Un Poder que Sobrepuja al de los Hombres[1]: Elena G. de White Sobre las Mujeres en el Ministerio
Por Jerry Moon
Ya que los adventistas del séptimo día han sostenido desde el mismo principio de su movimiento que la Biblia y sólo la Biblia es su regla de fe y práctica[2], el grueso del libro del cual este capítulo forma parte, está dedicado justamente a un examen de la evidencia escriturística con relación al propósito de Dios para las mujeres en el ministerio.
No obstante, la Escritura también enseña que el Espíritu Santo ha concedido a la iglesia el don de profecía[3], no para añadir algo al canon de las Escrituras, sino para hacer una aplicación autorizada de las Escrituras a situaciones específicas en la vida progresiva y cambiante de la iglesia[4]. Los adventistas del séptimo día creen que este don se manifestó en la vida y ministerio de Elena G. de White, y que “sus escritos son una permanente y autorizada fuente de verdad”[5]. Más aún, la elección divina, como creen los adventistas, de una mujer como mensajera profética para la iglesia moderna, hace surgir provocativamente la pregunta de si era la intención de Dios limitar los demás dones de Efesios 4:11, especialmente el de pastor-maestro, a personas del sexo masculino. En consecuencia, la cuestión de la creencia personal, enseñanza y práctica de Elena de White en relación con las mujeres en el ministerio no puede ser ignorada u omitida en una consideración adventista del séptimo día sobre este tema.
El propósito de este capítulo es examinar los escritos y la práctica de Elena G. de White con referencia específica a las siguientes preguntas: (1) ¿Cómo usó Elena de White el término “ministerio” refiriéndose a mujeres? (2) ¿Caracterizó ella la participación de las mujeres en el ministerio como esencial, o meramente opcional? (3) ¿Qué roles contempló ella para las mujeres en el ministerio? (4) ¿Cuáles son las implicaciones para la cuestión de la ordenación de la mujer al ministerio?
El término “ministerio” y la mujer
Elena de White usa los términos “ministro” y “ministerio” para abarcar un amplio espectro de significados. Fundamentalmente usó el término ministerio para designar al llamado y la obra de cada cristiano. En una de sus obras más difundidas, El Deseado de todas las gentes, páginas 761-762, ella explica:
“El mandato que dio el Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes en Cristo hasta el fin del tiempo. Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas sólo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el Evangelio en cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena trabajar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fue establecida para esta obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo. “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven”. Apoc. 22:17. Todo aquel que oye ha de repetir la invitación. Cualquiera sea la vocación de uno en la vida, su primer interés debe ser ganar almas para Cristo. Tal vez no pueda hablar a las congregaciones, pero puede trabajar para los individuos. Puede comunicarles la instrucción recibida de su Señor. El ministerio no consiste sólo en la predicación. Ministran aquellos que alivian a los enfermos y dolientes, que ayudan a los menesterosos, que dirigen palabras de consuelo a los abatidos y a los de poca fe. Cerca y lejos hay almas abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. No son las penurias, los trabajos ni la pobreza lo que degrada a la humanidad. Es la culpabilidad, el hacer lo malo. Esto trae inquietud y descontento. Cristo quiere que sus siervos ministren a las almas enfermas de pecado” [énfasis agregado].
Nótese que ella afirma que a “todos” los cristianos “se les ordena trabajar para la salvación de sus semejantes”. Entonces asocia los términos “ministro” y “ministrar” con cualquier tipo de servicio cristiano “a las almas enfermas de pecado”. De este modo su definición básica de ministerio es el llamado a todos los cristianos a “trabajar para la salvación de sus semejantes”[6]. Dentro de este concepto fundamental hay dos subdivisiones, las cuales he clasificado arbitrariamente como “categoría 2” y “categoría 3”.
La segunda categoría para el uso de los términos ministro y ministerio designa vocaciones específicas que sostienen y aumentan el “ministerio de la palabra”. De primera importancia entre estos están la “obra médico-misionera” y el colportaje evangélico, el ministerio de vender literatura cristiana casa por casa. Refiriéndose a este último, Elena de White distingue al colportaje evangélico del “ministerio”, pero lo llama “una parte… del ministerio” y “plenamente igual” en “importancia” al “ministerio”[7].
Ella describe la “obra médico-misionera” en términos semejantes. Distingue a la obra médica del “ministerio de la Palabra”, “el ministerio evangélico”. Sin embargo “no debe haber separación” de los dos, sino que la obra médica “debe conectarse con el mensaje del tercer ángel… y el ministerio”[8]. Ella escribe además que “los médicos misioneros que se ocupan en tareas evangélicas están haciendo una obra tan elevada como la que realizan sus hermanos que se ocupan en la obra ministerial… El médico fiel y el ministro trabajan en la misma obra”[9].
En la categoría tres del uso que hace de Elena de White de “ministerio”, ella emplea frases tales como “ministerio evangélico”, “ministerio de la Palabra”, o “ministro ordenado”, y se refiere al clero oficialmente reconocido de la iglesia[10]. Aunque esta clasificación en tres partes puede ser una simplificación exagerada del extenso uso que hace Elena de White de los términos “ministerio” y “ministro”, no obstante es suficiente para dar más claridad al estudio de la mujer en el ministerio. Elena de White usó el término “ministerio” para designar la obra de mujeres no sólo en la categoría uno (“A todos ha dado Cristo la obra de ministrar”[11]), y categoría dos (“hombres y mujeres… deberían estar… trabajando como evangelistas médico-misioneros, ayudando a los que están comprometidos en el ministerio evangélico”[12]), sino en la categoría tres también: “Hay mujeres que debieran trabajar en el ministerio evangélico”[13].
