Las Generaciones Pedidas del Adventismo: El declive de las posiciones de liderazgos de mujeres adventistas del séptimo día
Por Bert Haloviak
12 de Mayo de 1990
Introducción
Recientemente me tomé una semana de vacaciones de mi trabajo en la Asociación General y, como todos los obreros de la Asociación General durante sus vacaciones, leí partes del Manual de Iglesia.
Estaba interesado en lo que el más reciente Manual dice en su p. 64:
“Las diaconisas estaban incluidas en el personal oficial de las primeras iglesias cristianas (Rom. 16:1, 2)… Sin embargo, no hay registro de que estas mujeres fueran ordenadas, por lo tanto la práctica de ordenar diaconisas no es seguida por la Iglesia Adventista del Séptimo Día”
Esa declaración ha estado en el Manual desde su primera edición en la década de 1930.
Lo que esto revela, sin embargo, es que los editores no sabían mucho acerca de la historia del Adventismo en la década de 1890. En 1895 Elena de White escribió un artículo en la Review and Herald la cual en parte declaraba:
“Las mujeres que estén dispuestas a consagrar parte de su tiempo al servicio de Señor deberían ser establecidas para visitar al enfermo, cuidar al joven, y ministrar para las necesidades del pobre. Ellas deberían ser apartadas para esta obra mediante oración e imposición de manos… Que cada individuo trabaje, privadamente o públicamente, para ayudar a avanzar en esta gran obra” (Review and Herald, 9 de Julio de 1895)
Como consecuencia de esta declaración, hecha cuando Elena de White estaba en Australia, un número de mujeres fueron ordenadas en Australia y Nueva Zelanda.
Elena de White y la IASD del siglo XIX no estaban preocupados acerca de la cuestión de la falta de autoridad escritural para resolver ese asunto de política eclesiástica.
Apunto a esa situación para ilustrar cuan poco sabemos sobre el ministerio adventista del siglo XIX mientras tomamos la mayoría de nuestras decisiones acerca de la mujer en el ministerio en la década de 1970.
No fue sino hasta mediados de 1970 cuando esta declaración sobre la ordenación de Elena de White fue redescubierta.
Nosotros tampoco sabemos que alrededor de 20 mujeres adventistas del séptimo día sirvieron como ministras con licencias en la IASD del siglo XIX. Los adventistas del séptimo día del siglo XIX no parecían abrumados sobre la falta de autoridad escritural para darles licencias a mujeres como ministras.
La mayoría de nosotros (incluyéndome) no sabemos que la iglesia casi ordenó mujeres como ministras en todo sentido de la palabra tan temprano como 1881.
Lo que yo no sabía acerca de la década de 1920:
Esto me trae a otro asunto. Un par de meses atrás uno de los comités en la Asociación General me pidió que hiciera una investigación que explicara el declive de las mujeres en posiciones de liderazgo dentro de la iglesia.
Esto es lo que decía la asignación:
“Nuestra oficina trata con igual oportunidad de empleo para mujeres y otros grupos especiales; por lo tanto, debemos continuamente estar buscando por estrategias que podamos recomendar a los líderes para mejorar en esta área.
Nuestra discusión no incluirá el asunto de la ordenación. Estamos más preocupados acerca de encontrar maneras de asegurar la contratación de mujeres calificadas en áreas que sean aceptables para la iglesia”
Mientras empezaba la investigación, rápidamente vi que un declive mayor de mujeres es posiciones de liderazgo ocurrió en la década de 1920.
En la década de 1890 aproximadamente el 15 por ciento de todas los puestos administrativas dentro de las asociaciones de Norteamérica eran ocupadas por mujeres adventistas. Per a mediados de la década de 1920 las mujeres ocupaban la mitad de ese número (un 7,8% en 1928). Por mediados de la década de 1930, las mujeres ocupaban solo un 4,5 de los puestos administrativos.
Como es usual el caso en mi investigación, concluí que la principal razón era precisamente la razón que el comité no quería discutir: la ordenación.
En resumen: las mujeres adventistas perdieron sus puestos administrativos debido a que no eran elegibles para la ordenación. Aquí está el escenario:
Enfoque evangelístico temprano:
La IASD, en su visión del ministerio después de la puerta cerrada, se enfocó completamente sobre el recientemente descubierto mensaje del tercer ángel y efectivamente evangelizó el medio oeste de América durante la décadas de 1850 y 1860.
