Mujeres Adventistas del Séptimo Día en el Ministerio (1970-1998)

Mujeres Adventistas del Séptimo Día en el Ministerio (1970-1998)

Por Randal R. Wisbey

 

Cuando se considera el panorama de la historia Adventista del Séptimo Día (ASD), y específicamente el reconocimiento por la iglesia de los dones y habilidades de las mujeres en el ministerio, se nota una cantidad de momentos determinantes. Como se ha señalado en capítulos anteriores, las mujeres jugaron un papel importante en los primeros días del Movimiento Adventista. En esos tiempos participaron activamente en todas las áreas del ministerio[1]. En 1975, antes que la iglesia pusiera fin a una práctica de cien años de otorgar licencia ministerial a mujeres, más de 65 de ellas habían tenido esa licencia y trabajado como tesoreras, directoras de departamentos y pastoras[2].

Sin embargo, en años más recientes la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha luchado por reconocer plenamente a las mujeres como compañeras iguales en la misión y ministerio de la iglesia. Como hizo notar el pastor Calvin Rock en sus comentarios de apertura al presidir la sesión del 5 de julio de 1995, en el Congreso de la Asociación General en Utrecht, la iglesia ha considerado a menudo el tema de la ordenación de la mujer y, a veces, ha estado asombrosamente cerca de hacerlo. Antes de comenzar el debate acerca del pedido de la División Norteamericana “de otorgarle a cada división el derecho de autorizar la ordenación de individuos dentro de su territorio en armonía con las normas establecidas”, el pastor Rock explicó cómo la iglesia, en el Congreso de la Asociación General de 1881, había votado que las mujeres podrían “con perfecta propiedad, ser apartadas para la ordenación a la obra del ministerio cristiano”. El acuerdo pasó entonces a la Junta de la Asociación General. Después de eso, como explicó tan elocuentemente el pastor Rock, “Nada ocurrió”. Luego de casi 90 años, en 1968, los dirigentes en Finlandia solicitaron oficialmente que las mujeres fueran ordenadas al ministerio evangélico[3].

Desde aquella aparentemente sencilla solicitud, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha estado involucrada en el intento de reconocer y celebrar los dones de las mujeres en el ministerio. Es el propósito de este capítulo considerar la historia reciente y la situación actual de las mujeres en el ministerio ASD[4].

La década de 1970: Tiempo de estudio y esperanza

Luego de la solicitud de Finlandia y de la División Noreuropea de recibir consejo sobre la ordenación de mujeres en 1968, los dirigentes de la Asociación General nombraron una comisión para estudiar el tema de la ordenación. Sin embargo, antes que la comisión ad hoc sobre el rol de la mujer en la Iglesia Adventista se reuniera en 1973, hubo un surgimiento repentino de actividad a nivel mundial, que hizo imperativa la acción de la iglesia. En 1972, la Asociación de Potomac, con la participación oficial de la Unión de Columbia (E.E.U.U.), ordenó a Josephine Benton como la primera mujer que serviría como anciana en una iglesia local. Esta acción, junto con pedidos de consejo de la División del Lejano Oriente acerca de la ordenación de mujeres y una solicitud de Alemania para ordenar a Margarete Prange como anciana (que surgió de su éxito como pastora), dieron como resultado la convocatoria de parte del pastor Roberto H. Pierson, presidente de la Asociación General, a la Conferencia de Camp Mohaven.

El Instituto de Investigación Bíblica (BRI) de la Asociación General había comenzado en 1972 a estudiar los roles de las mujeres en la Iglesia ASD. Luego, en 1973 un grupo de 27  profesores de Biblia y dirigentes de la iglesia, reunidos en Camp Mohaven, Ohio, estudiaron 29 documentos sobre el tema. Al concluir la conferencia, la comisión ad hoc recomendó que las mujeres fueran ordenadas como ancianas de iglesia local, que aquéllas que tuvieran estudios teológicos fueran empleadas como “asociadas en atención pastoral”, y que se implementara un programa piloto que condujera a la ordenación en 1975 de las mujeres que estuvieran en condiciones de recibir ese rito. Sin embargo, el Concilio Anual de la Asociación General de 1973, aunque votó “recibir” el informe de Camp Mohaven, también votó que “se continuara el estudio acerca de la validez teológica de la elección de mujeres para cargos locales de iglesia que requirieran ordenación”, y que “en áreas receptivas a tal acción, hubiera un reconocimiento continuado de la conveniencia de designar a mujeres para la obra evangelística pastoral”[5].

Aunque muchos miembros de iglesia tenían gran interés en las investigaciones presentadas en la conferencia, se decidió no darlas a conocer a la iglesia en general. En 1975 el BRI completó una serie de trece trabajos de investigación, basados en lo que se había hecho en Camp Mohaven. Sin embargo, los documentos fueron divulgados por primera vez a la Iglesia de Sligo en 1977 (para ayudar a la iglesia en la consideración de la ordenación de ancianas de la iglesia local). Tan sólo en 1984 hubo cien copias disponibles para los lectores interesados.[6] Gordon Hyde, director del BRI, reflexionando sobre la cuestión teológica de las mujeres en el ministerio, preguntó: “Si Dios ha llamado a una mujer y su ministerio es fructífero, ¿por qué habría de negar la iglesia el acto normal de reconocimiento?”[7].

En 1974 el Concilio Anual de la Asociación General pidió un nuevo estudio teológico y reflexión más profunda sobre el tema. En ese momento, ese organismo concluyó que “el tiempo no es oportuno ni maduro; por consiguiente, en bien de la unidad mundial de la iglesia, no se debería realizar ningún movimiento en dirección de la ordenación de la mujer al ministerio evangélico”[8].

En el concilio de primavera de la Asociación General de 1975, los que abogaban por las mujeres en el ministerio experimentaron tanto gozo como pena cuando el cuerpo votó aprobar la ordenación de mujeres como diaconisas y como ancianas de iglesia local (si “se ejercía la mayor discreción y cautela”), y alentar a las mujeres a servir como obreras bíblicas y pastoras asociadas. No obstante, la iglesia también votó que a las mujeres se les otorgaría sólo una licencia o credencial misionera, poniendo así fin a cien años de otorgar licencias ministeriales a mujeres[9].

Durante los siguientes años los dirigentes de la iglesia siguieron luchando por entender el papel que debían jugar las mujeres en el servicio a la iglesia. En tanto que Margarete Prange se convertía en la pastora de cuatro iglesias en Alemania del Este en 1976, el Concilio Anual de la Asociación General de 1977 escogió utilizar el nuevo término: “Asociadas en Atención Pastoral”, para identificar a las personas empleadas en equipos pastorales que no reunían las condiciones necesarias para ser ordenadas.[10]

En 1979 la Iglesia ASD, una vez más durante un Concilio Anual de la Asociación General, tomó dos decisiones que representarían un desafío dramático a la situación existente: comenzando en 1980, la División Norteamericana distribuiría fondos especiales para preparar a instructoras bíblicas y asociadas en cuidado pastoral, para alentar a las mujeres en el ministerio. Además, ciertos cambios en los reglamentos de la División Norteamericana permitieron que los pastores varones no ordenados bautizaran en sus iglesias locales[11]. En tanto que la primera decisión se vio como necesaria para reconocer más plenamente lo que las mujeres eran capaces de hacer en el ministerio, la segunda decisión exacerbó aún más los sentimientos ya presentes de que los hombres y las mujeres no eran tratados con equidad.