Tal vez su declaración más enfática acerca de las mujeres “en el ministerio evangélico” se encuentre en el Manuscrito 43a, de 1898, “El obrero es digno de su salario”, que ha sido publicado en varias obras[14]. Aquí Elena de White declara: “Hay mujeres que debieran trabajar en el ministerio evangélico”[15]. Tres párrafos antes se refiere a tales personas con una expresión más breve: “mujeres que trabajan en el evangelio”. También habla de mujeres que hacen “trabajo que está en la línea del ministerio”, y que son “necesarias para la obra del ministerio”. El contexto de esta declaración es una pregunta que “varios” le habían hecho a Elena de White: “¿Deberían las esposas de pastores adoptar niños pequeños?” A algunas, ella contestó: “No; Dios desearía que ayudara a su esposo en su labor”. Unas pocas líneas más adelante ella explica la razón de este “consejo”:
Hay mujeres que debieran trabajar en el ministerio evangélico. En muchos sentidos harían mayor bien que los ministros que no visitan la grey de Dios como deberían. El esposo y la esposa pueden unirse en este trabajo, y deben hacerlo, siempre que sea posible. El camino está abierto para las mujeres consagradas. Pero el enemigo se complacería en tener a las mujeres a quienes Dios podría usar para ayudar a cientos, comprometiendo su tiempo y fuerzas en un solo pequeño mortal indefenso, que requiere atención y cuidado constantes[16].
Ella cita Isaías 56:1-5, donde Dios promete al que no tiene hijos un “nombre mejor que el de hijos e hijas”, y entonces concluye: “Esta es la grande y noble obra para la cual el ministro y su esposa pueden capacitarse a sí mismos a fin de realizarla como fieles pastores y guardianes del rebaño”. De este modo, para algunas mujeres que tienen “habilidad” especial para “ayudar a dar el mensaje”, la obra del ministerio podría ser una prioridad mayor que la crianza de los niños. En otra parte propuso algo semejante cuando reconoció que a veces una mujer en el ministerio puede necesitar dejar “el trabajo de su casa a una ayudante fiel y prudente”, y “a sus niños bajo buen cuidado mientras ella trabaja en la obra”[17].
Elena de White también muestra una clara preferencia por el ministerio en equipo. Doce veces en cinco páginas[18] se refiere a esposos y esposas que trabajan juntos, dando a entender enfáticamente que éste es el equipo ministerial ideal. A pesar de eso, ella también se refiere a “señoritas” sin relación a estado marital que son entrenadas para esta labor, y viudas de ministros que continúan en esta obra[19], mostrando que aunque el equipo esposo-y-esposa tiene muchas ventajas, no es el único marco en el cual las mujeres son llamadas al ministerio[20].
En apoyo del papel esencial que juegan las mujeres en el ministerio, ella instó al presidente de la Asociación General, Arthur G. Daniells a “estudiar las Escrituras para obtener más luz sobre este punto. Las mujeres estuvieron entre los dedicados seguidores de Cristo en los días de su ministerio, y Pablo hace mención de ciertas mujeres que fueron ‘colaboradoras’ con él ‘en el evangelio’”[21]. Ella creía que “la señora elegida” de 2 Juan 1 era una de las mujeres líderes anónimas de la iglesia del Nuevo Testamento: “una colaboradora en la obra evangélica, señora de buena reputación y amplia influencia”[22].
En otra parte ella reiteró: “Las mujeres ayudaron a nuestro Salvador al unirse con él en su obra. Y el gran apóstol Pablo escribe… ‘Te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio’ (Fil. 4:3)”[23]. Después de citar Filipenses 4:3, ella parafrasea las palabras de Pablo acerca de las “mujeres que trabajaron en el evangelio”, apropiándose del precedente paulino para apoyar a “las mujeres modernas que deberían trabajar en el ministerio evangélico”[24].
La necesidad, legitimidad y mandato divino de mujeres en el ministerio
La premisa fundamental que apuntala todos los consejos de Elena de White acerca de las mujeres en el ministerio es que ni los hombres ni las mujeres pueden hacer solos el trabajo que ambos pueden hacer juntos. “Cuando ha de realizarse una obra grande y decisiva, Dios escoge a hombres y mujeres para hacer su obra, y esta obra sentirá la pérdida si los talentos de ambas clases no son combinados”[25]. De ese modo ella reiteró que la participación de mujeres en la obra del evangelio no es meramente una opción que debe permitirse en circunstancias excepcionales, sino un elemento esencial para el éxito en la predicación del evangelio. “Las mujeres pueden ser instrumentos de justicia, que presten un santo servicio —escribió en 1879—. Fue María la que predicó primero acerca de un Jesús resucitado… Si hubiera veinte mujeres donde ahora hay una, que hicieran de esta santa misión su obra predilecta, veríamos a muchas más personas convertidas a la verdad. Se necesita la influencia refinadora y suavizadora de las mujeres cristianas en la gran obra de predicar la verdad”[26].
