Hombre y Mujer: ¿Quién subordinado a quién?

Hombre y Mujer: ¿Quién subordinado a quién?

Por Miguel Ángel Nuñez

 

Talisma Nasrim es una mujer de baja estatura, morena, que viste elegan­temente un sari. Nació en Bangladesh, es médica, tiene 32 años y se­guiría, probablemente, en el anonimato, si no hubiera sido porque es­cribió un libro titulado Vergüenza, dirigido en contra de los extremismos religiosos de su país y de cualquier parte del mundo, que basados en la religión, discriminan y reprimen a la mujer. Ella sostiene que el Corán y la Biblia son li­bros extremistas que han convertido a la mujer en un ser inferior, menos que humano. Esa afirmación casi le ha costado la vida. Ha debido huir de su país -de religión islámica- y refugiarse en Suecia, que le ha ofrecido asilo.

He pensado que tal vez Talisma tenga razón, y sobre todo, me ha llamado la atención la comparación que hace del Corán, con toda su carga de fundamentalismo, con la Biblia. No obstante, al examinar el asunto con cuidado he debi­do concluir que, probablemente, Talisma Nasrim ha conocido un aspecto ver­gonzoso de la utilización de la Biblia por parte de algunos cristianos, es decir, afirmar conceptos que las Sagradas Escrituras no presentan.

El asunto es denso, pero hay una serie de versículos bíblicos que, aparente­mente, justifican que el hombre sea el “amo” de la mujer y que el sexo femeni­no se mantenga en una situación de permanente discriminación. Quisiera ana­lizar con cuidado, en lo que permite la extensión de un artículo, algunos de los textos que, supuestamente, “convierten” a la mujer en un ser subordinado al va­rón. Iniciaré este análisis con Efesios 5: 23, que dice: «El marido es cabeza de la mujer». A partir de esta afirmación, muchos concluyen que quien debe mandar en el matrimonio es el varón y que la mujer está obligada a someterse a él. En una interpretación superficial de este texto, el hombre tendría una posición de autoridad que lo pone por encima de la mujer.

Pero, sin afirmar si esto es correcto o incorrecto, establezcamos algunos ele­mentos, mínimos, pero muy importantes:

  1. Todo versículo bíblico debe considerar el contexto en el que está escrito; es decir, se deben tomar en cuenta las ideas expresadas antes y después de este.
  2. Toda conclusión a la que se llegue debe considerar el marco cultural en que fue escrito; es decir, hay que preguntarse, por ejemplo, ¿qué motivó al escri­tor a plantear este asunto en particular? ¿Qué problema hacía necesaria esa explicación?
  3. Finalmente, cualquier idea a la que se llegue, debe concordar en fondo y for­ma con el contexto general de la Biblia; no es lícito elaborar una doctrina de un versículo aislado.

He aquí el primer elemento: la idea de Efesios 5: 22 parte del 4: 17. El apóstol Pa­blo se está dirigiendo a una comunidad de creyentes nuevos en el Señor y es fun­damental plantearles una serie de hechos de modo que ellos logren entender exac­tamente qué significa ser cristianos.

El apóstol comienza diciendo que, aho­ra que son hijos de Dios, deben actuar de manera distinta a aquellos que son hijos de las tinieblas, personas a las que él lla­ma los “otros gentiles” (vers. 17), dejan­do en evidencia con ello que se está diri­giendo a gentiles (no judíos) convertidos. Estos “otros gentiles” no convertidos es­tán desviados del Señor en todos sus as­pectos:

  1. Mental. «Actúan movidos por la vani­dad de su mente»; tienen sus «entendimientos entenebrecidos», son «ignoran­tes» (Efe. 4: 17, 18).
  2. Físico. Son individuos «lascivos», «im­puros» que hacen cosas innombrables (4: 19), tan vergonzosas que ni siquie­ra el apóstol se atreve a decirlas (5: 12).
  3. Espiritual. No andan en la justicia ni en la verdad (4: 24).
  4. Social. Están movidos por la codicia, por ello roban y además no tienen nin­guna consideración por las otras per­sonas; se enojan, gritan, maldicen, ac­túan con malicia (4: 28, 31). Por el contrario, ¿cómo deben actuar los hi­jos de Dios? Pues, de manera distinta. Ahora son «nuevas criaturas» (4: 24) y deben despojarse de su forma antigua de vivir (4: 22), y eso incluye una res­tauración en todos los sentidos:
  5. Mental. Ahora buscarán la voluntad de Dios. Es necesario que anden como sabios y no como necios (4: 23).
  6. Físico. Deben dejar todo lo que conta­mina, el sexo ilícito y el licor, por po­ner algunos ejemplos, que probable­mente en Éfeso eran un problema y que Pablo llama la «obra de las tinie­blas» (5: 2, 18).
  7. Espiritual. Se convertirán en imitado­res de Dios y procurarán hacer la vo­luntad del Señor (4: 20, 21; 5: 2).
  8. Social. Plantea al menos tres princi­pios generales:
  9. a) que sean benignos unos con otros (4: 32);
  10. b) que hablen siempre con una actitud de ala­banza y un espíritu de adoración (5: 19, 20);
  11. c) que se sometan unos a otros en el Señor (5:21), lo que Pablo llama «andar en amor» (5: 2).