Aun en medio de estas deliberaciones y decisiones a menudo agonizantes, las mujeres continuaron sirviendo a la iglesia. En 1979, la Asociación de Potomac designó a Josephine Benton como pastora de la Iglesia ASD de Rockville, posición que ocupó hasta 1982.

La década de 1980: Mucho estudio, poca esperanza

En la década de 1980 se observó una gran cantidad de actividad en el debate sobre el papel de las mujeres en la iglesia. El recorrido tuvo momentos de esperanza como también reveses devastadores.

El presidente Neal C. Wilson, en su discurso de apertura de la sesión del Congreso de la Asociación General de 1980, expuso lo siguiente como su quinta prioridad:

La iglesia debe encontrar maneras de organizar y utilizar el vasto potencial de nuestras mujeres talentosas y consagradas… No sólo insto a que las mujeres estén representadas en la estructura administrativa de la iglesia, sino que también aprovechemos las energías y talentos de todas las mujeres como para llevar a cabo mejor la tarea de terminar la obra asignada por nuestro Señor[12].

La iglesia pareció galvanizada por las palabras del pastor Wilson, como se demostró en los años siguientes. Un número significativo de mujeres comenzó sus estudios de posgrado en el Seminario Teológico ASD en la Universidad Andrews. En 1982, Becky Lacy y Collette Crowell, ambas graduadas del Colegio Walla Walla, fueron las primeras mujeres patrocinadas por sus asociaciones para cursar una maestría (Master of Divinity).

En 1982 también surgió la organización de la Asociación de Mujeres Adventistas. La presidenta, Betty Howard, fue clara acerca de su misión y mensaje: alentar a las mujeres adventistas a alcanzar su pleno potencial.

Aunque en 1898 S. M. I. Henry comenzó un “ministerio de la mujer” con la bendición de Elena de White y de los dirigentes de la Asociación General, ese ministerio se esfumó con la muerte de la Hna. Henry. La oficina de Relaciones Humanas de la División Norteamericana organizó en 1983 una Comisión de Mujeres. Se eligió a una mujer de cada división para integrar esa comisión, que debía reunirse una vez al año[13].

De hecho, estos tres eventos: patrocinio para que las mujeres estudiaran en el seminario, la asociación de mujeres y la comisión para organizar ministerios de mujeres en toda Norteamérica, mostraron el decidido compromiso de llevar a cabo el mandato en el desafío del pastor Wilson. Además hubo maneras adicionales mediante las cuales la iglesia respondió al desafío propuesto por este cometido verbal. El 11 de febrero de 1984, la Junta Directiva de la Asociación de Potomac autorizó a ocho ancianos locales a realizar bautismos en sus respectivas iglesias. De este número, tres eran pastoras, quienes bautizaron a doce candidatos en las siguientes semanas[14]. En los meses siguientes se llevaron a cabo conversaciones entre los dirigentes de la Asociación de Potomac, la División Norteamericana y la Asociación General.  Finalmente, el 16 de agosto los dirigentes de la Asociación General convocaron a la Junta Directiva en pleno de la Asociación de Potomac. La sesión de cinco horas de duración concluyó con el acuerdo de la Asociación de Potomac de postergar la decisión del 16 de mayo de la Junta Directiva de la Asociación de Potomac de otorgar licencias ministeriales a las pastoras en la asociación, hasta después del Concilio Anual de la Asociación General en octubre de ese año. Asimismo los dirigentes de la Asociación de Potomac acordaron que las mujeres dejaran de bautizar hasta que la iglesia mundial llegara a un consenso. El liderazgo de la Asociación General, a pedido de la Asociación Potomac, prometió reanudar el estudio de la ordenación de la mujer[15].

La Asociación General pareció tomar en serio el pedido de la Asociación de Potomac, y en el Concilio Anual de la Asociación General de 1984 reafirmó la decisión de 1975 de que las mujeres podían ser ancianas de la iglesia local y ser ordenadas. El Concilio votó que esta posibilidad se extendiera a las divisiones mundiales que creyeran que esa ordenación beneficiaría a la obra. Además, votó convocar a una Comisión sobre el Rol de la Mujer en la Iglesia, con representantes de cada división, para continuar con el estudio sobre la ordenación de la mujer.

La Comisión sobre el Rol de la Mujer en la Iglesia se reunió por primera vez del 26 al 28 de marzo de 1985 en Washington, D.C. El Congreso de la Asociación General de 1985 en New Orleans aceptó formalmente el trabajo de la comisión, y solicitó a los líderes que usaran su influencia ejecutiva para abrir a las mujeres todos los aspectos del ministerio en la iglesia que no requiriesen ordenación[16]. También prometió reformar la práctica de ordenar a hombres que no trabajaban como pastores de tiempo completo.

En el Congreso de la Asociación General de 1985, Nancy Vyhmeister, profesora asociada de Estudios Bíblicos en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día, Lejano Oriente, hizo una presentación en la sesión de mujeres, relacionada con el trabajo de las mujeres adventistas en todo el mundo. Documentó la variedad de ministerios en los cuales las mujeres estaban involucradas en todo el campo mundial. De entre las que servían como pastoras o instructoras bíblicas, la mayoría se encontraba en las Divisiones Norteamericana, del Lejano Oriente y Euroafricana. De las mujeres estudiadas, 85 informaron que recibían salario por trabajo de tiempo completo en actividades pastorales y de ganancia de almas.[17]

Poco después de esa sesión, el Concilio Anual de la Asociación General de 1985 rechazó la recomendación de la División Norteamericana, que a las pastoras con preparación en el seminario se les permitiera bautizar y celebrar matrimonios de la misma manera como lo habían estado haciendo desde 1979 los jóvenes varones con las mismas condiciones. Esto, acompañado por una declaración del Concilio Anual de la Asociación General de que las mujeres podían trabajar como pastoras pero no deberían esperar la ordenación, resultó problemático para la División Norteamericana, como también para muchas partes de Europa y Australia.

Durante el mismo concilio, se estableció la Comisión Femenina Asesora de la Asociación General, con Betty Holbrook como coordinadora. Sólo dos días más tarde, Elizabeth Sterndale fue nombrada para servir como representante de la División Norteamericana en la Comisión Femenina Asesora.

En el otoño de 1986, en oposición a la decisión del Concilio Anual del año anterior, la Asociación del Sudeste de California votó considerar como iguales a los hombres y las mujeres no ordenados. Como resultado del voto, el 20 de diciembre la pastora Margaret Hempe, de la Iglesia de la Universidad de Loma Linda (la congregación adventista más grande del mundo en ese tiempo), bautizó a dos candidatos a pedido del equipo pastoral y de la junta de la iglesia.