Ella creía que las mujeres son indispensables en el ministerio, porque pueden ministrar de maneras que los hombres no pueden hacerlo. “El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los hombres… Pueden hacer en las familias una obra que los hombres no pueden hacer, una obra que llega hasta la vida íntima. Pueden acercarse al corazón de aquellas personas a las cuales los hombres no pueden llegar. Se necesita su obra”[27]. En otra parte afirmó:
Hay una gran obra que deben realizar las mujeres en la causa de la verdad presente. Mediante el ejercicio del tacto femenino y el uso sabio de sus conocimientos de la verdad bíblica, pueden eliminar dificultades que nuestros hermanos no podrían enfrentar. Necesitamos obreras para que trabajen en relación con sus esposos, y debiéramos animar a las que desean dedicarse a este ramo del esfuerzo misionero [énfasis agregado][28].
A quienes cuestionaban la legitimidad de que una mujer predicara a las congregaciones, Elena de White citaba su propia experiencia.
Cuando en mi juventud Dios abrió mi mente a las Escrituras, dándome luz sobre las verdades de su obra, salí a proclamar a otros las preciosas nuevas de salvación. Mi hermano me escribió y dijo: “Te ruego que no avergüences a la familia. Haré cualquier cosa por ti si no sales a predicar”. “¡Avergonzar a la familia! —contesté—. ¿Puede avergonzar a la familia el hecho que yo predique a Cristo y a él crucificado? Si me dieras todo el oro que tu casa pudiera contener, no cesaría de dar mi testimonio a favor de Dios. Tengo respeto por la recompensa. No guardaré silencio, porque cuando Dios me imparte su luz, él desea que la difunda a otros, de acuerdo con mi habilidad”[29].
Más aún, Elena de White insistió en que a las mujeres que dedican todo su tiempo al ministerio debiera pagárseles como a los ministros varones.
A veces se ha cometido una injusticia para con mujeres que trabajan con tanta consagración como sus esposos, y que son reconocidas por Dios como necesarias para la obra del ministerio. El método de pagar a los obreros varones, y de no pagar a sus esposas que participan de sus labores, no es un plan conforme al mandato del Señor, y si se lleva a cabo en nuestras asociaciones, se corre el riesgo de desanimar a nuestras hermanas en cuanto a calificarse para la obra en la cual deben trabajar[30].
Elena de White podría haber argumentado que, como se espera que cada miembro laico difunda el evangelio sin paga, las mujeres no deberían objetar a estas condiciones. Por el contrario, ella insistió en la necesidad de un pago justa para las mujeres que ministran. Pedir a las mujeres que hagan trabajo ministerial de tiempo completo sin paga, ella lo llama “extorsión”, “discriminación”, “egoísmo” y “robo”. “Cuando se requiera abnegación a causa de la escasez de recursos, no se deje que unas pocas mujeres que trabajan duramente hagan todo el sacrificio. Participen todos en el sacrificio”[31]. Ella advirtió del peligro de desanimar a las mujeres en cuanto a dedicarse al ministerio como vocación. Creía que muchas mujeres (“veinte… donde ahora hay una”) deberían “predicar la verdad”[32], y “calificarse para la obra en la cual deben trabajar”[33], y que impedírselo sería obstaculizar la obra de Dios.
“Los adventistas del séptimo día no deben de ninguna manera despreciar la obra de la mujer —afirmó ella—. Si una mujer confía el trabajo de su casa a una ayudante fiel y prudente, y deja a sus niños bajo buen cuidado mientras ella trabaja en la obra, la asociación debe tener bastante sabiduría para comprender que es justo que ella reciba salario”[34].
Finalmente, Elena de White sostuvo la legitimidad de pagar del diezmo a mujeres que ministran, lo cual en otra parte ella sostiene que debe ser sagradamente reservado para el sostén del ministerio evangélico[35]. “El diezmo debiera ir para los que trabajan en palabra y doctrina, sean éstos hombres o mujeres”[36], escribió.
Muchas de las citas pertinentes mencionan a “esposas” de ministros[37]. Sin embargo, otras referencias aplican este mismo concepto a mujeres que no eran esposas de ministros, mostrando que Elena de White consideró que algunos tipos de ministerio podían ser carreras apropiadas para las mujeres.
Algunas mujeres están enseñando ahora a señoritas a trabajar con éxito como visitadoras e instructoras bíblicas[38]. Las mujeres que laboran en la causa de Dios deben ser remuneradas en proporción al tiempo que dedican al trabajo… Al dedicarse el ministro y su esposa a la obra, se les debe remunerar proporcionalmente al salario de dos obreros distintos, para que tengan los medios para ser usados según lo vean necesario en la causa de Dios. El Señor ha derramado su Espíritu sobre ambos. Si el esposo muere, quedando sola la esposa, ella estará capacitada para continuar el trabajo en la causa de Dios, y recibirá remuneración por la labor que realice [énfasis agregado][39].
