Klara Horn, las pastora que cambió Alemania

Klara Horn, la pastora que cambió Alemania[1]

Cualquier teólogo adventista que escuche el nombre de Siegfried Horn sentirá admiración y respeto. Siegfried fue un teólogo, historiador, escritor, arqueólogo y egiptólogo adventista. Es llamado el padre de la arqueología en el Adventismo. Fue el primer adventista en dirigir una excavación arqueológica, fue profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews y fue el editor fundador de los Estudios de Seminario de esa universidad (Andrews University Seminary Studies). A lo largo de su vida Siegfried Horn escribió alrededor de 800 libros y artículos.

Pero tal como dice el dicho “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, mucho del éxito de Siegfried Horn se debe a una mujer: su madre. Siegfried perdió a su padre cuando tenía cinco años de edad, y fue educado solo por su madre. Lo que casi nadie sabe es que Klara Horn, la madre de Siegfried, fue pastora en Alemania por cerca de 40 años, y no solo fue una pastora, sino que con su influencia cambió la vida para los adventistas en Alemania.

Klara Kertscher nació el 22 de Febrero de 1883 en el seno de una familia humilde de la ciudad alemana de Leipzig. Klara desde muy pequeña demostró ser una niña inteligente, determinada y ávida por conocimiento. Sin embargo, su familia no podía costearle una educación universitaria, que era un lujo en la Alemania de esa época.

Cuando Klara era una adolescente su familia entró en contacto con los adventistas y pronto la familia comenzó a tomar estudios bíblicos. El pastor Frauchiger, que fue el primer pastor ordenado fuera de los EEUU, bautizó a Klara.

Pronto la familia de Klara se enteró que la Iglesia Adventista había abierto una pequeña universidad en la ciudad de Friedensau y su costo era mínimo. Así que Klara, y una de sus hermanas de nombre Elizabeth, fueron a estudiar allí. Elizabeth se inscribió en un curso de Enfermería, mientras que Klara entró en un curso ministerial[2]. Allí Klara brilló por su capacidad,  “ella entró al curso ministerial con un celo que asombró a sus profesores. Ella estaba tan determinada a no perder ni un solo grano de conocimiento y verdad, que demostró que era más talentosa, más inteligente, y más disciplinada en sus hábitos de estudios que la mayoría de los hombres en sus clases, un hecho que debe haber avergonzado a los machistas más dedicados de principios del siglo XX” (p. 10).

Ella se recibió en la primavera de 1906 y comenzó su ministerio como instructora bíblica. Ella trabajaba recibiendo un sueldo de 20 marcos por mes (el equivalente de 5 dólares de la época). Su salario era tan bajo que ella decía con humor que “no le alcanzaba para vivir, pero era apenas demasiado como para morir” (p. 10). A pesar de ello, ella trabajó con entusiasmo hasta su casamiento, con Albin Horn, quien le pidió matrimonio en la primera ocasión en que la vio en la iglesia de Leipzig.

Albin Horn nació en 1879 en la región de Sajonia, hijo de un agricultor con gran habilidad para los negocios, lo que le permitió vivir con cierta prosperidad. Su padre decidió que Albin sería un jardinero y le entregó un vivero para que trabaje en él. Albin se esforzó en complacer a su padre y su vivero pronto creció y se expandió. A los 26 años, su vivero ya exportaba plantas y árboles a media Europa.

Poco después de recibirse, Klara entró en contacto con la familia Horn y les compartió el mensaje adventista. Ella era “brillante y elocuente” y pronto Albin, su madre y dos hermanos se convirtieron a la Iglesia Adventista. Luego de esto Klara regresó a Leipzig, para continuar su trabajo como instructora bíblica.

Mientras tanto, Albin sufrió debido a su conversión. Su padre despreciaba esta nueva religión que su esposa y tres de sus hijos habían aceptado. Incluso Ilse, la prometida de Albin, le hizo elegir entre ella o su nueva religión. Albin eligió a Cristo y rompió el compromiso.

Sufriendo por su ruptura amorosa, Albin se acercó aún más a Dios y halló consuelo en la idea de que Dios tenía un plan para su vida y que Él tenía a una mujer para él en algún lado. Dado que en su ciudad no había otras jóvenes adventistas, Albin decidió mudarse a Leipzig donde él sabía que había varias iglesias adventistas, y por lo tanto, muchas jóvenes mujeres elegibles para el casamiento.

