¿Deberían los esposos tener la última palabra?
Por Erin Ortega
Con mucha confianza los complementaristas afirman que los esposos son los líderes establecidos por Dios de sus familias. Como líderes, tiene el derecho y la responsabilidad de tomar las decisiones finales en el hogar. De aquí en adelante me referiré a este “derecho marital” como la “cláusula de la última palabra”.
La cláusula de la última palabra usualmente proviene de los versículos que mencionan al esposo como la cabeza de la esposa o versículos que mandan a la esposa que se someta a su marido. Pero interpretar estos pasajes como si le concedieran al esposo una autoridad mayor en el matrimonio que el de las esposas, socaba la igualdad básica de todos los creyentes que se encuentra en la Escritura.
En el Nuevo Testamento, se les dice claramente a los esposos que amen a sus esposas. En contraste, nunca se les dice que gobiernen a sus esposas. Con esto en mente, consideremos lo que 1 Corintios 13, tal vez el pasaje más importante sobre este tema, nos dice acerca de la naturaleza del amor.
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos” (1 Corintios 13:4-9)
Estos versículos debilitan la interpretación complementarista de lo que Pablo quiso decir cuando le mandó a los esposos que amen a sus mujeres.
En el versículo 5, aprendemos que el amor “no busca lo suyo”. La palabra griega que aquí se traduce como “buscar” significa “luchar por” o “exigir o demandar”. El esposo no debe “exigir o demandar” que su esposa se someta a su voluntad. Esta definición de amor amenaza la “cláusula de la última palabra”.
El versículo 9 trae otro golpe a la doctrina complementarista: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos” (énfasis agregado). ¿Están incluídos los esposos en esta oración? Es claro que si.
Los esposos no conocen completamente la voluntad de Dios en cada situación. Ellos deben buscar las respuestas junto con sus esposas en vez de aferrarse a su “derecho” basado en su orgullo de tomar la decisión final. Después de todo, todos carecemos de conocimiento. Por eso es que nos necesitamos mutuamente.
Echemos una mirada a 1 Pedro 3:5-7. El versículo 6 usualmente es citado por los complementaristas porque, al leerlo superficialmente, parece sugerir que las esposas deberían obedecer a sus esposos. Sin embargo, me gustaría que nos enfoquemos en el versículo 7, porque se dirige a los esposos y les da un mandato. El pasaje dice lo siguiente:
“Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.” (1 Pedro 3:5-7)
Ya hemos estudiado el mandato al esposo para que ame a su mujer; ahora miremos a la directiva de honrarla. ¿Qué significa honrar a otro? Esta palabra aparece 43 veces en el Nuevo Testamento. A veces se relaciona con el valor monetario de un objeto físico (Mat. 27:6, 9; Hch. 4:34, 5:2-3, 7:16, 19:19; 1 Cor. 6:20, 7:23; Col. 2:23). Pero más a menudo trata del respeto profundo que se le debe a Dios (1 Ti 1:17, 6:16; Heb 2:7; 9; 3:3; 1 Pe 1:7, 2:7; 2 Pe 1:17; Apo 4:9 & 11, 5:12-13, 7:12, 19:1) o el estatus elevado de una determinada persona (Jn 4:44; Hch 28:10; Rom 2:7; 10, 9:21, 12:10, 13:7; 1 Co 12:23-24; 1 Te. 4:4; 1 Ti 5:17, 6:1; 2 Ti 2:20-21; Heb 5:4; 1 Ped. 3:7; Apo 21:24-26).
Entre las definiciones del Diccionario Strong para esta palabra están “estimado”, y “deferencia, reverencia”. La deferencia está profundamente relacionado al término “someterse” y la reverencia es muy similar al mandato a la mujer de respetar a su marido. Es extraño cuán similar son estos mandatos cuando se los estudia profundamente ¿verdad?
¿Puedes honrar a alguien cuando rechazas sus aportes y autoridad y te niegas a aceptar sus consejos y convicciones?
Nada en este mandato le da a los esposos el derecho de establecer alguna clase de “rango” e ignorar los aportes y convicciones de sus esposas. Debido a todo el énfasis puesto en la palabra “someterse” cuando se la aplica a las esposas (aunque es aplicable a todos los creyentes), puedo argumentar que la palabra “honrar” es al menos tan clara como la palabra “someterse” al mandar a los esposos que pongan su cónyuge por encima de ellos mismos.
Y Dios lleva esto un paso más lejos. No solo los esposos deben honrar a sus esposas, sino que Dios en realidad aplica un castigo si los hombres no lo hacen. Sus oraciones serán obstaculizadas. Dios les pide a los hombres que rindan cuentas si no escuchan y aprenden de las mujeres.
Dado que los hombres ya estaban en posiciones de poder en esa sociedad, les hubiera resultado sencillo evitar cumplir este mandato. Nadie les obligaría a honrar a sus esposas si elegían no escuchar el mandato de Pablo. En contraste, las esposas podían ser obligadas a someterse a sus esposos, y podían enfrentar acciones civiles si no lo hacían, dado que muchos de los códigos legales de ese tiempo exigían la sumisión femenina.
Debido a la diferencia cultural de poder entre hombres y mujeres, el mandato de Pablo es incluso más revolucionario. Se les pide a los esposos que hagan algo que es radicalmente contra-cultural. Cuando a los esposos la Escritura les pide que amen y honren a sus esposas, se les está pidiendo que se sometan mutuamente junto a ellas.
El mandato de Pablo a las esposas para que se sometan muy probablemente protegía a las mujeres del daño que les hubiera producido una rebelión abierta en un contexto patriarcal. Una esposa que no se sometía hubiera enfrentado considerables problemas en su vida diaria. Pero para hombres que no tenían ninguna exigencia social o legal para someterse, Dios mismo dice: “les pediré que me rindan cuentas, ustedes responderán ante mi”. Verdaderamente, con Dios no hay ningún tipo de parcialidad.
Dios iguala el campo de juego y se asegura que permanezca balanceado.
Una esposa no es honrada o amada si sus aportes no son vistos como del mismo valor, viabilidad y vitalidad para el bienestar de su familia. Un esposo que espera que su esposa se someta, pero se niega a hacer lo mismo fracasa en amar y honrarla.
Dios no ubica a un miembro adulto de la familia sobre otro, dándole al varón preeminencia sobre la mujer. Dios tampoco le pide a las mujeres que ignoren sus propios dones de discernimiento espiritual para mantener el privilegio de los hombres.
Cada creyente debe atenerse a la voluntad de Dios y esperar su palabra. Este mandato incluye a las mujeres. Ninguna mujer puede negarse a la voluntad de Dios para respetar la voluntad de su esposo. El mandato de que los esposos aman y honren a sus esposas ciertamente implica estimarla como iguales no solo en valor, sino también en función, respetando sus dones, su sabiduría, su liderazgo y las decisiones que toma.
Oro para que la “cláusula de la última palabra” realmente diga su última palabra.
Fuente: http://www.cbeinternational.org/blogs/should-husbands-have-last-word