Se han notado siete elementos en el llamado al ministerio que Elena de White hace a las mujeres: (1) “Hay mujeres que debieran trabajar en el ministerio evangélico”; (2) su trabajo es “indispensable” y sin él “la causa sufrirá una gran pérdida”;[40] (3) las mujeres en el ministerio deberían recibir salarios justos; (4) este salario puede provenir con toda propiedad del diezmo; (5) el llamado al ministerio puede tener prioridad en algunos casos sobre el trabajo de la casa y el cuidado de los niños;[41] (6) algunas mujeres deberían hacer del ministerio una vocación de toda la vida con la cual se ganan el sustento; y (7) las asociaciones no deberían “desanimar” a las hermanas “en cuanto a calificarse” para la obra ministerial[42]. Todos estos factores en su apelación justifican concluir que ella consideraba el llamado a promover y animar la participación de mujeres en el ministerio, no meramente como una opción sino como un mandato divino, y la negligencia en ello daría como resultado una disminución de la eficiencia ministerial, menos conversos, y “gran pérdida” para la causa, comparado con el resultado provechoso de la combinación de los dones de hombres y mujeres en el ministerio. A continuación consideraremos qué roles consideró Elena de White para las mujeres en el ministerio.
Roles ministeriales para la mujer
El propósito de esta sección es examinar la evidencia en cuanto al alcance del llamado de Elena de White a las mujeres al ministerio. ¿Qué roles específicos previó ella? ¿Qué lugar consideró que debían ocupar las mujeres en relación a los hombres en el ministerio? Las vocaciones más frecuentemente mencionadas, a las cuales Elena de White llamó a las mujeres a ministrar, son las que atienden a las familias de casa en casa[43], dando estudios bíblicos[44], en contextos evangelísticos y pastorales[45], enseñando en diversas capacidades[46] y “colportando”[47]. También se menciona la medicina (específicamente obstetricia y ginecología)[48], capellanía para instituciones médicas[49] y otras, aconsejamiento personal a mujeres[50] y liderazgo en temperancia (particularmente en conexión con la Unión Pro Temperancia de Mujeres Cristianas)[51].
Roles de apoyo en el ministerio en equipo
Muchas de las declaraciones de Elena de White acerca de las mujeres en el ministerio están enmarcadas en el contexto de un ministerio en equipo, en el cual las mujeres emplean sus dones mayormente, pero no en forma exclusiva, en enseñar, visitar y aconsejar a individuos y grupos pequeños, especialmente familias. Ella dice específicamente que las mujeres tendrán más éxito en esta área del ministerio que los hombres.
El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los hombres. Ellas pueden ocupar sus lugares en la obra de Dios… y él trabajará por medio de ellas. Si están imbuidas con el sentido de su deber y trabajan bajo la influencia del Espíritu Santo, tendrán precisamente el dominio propio que se requiere para este tiempo. El Salvador reflejará sobre estas abnegadas mujeres la luz de su rostro y les dará un poder que sobrepuje al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar, una obra que alcanza hasta la vida íntima. Pueden acercarse al corazón de aquellas personas a las cuales los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su trabajo [énfasis agregado][52].
Estas mujeres son llamadas “abnegadas” específicamente porque con frecuencia asumen responsabilidades más de apoyo que de liderazgo en sus respectivos equipos ministeriales. Sin embargo, a pesar de su reconocimiento público relativamente menor (porque dedican más de su tiempo a la enseñanza privada y en grupos pequeños, al aconsejamiento y a la visitación), es precisamente al desempeñar este papel de apoyo que se les promete “un poder que sobrepuje al de los hombres”, para “hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar” y “acercarse al corazón de aquellas personas a las cuales los hombres no pueden alcanzar”[53].
Sin embargo, cuando Elena de White se refiere a las mujeres como maestras, no se limita a la enseñanza privada de individuos, familias y grupos pequeños. Ella también mencionó a maestras y directoras de Escuela Sabática, maestras de clases de Biblia en los congresos campestres y maestras de escuelas primarias, así como también a quienes enseñan desde el púlpito[54]. Durante sunministerio en Australia, ella habló con aprobación acerca de dos instructoras bíblicas, la Hermana R[obinson] y la Hermana W[ilson], quienes estaban “haciendo una obra tan eficaz como la de los pastores”. Ella informó que “en algunas reuniones, cuando todos los pastores han tenido que salir, la Hermana W[ilson] toma la Biblia y se dirige a la congregación”[55].
Mujeres como maestras
Una de las objeciones que a veces surgió contra el propio ministerio de Elena de White era que las mujeres no debían “enseñar” a los hombres (1 Ti 2:12). Sus colegas refutaron esto argumentando que esa “regla general en relación con las mujeres como maestras públicas” no constituía una prohibición rígida o universal[56]. J. N. Andrews razonó que “hay algunas excepciones a esta regla general que se obtienen aun de los escritos de Pablo”, como también “de otras Escrituras”. Entonces citó a las colaboradoras de Pablo (Flp 4:3); la posición de Febe como diaconisa (“diácono” en el griego; Ro 16:1); la asociación de Priscila con Pablo (Ro 16:3) y su participación en “la instrucción de Apolos” (Hch 18:26); Trifena, Trifosa y Pérsida (Ro 16:12); las hijas de Felipe que profetizaban (Hch 21:8-9); y a otras para probar que de ningún modo las mujeres estaban excluidas de los roles de enseñanza. Andrews afirmó que Romanos 10:10, que exige una confesión pública de fe como parte integral de la salvación, “debe aplicarse igualmente a las mujeres como a los hombres”[57].