Por este tiempo, el Instituto de Ministerios de la Iglesia de la Universidad de Andrews condujo varias investigaciones importantes. Roger Dudley, en una encuesta a los pastores en Norteamérica, descubrió que el 46 por ciento creía que era “apropiado que las mujeres que han demostrado su llamado al ministerio sean ordenadas al ministerio evangélico”[18]. La encuesta también reveló que el estudio y la edad marcaban una diferencia en la respuesta de los pastores: los que habían completado sólo un programa de cuatro años de estudio terciario (bachelor) generalmente se oponían a la ordenación de la mujer, mientras que los que tenían estudios de posgrado generalmente favorecían la ordenación; y los que estaban por debajo de los 50 años de edad eran más favorables a la ordenación que los mayores de 50[19].

Una segunda investigación estudió las opiniones de los profesores de religión en las once instituciones educativas de nivel terciario de la División Norteamericana, en las 32 instituciones terciarias y seminarios fuera de Norteamérica, y en el Seminario Teológico ASD. Cuando se les pidió que respondieran a la aseveración: “Es apropiado que las mujeres sirvan como ancianas locales si son elegidas por sus congregaciones”, el 85 por ciento del total dijo “Sí” (comparado con 93 por ciento de los que respondieron en Norteamérica). Con la afirmación: “Es apropiado que las mujeres que han demostrado su llamado al ministerio sean ordenadas como ministros del evangelio”, el 69 por ciento del total estaba de acuerdo (comparado con el 83 por ciento de los que respondieron en Norteamérica)[20]. Estas encuestas continuaron alimentando la fuerte  convicción, especialmente en Norteamérica, de que la iglesia estaba lista para usar y reconocer los dones ministeriales de las mujeres.

Un tercer estudio, llevado a cabo en 1988 por el Instituto de Ministerios de la Iglesia en la Universidad de Andrews, informó que había 960 ancianas ordenadas que servían en las 3.036 iglesias ASD en la División Norteamericana junto a 14.495 ancianos. Carole L. Kilcher y G. T. Ng, los investigadores, descubrieron que las ancianas existían en iglesias de todos los trasfondos raciales y culturales, refutando así la idea de que las mujeres sólo funcionaban como ancianas en las iglesias “anglo”[21].

El pastor Neal Wilson, presidente de la Asociación General, en un informe de la Adventist Review acerca de la Comisión sobre el Rol de la Mujer en la Iglesia de 1988 (la segunda comisión internacional de ese tipo que presidía), instó a los miembros de iglesia “a evitar controversias y discusiones adicionales… abstenerse de circular libros, panfletos, cartas y cintas grabadas que promueven el debate y a menudo generan confusión”. A los oficiales de la iglesia y a los miembros declaró: “Es tiempo que terminemos con los argumentos y discusiones sobre este asunto, tiempo de que usemos todo recurso, todo talento, toda habilidad, todo don. Es tiempo de que nos unamos para finalizar la obra e ir a nuestro hogar celestial a vivir con nuestro bendito Señor para siempre”[22].

En realidad, este ruego fue mayormente ignorado, ya que una cantidad de organizaciones publicaron materiales que suscitaron mucha atención. Probablemente el más influyente de los materiales en contra de la ordenación fue el libro Women in the Church (Mujeres en la iglesia), de Samuele Bacchiocchi. Muchos creyeron que Bacchiocchi, profesor en el departamento de Religión de la Universidad de Andrews, enseñaba en el Seminario Teológico y su libro fue tomado, equivocadamente, como muestra de la opinión de la mayoría de los profesores del seminario. Por cierto ése no era el caso, como lo evidencian los 22 profesores del seminario que tomaron una postura formal a favor de la ordenación de la mujer como anciana en “Una declaración de apoyo al ministerio de las mujeres como ancianas locales en Pioneer Memorial Church”, publicado en la primavera de 1987 en la Universidad Andrews.

En enero de 1988 se organizó en California el “Instituto de Mujeres Adventistas”, con Fay Blix como presidenta. La misión del grupo era buscar la participación plena e igualitaria para las mujeres en la iglesia. Cuatro meses más tarde, del otro lado del continente, “Time for Equality in Adventist Ministry” (Tiempo para la igualdad en el ministerio adventista, conocido por el acrónimo TEAM) fue fundado en Maryland, con el objetivo específico de luchar por la ordenación de candidatos al ministerio evangélico sin limitaciones de raza, clase social o sexo. Patricia Habada actuó como la primera presidenta. Ambos grupos comenzaron la tarea de informar a los adventistas acerca de la necesidad de que las mujeres sirvieran en la Iglesia ASD como pastoras.

La década de 1980 concluyó con una variedad de acuerdos que continuaron creando conciencia de la situación de las mujeres en el ministerio. En mayo de 1988, los dirigentes de la División Norteamericana, reunidos en Loma Linda, California, unánimemente votaron su objeción a las discrepancias en el tratamiento de hombres y mujeres que tenían la misma preparación y realizaban las mismas tareas. Una sucesión de asociaciones locales se hicieron eco de este sentimiento. En ese mismo mes, la Asociación de Potomac votó permitir a las mujeres bautizar y casar en la iglesia donde eran pastoras. En abril de 1989, la Asociación de Ohio aprobó a la pastora Leslie Bumgardner para la ordenación completa, lo que fue confirmado por la junta directiva de la Unión de Columbia el 4 de mayo de 1989[23]. El 21 de mayo de 1989, los delegados de la Asociación del Sudeste de California aprobaron una resolución según la cual los pastores calificados, sin consideración de sexo, fueran considerados para la ordenación. El 7 de junio de 1989, la Unión del Pacífico votó una resolución instando a la Asociación General “a eliminar el sexo como una consideración para la ordenación al ministerio evangélico”. Finalmente, los presidentes de las uniones de la División Norteamericana votaron unánimemente respaldar la ordenación de mujeres ante la Comisión sobre el Rol de la Mujer, que se reuniría en Cohutta Springs, Georgia.

Esta tercera Comisión sobre el Rol de la Mujer en la Iglesia, con representantes de todas las divisiones mundiales, comenzó su trabajo el 12 de julio de 1989. Rechazando el respaldo de la División Norteamericana, votaron “No” a la ordenación de la mujer. Sin embargo, votaron recomendar que las divisiones podían autorizar a las pastoras a realizar bautismos y casamientos.

En septiembre la Adventist Review (Revista adventista) publicó un informe de un relevamiento internacional de mujeres adventistas en posiciones de liderazgo. De 1.872 mujeres líderes identificadas, 875 respondieron a la encuesta. De las encuestadas, el 74 por ciento respondió que era apropiado que las mujeres sirvieran como pastoras asociadas, y el 65 por ciento dijo que las pastoras deberían ser ordenadas[24].

En una serie de reuniones cargadas de tensión, el Concilio Anual de la Asociación General de 1989 escuchó las inquietudes del mundo sobre estos temas. Uno de los discursos que galvanizó a la congregación fue el del pastor Charles Bradford, presidente de la División Norteamericana. Cerca del final de un día agotador, habló desde lo profundo de su corazón:

La Comisión [de la Mujer] se reunió en marzo del año anterior y se reunió nuevamente este verano. Ha estado en la mente y, digo, en los labios de muchos por una cantidad de años, casi, hermano presidente, una década… Entretanto, todavía estamos discutiendo, ¡todavía estamos discutiendo!