El deber del ministro era “predicar la palabra, enseñar fielmente las declaraciones simple de la palabra de Dios” y luego seguir adelante.
Si evangelistas se convirtieran en “pastores” y se asentaran en las iglesias, ellos emularían a las iglesias caídas debido a que “la iglesia los miraría a ellos en vez de al Señor”.
La ausencia del pastorado estacionario, sin embargo, pronto trajo problemas a las iglesias: las iglesias estaban siendo desbandadas, los hijos estaba rechazando la religión de sus padres, las iglesias estaban plagadas por desunión.
Por la década de 1890, los adventistas habían desarrollado un “departamental” del concepto de ministerio en equipo dentro de la iglesia. Hombres y mujeres laicos asumieron responsabilidades locales que incluían los puestos de ancianos, diáconos/diaconisas y líderes misioneros.
El mismo término “misionero” indica que las preocupaciones de nutrición “pastoral” fue de hecho una actividad “misionera”
Misioneros locales
Cuando la iglesia se centró completamente sobre su enfoque evangelístico-debate sobre el ministerio que desarrollo una multitud de problemas incluso mientras expandía su membresía
Así es como Elena de White se dirigió al asunto en 1879
“Carecemos de actos de simpatía y benevolencia, en ministrar sagrada y socialmente al necesitado, al oprimido, y al que sufre. Se necesitan mujeres que puedan trabajar ahora, mujeres que aparten su atención del yo, humildes y modestas de corazón, que trabajen con la mansedumbre de Cristo, en donde puedan encontrar trabajo para realizar en favor de la salvación de las almas”
Ella le escribió a Haskell, “debe haber más visitación a las iglesias y cuidado por aquellos que ya se han levantado”. Ella redefinió el ministerio: “Hay más necesidad no solo de ministros, sino de aquellos que puedan actuar como misioneros”. Aquí está el concepto de misioneros.
Los adventistas del séptimo día se habían metido demasiado en debates. La hermana White demandó que una fuerza de obreros “vaya a las iglesias, grandes y pequeñas, para instruir a los miembros como trabajar para la edificación de la iglesia, y también para los no creyentes”. La iglesia local necesitaba ser educada en tales asuntos como “piedad personas y religión hogareña”, entendimiento del ministerio de Cristo, como dar lecturas bíblicas y hacer trabajo misionero. Esa fuerza de entrenamiento de obreros, según Elena de White, debería incluir a hombres y mujeres y realizar las funciones que hoy le asignamos al ministerio entrenado.
La perspectiva de Elena de White de una “ministerio de compasión” resolvió el dilema “pastoral-evangelístico” del siglo XIX y trajo a la iglesia una metodología para lidiar con las realidades urbanas del siglo XX. Comenzando en Junio de 1895, Elena de White escribió una serie de artículos que se enfocaba sobre metodologías designadas para evangelizar las ciudades. Una de las propuestas hechas por Elena de White en sus artículos de la Review and Herald era que mujeres que se involucraran en esta metodología evangelística-pastoral “deberían ser apartadas mediante la oración y la imposición de manos”
Si esto hubiera ocurrido a cualquier extensión en la década de 1890, más que probable las mujeres no habrían perdido sus posiciones de liderazgo en la década de 1920.
Las mujeres, en la década de 1890, se habían elevado a posiciones de liderazgo en las asociaciones en aquellas áreas que ´más directamente se relacionaban con la obra de la iglesia local. A menudo las mujeres estaban las secretarias de las Sociedades Misioneras y Publicadoras, secretarias de la Asociaciones de Escuela Sabática, y oficiales de Sociedades de Temperancia y Salud.
La Sociedades Internacional Misionera de Folletos fue el arma misionera más efectiva de la iglesia. Estas sociedades locales se volvieron el punto de apoyo para lo obra local y nacional de la iglesia.
Cuando las sociedades comenzaron reuniones misioneras semanales, el tono espiritual de la iglesia como también su membresía se incrementó grandemente.
Las líneas de trabajo incluían: circulación de literatura adventista, realización de lecturas bíblicas, circulación de peticiones concernientes a asuntos de libertad religiosa, correspondencia misionera doméstica y extranjera, visitación a hogares, aliento pastoral a creyentes aislados y miembros de iglesia desalentados, búsqueda de hogares para los huérfanos y desamparados, estímulo del pago de diezmos y recaudación de fondos.
