Declaración Consensuada del Comité de Estudio de la Teología de la Ordenación (TOSC)

En un mundo alienado de Dios, la iglesia está constituida por aquellos que fueron reconciliados con Dios y con los demás. Por medio de la obra salvífica de Cristo, ellos se unen a él por la fe a través del bautismo (Ef 4:4-6), llegando así a ser un sacerdocio real cuya misión es anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2:9). Los creyentes son ministros de reconciliación (2 Co 5:18-20), llamados y habilitados, a través del poder del Espíritu y los dones que éste les otorga, a ser portadores de la comisión evangélica (Mt 28:18-20).

Aunque todos los creyentes son llamados a utilizar sus dones espirituales para ministrar a los demás, las Escrituras especifican ciertos puestos de liderazgo que fueron acompañados por el respaldo público de la iglesia para personas que cumplen con los requisitos bíblicos (Nm 11:16-17; Hch 6:1-6; 13:1-3; 14:23; 1 Tm 3:1-12; Tit 1:5-9). Varios respaldos públicos de esta índole involucran “la imposición de manos”. Las versiones modernas de las Escrituras utilizan la palabra ordenar para traducir muchas palabras diferentes del griego y el hebreo que tienen la idea básica de seleccionar o designar, que describen la colocación de estas personas en sus respectivos oficios. A lo largo de la historia cristiana, el término ordenación ha adquirido significados que an más allá de lo que estas palabras implicaban originalmente. Con ese telón de fondo, los adventistas del séptimo día entienden la ordenación, en un sentido bíblico, como la acción de la iglesia de reconocer públicamente a aquellos a quienes el Señor ha llamado y equipado para el ministerio local y global de la iglesia.

Además del papel singular de los apóstoles, el Nuevo Testamento identifica las siguientes categorías de líderes ordenados: el anciano/supervisor (Hch 14:23; Hch 20:17, 28; 1 Tm 3:2-7; 4:14; 2 Tm 4:1-5; 1 P 5:1) y el diácono (Flp 1:1; 1 Tm 3:8-10). Aunque la mayoría de los ancianos y diáconos ministraban en ámbitos locales, algunos ancianos eran itinerantes y supervisaban territorios mayores con múltiples congregaciones, lo cual puede reflejar el ministerio de individuos tales como Timoteo y Tito (1 Tm 1:3-4; Tit 1:5).

En el acto de ordenación, la iglesia confiere autoridad representativa sobre ciertos individuos para la obra específica de ministerio a la cual fueron designados (Hch 6:1-3; 13:1-3; 1 Tm 5:17; Tit 2:15). Estos ministerios pueden incluir representar a la iglesia; proclamar el evangelio; administrar la Santa Cena y el bautismo; plantar y organizar iglesias; guiar y nutrir a los miembros; oponerse a falsas enseñanzas; y proveer servicio general a la congregación (cf. Hch 6:3; 20:28-29; 1 Tm 3:2, 4-5; 2 Tm 1:13-14; 2:2; 4:5; Tit 1:5, 9). Aunque la ordenación contribuye al orden de la iglesia, no confiere cualidades especiales a las personas ordenadas ni introduce una jerarquía real en la comunidad de fe. Los ejemplos bíblicos de ordenación incluyen la entrega de una responsabilidad, la imposición de manos, el ayuno y la oración, y encomendar a quienes fueron puestos aparte a la gracia de Dios (Dt 3:28; Hch 6:6; 14:26; 15:40).

Los individuos ordenados dedican sus talentos al Señor y a su iglesia para una vida de servicio. El modelo fundacional de ordenación es Jesús designando a doce apóstoles (Mt 10:1-4; Mr 3:13-19; Lc 6:12-16), y el modelo máximo de ministerio cristiano es la vida y obra de nuestro Señor, que no vino para ser servido sino para servir (Mr 10:45; Lc 22:25-27; Jn 13:1-17).

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