Es una carga terrible tratar de guiar a la división en la ganancia de almas cuando se está constantemente discutiendo estos asuntos que nos consumen… Aquí estamos en 1989, enfrentándonos a la última década del siglo XX, mirando hacia la víspera del tercer milenio, ¡en la víspera del tercer milenio! ¡Allí es donde estamos! Y hemos discutido este tema y lo hemos vuelto a discutir, y las personas han tomado partido. Algunos han dicho: ¡Yo no voy a perder! ¡Voy a usar cualquier artimaña, cualquier moción y maniobra política o parlamentaria, la usaré, de modo que no pierda!  ¡Va a salir como yo quiero! Desearía que en la iglesia del Dios viviente, pudiéramos llegar al punto donde no fuera una situación de ganar o perder…

Ahora mis hermanos y hermanas, ha llegado el tiempo. Debemos poner a un lado todas nuestras preferencias. Yo les dije a los hermanos de la división, pastor Wilson, usted me permitió decirlo en Cohutta [Springs]; yo les dije: “Hermanos, esta provisión hecha para los pastores comisionados ¿perjudicará a sus campos? Recordarán que dije eso. ¿Los perjudicará a ustedes? ¿Los llevará a la ruina? Si lo hace, nos haremos a un lado”.

Ellos dijeron: “No, no lo hará”.

Yo dije: “Entonces, si no los perjudicará, entonces permitan que la iglesia siga adelante; dejen que la iglesia avance. Y si hemos cometido una equivocación horrible, existe tal cosa como el ministerio del Espíritu y él nos traerá de vuelta. Porque, como dice Elena de White, somos prisioneros de esperanza. Él nos tiene en sus manos. Somos el pueblo remanente de Dios”.

Oh, yo quiero que marchemos adelante. Quiero escuchar la Palabra de Dios resonando por toda la División Norteamericana, resonando a través de todo el mundo. Quiero ver a los pastores encendidos y a los laicos yendo de casa en casa, y a este continente inflamado de punta a cabo, de modo que los hermanos de otras denominaciones digan: “¡Ustedes los Adventistas han llenado todo este continente con su doctrina!” Eso es lo que quiero ver que suceda.

Pero nunca sucederá mientras estemos parados en esta línea y ustedes en aquella línea. Creo que éste es el tiempo de que nos pongamos sobre la línea de Dios. Por favor, hermanos, ¿tendrán misericordia de nosotros? Porque se necesita misericordia[25].

Al final, los delegados votaron las dos recomendaciones: negar la ordenación a las pastoras, por un lado, y permitir por otra parte, que las pastoras bauticen y oficien en casamientos. El concilio también animó a las diferentes entidades de la organización a estudiar las inquietudes “para alcanzar el espíritu y el propósito de estas propuestas”. Este desafío se llevó a Indianapolis, Indiana, al Congreso de la Asociación General de 1990.

La década de 1990: Bautismo, “¡Sí!”; Ordenación, “¡No!”

Mucho estaba en juego en el Congreso de la Asociación General de 1990, puesto que ésta era la primera vez desde 1881 en que la iglesia mundial tendría la oportunidad de votar por la ordenación de la mujer. Desde el martes de tarde, 10 de julio, los delegados comenzaron a debatir el informe y las recomendaciones hechas por la Comisión sobre el Rol de la Mujer en la Iglesia, como lo había transmitido el Concilio Otoñal de 1989. Bajo el título de “Ordenación de Mujeres al Ministerio Evangélico”, el informe estipulaba que:

  1. La decisión de ordenar a las mujeres como pastoras no sería bienvenida ni recibiría la aprobación en la mayor parte de la iglesia mundial.
  2. Las cláusulas del Manual de la Iglesia y de los Reglamentos de la Asociación General, que permiten la ordenación al ministerio evangélico sólo sobre una base mundial, cuentan con un fuerte apoyo de las divisiones.

La recomendación de dos páginas terminaba con ítems de la decisión del Concilio Anual de 1989:

  1. Mientras que la Comisión no tiene consenso con respecto a que las Escrituras y los escritos de Elena G. White explícitamente abogan a favor o en contra de la ordenación de la mujer al ministerio pastoral, concluye unánimemente que estas fuentes afirman un ministerio significativo, amplio y continuo para las mujeres, el cual se expresa y se hace evidente en los varios y crecientes dones de acuerdo con la unción del Espíritu Santo.
  2. Además de eso, en vista de la falta de apoyo para la ordenación de la mujer al ministerio evangélico en la iglesia mundial y en vista del posible riesgo de desunión, disensión y desviación de la misión de la iglesia, no aprobamos la ordenación de la mujer al ministerio evangélico.[26]

El debate fue encendido. Los delegados hicieron fila para hablar a favor o en contra del informe. A la mañana siguiente continuó el debate con 45 delegados haciendo fila para hablar. Sin embargo, una moción para cerrar el debate fue aprobada fácilmente, y se pidió a los delegados que votaran la moción principal. El voto final: 1.173 en favor de negar la ordenación y 377 en contra[27].

El debate del jueves 12 de julio sobre el papel de la mujer en la iglesia se centró sobre la recomendación del Concilio Anual, la cual daría a los ministros licenciados o comisionados, fueran mujeres o varones, el privilegio de bautizar y celebrar casamientos. Nuevamente, los europeos y norteamericanos hicieron un llamado al cuerpo a que aceptaran plenamente a las mujeres que trabajan junto a sus colegas varones en el ministerio. Susan Sickler, miembro laico de la Unión de Columbia, desafió al cuerpo a considerar a los jóvenes de la iglesia:

Creo que es tiempo de que alguien hable en nombre del más valioso recurso que tiene esta iglesia en nuestros hijos. Ellos son los que sufrirán a causa de las decisiones que tomemos en este salón. Ayer, cuando este cuerpo votó no ordenar a las mujeres, un joven pastor de una gran iglesia de un colegio estaba sentado cerca. Se tomó la cabeza con las manos y dijo: “¿Qué voy a hacer? Cuando vuelva a casa los jóvenes estarán haciendo cola frente a mi puerta para renunciar a su feligresía en la Iglesia  Adventista del Séptimo Día”. Cuando nuestros jóvenes sienten que su iglesia tiene una norma más baja para tratar a todas las personas con justicia y equidad de la que tiene la sociedad secular, se inclinan a sentir que la iglesia no tiene nada que ofrecerles y se alejan[28].

Al caer la tarde los delegados finalmente votaron. En un vuelco sorprendente de la experiencia del día anterior, 776 votaron a favor de permitir a las pastoras bautizar y celebrar casamientos, en tanto que 496 se opusieron.[29]

Mientras que ambos bandos dejaron Indianapolis sintiendo que habían sido escuchados, muchos estuvieron de acuerdo en que nuevamente se había enviado a la iglesia una señal mixta: las mujeres pueden hacer el trabajo del ministerio, como lo hacen sus colegas varones, sin embargo no pueden ser plenamente reconocidas.