Elena de White raramente habló en defensa propia sobre este punto. Generalmente permitía que sus colegas varones formularan tales respuestas. Por ejemplo, noten su relato de una reunión en Arbuckle, California, en la cual se le pidió a S. N. Haskell que explicara este asunto. “Antes de que yo comenzara a hablar —recordó Elena de White—, el pastor Haskell tenía un papelito que se le había entregado, citando ciertos textos que prohíben a las mujeres hablar en público. Tomó el asunto en forma concisa y muy claramente expresó el significado de las palabras del apóstol. Entiendo que era un seguidor de Campbell quien escribió la objeción y había estado circulando un buen rato antes de llegar al púlpito; pero el pastor Haskell lo aclaró todo delante de la gente[58].
En tanto que Elena de White no se refirió a menudo a los pasajes paulinos sobre las mujeres como maestras, ella sí citó la obra de Aquila y Priscila al enseñarle a Apolos como un ejemplo de “un erudito concienzudo y orador brillante” que fue instruido por dos personas laicas, una de ellas una mujer.
El educado orador recibió instrucción de ellos con agradecida sorpresa y gozo. A través de la enseñanza de ellos obtuvo un conocimiento más claro de las Escrituras… Así, un erudito concienzudo y orador brillante aprendió el camino del Señor más perfectamente por medio de la enseñanza de un hombre y una mujer cristianos cuya humilde ocupación era la de hacer tiendas [énfasis agregado][59].
De ese modo rechazó implícitamente la interpretación tradicional de 1 Timoteo 2:12. Por el contrario, instó a Arthur G. Daniells, entonces presidente de la Asociación General, a emplear en la evangelización pública a “muchos hombres y mujeres que tienen habilidad para predicar y enseñar la Palabra”. Continuó diciendo:
Elija mujeres que desempeñarán su parte con seriedad. El Señor usará a mujeres inteligentes en la obra de enseñar. Y que nadie piense que estas mujeres, que comprenden la Palabra y que tienen habilidad para enseñar, no deberían recibir remuneración por sus labores. Se les debería pagar tan ciertamente como se les paga a sus esposos. Hay una gran obra que las mujeres pueden hacer en la causa de la verdad presente. Por medio del ejercicio del tacto femenino y el uso sabio de su conocimiento de la verdad bíblica, pueden remover dificultades que nuestros hermanos no pueden enfrentar. Necesitamos mujeres obreras que trabajen en colaboración con sus esposos, y se debería animar a aquellas que desean comprometerse en esta línea de obra misionera[60].
Mientras que Elena de White específicamente alabó a las mujeres que servían en roles ministeriales de apoyo, ella también animó a mujeres con mayores dones para el liderazgo público a ejercer plenamente esos dones. Cuando la Sra. S. M. I. Henry, evangelista nacional para la Unión Pro Temperancia de Mujeres Cristianas, se hizo adventista del séptimo día,[61] Elena White la animó a continuar con su ministerio público.
Creemos plenamente en la organización de la iglesia pero no en algo que prescriba con toda precisión la forma en la que debemos trabajar, porque todas las mentes no son alcanzadas por los mismos métodos… Cada uno tiene su propia lámpara que mantener encendida... Hay muchos caminos que se abren delante de usted. Hable a la multitud todas las veces que pueda hacerlo; utilice toda la influencia que pueda ejercer en su asociación con los demás para introducir la levadura en la masa [énfasis agregado][62].
Nótese el énfasis en la libertad y responsabilidad de cada individuo ante Dios de encontrar el ministerio en el cual sus dones puedan ser más fructíferos, y la creencia de Elena White de que nadie debe “prescribir con toda precisión la forma como debemos trabajar”. Sin embargo, también debería notarse que su consejo a S. M. I. Henry no concierne en principio a la participación en la iglesia organizada, sino en una organización femenina paralela a la iglesia.
“Mujeres que deberían estar ocupadas en el ministerio”
Tres declaraciones adicionales merecen un examen más detallado. Se refieren respectivamente al ministerio, al pastorado y a mujeres como administradoras en la iglesia local. La primera de éstas, publicada en 1903, es ambigua en lo que se refiere a roles específicos de las mujeres en el ministerio.
El Señor llama a quienes están conectados con nuestros sanatorios, casas editoras y colegios a enseñar a los jóvenes a hacer obra evangelística. Nuestro tiempo y energía no deben estar empleados a tal extremo en establecer sanatorios, negocios de alimentos y restaurantes que se descuiden otras ramas de la obra. Jóvenes y señoritas que deberían estar ocupados en el ministerio, en la obra bíblica y en la obra del colportaje, no deberían estar atados a un empleo mecánico.
Se debería animar a los jóvenes [youth: personas jóvenes de ambos sexos] a asistir a nuestras escuelas de entrenamiento para obreros cristianos, las cuales deberían parecerse cada vez más a las escuelas de los profetas. Estas instituciones han sido establecidas por el Señor, y si son conducidas en armonía con su propósito, los jóvenes [youth] enviados a ellas estarán muy pronto preparados para ocuparse en diversas ramas de la obra misionera. Algunos serán entrenados para entrar al campo como enfermeros misioneros, algunos como colportores y algunos como ministros evangélicos[63].
