Una mesa preparada

 

UNA MESA PREPARADA

por Iris M. Yob

“Me llevó a la cámara del vino, y su bandera sobre mí fue amor” (Cant. 2:4).

Cuando Dios pone la mesa,el acontecimiento se convierte en un banquete, la comida se torna una fiesta, y la lista de invitados abarca todo el mundo. Las invitaciones anuncian: “¡Todos los sedientos, venid a las aguas! ¡Y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche!” (Isa. 55:1). A nadie se envía con hambre o sed, solo ni desesperado. Hay aceptación, alimento y oportunidad para todos.

La obra de Dios es una obra que da la bienvenida, una obra que alimenta, una obra necesaria. Dios, como el Buen Pastor,“prepara una mesa en presencia de mis angustiadores” (Sal. 23:5). Dios, como la Sabiduría,“mató sus víctimas, mezcló su vino, y puso su mesa” (Prov. 9:2). “Como nuestro amante Padre celestial, [nos] llevó a la cámara del vino, y su bandera sobre [nosotros] fue amor” (Cant. 2:4). Como nuestro Padre, le pedimos: “Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mat. 6:11). Podemos acudir a Dios como una madre:“Para que os nutráis y os saciéis del seno de sus consuelos; para que bebáis, y os deleitéis con su abundancia” (Isa. 66:11). Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35) y el “agua viva” (Juan 4:10). Hasta el final del tiempo celebraremos el amor redentor de Dios reuniéndonos alrededor de la mesa puesta con los símbolos del pan y del vino.

Todos los que han tenido oportunidad de gustar y ver “qué bueno es el Señor”(Sal. 34:8), se convierten en servidores de la mesa al servir a otros para que satisfagan el hambre de sus almas. Cada vez que el Señor ve que todavía hay lugar en su mesa, dice a su siervo: “Sal a los caminos y vallados, y aprémialos a entrar, hasta que se llene mi casa” (Luc. 14:23). De este modo, la mesa de la bienvenida es también una mesa de servicio, una mesa de ministerio. Con la misma seguridad con la que hay un lugar degrada para cada persona, sin tener en cuenta su género, raza, origen étnico o poder social o político, también existe un lugar de ministerio dispuesto para todos. Inspirados por la bondad de Dios, algunos llevarán a cabo este ministerio privadamente y otros lo harán públicamente.Algunos serán reconocidos por la iglesia como especialmente dotados y serán asignados a esta obra de tiempo completo mediante la imposición de las manos. En vista de lo abarcante que es la invitación a venir y comer en la mesa del Señor, nuestro conocimiento del amor de Dios que lo abarca todo nos compele a ver que la invitación a venir y servir es igualmente abarcante.

En esta colección de escritos, los autores celebran este amor compelente e inclusivo. Reconocen que desde el comienzo se ha dispuesto un lugar para las mujeres en el servicio de Dios, que incluye los numerosos ministerios facultados por los dones del Espíritu.

Estos autores aman la Palabra de Dios. Demuestran su dependencia de las Sagradas Escrituras examinando sus pasajes con cuidadosa atención y honradez. Revelan su confianza en la integridad de su mensaje considerándolo como la inspiración de Dios. Aunque está expresado con palabras humanas y preservado con las limitaciones de la gramática, sintaxis, vocabulario y semántica de idiomas antiguos y actitudes men­tales de otros tiempos, disciernen que las Sagradas Escrituras han estado invitando constantemente a hombres y mujeres a la vida abundante y al servicio voluntario durante todos los años de la historia de la salvación.

Además, estos escritores valoran la fe que han recibido del patrimonio adventista. Respetan las luchas de los pioneros, las piedras fundamentales colocadas por los primeros dirigentes de la iglesia y los esfuerzos e informes de sus fieles miembros a lo largo de los años.Y nos alertan a la eventualidad de que la fe una vez dada a la humanidad no esté anquilosada, sino viva a la posibilidad. Como la fe de los que ya se han ido, nuestra fe puede completarse y perfeccionarse a medida que comprendemos plenamente el impacto de sus promesas.

Desde la primera familia, a lo largo de los milenios del Antiguo Testamento, a través de toda la era cristiana y hasta el Movimiento Adventista, los autores nos muestran cómo los puestos en la mesa han sido ocupados tanto por hombres como por mujeres. Nos recuerdan que somos fundamentalmente uno en Jesucristo —uno en redención, uno en llamamiento, uno en servicio, uno en esperanza.

