueño, en vez de despertarlos e impartirles un mayor celo y fer­vor en la causa de Dios”.26

Los miembros de iglesia deben saber que la persona que ocupa la posición prominente y la responsabilidad pastoral, que representa a Dios en el púlpito y en la iglesia, ha sido considerado responsable. Cualquier persona que entre en una iglesia adventista o que reciba una visita pastoral, tiene el derecho de saber que la persona que abre la Biblia para enseñar, para guiar, para aconsejar o para ministrar, ha sido aprobada por dirigentes expertos y con discernimiento. Esto es absolutamente indispensable para que las personas inocentes, las que son vulnerables y las que han llegado recientemente a la iglesia no sean extraviadas en el nombre de Cristo. Cuando cristianos fervientes y dedicados se someten a las enseñanzas de personas que no han sido examinadas para establecer su idoneidad, se introducen en un sector que se encuentra fuera del círculo de seguridad espiritual.Acontecimientos recientes ocurridos en Waco,Texas,por cierto que subrayan las peligrosas posibilidades de ocurrencia de trágicos abusos de la fe que emanan del liderazgo carismático.

La totalidad del proceso de ordenación, como se ha desarrollado en nuestra iglesia, apunta a la seguridad de que los pastores adventistas están cabalmente anclados en la verdad y que son competentes en las habilidades relacionadas con el ministerio. La necesidad de un entrenamiento y un examen abarcantes son tan cruciales para las mujeres como para los hombres. Aun durante la vida de los apóstoles hubo hombres y mujeres que enseñaban tradiciones humanas y herejías como si fueran verdades, y pretendían ser representantes de Dios (Apoc. 2:20). El apóstol Pablo con frecuencia sentía temor de que personas a quienes había alimentado con el Evangelio se confundieran o se dejaran confundir por maestros ineptos (Gál. 3:1; Efe. 4:14; Fil. 3:2). En forma similar, la autoridad retenida por los dirigentes de la iglesia para revocar una licencia minis­terial hace responsables a las personas que han sido ordenadas frente a los administradores de la iglesia. Numerosos ejemplos de la historia adventista demuestran la sabiduría, importancia y necesidad de esta prerrogativa.

El problema de la ordenación de las mujeres no se resolverá a menos que reafirmemos la importancia de la ordenación para el orden y la disciplina de la iglesia. Sólo cuando tengamos claro que la ordenación no es una recompensa por un estado especial de santidad o un paso hacia una mejor posición en la comunidad, podremos preguntar cómo queremos utilizar este símbolo de reconocimiento del llamado de Dios al ministerio pastoral. Cuando lo consigamos, estaremos listos para considerar si es conveniente pedir que las mujeres que trabajan en el ministerio pastoral se atengan al mismo proceso de preparación y se sometan a los mismos procedimientos de rendición de cuentas ante los administradores de la organización, tal como se requiere en el caso de los varones.

Conclusión: Un desafío para la iglesia

La decisión de ordenar o no a las mujeres debe basarse en la necesidad de la iglesia y en nuestra disposición a permitir que el Evangelio informe cada aspecto de nuestras vidas individuales y comunales. Esto significa que nuestro fervor por el Evangelio y la misión de la iglesia tendrá que eclipsar consideraciones de tradición y comodidad personal. Como hizo notar un escritor que trató este tema en la Adventist Review (Revista Adventista):

“Una iglesia que acepta la comisión evangélica como un serio desafío y que tiene una visión de un campo de labor mundial, ya no puede permitirse limitar su reconocimiento de dones particulares y de la ordenación al ministerio a sólo la mitad de su feligresía… Existe un campo repleto de necesidades esperando a [las mujeres]. La mejor forma de confirmarlas para esta obra es empleando el tradicional acto cristiano de la ordenación”.27

La ordenación de las mujeres no es asunto de vanidad personal u orgullo, y ni siquiera de igualdad de derechos. En cambio, tiene que ver con la forma como finalizaremos la obra de la iglesia y si la iglesia continuará reconociendo formalmente a ciertas personas como representantes genuinos del Evangelio y de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Nuestra habilidad para seguir avanzando en este asunto pondrá a prueba si nuestra dedicación al Evangelio de Cristo y a la misión de la iglesia es más fuerte que nuestro compromiso con nuestras cómodas costumbres y tradiciones. Esta es una prueba de la eficacia del Evangelio para transformar seres humanos en una comunidad constructiva, creadora y cooperadora.

Un poeta lo expresó de este modo:

En el porqué y cómo y qué y quién del ministerio una imagen aflora constantemente:

Una mesa que sea redonda.

Se requerirán unos cortes de sierra para tener una mesa redonda, nuevas definiciones, y rediseño.

Este rehacer y renacimiento de una eclesiología larga y estrecha pueden ser dolorosos para individuos y mesas.

Mas la cruz también lo fue, mesa también dolorosa de entrega y —es cierto— de muerte.de tal muerte surge vida,

de tal morir viene la resurreción, en busca de mesas redondas.

¿Y qué podría significar la mesa redonda en la obra de la iglesia?