Dentro de las misiones urbanas las mujeres eran colportoras exitosas y lectoras bíblicas. De hecho, Guillermo White, el hijo de Elena, consideraba a las mujeres obreras como “nuestras obreras líderes en las misiones urbanas”” (HM Extra, Feb 1890)
Durante la era Victoriana era, por supuesto, inapropiado para los hombres que trabajen casa por casa en las ciudades durante el día.
La Sociedad de Folletos incluso publicó un documento, el Home Missionary: diseñado para estimular a miembros laicos para hacer aquellos obras “misioneras” que se podían hacer en sus propias áreas, o lejos mediante cartas.
“la obra misionera práctica, adaptada para aquellos que pueden disponer de una parte de su tiempo para la obra, y que no pueden dejar sus hogares, pero deben trabajar en sus propios vecindarios y mediante cartas. La gran mayoría de nuestros obreros misioneros están situados de tal manera que su obra debe ser realizada en sus hogares. Por este motivo sentimos que es muy importante que instrucciones cuidadosas deben ser dadas con referencias a los métodos de la obra local” (HM, Jan 1891)
Las mujeres servían como editoras del Home Missionary, como instructores de métodos de misión local en colegios adventistas (para ministros y obreros), como secretarias de sociedades estatales y como líderes misioneras en las iglesias locales.
Ahora saltemos a la década de 1920. Recuerden, dijimos que en la última parte de la década presenciamos un declive dramático en el rol de las mujeres en las posiciones de liderazgo en las iglesias.
La Década de 1920, una reacción conservadora
Por la década de 1920, la iglesia había finalmente escuchado el consejo de Elena de White y había entrado a las grandes ciudades, pero un problema mayor apareció. Muchos estaban incómodos acerca de las iglesias en las grandes ciudades y los pastores locales que parecían estar pasar por encima de ellas. Los administradores de la iglesia estaban temerosos de esta innovación. No fue hasta en 1920 que los adventistas empezamos a desarrollar un pastorado local en una manera significativa. (Una sorpresa para mi mientras trabajaba a través de documentos de la década de 1920)
Los conservadores estaban temerosos de que estuviéramos perdiendo nuestro fervor evangelístico.
La Gazeta de Oficiales de Iglesia, editada por el correspondiente secretario de la Asociación General, Tyler Bowen, se convirtió en el órgano para argumentar en contra del establecimiento de pastores locales.
Todas las declaraciones de Elena de White fueron cuidadosamente seleccionadas para apoyar esa posición (Uso incorrecto o selectivo de EGW en la década de 1920). Bowen consistentemente argumentó contra la “pastorización”.
Otro asunto fue la recolección de fondos para la obra misionera en el extranjero. Además de la semana de fondos de 60 centavos, había una Gran Semana, la semana de sacrificio, extensión de la misión y la campaña de la Cosecha. Una manera de evitar tanto enfoque “pastoral” era hacer a los líderes departamentales los recolectores de fondos misioneros. La recolección de fondos se volvió tan fuertemente identificada con el departamento misionero que Leroy Froom de la Asociación Ministerial escribió esto en 1927: “El Departamento Misionero fue originalmente fundado para guiar a los laicos al servicio, pero ha sido absorbido tanto por la procuración financiera del movimiento que se ha vuelto realmente un anexo de la tesorería. Debemos enfatizar de nuevo el llamado de Dios sobre hombres y mujeres consagrados para testificar por Él”
Cuando consideraciones financieras asumieron importancia vital, el hecho que los empleados eclesiásticos oficiales podían obtener descuentos en trenes no se les perdió a los administradores.
Resolviendo el problema – La Cuestión de la Ordenación:
Administradores buscaron resolver estos asuntos en 1923. Cuatro días antes del Concilio de Otoño se destinaron a eso por el Comité de la Asociación General, y los presidentes de las uniones y la División Norteamericana.
John K. Jones, presidente de la Asociación de New York, trató el tema que era el más sensitivo. Al aludir a los miedos de muchos mientras pastores de iglesias locales estaban apareciendo, Jones quería “impresionar a todos los departamento mediante palabra y por escrito, que nuestros departamentos tienen una sola excusa para existir, es decir, la de ser agencias ganadoras de almas”. Él enfatizó que “solo hombres que tengan como su objetivo el de ganar almas” deberían ser escogidos como líderes.