Se nos ha enseñado que en la creación, el hombre y la mujer —en mutualidad, relación, reciprocidad, correspondencia e igualdad— constituían la imagen de Dios. A ambos se les dio dominio sobre la tierra; debían ser estudiantes, gobernadores y agricultores. Encontraron satisfacción, plenitud y compañerismo en su mutua relación. Según Génesis 2, Dios creó un habitante de la tierra, ‘adam, para que cuidara la tierra, ha ‘adama, de la que esta criatura había sido hecha. Este ser humano único era un ser indiferenciado hasta que el hombre, ish, encontró a otro ser humano, la mujer, ishshah, y ambos se unieron para formar “una sola carne”.“¡Por fin me veo!” dijo el ‘adam, “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén. 2:23). Eva fue llevada a Adán como su ayudadora, su compañera, su socia, en todo sentido comparable a él. En el Paraíso, dos seres humanos complementarios constituían la humanidad; seres iguales en su humanidad, en su vocación, en sus privilegios, en sus responsabilidades y en su mutua relación.

Génesis 3 los presenta como iguales en su vulnerabilidad y responsabilidad. Eva demostró iniciativa, aunque mal dirigida; pero no fue reprochada por eso. Adán aceptó su instancia, recibió la fruta prohibida y la comió; pero no fue reprochado por no haber ejercido control sobre ella. Ambos estaban igualmente inseguros y avergonzados, enajenados y temerosos, a la defensiva, evasivos y acusadores. Ellos y sus herederos tuvieron que soportar los resultados de sus elecciones fatales. Iguales en la aflicción, iguales en la mortalidad, iguales en la necesidad de salvación. Y ambos llevan en su naturaleza lo que se ha llamado “defectos congénitos”: Eva y sus hijas manifiestan su tendencia a pecar comprometiendo su individualidad al condescender a aceptar la voluntad del hombre .Adán y sus hijos muestran la misma tendencia a pecar al controlar a la mujer. La subordinación de la mujer al hombre y la presunta autoridad del hombre sobre la mujer, son el resultado del pecado en el mundo, amenazas a la supervivencia y felicidad humanas que deben combatirse lo mismo que la tierra dura, con sus espinas y cardos.

El gran drama de la historia humana comenzó con la perfección. Luego, la humanidad cayó en el pecado, pero se le ofrece redención. En el momento de alejarlos del huerto del Edén y del árbol de la vida, también se les dio la promesa de restauración. “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su Descendiente.Tú le herirás el talón, pero él te aplastará la cabeza” (Gén. 3:15).Así como los resultados de su elección se hicieron evidentes de inmediato, también el plan de salvación se puso en evidencia. Se nos recuerda que la redención es la restauración de las relaciones correctas entre Dios y la humanidad —su dimensión vertical—, y de las relaciones correctas entre la gente —su dimensión horizon­tal. La visión esencial del hombre y la mujer se cumple en nosotros cuando la existencia humana vuelve a aproximarse al ideal edénico de vivir, amar y trabajar juntos, por la gracia de Dios.

En todos los tiempos del Antiguo Testamento, durante las eras patriarcal, de los jueces, de los reyes y de los profetas, los autores bíblicos refieren los hechos de hombres y mujeres llamados al servicio de Dios.Vemos a los hebreos liberados en la ribera del Mar Rojo conducidos por María, hermana de Moisés, en un canto de alabanza después de la destrucción de sus perseguidores egipcios. Vemos a la profetisa Débora actuando como juez para dirimir los desacuerdos entre miembros del pueblo de Dios, debajo de una palmera entre Ramá y Betel. Observamos al capitán del ejército de Israel que le ruega que lo acompañe en el momento de atacar a sus enemigos. Escuchamos las exclamaciones de los soldados cuando Débora reanimó su valor con sus palabras. Notamos las palabras de su canto de victoria en el que conmemora las valientes hazañas del ejército de Israel, y de Jael, la mujer en cuyas manos Dios entregó al general enemigo: “.. .cuando el pueblo se ofrece voluntariamente, ¡load al Eterno!” (Jue. 5:2). Vemos a la profetisa Huida proclamar sin temor juicio y esperanza a Josías, el rey, y observamos cómo vuelve a toda la nación nuevamente hacia Dios con sus palabras que resuenan en sus oídos. Y hay otras mujeres que tachonan toda esta historia, quienes arriesgaron mucho, creyeron firmemente y no perdieron la esperanza como líderes y liberadoras del pueblo de Dios.

La invitación más compelente hecha a las mujeres para que participen en el ministerio fue presentada por Jesús. Los autores bíblicos declaran que entre los que viajaban con el Maestro se encontraban María Magdalena, Juana y Susana, quienes no sólo aprendían de él, sino además sostenían la obra con dinero procedente de sus abundantes recursos. Algunas mujeres eran discípulas privilegiadas. María, que se sentaba a sus pies para escuchar sus enseñanzas; la mujer samaritana que aprendió de él que era el Mesías prometido; María y las demás mujeres que fueron las primeras en ver al Salvador resucitado y en llevar las buenas nuevas a los demás .Al aceptar a esas mujeres como discípulas, Jesús protestó contra las restricciones que excluían a las mujeres del templo, de la Tora y de los cargos directivos. Estaba estableciendo el reino de los cielos en su inclusividad radical. Por medio de sus acciones aseguró que estas mujeres cumplieran los requisitos básicos del discipulado y el apostolado: eran aprendices y testigos personales de su vida y enseñanzas, y ellas compartían lo que recibían.