La ambigüedad ocurre en la oración final del primer párrafo. “Jóvenes y señoritas que deberían estar ocupados en el ministerio, en la obra bíblica y en la obra del colportaje, no deberían estar atados a un empleo mecánico”. La ambigüedad reside en que en otra parte se refiere a la “obra bíblica” y al “colportaje”, ambos como aspectos del “ministerio”[64]. El hecho que los enumere individualmente parecería indicar que los está distinguiendo como vocaciones diferentes, de ahí que el uso de “el ministerio” seguramente se refiere aquí a la predicación desde el púlpito y al oficio administrativo del ministerio, en contraste con el ministerio orientado hacia el individuo y la familia, como es el caso del obrero bíblico, y el ministerio de distribución de publicaciones del colportor. De las muchas referencias de Elena de White a las mujeres “en el ministerio”, la mayoría se refiere específicamente al ministerio de la visitación evangelística y pastoral, dando instrucción bíblica y consejo espiritual a las familias, la vocación a la que se alude aquí como “obra bíblica”[65].
Mujeres como pastoras
Por lo menos dos declaraciones de Elena de White mencionan a las mujeres en roles pastorales[66]. Por supuesto la pregunta central es: ¿qué significado le dio a la palabra “pastoral”? Elena de White a veces usa terminología pastoral para indicar los aspectos de visitación personal de la obra de un ministro, en contraste con el ministerio de la predicación pública[67]. En esta línea ella denunció a los ministros que “sólo predican” o, peor aún, meramente “sermonean”, pero “descuidan la labor personal” porque les falta la “compasión tierna y vigilante del pastor. El rebaño de Dios tiene derecho a esperar ser visitado por su pastor, ser instruido, orientado, aconsejado, en sus propios hogares”[68]. Otra vez dice: “El pastor debe visitar a sus feligreses de casa en casa, enseñando, conversando y orando con cada familia”, así como también “instruir cabalmente en la verdad” a los miembros en perspectiva[69]. Esta es precisamente la obra que en otra parte Elena de White recomienda que las mujeres hagan en equipo ministerial, “visitando familia por familia, abriéndoles las Escrituras”[70]. Es en esta obra pastoral que se les promete “un poder que sobrepuje al de los hombres”[71].
“Mujeres para hacer labor pastoral”
Lo antedicho provee el fundamento necesario para la consideración de otras dos declaraciones, que indican que el don espiritual del pastorado se da a las mujeres tanto como a los hombres.
La primera se encuentra en Testimonies, 4:390.
Si hay una obra más importante que otra, es la de presentar nuestras publicaciones ante el público, llevándolos así a escudriñar las Escrituras. La obra misionera —introducir nuestras publicaciones en los hogares, conversando y orando con y por ellos— es una buena obra que educará a hombres y mujeres para realizar la labor pastoral[72].
De acuerdo con este párrafo, el colportaje evangélico, que hace “obra misionera” de casa en casa, tiene dos beneficios particulares: (1) “Es una buena obra” en sí; y (2) es una buena preparación para responsabilidades mayores. “Educará a hombres y mujeres para realizar la labor pastoral”. Estos mismos temas también impregnan el contexto de otra mención de mujeres como “pastoras”.
“Pastores de la grey de Dios”
En una cita de Testimonies, 6:322, se hacen claramente evidentes los temas que (1) el colportaje evangélico mismo es una forma de ministerio pastoral, y que (2) también otorga una preparación para el ministerio pastoral dentro de una congregación. Las oraciones están numeradas para facilitar la referencia.
[1] Todos los que desean tener una oportunidad de ejercer un verdadero ministerio, y que quieran entregarse sin reserva a Dios, hallarán en el colportaje oportunidades de hablar de las muchas cosas concernientes a la vida futura e inmortal. [2] La experiencia así ganada será del mayor valor para los que se están preparando para el ministerio. [3] Es el acompañamiento del Espíritu Santo de Dios lo que prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para apacentar la grey de Dios[73].
La primera oración indica que el “colportaje” es “un verdadero ministerio”. La segunda recomienda esta obra a “los que se están preparando para el ministerio”, es decir, el liderazgo ministerial de una iglesia. La tercera oración afirma que el Espíritu Santo “prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para apacentar la grey de Dios”. Es clara la deducción que la cláusula “prepara… para apacentar la grey” en la tercera oración es paralela a “preparando para el ministerio” en la oración anterior.
Este tema de la preparación se reitera varias veces en el contexto inmediato. El capítulo en el cual se encuentra el pasaje citado lleva el título, “El colportor es obrero evangélico”, y comienza con la declaración: “El colportor inteligente, que teme a Dios y ama la verdad, debe ser respetado, porque ocupa una posición igual a la del ministro evangélico”[74]. Ese es el primer tema: el colportaje evangélico es un ministerio. Una preocupación de este capítulo es elevar la importancia de la obra del colportor[75] para igualarla con otras formas de ministerio. Sin embargo, la siguiente oración muestra que Elena de White no estaba solamente promoviendo la obra del colportaje. Ella la estaba promoviendo específicamente para “ministros jóvenes y los que se están preparando para el ministerio”. Ese es el segundo tema: el colportaje evangélico como preparación para “el” ministerio regular.
