Igualdad, Dominio y Sumisión en los Escritos de Elena G. de White

Igualdad, Dominio y Sumisión en los Escritos de Elena G. de White

Por Peter M. Van Bemmelen

 

Varón y mujer en la creación: Iguales en todo

Las ideas de Elena G. de White en cuanto a la enseñanza bíblica acerca de la relación entre hombres y mujeres comienzan naturalmente con su comprensión de esa relación en la creación. En un capítulo fundamental, “La creación”, ella subraya que “el hombre no fue creado para que viviese en la soledad; había de tener una naturaleza sociable”. Dios le proveyó a Adán, creado a su semejanza, una compañera semejante a él, de la misma naturaleza. “Eva fue creada de una costilla tomada del costado de Adán; este hecho significa que ella no debía dominarle como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más bien debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él”[1]. Con toda claridad, ninguno de los dos en la “santa pareja”[2] debía dominar al otro; sino que “hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esta relación”[3].

Elena de White no se refiere a Adán como cabeza de Eva en su estado sin pecado, ni tampoco usa palabras tales como sumisión, sujeción o subordinación para designar la relación de Eva hacia Adán. Al contrario, ella enfatiza su igualdad y compañerismo.

Cuando Dios creó a Eva, quiso que no fuese ni inferior ni superior al hombre, sino que en todo fuese su igual. La santa pareja no debía tener intereses independientes; sin embargo, cada uno poseía individualidad para pensar y obrar[4].

El hecho que el hombre y la mujer “no debían tener intereses independientes”, pone de relieve la intención de Dios en cuanto a la estrecha relación entre estos dos seres humanos. Al mismo tiempo, cada uno de ellos era un individuo diferente con una relación personal con Dios y una responsabilidad personal. “Adán y Eva, dotados de dones mentales y espirituales superiores, fueron creados en una condición ‘un poco inferior a los ángeles’ (Hebreos 2:7), a fin de que no discerniesen solamente las maravillas del universo visible, sino que comprendieran las obligaciones y responsabilidades morales”[5].

Elena de White se refiere a Adán como el “padre y representante de toda la familia humana”[6], quien subordinado a Dios “debía quedar a la cabeza de la familia terrenal, y mantener los principios de la familia celestial”[7]. En vista de que Eva “era su segundo yo”, “en todo… su igual”[8], y que ellos “no debían tener intereses independientes”[9], podemos concluir que Eva compartía plenamente el dominio de Adán sobre la familia terrenal de Dios. De un modo similar, cuando leemos que “Adán fue coronado rey en el Edén, a él se le dio el dominio sobre todo ser viviente que Dios había creado”[10], es evidente que Eva ejercía igualmente este dominio con él. “Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre toda criatura viviente”[11].

Con palabras diferentes y en una variedad de formas, Elena de White subraya no sólo la igualdad y el compañerismo de la primera pareja humana, sino también su dependencia de Dios. “Para todos los seres creados existe un gran principio de vida: la dependencia de y colaboración con Dios”[12]. Su aceptación o rechazo de este gran principio debía ser probado por medio de la prohibición de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Sin libertad de elección, “el hombre hubiese sido, no un ente moral libre, sino un mero autómata”[13].

La caída y sus consecuencias: Una relación cambiada

Lamentablemente la primera pareja humana, engañada por Satanás, decidió desobedecer la prohibición de Dios y seguir su propio camino. Elena de White pone de relieve la esencia del asunto en un artículo, “La primera tentación”:

“Vuestros ojos –dijo Satanás, señalando al árbol– serán abiertos, y seréis como dioses”, independientes. Este había sido el blanco de Satanás; por esto fue que cayó de su estado elevado y santo. Ahora trató de inculcar este mismo principio en la mente de Eva. Le dijo que Dios le había prohibido comer de la fruta, a fin de mostrar su autoridad arbitraria, y de mantener a la santa pareja en un estado de dependencia y sujeción. Le dijo que al violar este mandato, ella tendría más luz, que sería independiente, no limitada por la voluntad de un superior. Pero Satanás sabía, como no lo sabía Eva, el resultado de la desobediencia, porque él lo había probado[14].

La independencia de Dios fue la quimera que guió primero a Eva, luego a Adán, a la transgresión. Era un engaño fatal. El resultado fue lo opuesto a la independencia. “Desde entonces el linaje humano sufriría las asechanzas de Satanás… la ansiedad y el trabajo serían su suerte. Estarían sujetos a desengaños, aflicciones, dolor, y al fin, a la muerte”[15]. La relación entre el hombre y la mujer cambió: “Después del pecado de Eva, como ella fue la primera en desobedecer, el Señor le dijo que Adán dominaría sobre ella. Debía estar sujeta a su esposo, y esto era parte de la maldición”[16].