La iglesia cristiana primitiva, las primeras generaciones que heredaron las buenas nuevas de Jesús, tenían numerosos lugares en los que las mujeres se sentían bienvenidas. Se nos recuerda que en el Pentecostés, las lenguas de fuego no discriminaron entre hombres y mujeres. El poder de Dios cayó en los hombres y las mujeres que se habían reunido en ese lugar para esperar la manifestación de Dios. Los dones del Espíritu Santo: sabiduría, predicación, fe, sanidad, milagros, profecía, lenguas, ministerio, enseñanza, liderazgo, compasión, exhortación y generosidad, fueron dados abundantemente a hombres y mujeres de la iglesia. Entre las mujeres que los recibieron se encontraban Dorcas, una discípula; Lidia, una dirigente de la iglesia, juntamente con otras mujeres de Tesalónica, Berea yAtenas; Febe, una diaconisa; las cuatro hijas de Felipe, profetisas; Junia, apóstol; Priscila, maestra y evangelista; y María, Narcisa,Trifena,Trifosa, Persis, Perpetua, Helena, Macrina, Nona, Marcela, Mónica, Antusa, Paula y una hueste de otras mujeres, todas ellas valiosas obreras de la iglesia. Una mesa de banquete repleta.

El nuevo sacerdote

Como lo explican los autores, para estos primeros cristianos, los conceptos de “sacerdocio” y “ministerio” adquirieron un nuevo significado a la luz de la cruz. El antiguo sacerdocio restringido a los descendientes varones de Leví, fue substituido por el “sacerdocio de todos los creyentes” y el privilegio del “ministerio” se entendía como la responsabilidad de todos de “servir” a la iglesia y promover su misión en el mundo. La ordenación al servicio estaba implícita en el bautismo, y la imposición de las manos era simplemente un acto adicional elegido por la comunidad para demostrar afirmación y apoyo para ministerios en particular. Discípulo, apóstol, misionero, diácono, evangelista, anciano —éstos son términos que se usaron a lo largo del tiempo, y con frecuencia implicaban roles intercambiables y sobrepuestos, y con frecuencia aplicados al servicio tanto de hombres como de mujeres. Basándonos en esto,podemos decir que la primera persona en “ministrar” o “servir” fue María, la madre de Jesús, quien declaró que era una“sierva de Dios”.

Pablo se aseguró de que hubiera lugar en una mesa para mujeres servidoras. Según varios autores, él entendía que las antiguas categorías que dividían a la familia de Dios estaban fuera de lugar en la comunidad cristiana —judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres. Las mujeres ocupaban un lugar importante entre sus conversos, en sus reuniones de predicación y entre sus colaboradores. Hemos aprendido que las congregaciones que le oían hablar de lo que hemos traducido como “primacía” o “mando”, no le oían hablar de “autoridad”,“control” o “superioridad” de los hombres sobre las mujeres; sino que entendían que estaba hablando de la “fuente vital” —una notable afirmación de la conexión que toda vida tiene en Dios. Las mujeres que le oían decir que debían guardar silencio en la iglesia no eran las mujeres dotadas con el poder de predicar, profetizar o enseñar, sino probablemente las mujeres que estaban aprendiendo la disciplina de la reverencia y adoración en la iglesia, en un momento cuando el gnosticismo y otras creencias amenazaban con introducir el caos en la iglesia. Los miembros que le oían hablar de sumisión en la familia no entendían que el apóstol se estaba refiriendo a las estructuras jerárquicas de poder reinantes en los hogares de sus vecinos sociales y culturales; entendían, en cambio, que se refería a la mutua sumisión en Cristo, al amor y respeto que debían sentir unos por otros, a las relaciones en las que predominaban el interés y la preocupación, y en el misterio de la dependencia mutua que proviene de la experiencia de ser “una carne en Cristo”.