Muchos de nuestros ministros jóvenes y los que se están preparando para el ministerio harían, si estuviesen verdaderamente convertidos, mucho bien trabajando en el colportaje. Al encontrarse con la gente y presentarle nuestras publicaciones, adquirirían una experiencia que no pueden obtener por la simple predicación. Yendo de casa en casa, conversando con la gente, llevarían consigo la fragancia de Cristo. Al esforzarse por bendecir a otros, serían ellos mismos bendecidos; obtendrían experiencia en la fe; aumentarían grandemente su conocimiento de las Escrituras; y aprenderían constantemente a ganar almas para Cristo [énfasis agregado].
Tres párrafos más adelante aparece el párrafo bajo consideración.
La experiencia así ganada será del mayor valor para los que se están preparando para el ministerio. Es el acompañamiento del Espíritu Santo de Dios lo que prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para apacentar la grey de Dios [énfasis agregado][76].
En el resto del párrafo continúa el tema de la preparación y crecimiento de la eficacia en la evangelización. Los colportores que “se están preparando para el ministerio”, “aprenderán”, “serán educados”, “practicarán”, “serán purificados”, “se desarrollarán” y “serán dotados” del poder espiritual.[77]
En la siguiente página se encuentra otra conexión explicativa de la oración principal que estamos considerando. “La predicación de la Palabra es un medio por el cual el Señor ordenó que se dé al mundo su mensaje de amonestación. En las Escrituras se representa al maestro fiel como pastor de la grey de Dios. Se le ha de respetar, y su obra debe ser apreciada. … [E]l colportaje ha de ser parte tanto de la obra médico-misionera como del ministerio” (énfasis agregado)[78].
Elena de White repetidas veces aplica al ministerio del colportaje términos comúnmente asociados con el ministerio de la predicación, mostrando así que el verdadero colportor evangélico es un predicador. En forma similar, ella usa términos asociados con la enseñanza para reforzar su concepto del colportor como maestro. De esta manera el párrafo que agrupa los términos “predicación”, “maestro” y “pastor de la grey de Dios”, constituye una declaración en la que no sólo el ministro regular, sino el colportor también predica y enseña, por lo tanto también merece ser “respetado” y “apreciado” como un “pastor de la grey de Dios”.
Finalmente, la frase “pastor de la grey de Dios” es paralela a la expresión “apacentar la grey de Dios” de la página anterior, mostrando que por “pastores”, Elena de White incluye a todos los que enseñan y predican el evangelio, incluyendo a los colportores evangélicos. Al comparar estas declaraciones paralelas surge que el Espíritu Santo “prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para apacentar la grey de Dios”, es decir, como “pastor de la grey de Dios”, pero este papel pastoral puede tomar una variedad de formas vocacionales.
Por un lado, los colportores evangélicos que realmente ministran a los individuos a quienes visitan están dando cuidado pastoral inmediato a través de sus publicaciones y su presencia. Por otro lado, la experiencia así obtenida también prepara al colportor fiel para dar cuidado pastoral en otros contextos.
Finalmente, las referencias al “Espíritu Santo”, “dones”, “pastor”, “maestro” y “apacentar”, así como también la frase central “el Espíritu Santo… prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para apacentar la grey de Dios”, dan a entender que el don espiritual de pastor-maestro (Ef 4:11) se da tanto a los hombres como a las mujeres[79].
“Adaptadas para una administración exitosa de la iglesia”
Que Elena de White veía tanto a las mujeres como a los hombres como potencialmente capacitados para el liderazgo de la iglesia, se advierte en la declaración que “no son siempre los hombres los que están mejor adaptados para una administración exitosa de la iglesia”. El contexto es un reproche severísimo a un Hermano Johnson que tenía una “tendencia a imponer y controlar las circunstancias” en cierta iglesia local, y que tenía sólo “burlas” para la obra de las mujeres en la misma iglesia. “Jesús se avergüenza de usted —escribió ella, y en la siguiente página continuó—.
Usted no está en simpatía con la gran Cabeza de la iglesia… El regaño despreciable, la crítica mezquina, el buscar errores, el ridiculizar, contradecir, a lo que usted y otros se han entregado, ha contristado al Espíritu de Dios y lo ha separado a usted de Dios. No son siempre los hombres los que están mejor adaptados para una administración exitosa de la iglesia. Si mujeres fieles tienen más profunda piedad y verdadera devoción que los hombres, podrían ciertamente por sus oraciones y su trabajo hacer más que los hombres cuyos corazones y vida no están consagrados [énfasis agregado][80].
Las palabras “no son siempre los hombres” apuntan a la presuposición de los receptores que en cualquier situación, el mejor líder para una iglesia siempre sería un hombre. Elena de White afirma que hay ocasiones cuando la persona mejor capacitada para dirigir una iglesia es una mujer. Las palabras “mejor adaptados” señalan a los talentos personales y dones espirituales, los cuales, junto con “profunda piedad y verdadera devoción”, constituyen los requisitos para el liderazgo espiritual. El factor principal de idoneidad para el liderazgo en la iglesia no es el sexo sino el carácter[81].