En los meses que siguieron al Congreso de la Asociación General de 1990, los que defendían a las mujeres en el ministerio ganaron terreno. El 19 de septiembre la División Norteamericana estableció el departamento de Ministerios de la Mujer, con Elizabeth Sterndale como directora. El 4 de octubre, por recomendación del presidente de la Asociación General, Roberto Folkenberg, la Asociación General estableció la Oficina de Ministerios de la Mujer, con Rose Otis como su directora. Esta oficina se transformó en departamento de la Asociación General en 1995. Su mandato era fomentar la participación de todas las mujeres adventistas en todo tipo de ministerios. Cabe señalar que el Ministerio de la Mujer no tiene nada que ver con la cuestión de la ordenación porque su preocupación es por el ministerio de todas las mujeres.

A fin de relevar las actitudes de las mujeres adventistas en el ministerio luego de la decisión de Indianápolis, TEAM publicó Keeping Hope Alive (Manteniendo viva la esperanza) en 1993. En una encuesta a 72 mujeres pastoras, capellanas y profesoras de Religión en la División Norteamericana, se vio que nueve de cada diez mujeres creían que su llamado al ministerio era válido de todos modos, aun si la iglesia no lo reconocía con credencial alguna. Sin embargo, la mayoría sentía que el fracaso de la iglesia en reconocer plenamente su llamado al ministerio constituía una seria incapacidad de oír al Espíritu Santo[30].

Durante los años que llevaron al Congreso de la Asociación General de 1995, nuevamente se diseminó una gran cantidad de información relacionada con el tema de las mujeres en el ministerio. Mientras que en 1993 la Asociación de Mujeres Adventistas recordó el vigésimo aniversario de Camp Mohaven y V. Norskov Olsen publicó su estudio pro-ordenación Myth and Truth: Church, Priesthood and Ordination (Mito y verdad: La iglesia, el sacerdocio y la ordenación), en 1994 vio la luz la publicación de Raymond Holmes, profesor jubilado del Seminario Teológico ASD, Tip of an Iceberg (La punta del iceberg). Holmes aseveró que la singularidad del mensaje adventista se vería amenazada si la Biblia se interpretaba como para permitir la ordenación de la mujer. Su libro fue ampliamente distribuido alrededor del mundo y respaldado por varios dirigentes adventistas influyentes, muchos de los cuales creyeron equivocadamente que las ideas de Holmes representaban la posición oficial de la iglesia[31].

En 1994, la Asociación de Mujeres Adventistas publicó fotos e historias de 90 mujeres en el ministerio de la Unión Báltica, Canadá, Finlandia, Alemania, Noruega, Rusia, Suecia, Suiza y los Estados Unidos. La Adventist Review y Ministry publicaron una serie de artículos que abordaban el tema de la ordenación, en los cuales los editores tomaron posiciones pro-ordenación. En abril de 1995 TEAM publicó The Welcome Table: Setting a Place for Ordained Women (Bienvenida a la mesa: Preparando un lugar en la mesa para la mujer ordenada), en el cual catorce autores adventistas apoyaban la ordenación de la mujer al ministerio.

En el Concilio Anual de la Asociación General de 1994, los miembros escucharon nuevamente el pedido de Norteamérica que se ordenara a pastores de ambos sexos. Alfred McClure, presidente de la División Norteamericana, pidió que la iglesia mundial respetara ese pedido, votado por la Junta Directiva de la División Norteamericana. Al detallar las decisiones que habían llevado a las mujeres no sólo a educarse para el ministerio sino también a hacer el trabajo del ministerio, recordó al cuerpo las deliberaciones previas:

He llegado a la conclusión que la iglesia cruzó la barrera teológica cuando votamos reconocer la ordenación de las mujeres como ancianas locales. Porque mientras se admite que existe una clara distinción en las funciones, parece hilar muy fino decir que reconocemos la ordenación de mujeres por un lado y la negamos por el otro lado, mientras llamamos bíblicas las dos posiciones[32].

El 9 de octubre el Concilio Anual votó abrumadoramente el siguiente pedido:

Solicitar al Concilio Anual que eleve el siguiente acuerdo al Congreso de la Asociación General para su consideración: La Asociación General confiere a cada división el derecho de autorizar la ordenación de individuos dentro de su territorio en armonía con los reglamentos establecidos. Además, donde las circunstancias no lo presentan como inconveniente, una división puede autorizar la ordenación de individuos capacitados sin considerar el sexo. En las divisiones donde la junta directiva de la división toma acuerdos específicos aprobando la ordenación de mujeres al ministerio evangélico, las mujeres pueden ser ordenadas para servir en esas divisiones[33].

En enero de 1995 el pastor Folkenberg, escribiendo en la Adventist Review, declaró a 1995 el “Año de la Mujer Adventista”. Aunque no tocó el tema de la ordenación de la mujer, declaró con entusiasmo:

Se hace patente que hay un nuevo espíritu que está emergiendo entre las mujeres de la iglesia. Lo veo en mis viajes. Y creo que el Espíritu Santo lo está usando como medio de aumentar la efectividad para llevar adelante el cometido evangélico. Lo veo como un cumplimiento de Hechos 2:17-18. “En los postreros días —dice Dios—, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne… sobre mis siervos y sobre mis siervas, en aquellos días derramaré de mi Espíritu”. Cuán emocionante es ser parte de un movimiento en el cual el compañerismo en la misión se está haciendo realidad[34].

Había una gran expectativa cuando los delegados al Congreso de la Asociación General de 1995 se preparaban para dirigirse a Utrecht, Holanda. Era la segunda vez que se reunía fuera de los Estados Unidos (el Congreso de la Asociación General de 1975 en Viena, Austria, había sido la primera), y la agenda, según las palabras del editor de la Adventist Review, William G. Johnsson, “viene cargada con temas importantes”. Al escribir acerca de “ítems potencialmente divisivos”, recordó a sus lectores uno específicamente: “La solicitud de que cada división decida quién puede ser ordenado sin consideración al sexo… Nuestra unidad será probada como nunca antes en esta sesión”[35].

Cuando uno repasa el voluminoso material producido en Utrecht, es claro que las palabras de Johnsson fueron proféticas. En tanto que muchos de los acuerdos del congreso eran esenciales para la vida y gobierno de la iglesia, ninguno atrajo tanto la atención como el debate sobre la ordenación de la mujer. Aun antes de que comenzara el congreso, individuos que representaban a un sinnúmero de organizaciones e ideologías estaban en las calles repartiendo panfletos y materiales condenando o defendiendo la petición de la División Norteamericana.

El miércoles 5 de julio por la tarde, los delegados colmaron la sala para escuchar al pastor McClure, presidente de la División Norteamericana, quien presentó una elocuente súplica para que la iglesia mundial reconociera que la preocupación por la ordenación de la mujer estaba claramente vinculada con la misión de la iglesia:

Nuestras hermanas que trabajan junto a nosotros en el ministerio merecen el mismo reconocimiento de su llamado como el que la iglesia confiere a sus colegas varones… Pueden estar seguros que no nos mueve ningún tipo de plataforma feminista. Nuestro motivo es simple. Dios ha otorgado abundantes dones a la iglesia, sin tener en cuenta el sexo. Necesitamos todos esos dones para cumplir la comisión evangélica, y no viola ninguna enseñanza de las Escrituras que el rito de la ordenación sea extendido a cualquiera que cumple esos requisitos. No estamos pidiendo a las demás divisiones que se unan a nosotros en los lugares donde no sea aceptable. Simplemente solicitamos que concedan a cada división el mismo permiso que se les concedió por medio del Concilio Anual de la Asociación General sobre el asunto de la ordenación de ancianas locales. Creemos que es una solicitud responsable[36].