Elena de White atribuye claramente al pecado el cambio en la relación entre la mujer y el hombre.

En la creación Dios la había hecho igual a Adán. Si hubiesen permanecido obedientes a Dios, en concordancia con su gran ley de amor, siempre hubieran estado en mutua armonía; pero el pecado había traído discordia, y ahora la unión y la armonía podían mantenerse sólo mediante la sumisión del uno o del otro. Eva había sido la primera en pecar… y ahora ella fue puesta en sujeción a su marido[17].

De acuerdo con Elena de White, “esta sentencia, aunque era consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos” si “los principios prescritos por la ley de Dios hubieran sido apreciados por la humanidad caída”, pero lamentablemente “el abuso, de parte del hombre de la supremacía que se le dio, a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido su vida en una carga”[18]. La “supremacía” que Dios le dio al hombre debía ser usada para proteger y estimar a la mujer, no para oprimirla o abusar de ella.

La enseñanza bíblica que después de la caída de la raza humana Dios hizo al esposo cabeza en la relación matrimonial se afirma en los escritos de Elena de White. A menudo ella cita Efesios 5 sobre la relación entre esposos y esposas. Con todo, es evidente que ella nunca entendió que este dominio permitía a los esposos tratar despóticamente a sus esposas o que les otorgaba el derecho de suprimir la individualidad de la mujer o convertirse en su conciencia.

En un manuscrito titulado “Relación de esposos y esposas”, ella explica: “El Señor desea que la mujer respete a su marido, pero siempre como es conveniente en el Señor”[19]. Ella ilustra este principio con el ejemplo de Abigail, la esposa del egoísta y arrogante Nabal. Cuando se le informó cómo su esposo se había negado rudamente a proveer de alimento a David y a sus hombres, “Abigail vio que debía hacer algo para prevenir el resultado de la falta de Nabal, y que ella debía tomar la responsabilidad de actuar inmediatamente sin el consejo de su marido”. Ella sabía que era inútil consultarlo a él, porque él rechazaría sus planes y “le recordaría que él era el señor de su casa, que ella era su esposa y por lo tanto estaba sujeta a él, y debía hacer como él lo dictara”[20]. Elena de White concluye que de este relato “podemos ver que hay circunstancias bajo las cuales es apropiado para una mujer actuar pronta e independientemente, moviéndose con decisión de la manera que ella sabe que es el camino del Señor”[21].

Como ejemplo de una mujer que se niega con toda razón a obedecer una orden de su marido, Elena de White se refiere a la experiencia de la reina Vasti. Ella comenta sobre la orden del rey Asuero registrada en Ester 1:10-11: “Cuando el rey estaba perturbado, cuando su razón se desquició por beber vino, hizo llamar a la reina para que los que estaban en la fiesta, hombres embotados por el vino, pudieran contemplar su belleza”. Ella nota con aprobación la negativa de Vasti: “Ella procedió de acuerdo a una conciencia pura. Vasti rehusó obedecer la orden del rey. Pensó que cuando él recobrara la lucidez, alabaría la conducta de ella”. Sin embargo, “el rey tenía consejeros insensatos, los cuales arguyeron que así se daría poder a una mujer, lo que sería perjudicial para ella”[22]. Evidentemente, Elena de White consideró la negación de Vasti como un ejercicio legítimo de su responsabilidad moral e individualidad dados por Dios. Según la opinión de ella, “El rey debería haber honrado el juicio de su esposa; pero tanto él como sus consejeros estaban bajo la influencia del vino, y fueron incapaces de darle un consejo correcto”[23].

Dios nunca quiso que el gobierno o dominio confiado al esposo después de la caída llevara a la opresión de la esposa o a interferir con su derecho y deber de hacer elecciones morales en su relación con Dios. Tampoco significaba que la mujer nunca podía ser usada por Dios en un rol de liderazgo. Elena de White escribe acerca de Débora: “Vivía en Israel una mujer ilustre por su piedad, y por medio de ella el Señor decidió liberar a su pueblo. Su nombre era Débora. Ella era conocida como profetisa, y en ausencia de los magistrados habituales, la gente buscaba su consejo y justicia”[24]. La mujer que Dios eligió era una mujer casada, “la mujer de Lapidot” (Jueces 4:4). Al  parecer, Lapidot reconocía que el Señor tenía el mayor derecho a la devoción y los talentos de su esposa. De una manera más general Elena de White nos dice que “en los tiempos antiguos, el Señor obró de un modo maravilloso a través de mujeres consagradas a quienes unió en su trabajo con hombres a los que él había elegido para permanecer como sus representantes. Él usó a mujeres para ganar grandes y decisivas victorias”[25].