No todas las generaciones sucesivas de cristianos retuvieron el pleno significado de las relaciones entre los seres humanos redimidos, hasta que Martín Lutero comenzó a recuperar el concepto de la mesa de bienvenida al reafirmar el principio fundamental del “sacerdocio de todos los creyentes”. Y en este respecto, entre otros, varios autores muestran cómo la Iglesia Adventista del Séptimo Día es heredera de la verdad según la cual los hombres y las mujeres tienen acceso directo a Dios y responsabilidad personal ante Dios. Elena de White, la más influyente de los dirigentes del primer período de la iglesia, ejemplificó este concepto funda­mental en la obra de su propia vida. Como mujer, también era predicadora, maestra, dirigente. En sus escritos y discursos públicos, instaba a la iglesia a que designara a mujeres dispuestas y consagradas a diversos ministerios. Propuso que debían ser apartadas para esta obra mediante la oración y la imposición de manos, y puesto que éste era su deber ante Dios, estas mujeres debían recibir pago en la misma forma como los hombres que hacían el mismo trabajo. En efecto, ella aun recordó el ideal edénico de dependencia mutua. Cuando escribió que Dios se proponía desde la creación del mundo que hombres y mujeres participaran juntos en el ministerio.

Otras personas,en sus días, trabajaron para hacer un lugar para las mujeres en el ministerio público de la iglesia. Los dirigentes ya en 1871, y nuevamente en 1881, presentaron mociones en los congresos de la Asociación General, según las cuales las mujeres debían ser entrenadas, licenciadas, ordenas y pagadas con los diezmos para que participaran en la enseñanza de la palabra de Dios. Desde entonces, en diversos congresos de la Asociación General, otros han llevado las mismas proposiciones a los dirigentes de la iglesia. Distinguidos dirigentes de los primeros años de la iglesia, como Urías Smith, J. N.Andrews,James White y G. C.Tenney, escribieron artículos en apoyo de la actuación pública de las mujeres en la iglesia. Muchos otros han añadido sus voces desde entonces. Numerosas mujeres a lo largo de los años han ocupado su lugar en la mesa de Dios en su categoría de predicadoras, evangelistas y administradoras de la iglesia. Hemos leído de Lulu Wightman, la evangelista más notable de sus días en el Estado de Nueva York, y acerca de Sarah Hallock Lindsey, Sarepta Irish (Sra. S.M.I.) Henry, Anna M. Johnson, Ellen Edmonds Lañe,Julia Owen y Helen May Stanton Williams, todas ellas reconocidas como ministros.Entre 1884y 1915,los años cuando Elena de White abogaba definidamente porque las mujeres fueran admitidas al ministerio pastoral, por lo menos 28 mujeres recibieron licencias ministeriales, y hasta donde hemos podido comprobarlo, 53 han recibido credenciales ministeriales hasta 1975, y es probable que sea un número mayor aún, puesto que numerosos registros son inexactos y otros se han perdido.

En la actualidad, las mujeres adventistas que han sido dotadas por el Espíritu y llamadas por Dios, se han preparado para el ministerio y están sirviendo en diversos cargos. En todo el mundo, una vasta mayoría de las mujeres que sirven como administradoras de departamentos de la iglesia, pastoras, capellanas e instructoras bíblicas han manifestado que la ordenación de las mujeres es apropiada. Podemos añadir a su testimonio el de un gran número de personas que han apreciado el liderazgo que estas mujeres han ejercido. En diversas formas han llevado a cabo la clase de servicios pastorales que las mujeres pueden efectuar mejor, como Elena de White predijo que lo harían. Su obra da testimonio ante la iglesia de que podemos confirmarlas en sus esfuerzos, aprobar públicamente su papel y valorar su contribución ordenándolas con toda confianza al ministerio al que han dedicado sus vidas.

Desde la fundación del mundo, la mesa del banquete ha estado puesta. Hay lugares reservados para todos, en salvación, en dones espirituales y en servicio. Las invitaciones de Dios están vigentes en todo tiempo. La capacitación de Dios no tiene restricciones, es ilimitada. El llamamiento de Dios es siempre sorprendentemente amplio e indica en forma admi­rable la amplitud de la redención. Dios concede con gozo a hombres y mujeres todos los privilegios de la salvación. La iglesia puede reconocer y validar agradecida todos los llamamientos de Dios al ministerio. Los hombres y las mujeres, con humildad y gozo, pueden ocupar su lugar juntos en la mesa de bienvenida, la mesa de gracia invitadora, la mesa de servicio responsable.


Sobre la autora: La Dra. Iris M. Yob, nacida en Australia, dirigió el Departamento de Educación en el Colegio de Avondále antes de emigrar a los Estados Unidos, en 1983, para hacer su doctorado en la Universidad de Harvard, en la rama de educación. Actualmente es profesora visitante de la Universidad de Indiana y presidenta de Living Words: Educating for Spirituality in the Contemporary World [Palabras Vivientes: Educando para la Espiritualidad en el Mundo Contemporáneo], Como escritora, oradora y educadora, comparte sus ideas acerca del crecimiento espiritual en los Estados Unidos y otros países.

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