Lo que proponía la División Norteamericana era que la iglesia permitiera que cada división de la iglesia mundial decidiera si en su territorio se ordenaría a las mujeres que ejercían el pastorado. En 1984 se había hecho una decisión similar acerca de las ancianas de iglesias locales, permitiéndose que las divisiones que creyeran conveniente ordenarlas lo hicieran. La División Norteamericana pedía una decisión similar acerca de las pastoras en su territorio, pues negar la ordenación se estaba tornando problemático. No pedía que las otras divisiones aceptaran la ordenación de las mujeres que se desempeñaban en el trabajo pastoral. En esencia pedía autorización para tratar el tema de la ordenación de las mujeres en forma independiente del resto de la iglesia. Sin embargo, en la discusión que siguió se perdió de vista el contenido de la moción y la argumentación se centró en si la ordenación de una mujer era viable.

Siguiendo a la presentación de McClure, el pastor Charles Bradford, presidente anterior de la División Norteamericana, pidió permiso para hablar:

Simplemente diría que el Espíritu Santo, hermanos y hermanas, es quien selecciona y elige a las personas para el ministerio. La ordenación no es un derecho. La ordenación es una ceremonia, una ceremonia de selección, una ceremonia de reconocimiento. Dios ya ha elegido como su ministro a quien es ordenado[37].

Inmediatamente después, dos profesores del Seminario Teológico ASD, P. Gerard Damsteegt y Raoul Dederen, hicieron sendas presentaciones, no tanto acerca de la moción como respecto a la ordenación en sí. Damsteegt, profesor asociado de historia eclesiástica, argumentó que la Biblia es clara en cuanto a que las mujeres nunca deben ejercer “dominio” o “autoridad” sobre los hombres, y que están inhabilitadas para aspirar a la ordenación, debido a la autoridad inherente al oficio de pastor. Puso en tela de juicio la idea que las mujeres fueran llamadas al ministerio: “Algunos proclamarán: ‘Tuve un llamado del Señor. El Señor me dijo que dirigiera la iglesia y me hiciera cargo de toda la iglesia’. Recuerden, no todos los llamados o dones vienen de Dios. ‘Probad los espíritus si son de Dios’”[38].

Dederen, profesor emérito de teología y ex decano del Seminario Teológico ASD, al responder a su colega, recordó a los delegados que a veces hay una enorme diferencia entre la declaración literal y el espíritu del pasaje bíblico: “Mis hermanos y hermanas, díganme, ¿hemos seguido la instrucción? ¿Pueden ustedes asegurarme que nunca hemos transgredido esa declaración específica: ‘Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre’? ¿No tenemos mujeres en cargos de enseñanza, aun cuando sólo fuera al nivel de la Escuela Sabática?”[39]

Para una iglesia que sólo el día anterior había reconocido y honrado a dos pastoras de la China, Zhou Hui-Ying y Wu Lan-Ying (cada una había levantado iglesias de más de mil miembros; la Sra. Zhou había bautizado personalmente a más de doscientos en Wuxi, China), esto era especialmente punzante.

Después de las dos presentaciones, el pastor Rock tomó la palabra para abrir el debate, y los delegados se abalanzaron a los micrófonos “a favor” y “en contra”. Era claro que el tema se percibía no como decisión administrativa, tampoco sólo como asunto teológico, sino también como una cuestión de cultura[40]. Finalmente, después de las cinco de la tarde, se presentó una moción para terminar el debate. Después de una corta presentación y oración del pastor Folkenberg, se procedió a la votación. De los 2.145 votos, 673 fueron por el SI, mientras que 1.481 votaron por el NO.

Más de un delegado afirmó haber votado en contra de la propuesta, no porque se opusiera a la ordenación de la mujer, sino porque se oponía a la división que así se causaría en la iglesia. No hay cómo saber cuántos, al votar, le dieron mayor importancia a la unidad de la iglesia y la tradición de una ordenación única para todo el mundo que al problema de la ordenación. La forma de presentar la propuesta se prestó a la ambigüedad.

En los meses que siguieron a ese día decisivo en Utrecht hubo, sobre todo en Norteamérica, dolor y desánimo entre los que fuertemente apoyaban la ordenación de las capaces y eficientes pastoras, pero también hubo esperanza y determinación. En la Adventist Review de agosto de 1995, McClure recordó pastoralmente a su congregación en Norteamérica que la iglesia debe buscar formas de apoyar y ampliar el ministerio de las mujeres. Recordó a los lectores que la decisión del Congreso de la Asociación General de ninguna manera excluía a las mujeres del ministerio ni disminuía su papel o eficacia[41].

En su “Statement of Commitment to Women in Gospel Ministry” (Declaración de compromiso con las mujeres en el ministerio evangélico), escrito el 13 de octubre de 1995, los presidentes de las uniones de la División Norteamericana reafirmaron su creencia “en que bíblicamente es correcta la ordenación de la mujer”. En tanto que aplaudían los pasos dados por McClure para establecer una Comisión Presidencial sobre las Mujeres en el Ministerio, aseguraron su apoyo para autorizar plena igualdad en la práctica del ministerio, realzar la ceremonia de “comisión” que se realizaría para las pastoras en lugar del servicio de ordenación, incrementar el papel de la mujer en la iglesia y clarificar la teología de la ordenación de la iglesia[42].

Mientras seguía la discusión oficial, miembros que durante mucho tiempo se habían beneficiado por el ministerio de mujeres sintieron que lo que la iglesia no había podido hacer a nivel mundial debía hacerse a nivel de iglesia local. El 23 de septiembre de 1995, la Iglesia de Sligo, en Takoma Park, Maryland, realizó una ceremonia anunciada en el programa impreso como una “Ordenación al Ministerio Evangélico” para tres mujeres que servían en el área metropolitana de Washington. El uso de ese lenguaje causó mucha confusión, por lo que Arthur R. Torres, pastor principal, trató de clarificar el tema en dos documentos. En una noticia difundida por correo electrónico el 25 de agosto, Torres subrayó el derecho de la congregación a ordenar personas a un ministerio de tiempo completo en la congregación local del mismo modo que tenía autoridad para ordenar personas a un ministerio de tiempo parcial como ancianos locales. Y en una carta general a los miembros, distribuida en la iglesia el 9 de septiembre, escribió: “De este modo, la Iglesia de Sligo no ordenará a nadie al ministerio evangélico, como entienden esa frase los adventistas del séptimo día. No decimos que esta ordenación sea para la iglesia mundial, o que tenga autoridad fuera de nuestra área local”. El presidente de la División Norteamericana, Alfred McClure, citó la carta de Torres en declaraciones publicadas acerca del significado de la ceremonia llevada a cabo en Sligo[43].