El propósito de la redención: La restauración

Para Elena de White, “el tema central de la Biblia, el tema alrededor del cual se agrupan todos los demás del Libro, es el plan de la redención, la restauración de la imagen de Dios en el alma humana”[26]. En otra parte escribe:

El verdadero propósito de la educación es restaurar la imagen de Dios en el alma… El pecado echó a perder y casi hizo desaparecer la imagen de Dios en el hombre. Restaurar ésta fue el objeto con que se concibió el plan de la salvación y se le concedió un tiempo de gracia al hombre. Hacerle volver a la perfección original en la que fue creado, es el gran objeto de la vida, el objeto en que estriba todo lo demás[27].

Esta restauración incluye, según Elena de White, la restauración del plan original de Dios para la relación entre hombre y mujer. Ella declara: “Como cada uno de los buenos dones de Dios confiados a la custodia de la humanidad, el matrimonio ha sido pervertido por el pecado; pero es el propósito del evangelio restaurar su pureza y belleza”[28]. Ella le atribuye un gran significado a que Cristo realizó el primer milagro de su ministerio público cambiando el agua en vino en las bodas de Caná[29].

Cristo conocía todos los detalles de la familia humana, y al comienzo de su ministerio público ratificó decididamente el matrimonio que él había sancionado en Edén… Cristo no vino a destruir esta institución, sino a restaurarla a su santidad y elevación original. Vino a restaurar la imagen moral de Dios en el hombre, y comenzó su obra sancionando la relación matrimonial. El que había hecho la primera santa pareja, y que creó para ellos un paraíso, ha puesto su sello sobre la institución del matrimonio, celebrado por primera vez en el Edén, cuando a una cantaron las estrellas de la mañana, y todos los hijos de Dios gritaron de alegría[30]

Para Elena de White esta restauración del matrimonio “a su santidad y elevación original” indudablemente entraña una restauración de la igualdad del esposo y la esposa. “Tenemos un deseo ferviente de que la mujer ocupe el lugar que Dios le designó originalmente, como igual a su esposo”[31]. No obstante, ella reconoce que la obra restauradora de Cristo incluye a hombres y mujeres en todas las condiciones de vida, ya sean casados o solteros. “Él pagó un gran precio para redimir a cada hijo e hija de Adán. Él quisiera levantar al hombre de la más baja degradación del pecado de nuevo a la pureza y devolverle su imagen moral”[32].

En su obra profundamente espiritual sobre la vida de Cristo, El Deseado de todas las gentes, así como también en muchos otros escritos, Elena de White presta mucha atención a la obra de Cristo en favor de y a través de las mujeres. Esto está ilustrado, por ejemplo, en un capítulo sobre el encuentro de Cristo con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob y al cambio radical operado en la vida de ella como resultado. Con tacto y sabiduría divinos él la llevó al punto donde podía revelarse a sí mismo como el Mesías. Elena de White comenta: Ella “aceptó el admirable anuncio de los labios del Maestro divino… Estaba dispuesta a recibir la más noble revelación, porque estaba interesada en las Escrituras, y el Espíritu Santo había estado preparando su mente para recibir más luz”. El efecto fue electrizante. “Tan pronto como halló al Salvador, la mujer samaritana trajo otros a él. Demostró ser una misionera más eficaz que los propios discípulos”[33]. En vista de las muchas cosas que Cristo hizo por y a través de las mujeres, como está registrado en los Evangelios, Elena de White concluye que él “es hoy el mejor Amigo de la mujer, y está dispuesto a ayudarle en todas las relaciones de la vida”[34].

De acuerdo con Elena de White, Pablo, del mismo modo como su Señor, enseñó la igualdad de todos los seres humanos. En una descripción de la presentación del apóstol sen el Areópago a los sabios de Atenas, ella declara: “En aquella época, cuando la sociedad estaba dividida en castas, cuando a menudo no se reconocían los derechos de los hombres, Pablo presentó la gran verdad de la fraternidad humana, declarando que Dios ‘de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre la faz de la tierra’ [Hech. 17:26]”. A esto ella agrega que “a la vista de Dios todos son iguales. Cada ser humano debe suprema lealtad al Creador”[35].