Albin le oró a Dios, pidiéndole que la primer joven adventista con la que se encuentre sea la mujer que lo acompañe por el resto de su vida. Con este pensamiento se dirigió a una de las iglesias adventistas de Leipzig donde la primera mujer con la que se encontró fue aquella instructora bíblica que le había dado los estudios bíblicos. En ese mismo momento Albin le pidió a Klara que se case con él: “Dios sabe cuánto necesito una esposa, y Él sabe mejor que yo como tomar la decisión correcta. Y estoy seguro que Dios te puso directamente en mi camino este día debido a que Él sabe que tú eres la mujer que encajara mejor en mi vida” (p. 7). Klara, aturdida por lo inesperado de la propuesta, le pidió tiempo para pensarlo. Se casaron al año siguiente.

Albin pensó que Klara despreciaría el trabajo de un jardinero, después de todo ella era “una universitaria graduada, una ministro y maestra, una mujer profesional” (p. 7), pero Klara amaba los jardines e incluso tomaba el control de la gerencia de los viveros en la ausencia de su esposo “con una habilidad que él nunca hubiera esperado encontrar en una mujer” (p. 8).

Cuando Klara se casó con Albin Horn tomó la decisión de renunciar a su trabajo de instructora bíblica para dedicarse a su familia. Un año después de su casamiento Klara dio a luz a un niño. El doctor que atendió el parto vio a este bebe de 3 kilos y medio, con la cabeza ovalada y ojos sesgados. El doctor le dijo a la madre: “No creo que su hijo viva, por su bien y por el nuestro, espero que muera, porque si vive probablemente será un idiota. Ciertamente, y en el mejor de los casos, él será un retardado” (p. 11).

Pero Klara amaba a su hijo y pasó mucho tiempo orando al Señor, prometiendo que si su hijo vivía y era normal ella lo dedicaría al Señor, tal como Ana hizo con Samuel. Ese niño, que un doctor predijo que se convertiría en un “retardado”, se convirtió en uno de los eruditos más brillantes que la Iglesia Adventista ha tenido en su historia, todo gracias a las oraciones fervientes de una madre.

Poco después el nacimiento de Siegfried el padre de Albin falleció. Sin la presión paternal, abandonó los viveros y se dedicó a su verdadera pasión: los aviones. Albín se convirtió en uno de los primeros pilotos de Alemania y la primera persona en volar sobre la ciudad de Hannover. Lamentablemente, su corta carrera como piloto terminó trágicamente cuando el avión que piloteaba se desplomó debido a causas desconocidas en 1913.

La joven Klara se encontró viuda y con tres niñitos  para cuidar. Para poder ganarse la vida regresó a Leipzig, donde comenzó a trabajar como colportora. Pero todo cambió en 1914. Ese año comenzó la Primera Guerra Mundial y Alemania comenzó a llamar a la mayoría de los hombres adultos para enlistarlos en el ejército. La mayoría de los pastores adventistas fueron reclutados y miles de miembros y decenas de iglesias quedaron sin un pastor.

Ese mismo año el Pastor Schuberth, presidente de la Union Alemana, llegó a Leipzig a predicar. En la oración para comenzar el sermón el pastor le pidió al Señor que “suavice el corazón de la Schwester (hermana) Horn para que ella acepte el llamado de Dios” (p. 40).

Esa misma tarde el pastor visitó la casa de Klara y le dijo: “Usted no puede evitarlo, pero debe estar consciente, Schwester Horn, que hay una gran escasez de ministros para servir a nuestras iglesias. Casi todos nuestros hombres han sido reclutados. La carencia se ha vuelto tan aguda que debemos intentar resolver nuestro problema de otras maneras. Nosotros sabemos, por supuesto, que usted fue una obrera bíblica antes de su matrimonio. Su nombre fue presentado al comité de la Unión que se reunió recientemente. Nos gustaría presentar un llamado para que usted vuelva a entrar al ministerio. Usted fue una de las obreras bíblica jóvenes más exitosas que hemos tenido y sentimos que el Señor tiene un lugar definido para que usted ocupe. Estamos esperando que usted considere esta invitación en forma favorable. Queremos asegurarles que usted es muy necesitada en la obra del Señor”

Klara aceptó la invitación con la voz temblorosa, preguntando cuales serían sus deberes.