La ceremonia de Sligo, a la cual asistieron aproximadamente 1.100 personas, celebró la vida y ministerio de tres mujeres: una profesora, una capellana y una pastora. Después de la ordenación en Sligo, se realizaron servicios similares en la Iglesia de la Universidad de La Sierra, la Iglesia Victoria de Loma Linda, la Iglesia de Garden Grove y la Iglesia de la Universidad de Loma Linda, todas en el estado de California.

El 9 de octubre de 1997, la Junta Plenaria de fin de año de la División Norteamericana aceptó formalmente el informe de la Comisión Presidencial sobre las Mujeres en el Ministerio, el cual contenía trece recomendaciones dirigidas a afirmar y animar a las mujeres en el ministerio. Estas incluían la designación de una mujer como secretaria ministerial asociada (sobre este ítem se solicitó a la División Norteamericana que actuara con un sentido de urgencia) y el desarrollo de una asociación profesional para mujeres en el ministerio pastoral. También se recomendó la elaboración de formas adicionales para ayudar en la comunicación, incluyendo un servicio de enlace electrónico para ayudar a las pastoras experimentadas a que sirvieran de mentoras de las mujeres estudiantes ministeriales y de las aspirantes al ministerio; la elaboración de un boletín de noticias, base de datos, un servicio de empleo y una agencia de coordinación de conferenciantes para mujeres en el ministerio; y una recomendación a las revistas denominacionales para que publicaran más artículos sobre mujeres en el ministerio. El informe también recomendaba que las asociaciones realizaran prontamente ceremonias de “comisión” para mujeres idóneas y que se animara a la iglesia a emplear un número creciente de pastoras. Además, el informe también alentaba a las asociaciones a fijar blancos realistas de representación femenina en juntas, comisiones y personal. Se recomendó desarrollar un Centro de Recursos para Mujeres en el Ministerio, y se ratificó el compromiso de educar a los miembros de iglesia sobre el tópico de las mujeres en el ministerio[44].

Enfrentando el futuro: Cinco realidades claves

En conclusión, parece apropiado preguntar: ¿Qué hemos aprendido acerca de estas décadas? ¿Qué le dice la historia reciente de las mujeres en el ministerio a los miembros de una iglesia que anhela ser fiel a la palabra y obra de Jesús en nuestro mundo?

En primer lugar, el voto de Utrecht del 5 de julio de 1995 de ninguna manera señaló el fin del asunto. En realidad, la ordenación era sólo una porción de la moción desaprobada. Muchos delegados comentaron más tarde que aunque ellos apoyaban la ordenación de la mujer, no podían a conciencia votar una moción que daba permiso a las divisiones de la iglesia para que actuaran por cuenta propia. Mientras que las divisiones de la iglesia en el mundo a menudo implementan reglamentos basados sobre sus necesidades específicas, el tema de la unidad de la iglesia se tornó tan dominante en Utrecht que muchos no pudieron aceptar la solicitud de Norteamérica.

En segundo lugar, no es suficiente leer simplemente acerca de las mujeres en el ministerio. Las congregaciones que han sido expuestas al ministerio de pastoras reaccionan en forma muy diferente que las que nunca han tenido ese privilegio. En un estudio reciente de veinte congregaciones adventistas pastoreadas por mujeres, Roger Dudley encontró que mientras que el 75 por ciento había sido favorable inicialmente a tener una pastora, el apoyo había crecido al 87 por ciento durante el ejercicio de la pastora. Como declara Dudley: “La familiaridad tiende a hacer que un concepto sea más favorable. Las pastoras han conquistado algunos miembros”[45]. Si las iglesias han de comprender a las mujeres en el ministerio, será necesario que estén expuestas al liderazgo pastoral competente y solícito de las mujeres.

En tercer lugar, debemos tomar en serio el camino histórico del adventismo, no sólo en reconocer a las mujeres en el ministerio, sino en prepararlas para este ministerio. Para muchos es imposible pensar en pedirle a las mujeres que den los mismos pasos en la preparación ministerial, que asuman los mismos roles de ministerio, que produzcan la misma calidad de trabajo como sus colegas varones, y entonces ordenarlas como ancianas de iglesia local en tanto que se les niega la ordenación al ministerio evangélico. Para muchos adventistas del séptimo día es moralmente reprensible negar a las mujeres el reconocimiento formal de su trabajo dentro de la iglesia.

En cuarto lugar, se hace patente que las fuerzas de la historia continúan avanzando. Es imposible dejar de reconocer que muchas de las posturas oficiales que ahora celebramos cuando ratificamos el papel de la mujer en el ministerio adventista eran en un tiempo inaceptables. No sabemos el efecto a largo plazo que tendrán las ordenaciones locales sobre la postura de la iglesia acerca de la ordenación de la mujer[46]. Sin embargo, la historia sugiere que si las iglesias y asociaciones locales no hubieran reconocido los dones espirituales de las mujeres, muchos de los ministerios que ejercen las mujeres todavía no serían aceptados dentro de la iglesia.

Finalmente, para una denominación que tiene a una mujer como una de sus fundadoras y como una voz profética, es imperativo que reconozcamos que muchos miembros hoy anhelan que la iglesia actúe con justicia, con misericordia y con valor en favor de sus mujeres: las mismas que componen la mayoría de nuestra feligresía mundial. En una época que condena las relaciones lesivas, muchos hoy sienten que la iglesia promueve barreras invisibles y paredes que impiden que algunos tengan plena participación. Como una iglesia que anhela transmitir su fe a la siguiente generación y está comprometida a crear un lugar donde todas las personas son apreciadas y usadas por Dios, debemos trabajar enérgicamente para derribar esas barreras y abarcar la amplia diversidad de dones para el ministerio tan bellamente demostrados en la vida y obra de toda nuestra gente, tanto mujeres como hombres.

Al examinar estas tres décadas pasadas sería fácil desilusionarse con el proceso, la fluctuación constante y las derrotas que parecieron acompañar a las victorias. Es posible preguntarse si Dios puede realmente comunicarnos su voluntad cuando nosotros, como familia adventista del séptimo día, somos tan diferentes y tan a menudo nos distanciamos de las preocupaciones y heridas de los demás, tan fácilmente nos mueve la emoción y los argumentos que tienen poco fundamento en la vida de Jesús y en las palabras de la Escritura. Y sin embargo, como nos han recordado las voces en este capítulo, seguimos siendo un pueblo de esperanza y fe, y esperamos que Dios continúe derramando su Espíritu sobre quien él quiera.


Referencias

[1] Kit Watts, “The Rise and Fall of Adventist Women in Leadership”, Ministry, abril de 1995, 6-10. Se reconoce ampliamente que las mujeres tuvieron mucha influencia en la toma de decisiones en la Iglesia Adventista del Séptimo Día entre 1900 y 1915. En 1905, las mujeres ocupaban 20 de los 60 puestos como tesoreras de asociaciones, y para 1915 más de 50 de los 60 líderes departamentales de la Escuela Sabática eran mujeres.