A lo largo de sus escritos Elena de White a menudo cita o alude a las palabras de Pablo en Gálatas 3:28 y Colosenses 3:11. Por ejemplo: “Cristo ha hecho a todos uno. En él no hay judío ni griego, esclavo ni libre. La Biblia declara que todos los seres humanos deben ser respetados como propiedad de Dios. Él ama a los hombres y mujeres como la adquisición hecha por medio de su propia sangre”[36]. Un párrafo notable en el cual ella argumenta que todos los seres humanos “son de una misma familia por creación, y todos son uno por la redención”, y que “Cristo vino a demoler cada muro de separación, para abrir cada compartimento del templo [lo cual incluiría el atrio de las mujeres], para que cada alma pudiera tener libre acceso a Dios”, está respaldado por palabras citadas de Gálatas 3:28 y Efesios 2:13: “En Cristo no hay judío ni griego, esclavo ni libre. Todos han sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”[37].

A la vez que Elena de White claramente afirma que Cristo, así como también Pablo el apóstol de Cristo, enseñó que todos los seres humanos, ya sean judíos o griegos, esclavos o libres, hombres o mujeres, eran iguales delante de Dios por medio del evangelio, ella también sostiene que ni Jesús ni Pablo trataron de derrocar el orden social establecido de su época. Ella declara que aunque el gobierno “bajo el cual Jesús vivía era corrompido y opresivo” y “por todos lados había abusos clamorosos”, sin embargo “el Salvador no intentó hacer reformas civiles”; tampoco “interfirió en la autoridad ni en la administración de los que estaban en el poder”[38]. En otro contexto ella observa que “él se rehusó a intervenir en los asuntos temporales”[39]. Actuó así, “no porque fuese  indiferente a los males de los hombres, sino porque el remedio no consistía en medidas simplemente humanas y externas. Para ser eficiente la cura debía alcanzar a los hombres individualmente, y debía regenerar el corazón”[40]. En cuanto a la actitud de Pablo, nos dice: “La obra del apóstol no consistía en trastornar arbitraria o repentinamente el orden establecido de la sociedad. Si lo hubiera intentado habría impedido el éxito del Evangelio”[41]. En tanto que Elena de White escribe esto refiriéndose a la actitud de Pablo hacia el degradante sistema de la esclavitud, la declaración podría aplicarse a otros temas de injusticia social tales como el status inferior de las mujeres. La conclusión parece justificada porque, de acuerdo con Elena de White, el objetivo principal del Señor Jesús y de su apóstol no fue la revolución social sino la transformación espiritual. Donde se recibieran sin reservas los principios del evangelio, la imagen de Dios se restauraría y se producirían cambios radicales en las relaciones sociales.

Surge naturalmente la pregunta: ¿Cómo se relaciona la comprensión de Elena de White de la enseñanza bíblica sobre la igualdad de todos los seres humanos a la vista de Dios, con la enseñanza de Pablo acerca de las relaciones entre esposos y esposas? A lo largo de sus escritos, Elena de White cita frecuentemente o alude a las palabras de Pablo en Efesios 5:22-23. Ella introduce una cita tal con esta clara afirmación:

Pablo el apóstol, al escribir a los cristianos de Efeso, declara que el Señor constituyó al marido cabeza de la mujer, como su protector y vínculo que une a los miembros de la familia, así como Cristo es la cabeza de la iglesia y el Salvador del cuerpo místico[42].

Según Elena de White entiende la enseñanza de Pablo, el dominio que Dios le confió al esposo fue concebido por Dios según el modelo revelado en la relación de Cristo con la iglesia. “El esposo debe ser como un Salvador en su familia”[43]. Por el contrario, “no era el propósito de Dios  que el esposo tuviera el control, como cabeza del hogar, cuando él mismo no se somete a Cristo. El

debe estar bajo el dominio de Cristo para que pueda representar la relación de Cristo con la iglesia”[44]. Elena de White pone énfasis en que el dominio del esposo y la sumisión de la esposa están limitados por otro pasaje de las cartas de Pablo, Colosenses 3:18:

A menudo se pregunta: “¿Debe una esposa no tener voluntad propia?” La Biblia dice claramente que el esposo es el jefe de la familia. “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos”. Si la orden terminase así, podríamos decir que nada de envidiable tiene la posición de la esposa; es muy dura y penosa en muchos casos, y sería mejor que se realizasen menos casamientos. Muchos maridos no leen más allá que “estad sujetas”, pero debemos leer la conclusión de la orden, que es: “Como conviene en el Señor”[45].