Los oficiales de la Asociación General y los presidentes de las uniones y asociaciones y más tarde el Concilio Otoñal aprobaron lo siguiente:
“Obra Departamental – Unidad y Cooperación”: Nosotros recomendamos…
- Que en el futuro la selección de secretarios educacionales o superintendentes sea hecha a partir de aquellos que han tenido experiencia práctica en la obra de enseñar y en la de ganar almas, la conveniencia de entrenamiento normal siendo también reconocida. (Mujeres habáin previamente tenido prominencia en esas posiciones, dado que las mujeres habían sido predominantemente las maestras escolares)
- Que en el futuro los secretarios de misioneros y de voluntarios misioneros sean seleccionados aquellos que hayan tenido experiencias exitosas en la obra evangelística, preferentemente ministros ordenados”
Así las mujeres fueron inadvertidamente “recomendadas” para ser eliminadas de los tres departamentos con las que habían sido más identificadas. Así empezó la defunción de las mujeres en posiciones administrativas eclesiásticas.
Al mismo tiempo, un documento titulado “La Obra del Ministro” fue aprobado. Una de sus provisiones “recomendaba que cada ministro, sea un pastor residente o un secretario departamental, haga de su objetivo el comprometerse en un esfuerzo agresivo para ganar nuevos miembros a la fe”
Dado que a ordenación efectivamente se convirtió en un requerimiento para el liderazgo en los departamentos, tales líderes fueron ahora explícitamente definidos como ministros.
Al nivel de la iglesia local, las mujeres eran aún elegibles para ocupar posiciones de secretariado misionero en la iglesia, incluso aunque esta se había vuelto una posición ordenada en el nivel de las asociaciones y de la Asociación General.
La economía impacto aun más en las posiciones de las mujeres en el Concilio Otoñal de 1932: “Debido a las exigencias de las condiciones económicas actuales… recomendamos, que nuestras organizaciones empleadoras esparzan su poder de empleo tanto como sea posible entre nuestros miembros, y que la lista de empleados sea tan ajustada que ambos, el marido y la mujer, no sean empleados remunerativamente. Donde, para mantener la eficiencia de la obra, o por motivos especiales, parezca necesario variar de esta regla mediante el empleo de una hombre y su mujer, la esposa debe ser pagada sobre la base de un sueldo grandemente reducido.”
Conclusión
A mi manera de ver, la esperanza más grande para la Iglesia Adventista del Séptimo Día del futuro concerniente al asunto de la mujer en el ministerio yace en los consejos de Elena de White. Como una jovencita, incluso antes de recibir alguna visión, Elena de White sintió su llamado. Ella describe su experiencia:
“Cuando en mi juventud Dios abrió las Escrituras a mi mente, dándome luz sobre las verdades de su palabra, yo fui a proclamar a otros las preciosas nuevas de salvación. Mi hermano me escribió, y dijo, “ruego que no traigas desgracia a la familia. Haré lo que sea por ti para no vayas como una predicadora”. “¡Desgracia para la familia!” contesté, “¿puede ser una desgracia para la familia que yo predique a Cristo crucificado?” (Uno puede preguntarse hoy, ¿Puede ser una desgracia para la iglesia que una mujer predique a Cristo resucitado?, la Hermana White continúa). Si tu pudieras darme todo el oro que tu casa puede contener, aun así no cesaría de dar mi testimonio para Dios… No me quedaré en silencio, porque cuando Dios imparte su luz para mí, el pretende que lo difunda a otros, de acuerdo a mi habilidad” (Signs of the Times, 26 de Enero de 1889)
Y ella nunca pareció atada por reglas fijas o definiciones concernientes al ministerio: “El plan de salvación no debe ser trabajado bajo las leyes y reglas especificadas por hombres. No debe haber reglas fijas; nuestro trabajo es un trabajo progresivo, y se debe dejar espacio para métodos sobre los cuales mejorar” (Review and Herald, 23 de Julio de 1895)
Mi estimado pastor, muy buen trabajo, buena la investigación PERO LA CONCLUSIÓN todo un lastre. Nadie se opone y no es un tema en discusión que la mujer predique, haga la obra de evangelista, imparta estudios bíblicos, es mas ella PUEDE Y DEBE HACER TODO IGUAL QUE LOS HOMBRES, SOLO QUE NO DEBERÁ SER ORDENADA COMO PASTORA NI COMO ANCIANA Y POR SUPUESTO NO EJERCERÁ TALES FUNCIONES PUES ASÍ ESTA ESCRITO.
Lamento y veo con tristeza como ustedes muchos de nuestros pastores tocan este tema con prejuicio y carcomido interés en imponer lo que no se a dicho y decir lo que no es, referente a este tema. DIOS LE AYUDE.