[2] Ibíd., 8

[3] “Thirteenth Business Meeting”, AR, 7 de julio de 1995, 23

[4] El autor está en deuda con la excelente investigación de Kit Watts: “An Outline of the History of Seventh-day Adventists and the Ordination of Women”, en The Welcome Table, ed. Rebecca F. Brillhart y Patricia A. Habada (Langley Park, MD: TEAM, 1995), 334-358. La doctora Leona Running, profesora emérita del Seminario Teológico ASD, proveyó abundantes informaciones sobre las mujeres en el ministerio en su creciente colección: “Women in Church and Society”, guardado en el Adventist Heritage Center en la Universidad Andrews. Un agradecimiento especial a Jim Ford, director del Adventist Heritage Center, por su ayuda en localizar las fuentes

[5] General Conference Annual Council Minutes, 18 de octubre de 1973

[6] En 1995 los documentos fueron reimpresos y ampliamente distribuidos. Véase Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, The Role of Women in the Church (Boise, ID: Pacific Press, 1995).

[7] “Response from Readers: The Ordination of Women”, Advent Review and Sabbath Herald, 28 de octubre de 1976, 13

[8] General Conference Annual Council Minutes, 17 de octubre de 1974

[9] General Conference Spring Meeting Minutes, 3 de abril de 1975

[10] General Conference Annual Council Minutes, 12-20 de octubre de 1977

[11] General Conference Annual Council Minutes, 9-17 de octubre de 1979

[12] Neal C. Wilson, “To Do the Right Thing at the Right Time”, AR, 20 de abril de 1980, 4

[13] Pat Benton, “We’re Rediscovering Ourselves: An Interview with Elizabeth Sterndale”, AR, marzo de 1995, 25.

[14] Debería notarse que Margarete Prange había estado celebrando bautismos en sus iglesias en Alemania Oriental antes de la decisión que permitió a tres mujeres realizar bautismos en la Divisón Norteamericana.

[15] Roy Branson y Diane Gainer, “Potomac Conference Yields: Baptisms by Women Halted”, Spectrum 15 (octubre de 1984): 2-4

[16] “Session Actions”, AR, 11 de julio de 1985, 20

[17] Nancy Vyhmeister, “Not Weary in Well Doing”, Ministry, abril de 1986, 11-13.

[18] Roger L. Dudley, “Pastoral Views on Women in Ministry”, AR, 4 de junio de 1987, 18.

[19] Ibíd., 19

[20] Roger L. Dudley, “Religion Teachers’ Opinion of the Role of Women”, Ministry, agosto de 1987, 16

[21] Carole L. Kilcher y Gan Theow Ng, “Survey on the Status of Women Elders in the North American Division”, Instituto de Ministerios de la Iglesia, Universidad Andrews, octubre de 1988. Por ejemplo, la investigación mostró

que las iglesias afroamericanas eligen ancianas tan frecuentemente como lo hacen las iglesias caucásicas. Las iglesias hispanas estaban sólo a uno por ciento por detrás de las iglesias afroamericanas y caucásicas en la Divisón Norteamericana

[22] Neal Wilson, “Role of Women Commission Meet”, AR, 12 de mayo de 1988, 7

[23] Sin embargo, la pastora Bumgardner no fue ordenada ya que tanto la Unión de Columbia como la Asociación de Ohio votaron postergar la implementación de la ordenación hasta que la Asociación General aprobara la decisión.

[24] Karen Flowers, “The Role of Women in the Church”, AR, 28 de septiembre de 1989, 15-18

[25] Charles Bradford, “Approaching the Third Millennium”, Spectrum 20 (Diciembre de 1989): 16-18

[26] Tenth Business Session, en el 55º Congreso de la Asociación General, Indianapolis, Indiana, 11 de julio de 1990

[27] Tenth Business Session, en el 55º Congreso de la Asociación General, Indianapolis, Indiana, 11 de julio de 1990

[28] Speaking in Turn: Excerpts from Delegates’ Speeches on the Ordination of Women”, Spectrum 20 (agosto de 1990): 35

[29] Tenth Business Session, en el 55º Congreso de la Asociación General, Indianapolis, Indiana, 11 de julio de 1990

[30] Keeping Hope Alive: The Attitudes of Adventist Women in Ministry after the Indianapolis Decision (Langley, MD: TEAM, 1993), 5. En 1995 se realizó un relevamiento similar; para entonces el número había crecido a 130

[31] Es interesante comparar la información diseminada en diferentes partes de la iglesia mundial. Mientras que los pastores y miembros laicos de Norteamérica, a través de las páginas de Adventist Review y Ministry, habían estado expuestos desde 1985 a gran cantidad de información relacionada tanto con la parte positiva como la negativa del tema de la ordenación, los materiales producidos para otras partes del mundo (tales como el Ministerio Adventista, la versión de habla hispana de Ministry), a menudo destacaban sólo el lado negativo del tema de la ordenación de la mujer. El libro de Samuel Koranteng-Pipim, Searching the Scriptures: Women s Ordination and the Call to Biblical Fidelity (Berrien Springs: Adventists Affirm, 1995) fue proporcionado a bloques de delegados quienes erróneamente supusieron que el libro tenía el respaldo del Seminario Teológico ASD, donde el autor estudiaba el doctorado

[32] Alfred C. McClure, “NAD’s President Speaks on Women’s Ordination”, AR, febrero de 1995, 15

[33] 1994 General Conference Annual Council Minutes, 9 de octubre de 1994

[34] Robert S. Folkenberg, “Affirming Women in Ministry”, AR, enero de 1995, 12.

[35] William G. Johnsson, “Will this Session Be a Watershed?”, AR, 30 de junio de 1995, 4.

[36] “Thirteenth Business Meeting”, AR, 7 de julio de 1995, 24-25

[37] Ibíd., 25

[38] Ibíd., 26

[39] Ibíd., 28.

[40] Un individuo, hablando en oposición a la propuesta, aseveraba que el espíritu de Babilonia estaba detrás de la solicitud (otro orador se refirió a las mujeres que buscan la ordenación como similares a los ángeles que siguieron a Lucifer). Un caballero señaló que nadie puede reemplazar el llamado de la madre cristiana a criar a los siervos de Dios. Por el otro lado, una mujer de Norteamérica desafió al grupo a recordar que había países donde las mujeres no pueden votar, mientras que en otros países las mujeres han sido elegidas a los más altos cargos de su nación.

[41] Alfred C. McClure, “After the Vote, Now What?”, AR, agosto de 1995, 5

[42] “A Statement of Commitment to Women in Gospel Ministry from the North American Division Union Presidents”, 13 de octubre de 1995

[43] “McClure Reaffirms Division’s Position”, AR, 1º de febrero de 1966, 6

[44] 1997 North American Division Year-end Meeting Minutes. Véase también Kermit Netteburg, “New Plan Encourages Women Pastors”, AR, noviembre de 1997, 21

[45] Roger L. Dudley, “How Seventh-day Adventists Lay Members View Women Pastors”, Review of Religious Research 38 (Diciembre de 1996): 137

[46] Nota de la editora: Cabe señalar que la serie de servicios locales de ordenación de pastoras en diversas partes de los Estados Unidos parece haber concluido. Las pastoras son ordenadas como ancianas de sus respectivas iglesias. Por otra parte, tanto el número de pastoras de iglesia como de estudiantes mujeres en el Seminario Teológico ha seguido aumentando

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