A esta exposición Elena de White agrega comentarios incisivos acerca de los límites colocados por Dios sobre la sumisión de la esposa a su marido:

Dios requiere que la esposa recuerde siempre el temor y la gloria de Dios. La sumisión completa que debe hacer es al Señor Jesucristo, quien la compró como hija suya con el precio infinito de su vida. Dios le dio a ella una conciencia, que no puede violar con impunidad. Su individualidad no puede desaparecer en la de su marido, porque ha sido comprada por Cristo. Es un error imaginarse que en todo debe hacer con ciega devoción exactamente como dice su esposo, cuando sabe que al obrar así han de sufrir perjuicio su cuerpo y su espíritu, que han sido redimidos de la esclavitud satánica. Uno hay que supera al marido para la esposa; es su Redentor, y la sumisión que debe rendir a su esposo debe ser, según Dios lo indicó, “como conviene en el Señor”[46].

 Aparentemente Elena de White no vio ningún conflicto en la enseñanza de Pablo entre el dominio del esposo y la igualdad y unidad del varón y la mujer en Cristo Jesús. Pablo enseñó ambas cosas; y ambas son reiteradas y afirmadas por Elena de White. Aunque ella cita o alude a Gálatas 3:28 varias veces, no hace ningún comentario explícito en cuanto a la frase “no hay varón ni mujer”. Pero es claro que su comprensión del texto es que el evangelio nos hace a todos uno e iguales en Cristo: “Cristo ha hecho a todos uno. En él no hay judío ni griego, esclavo ni libre. La Biblia declara que todos los seres humanos deben ser respetados como propiedad de Dios”[47]. Esto, para Elena de

White, tiene consecuencias importantes respecto del papel de la mujer en el matrimonio y la familia, así como también en la iglesia, lo cual exploraremos a continuación.

Las mujeres en el matrimonio y la familia: igualdad y compañerismo

¿Cómo aplica Elena de White los principios de la Escritura en relación con la posición y el papel de la mujer en el mundo moderno? Su firme convicción es que “la Biblia está dirigida a todos, a toda clase social, a personas de todo clima y edad. El deber de cada persona inteligente es escudriñar las Escrituras”[48]. Si pudiéramos preguntarle, a la luz de su comprensión de la Escritura, cuál debería ser la posición de la mujer, ella nos daría la respuesta que dio hace un siglo: “La mujer debe ocupar el puesto que Dios le designó originalmente como igual a su esposo”[49]. Aunque ella ciertamente es consciente de que muchos hombres y mujeres están solos, ya sea porque nunca se casaron, o porque están divorciados o son viudos, Elena de White presenta el matrimonio y la relación familiar como el plan de Dios para la raza humana. Por lo tanto, no debería sorprendernos que mucho de lo que ella dice acerca del papel de la mujer se encuentra en el contexto de esa relación. Sin embargo, este énfasis en sus escritos no disminuye sino más bien realza la importancia del principio de igualdad para todas las relaciones cristianas.

Los escritos de Elena de White están impregnados de una elevada estimación del papel de la mujer: “Ninguna obra puede igualar a la de la madre cristiana”[50]. Elena de White rechaza de plano la idea que el trabajo de una madre debería considerarse como esclavitud doméstica. Por el contrario, la esposa y madre “debe considerar que tiene igualdad con su esposo”, y que “su obra en la educación de sus hijos es en todo respecto tan elevadora y ennoblecedora como cualquier puesto que el deber de él le llame a ocupar, aun cuando fuese la primera magistratura de la nación”[51].

Mientras que Elena de White reconoce que “el esposo y padre es cabeza de la familia”[52], ella pone gran énfasis en que él debe dar honor a su esposa como su igual. Ella reprendió a un esposo dictatorial: “Usted… no ha estado dispuesto a que el juicio de su esposa tuviera el peso que debería tener en su familia… Usted no la ha hecho su igual”[53]. Un joven que considera el matrimonio debería enfrentar la pregunta: “¿Será su esposa su ayuda, su compañera, su igual, o seguirá con ella un curso tal que ella no pueda estar atenta a la gloria de Dios?”[54] El plan de Dios para la esposa “es que esté junto a su esposo como su igual, compartiendo todas las responsabilidades de la vida, rindiendo el debido respeto a quien la ha elegido como su compañera de toda la vida”[55], ¡y por supuesto el esposo debe respetar a su esposa! Para Elena de White la igualdad y el compañerismo son conceptos claves en la relación matrimonial.

La mujer, si aprovecha sabiamente su tiempo y sus facultades, confiando en Dios para obtener sabiduría y fuerza, puede estar en un pie de igualdad con su esposo como consejera, compañera y colaboradora, y sin embargo, no perder su gracia o modestia femenina[56].