Redondear la mesa significa

nada de asientos preferidos,

nada de primero y último,

nada de mejor, ni de rincones

para “estos mis hermanos pequeñitos”.

Redondear la mesa significa estar con, formar parte de, juntos y uno.

Significa lugar para el Espíritu y sus dones

y una paz profunda y perturbadora para todos…

somos nosotros los que en el presente estamos mezclando y amasando

la masa para el futuro.

Ya no podemos seguir preparándonos para el pasado…28

Sólo el tiempo dirá si el Evangelio es más fuerte que las tradiciones culturales. Sólo el tiempo dirá si nuestra dedicación a la evangelización del mundo es más fuerte que nuestro deseo de mantener la comodidad y la seguridad de las viejas estructuras de orden. Sólo el tiempo dirá si estamos listos para soltar las manos y convertir en realidad la proclamación de Elena de White de que en el ministerio evangélico “está abierto el camino para… las mujeres consagradas”.29


Sobre la autora: doctorado en Religión y Teología. Actualmente enseña ética y religión en la Universidad de La Sierra, Riverside, California, y en la Universidad de Loma Linda, California. Anteriormente tenía el cargo de profesora asociada de Religión y Etica en el Colegio de la Unión del Pacífico, Angwin, California. La Dra. Harwood habla frecuentemente en congresos de religión y ética. También ha publicado numerosos artículos y ha contribuido con capítulos en varios libros sobre religión y ética.


Referencias

  1. Josephine Benton, Called By God.Stories of Adventist Women Ministers, Smithburg, MD: Blackberry Hill Publishers, 1990.
  2. Willmore D. Eva, “Informe Sobre la Posición Bíblica Acerca del Papel y la Posición de las Mujeres en la Iglesia”. Informe no publicado, enero de 1985.
  3. Un extracto de las Minutas del Congreso de la Asociación General de 1881 dice como sigue: Quinta reunión, 5 de diciembre, 10A.M….

Votado, que todos los candidatos a recibir licencia y ordenación sean examinados con respecto a sus aptitudes intelectuales y espirituales, para el cumplimiento adecuado de sus deberes, lo que los convertirá en ministros licenciados y ordenados.

Con referencia a lo anterior, se dijo…

Votado, que las mujeres que posean las calificaciones necesarias para tomar ese cargo, puedan, con toda propiedad, ser apartadas por ordenación para dedicarse a la obra del ministerio cristiano.

Esto fue discutido por J. O. Corliss,A. C. Bourdeau, E. R. Jones, D. H. Lamson, W. H. Littlejohn,A. S. Hutchins, D. M. Canright y J. N. Loughborough, y referido a la Junta de la Asociación General.

  1. Para obtener información adicional acerca del trabajo sobre este tema, véase la colección de 1973, de 13 de los Informes de Mohaven, Simposio sobre el Papel de las Mujeres, reimpreso por la Pacific Press en 1995.
  2. Raoul Dederen,“UnaTeología de la Ordenación”, en Informes de Mohaven de 1973, Simposio Sobre el Papel de las Mujeres.
  3. Un ejemplo representativo de este enfoque se encuentra en esta declaración: “Los argumentos bíblicos expuestos en favor de la ordenación de las mujeres no son tan persuasivos como el hecho de que ninguna mujer era ordenada al sacerdocio bíblico o al apostolado en el

Antiguo Testamento”. Eugene F.Durand,“El Otro Lado” .Adventist Review, abril 5,1990.

7.1o que Creen los Adventistas… Silver Spring,MD:Asociación Ministerial, Asociación General de la Iglesia Adventista, 1988, p. 143.

  1. , p. 161.
  2. , p. 164.
  3. M,p. 142.
  4. Elena G. de White,Review and Herald, julio 9,1895.
  5. Elena G. de White,Joyas de los testimonios, 2 p. 498.
  6. Véase Isaías 58 para obtener una descripción más completa de la tarea de la comunidad de Dios.
  7. Charles E. Bradford,“A los Miembros de la Comisión Sobre el Papel de las Mujeres de la División Norteamericana: Las Mujeres en Los Ministerios Pastorales y la Ordenación”, p. 5-6. Informe no publicado, 1989.
  8. Seventh-day Adventists Believe…,p. 143­
  9. Elena G. de White, Manuscrito 43a, 1898, publicado en Manuscript

Releases, t. 5, p. 162.

  1. , p. 325.
  2. White, jReview and Herald, enero 2,1879.
  3. Seventh-day Adventists Believe…, 143.
  4. Elena G. de White, El ministerio de curación, 307
  5. Seventh-day Adventists Believe…, p. 143.
  6. Seventh-day Adventist Minister’s Manual, Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, p. 75.1992.

23 M, p. 76.

  1. ,p.92.
  2. , p. 80.
  3. Elena G. de White, Obreros evangélicos, 452.
  4. Mary Gordon, seudónimo.“La Iglesia Frente a un Asunto Importante”. Adventist Review, marzo 7,1895, p. 12.
  5. Chuck Lathrop.“En Busca de una Mesa Redonda”, en A Gentle Presence, 5-8.
  6. White, Testimonies,6,p.285.

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