En el contexto de esta última sección, el apóstol habla a casados, hijos, padres, siervos, amos o her­manos de la iglesia en general. Les está diciendo que actúen con un espíritu agradable y benigno (evidentemente porque los “otros gentiles” no lo son) y que se sometan unos a otros (también en el contexto de la conducta de los “otros gentiles”, don­de solo hay sometidos y sometedores). En otras pa­labras les está diciendo: no procedáis como los otros gentiles, sino de manera distinta.

Para los matrimonios en particular, ilustra esta idea con Jesucristo (5: 22, 23). A los hijos se lo ex­plica con el mandamiento expresado en el Decá­logo (6: 1-3). A los padres, con la explicación de su deber de criar a sus hijos en el Señor (6: 4). A los siervos les manifiesta que deben servir a sus amos, como servirían al Señor (6: 5-8). A los amos les re­cuerda que Dios no hace acepción de personas (6: 9). Y ahora, a todos los hermanos -incluyendo ma­trimonios, hijos, padres, siervos y amos-, les dice que deben aferrarse al Señor, porque esta lucha es ardua, tienen que pelear contra fuerzas espiritua­les malignas, y que para vencer deben vestirse con la armadura de Dios (6: 10-20). Este es el contexto general, expresado también de una manera muy amplia.

Ahora, detengámonos en los versículos que nos interesa destacar. Pablo dice: «El hombre es cabeza de la mujer así como Cristo es cabeza de la iglesia». Antes, en el versículo 21, ha dicho que hay que so­meterse unos a otros, y eso incluye a los esposos, quienes deben someterse a las esposas y viceversa, concepto que ha desarrollado en 1 Corintios 7: 4 en el contexto de la sexualidad.

La clave del versículo es la expresión “como”. El apóstol hace una comparación. En ningún caso es­tá diciendo que los maridos deben convertirse pa­ra sus mujeres en algo así como en “Cristo”; tal co­sa sería una blasfemia. Simplemente está buscando un punto de comparación para que sus oyentes, “gentiles convertidos”, puedan entender más ple­namente la idea que está queriendo expresar: “An­dar en amor” y “someterse unos a otros”, son com­paraciones y como tal tenemos que entenderlo.

¿Qué hizo Cristo por su iglesia?

1) Se entregó por ella al grado de dar su vida;

2) su acción tuvo como fin santificar la iglesia;

3) todo esto estuvo motivado por un amor incon­dicional;

4) la amó como a sí mismo;

5) después de su sacrificio de muerte, sustenta y

cuida a la iglesia.

¿Qué motiva al apóstol a decir esto? Pues, un ele­mento cultural que no debemos pasar por alto. Pa­blo se dirige a “gentiles convertidos”; todos ellos de nacionalidad no judía, probablemente, la ma­yoría griegos. Para la mentalidad de esos pueblos, la mujer era poco más que un animal y, en algunos casos, los animales tenían más valor. Era un ser que no tenía derechos. Los hombres podían disponer de sus mujeres como si fueran bienes. Ningún hom­bre estaba obligado a amar a su mujer, por el con­trario, ni siquiera estaba obligado a sustentarla. De ahí su insistencia en que el marido ame a su mujer (cosa que en Occidente aparece como natural, mien­tras que en algunos países orientales, la mujer siga sin contar).

Por otra parte, la expresión “cabeza”, en Occi­dente, ha llegado a ser símbolo de dominio y de po­der. Pero, no es esto lo que está queriendo decir Pa­blo; él está señalando la unidad indivisible que existe entre Cristo, quien da vida a la iglesia, y es­ta; su énfasis no está en la autoridad, sino en la entrega mutua. La iglesia se somete a Jesucristo por el amor que despierta su acción redentora y sacrificada en pro de ella, así co­mo Cristo se somete a la igle­sia, al grado de ofrendarle su propia vida. Sometimiento mutuo es lo que quiere expresar, no despotismo.

Digamos a mane­ra de conclusión que Pablo entiende que el hombre es cabeza de la mujer; pero el pa­rámetro para medir es­ta imagen literaria es Cris­to. Si alguno quiere ser cabeza de la mujer, no significa que deba ser él quien dé las órdenes, quien someta, quien dicte, quien sea conciencia de su mujer; esto es, justamente, lo que Cristo no ha­ce con su iglesia. Cristo salva, se entrega, se some­te a la muerte, deja todo, sustenta y cuida. Si algu­no no está en condiciones de asumir ese papel, entonces difícilmente puede llamarse cabeza de su mujer.

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