Es de interés especial ver cómo percibe Elena de White la cuestión de la individualidad y la independencia en la relación matrimonial. De Adán y Eva ella escribe: “La santa pareja no debía tener intereses independientes; sin embargo, cada uno poseía individualidad para pensar y obrar”[57]. Repetidas veces Elena de White recalca la importancia de la individualidad de cada miembro de la pareja. “Ni el marido ni la mujer deben fundir su individualidad en la de su cónyuge. Cada cual tiene su relación personal con Dios. A él tiene que preguntarle cada uno: ‘¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Cómo cumpliré mejor el propósito de la vida?’”[58] En forma similar, ella enfatiza que “la mujer debería tener una sólida y noble independencia de carácter, confiable y firme como el acero”. Una mujer así, “que tiene buen sentido, que está conectada con Dios”, tendrá “una apreciación justa y un concepto exacto de su posición como esposa y madre”. Ella estará “al lado de su esposo como su segura consejera, cuya influencia lo guarda para el bien, la honestidad, la pureza y la santidad”[59]. Esa “sólida y noble independencia” es lo opuesto de la independencia que Satanás ofreció a Adán y a Eva, porque es una independencia cuya raíz está en la sumisión a Dios en Jesucristo, no una independencia separada de Dios.

Dominio, sumisión e igualdad en la iglesia

Elena de White está convencida que la esencia de la obra de Cristo es redimir a los hombres y mujeres de la esclavitud del pecado, restaurar en ellos la imagen de Dios, quebrantar todas las barreras erigidas por el orgullo y el prejuicio, y unir a todos los que creen en el Señor en un cuerpo, la iglesia, de la cual él es la cabeza. El único dominio en la iglesia es el dominio de Cristo. Ella niega enfáticamente que Cristo haya confiado el dominio a Pedro o a alguno de los demás discípulos.

En vez de nombrar a uno como su cabeza, Cristo dijo de los discípulos: “No queráis ser llamados Rabbí”; “ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo”. Mateo 23:8, 10. “Cristo es la cabeza de todo varón”. Dios, quien puso todas las cosas bajo los pies del Salvador, “lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos”. 1 Corintios 11:3; Efesios 1:22-23. La iglesia está edificada sobre Cristo como su fundamento; ha de obedecer a Cristo como su cabeza. No debe depender del hombre, ni ser regida por el hombre[60].

 Elena de White nunca cita lenguaje bíblico de “dominio” [inglés, “headship”] para referirse al liderazgo humano en la iglesia; tampoco hay evidencia alguna en sus escritos de que ella se refiriera a los pastores ordenados en términos de dominio [headship]. En tanto que ella defiende la enseñanza bíblica del esposo como cabeza de la esposa, si realmente sigue a Cristo como su ejemplo, ella no dice nada de un dominio masculino comparable en la iglesia, excepto que Cristo es la cabeza de la iglesia. Por lo tanto, debemos cuestionar cualquier argumento que reclama que las mujeres deberían ser excluidas del ministerio sobre la base de un así llamado principio de dominio [headship].

En forma similar, en tanto que Elena de White apoya la amonestación de Pablo en Colosenses 3:18: “Casadas, estad sujetas a vuestros propios maridos”, con énfasis en la calificación adicional “como conviene en el Señor”, ella nunca hace una extrapolación de esto para decir que en la iglesia todas las mujeres deben someterse al liderazgo masculino. Lo que Elena de White sí recalca es que todos los verdaderos cristianos, tanto hombres como mujeres, se someterán a Cristo como Señor y cabeza de la iglesia. “La mansedumbre y la humildad caracterizarán a todos los que son obedientes a la ley de Dios, todos los que lleven el yugo de Cristo con sumisión… Al aprender la mansedumbre y humildad de Cristo, someteremos todo nuestro ser a su control”[61]. Como ser humano, Cristo se sometió completamente a la voluntad de su Padre. Espera lo mismo de sus seguidores. “Cristo enseñó que toda verdadera bondad y grandeza de carácter, toda paz y gozo en el alma, debe ser el resultado de una perfecta y entera sumisión a la voluntad del Padre, que es la más elevada ley del deber”[62].