“Usted hará el trabajo que todos nuestros ministros son llamados a hacer.” Dijo el presidente de la Unión. “Habrá excepciones, por supuesto. Solo un ministro ordenado puede casar o bautizar. Pero contaremos con usted para conducir reuniones evangelísticas, fundar nuevas iglesias donde ahora solo hay grupos y ministrar a nuestras congregaciones. ¿Está interesada en un trabajo así?”

“Esa es la obra para la cual fui creada, pastor Schuberth”, respondió Klara, “Acepto sin la más pequeña reserva. ¿A dónde seré llamada a servir?”.

“Hay diez iglesias justo en este distrito en los cuales los púlpitos han quedado vacantes. En todo Leipzig hay un solo ministro. Es mucho pedir, pero nos gustaría que ustedes dos manejen toda el área. No hay nadie más” (pp. 40-41).

Después que el pastor Schuberth se retiró, Klara juntó a sus hijos y les dijo: “Este es el día más feliz de mi vida” (p. 41). Luego de hacer una oración de agradecimiento, Klara le dijo a Siegfried: “Nunca olvides este día, nunca olvides la manera en que el Señor [nos] ha guiado” (p. 41).

Durante cuatro años ella trabajó como una pastora en Leipzig, hasta que en 1918 ella enfermó gravemente, junto con el resto de su familia. Durante seis meses estuvo postrada en la cama sufriendo por una enfermedad desconocida que ningún doctor podía diagnosticar ni tratar. Si no fuera por algunos miembros de iglesia que le cocinaban y los atendían, posiblemente la familia no hubiera sobrevivido.

Cuando parecía que nada podía estar peor el secretario de la Unión la llamó para avisarles que debido a la desesperada situación financiera de la Unión, y dado que la enfermedad parecía incurable y terminal, la iglesia había decidido dejar de pagarles un sueldo. Ella entendió la posición de la Iglesia, por seis meses había estado incapacitada de trabajar y ellos la habían apoyado.

Cuando Siegfried escuchó la noticia miró aterrorizado a su mama, “¿Qué pasará cuando nos quedemos sin dinero?” preguntó. “Pídele a Dios que cuide de nosotros como siempre lo ha hecho”, le respondió Klara, “Ciertamente todo parece oscuro. Pero no tengas miedo, mi pequeño. Él lo resolverá todo” (p. 44).

Dios honró la fe de Klara, porque un par de días después un hombre golpeó la puerta declarando que era un médico misionero que había regresado de la India. “Algunos de mis colegas en la universidad me contaron acerca de su enfermedad. Los síntomas me parecen familiares. Creo que ustedes tienen una enfermedad tropical y si es lo que creo, entonces puede serles de ayuda” (p. 45), les dijo el amable desconocido. Este médico les entregó la medicación que necesitaban y unas pocas semanas después se habían recuperado por completo.

Poco después el tio de Siegfried, de nombre Pablo, los visitó y les anunció que había sido elegido presidente de la Asociación de Oeste de Sajonia. Él invitó a Klara a trabajar en Chemnitz, una ciudad industrial que no tenía ningún pastor.

En esta nueva ciudad Klara comenzó a tener problemas con el sábado. La ley en Alemania obligaba a que todos los niños asistan a la escuela de lunes a sábado. Cuando vivían en Leipzig Klara había evitado este problema enviando a sus hijos a una escuela privada judía que daba más horas de clases durante la semana y así podía tener el sábado libre. Pero en Chemnitz no había ninguna escuela judía donde enviar a sus hijos.

La mayoría de los adventistas de Alemania se habían rendido y enviaban a sus hijos a la escuela de todas maneras. Pero Klara no estaba dispuesta a transgredir el mandamiento del sábado.

Durante los primeros sábados la policía vino a buscar a los niños para llevarlos a la escuela. Klara se negó y recibió una multa. Luego de varias multas, y viendo que la situación no cambiaba, la policía se llevó a Klara a la cárcel por un día entero. Finalmente, cansado de tener que ver a la misma mujer todas las semanas en la corte, el juez de Chemnitz la condenó a dos semanas de cárcel.