La única otra sumisión que es obligatoria para todos los cristianos, tanto hombres como mujeres, es la sumisión al juicio de la iglesia unida. Elena de White expresa su preocupación de que “muchos no se dan cuenta del carácter sagrado de la relación con la iglesia, y les cuesta someterse a la restricción y disciplina”; “exaltan su propio juicio por encima del de la iglesia unida” y no les importa “estimular un espíritu de oposición a su voz”[63]. En tanto que no se requiere que los miembros renuncien a su individualidad, “Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armonía”. Para lograr este ideal, “el corazón carnal debe ser subyugado y transformado”. Como base para sus declaraciones, Elena de White cita 1 Pedro 5:5; Filipenses 2:1-5 y Efesios 5:21[64].

Con toda claridad, Elena de White, en armonía con la Biblia, desconoce la sumisión en la iglesia sobre la base de raza, nacionalidad, riqueza, educación o género. Por el contrario, en un significativo artículo titulado “No hay castas en Cristo”, recalca la igualdad de todos los creyentes.

“Somos uno en Cristo… El Calvario para siempre pone fin a las separaciones hechas por los seres humanos entre clases y razas… Todos los que sean hallados dignos de ser contados como miembros de la familia de Dios en el cielo, se reconocerán mutuamente como hijos e hijas de Dios”[65]. Dice más:

El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los creyentes en Cristo. La razón de toda división, discordia y diferencia se halla en la separación de Cristo. Cristo es el centro hacia el cual todos debieran ser atraídos, pues mientras más nos acercamos al centro, más estrechamente nos uniremos en sentimientos, simpatía, amor, crecimiento en el carácter e imagen de Jesús. En Dios no hay acepción de personas[66].

 Más de cien veces se citan en los escritos publicados de Elena de White las palabras de Jesús en Mateo 23:8, “todos vosotros sois hermanos”. Aunque algún lector de fines del siglo veinte pueda considerar esto una expresión de machismo, Elena de White ciertamente no lo pensaba así. Ella interpretaba que estas palabras incluían a hombres y mujeres, hermanos y hermanas en Cristo. Ella escribió: “‘Todos vosotros sois hermanos’ será el modo de sentir de cada hijo de la fe. Cuando los seguidores de Cristo sean uno con él, no habrá ni primero ni último, no habrá a quienes se preste menos atención o se les dé menos importancia… Todos serán igualmente uno en Cristo”[67].

Esta igualdad de todos los seguidores de Cristo debería manifestarse en el respeto y amor mutuos entre los creyentes y en un reconocimiento de los talentos que Dios ha dado a todos, tanto hombres como mujeres. Elena de White reconoció que el papel principal de muchas mujeres sería el de esposa y madre, que ella estimaba como de suprema importancia. Pero ella también vio el talento de mujeres usadas por Dios en la iglesia y en el evangelismo. Este tema es tratado ampliamente en los capítulos de Jerry Moon y Denis Fortin en este libro.

Conclusión

De acuerdo con Elena de White, Cristo vino a restaurar aquello que se había perdido. Vino a restaurar la imagen de Dios en los hombres y las mujeres. Vino a restaurar la igualdad y el compañerismo original en la relación matrimonial. Pero más allá de eso, Cristo trajo a la existencia su iglesia, para que por medio de ella pudiera revelar al mundo el espíritu y los principios de su reino. En la iglesia todos los creyentes son iguales en Cristo. No hay primero ni último, más alto o más bajo, no hay dominio masculino ni sumisión femenina. La única cabeza es Cristo, la única sumisión, la completa sumisión de cada creyente a Cristo y, dentro de los límites de la conciencia, al juicio de la iglesia unida.

Podemos decir con toda seguridad que Elena de White deseaba que las mujeres permanecieran como iguales, lado a lado con los hombres en la causa de Cristo. Pero también reconoció que la igualdad en Cristo sólo puede realizarse en el Espíritu de Cristo, nunca en el espíritu de este mundo. La verdadera igualdad y la verdadera independencia sólo pueden encontrarse en la completa sumisión a Cristo como la cabeza de la iglesia y como Señor de la individualidad de cada mujer y hombre.


Referencias

[1] Elena G. de White, Patriarcas y profetas, 26-27.

[2] La expresión “santa pareja” usada para designar a los dos primeros seres humanos ocurre más de cien veces en los escritos publicados de Elena G. de White.

[3] White, Patriarcas y profetas, 27

[4] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, 1:413

[5] Elena G. de White, La educación, 20

[6] White, Patriarcas y profetas, 29.

[7] Elena G. de White, Consejos para maestros, padres y alumnos, 29

[8] White, Patriarcas y profetas, 27.

[9] White, Joyas de los testimonios, 1:413.

[10] Elena G. de White, “Adán coronado rey en el Edén”, Comentario bíblico adventista 1:1096.

[11] White, Patriarcas y profetas, 32

[12] Elena G. de White, Testimonies for the Church, 6:236.