Klara envió a sus hijos con una familia de la iglesia y aprovechó el tiempo en la cárcel para darles estudios bíblicos a sus compañeras de prisión. Sin embargo, el caso de esta testaruda madre llegó hasta el Ministro de Educación y Cultura de Alemania, y se programó un juicio especial para su caso. La mayoría de los miembros de iglesia temían que ella recibiera una larga sentencia a prisión.

El día del juicio Klara recibió la oportunidad de hablar a su favor. Durante varias horas Klara presentó su defensa, hablando de sus creencias y de porque una persona no puede ser obligada por la ley a ir en contra de su conciencia. La sentencia fue favorable para ella.

A su regreso, Klara le dijo a los miembros de iglesia: “Fue una oportunidad gloriosa para contarles a toda la administración estatal acerca de lo que creemos y familiarizarlos con la Palabra de Dios” (p. 50). Pablo, el presidente de la Asociación y hermano de su difunto esposo, le dijo: “Tu eres una mujer asombrosa, Klara, nadie hubiera podido haber escuchado tu defensa  y quedarse impávido… Tu fervor y convicción tocó los corazones más tercos. A menudo durante estas horas sentí que estaba a punto de llorar” (pp. 50-51).

Gracias a este juicio ganado por Klara se promulgó una nueva ley nacional dándoles a todos los niños guardadores del sábado la libertad de adorar a su Dios y faltar al colegio sin que sus padres fueran multados, visitados por la policía o llevados a la cárcel. Por primera vez en la historia de Alemania, los adventistas podían guardar el sábado completamente sin temor a las represalias. Esta ley protegió a los adventistas por alrededor de 15 años, hasta que Hitler tomó el poder. En ese tiempo Klara le escribió una carta a Siegfried diciendo: “Nuestros niños ya no tienen permitido permanecer fuera de la escuela en sábado y tu entiendes lo que esta prohibición significa para mí personalmente” (p. 130).

Pero la llegada de los nazis al poder trajo muchos otros problemas para los adventistas. Klara le escribió a Siegfried: “Nosotros hemos sido declarados enemigos del estado… Algunos de los administradores de la Asociación han sido encerrados, entre ellos el tío Pablo… En cuanto a los obreros y ministros, nosotros recibimos nuestro salario el primero de cada mes, pero no sabemos que nos deparará el futuro. Pero aún así estoy llena de confianza en el Señor y estoy convencida que el cuidará de nosotros” (p. 131).

El gobierno de Hitler comenzó a ejercer más y más presión sobre los adventistas, hasta el punto que casi fueron obligados a pasar a la clandestinidad. Klara le escribió a su hijo Siegfried: “Nuestra obra aquí ha sido prohibida y las iglesias [han sido] cerradas… La obra del colportaje ya no existe” (p. 131). A pesar de las dificultades, Klara continuó trabajando para la iglesia durante todo el gobierno nazi y la Segunda Guerra Mundial.
Cerca del fin de la segunda guerra Klara huyó a Berlín, donde continuó sus tareas pastorales. Pero cuando los rusos llegaron a Berlín y comenzaron una sangrienta batalla para tomarla, ella abandonó la ciudad. Pero luego de la rendición de Alemania Klara regresó: “Cuando la batalla de Berlín terminó, regresé a la ciudad para ver qué había pasado a los miembros de la iglesia. Nosotros somos un pequeño grupo esparcido. Regresé a las ruinas de mi casa y encontré una habitación con una ventana todavía sana, pero sin muebles. Allí es donde vivo ahora. En la iglesia todo está bien y teníamos 80 candidatos para el bautismo desde hace dos semanas. Estoy feliz en mi obra para la iglesia y alabo a Dios continuamente” (p. 328)

Luego de recibir su llamado en 1914 Klara Horn trabajó en el ministerio durante el resto de su vida y su trabajo fue destacado en los anales históricos de la Iglesia Adventista. Ella cuidó muchas congregaciones largas y pequeñas y se convirtió en la madre espiritual de miles de miembros de iglesia. Su nombre apareció por primera vez en los anuarios de la Iglesia como obrera denominacional en el año 1915 y continuó apareciendo ininterrumpidamente hasta 1979, año en que murió.


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Referencias

[1] Este artículo es una traducción,adaptación y resumen de Joyce Rochat, Survivor (Berrien Springs: Andrews University Press, 1986), todas las citas y referencias provienen de este libro.

[2] Este era un curso de teología destinado a preparar a futuros pastores, era el equivalente actual de la carrera de teología.

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