[13] White, Patriarcas y profetas, 30.

[14] Elena G. de White, “The First Temptation”, Youth’s Instructor, 1º de julio de 1897.

[15] White, Patriarcas y profetas, 43.

[16] White, Joyas de los testimonios, 1:413.

[17] White, Patriarcas y profetas, 42

[18] Ibid.; cf. White, Joyas de los testimonios, 1:413-414.

[19] Elena G. de White, Manuscript Releases, 21:214.

[20] Ibid., 21:213.

[21] Ibid., 21:214.

[22] Elena G. de White, Manuscrito 29, 1911; Comentario bíblico adventista, 3: 1157.

[23] Manuscrito 39, 1910.

[24] Elena G. de White, “Defeat of Sisera”, Signs of the Times, 16 de junio de 1881.

[25] Elena G. de White, El ministerio de la bondad, 165. Véase el capítulo de Jo Ann Davidson en este libro.

[26] White, La educación, 121.

[27] White, Patriarcas y profetas, 645-646.

[28] Elena G. de White, “The Mutual Obligations of Husband and Wife”, RH, 10 de diciembre de 1908.

[29] Elena G. de White, “The Marriage at Cana”, Spirit of Prophecy, 2:98-115); “En las bodas de Caná”, El Deseado de todas las gentes, 144-153; “Marriage, and Christ’s First Miracle”, Manuscrito 16, 1899, 1-11; Manuscript Releases,0:197-203; “The Marriage in Cana of Galilee”, Signs of the Times, 30 de agosto y 6 de septiembre de 1899.

[30] White, Manuscript Releases, 10:198, 203.

[31] White, Testimonies for the Church, 3:565.

[32] Elena G. de White, “Obedience and Its Reward”, Signs of the Times, 8 de septiembre de 1887.

[33] White, El Deseado de todas las gentes, 160, 166.

[34] Elena G. de White, El hogar adventista, 183.

[35] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, 196; cf. 17

[36] Elena G. de White, “This Do, and Thou Shalt Live”, RH, 24 de diciembre de 1908.

[37] Elena G. de White, “Grace and Faith the Gifts of God”, RH, 24 de diciembre de 1908.

216

[38] White, El Deseado de todas las gentes, 470.

[39] White, Testimonies for the Church, 9:218.

[40] White, El Deseado de todas las gentes, 470.

[41] White, Los hechos de los apóstoles, 379.

[42] Elena G. de White, El discurso maestro de Jesucristo, 57.

[43] White, Manuscript Releases, 21:216.

[44] Ibid., 21:215.

[45] White, El hogar adventista, 100-101.

[46] Ibid., 101.

[47] Elena G. de White, “This Do, and Thou Shalt Live,” RH, 17 de octubre de 1899.

[48] Elena G. de White, “The Bible to be Understood by All”, Signs of the Times, 20 de agosto de 1894.

[49] White, El hogar adventista, 206; White, Christian Temperance and Bible Hygiene, 77; White, Fundamentals of Christian Education, 141.

[50] Elena G. de White, “The Mother’s Work”, Signs of the Times, 13 de septiembre de 1877.

[51] Elena G. de White, “The Importance of Early Training”, Health Reformer, 1º de junio de 1877; El hogar adventista,

[52] Elena G. de White, El ministerio de curación, 303; El hogar adventista, 188.

[53] White, Testimonies for the Church, 4:255.

[54] White, Manuscript Releases, 8:429.

[55] White, Manuscript Releases, 21:214.

[56] Elena G. de White, El evangelismo, 341.

[57] White, Joyas de los testimonios, 1:413.

[58] White, El ministerio de curación, 279.

[59] White, Manuscript Releases, 10:71.

[60] White, El Deseado de todas las gentes, 382; cf. Los hechos de los apóstoles, 160-161.

[61] Elena G. de White, “Take My Yoke Upon You”, Signs of the Times, 22 de julio de 1897.

[62] Elena G. de White, “Christ’s Followers the Light of the World”, Signs of the Times, 8 de enero de 1880.

[63] Elena G. de White, “Unity of the Church”, RH, 19 de febrero de 1880; Joyas de los testimonios, 1:445-446.

[64] White, Joyas de los testimonios, 1:343-344.

[65] Elena G. de White, “No Caste in Christ”, RH, 22 de diciembre de 1891; Mensajes selectos, 1:302-303.

[66] White, Mensajes selectos, 1:304.

[67] Elena G. de White, “No hay primero ni último en Cristo”, Comentario bíblico adventista, 5:1073.

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