Apartadas mediante la imposición de manos
Nos falta examinar cuidadosamente en su contexto histórico una cita más. Viene de la década que Elena de White pasó como pionera en Australia, y apareció en la Review and Herald del 9 de julio de 1895. Es la única declaración en la que ella recomienda explícitamente un servicio de ordenación para mujeres.
La preocupación del artículo donde aparece esta declaración era que la mayoría de los miembros de la iglesia no se comprometían en el trabajo de la iglesia. “Unas pocas personas han sido elegidas para llevar la responsabilidad espiritual, y los talentos de otros miembros han permanecido sin desarrollar”. Para remediar eso, ella instaba a los pastores a comprometer a la congregación tanto en la “planificación” como en la “ejecución de los planes que ellos han ayudado a formular”. Luego exhortaba que a “cada individuo que se considera un digno miembro de la iglesia” se le dé una parte definida en la obra de la iglesia. Entonces viene el párrafo sobre las mujeres.
Las mujeres que están dispuestas a consagrar parte de su tiempo al servicio del Señor deben ser designadas para visitar a los enfermos, cuidar de los jóvenes y ministrar a las necesidades de los pobres. Ellas deberían ser apartadas para este trabajo mediante la oración y la imposición de manos.
En algunos casos necesitarán consejo de los dirigentes de la iglesia o del ministro; pero si son mujeres dedicadas, que mantienen una conexión vital con Dios, serán un poder para el bien en la iglesia. Este es otro medio para el fortalecimiento y edificación de la iglesia. Necesitamos ampliar más nuestros métodos de labor. Ninguna mano debe ser atada, ningún alma desalentada, ninguna voz silenciada; dejad que cada individuo trabaje, privada o públicamente, para ayudar en el avance de esta obra grandiosa [énfasis agregado][82].
Se pueden hacer algunas observaciones en este punto. Estas son mujeres laicas, que están “dispuestas a consagrar parte de su tiempo”, no su tiempo completo, a la obra de la iglesia. De ese modo se hace claro que ésta no es una carrera mediante la cual se ganarán el sustento, sino un ministerio voluntario de tiempo parcial[83]. En cuanto a los términos “designadas” y “apartadas… mediante la oración y la imposición de manos”, no cabe duda de que son expresiones características de Elena de White para una ceremonia de ordenación[84].
No se ha hecho ninguna investigación seria para descubrir el grado de respuesta de la iglesia a esta apelación. No obstante se conocen tres casos. El 10 de agosto de 1895, como un mes después de la publicación en la Review del artículo de Elena de White (pero posiblemente en respuesta a la circulación del manuscrito antes de su publicación), la Iglesia de Ashfield en Sydney, no muy lejos de donde estaba trabajando Elena de White, realizó un servicio de ordenación para los oficiales de iglesia recientemente elegidos. “Los pastores Corliss y McCullagh de la Asociación Australasiana apartaron al anciano, diáconos, [y] diaconisas por medio de la oración y la imposición de manos”[85]. Es de notar que se usa una terminología de ordenación idéntica para los tres cargos. Otro registro de la misma iglesia cinco años más tarde (6 de enero de 1900), nuevamente informa de la ordenación de dos ancianos, un diácono y dos diaconisas. El ministro oficiante era W. C. White, cuyo diario de la misma fecha corrobora los registros del secretario de la iglesia de Ashfield[86]. Un tercer ejemplo ocurre en febrero o marzo de 1916, cuando E. E. Andross, entonces presidente de la Unión del Pacífico, ofició en un servicio de ordenación de mujeres y citó el artículo de Elena de White de la Review and Herald de 1895 como respaldo[87].
Tanto la evidencia interna del artículo de Elena White de 1895 como las respuestas de quienes estaban cerca de ella en ese tiempo —la Iglesia de Ashfield; su hijo William C. White; y E. E. Andross, quien fue un administrador de la iglesia en California durante los años que Elena de White pasó en Elmshaven—,[88] parecen confirmar que Elena de White aprobaba la ordenación formal de mujeres laicas en un papel entonces asociado con el oficio de diaconisa en la iglesia local. El trabajo de una diaconisa no estaba confinado a funciones rituales en la Cena del Señor y el lavamiento de los pies, sino que era visto como una obra de ministerio práctico hacia las personas necesitadas. Este es el significado aparente de la descripción que hace Elena de White del trabajo, “visitar a los enfermos, cuidar de los jóvenes y ministrar a las necesidades de los pobres”.
En primer lugar, esta evidencia muestra que Elena de White no consideraba que la ordenación, como tal, fuera un rito específicamente para un sexo, sino una ceremonia de consagración que puede ser llevada a cabo con toda justicia tanto para hombres como para mujeres. Incluye “designación para un cargo señalado”, “reconocimiento de la autoridad de la persona para ese cargo”, y un pedido para que “Dios conceda su bendición” sobre la persona ordenada[89].
En segundo lugar, la asociación de la ordenación con el oficio de diaconisa sugiere una línea para una investigación posterior. En el uso corriente, tanto el oficio de diácono como su equivalente femenino, diaconisa, se han estereotipado como oficios mayormente ceremoniales, ampliados ligeramente para incluir (para los hombres) el mantenimiento físico del edificio y el terreno de la iglesia, y (para las mujeres) cocinar, limpiar y servir en las reuniones sociales. Sin embargo, la palabra del Nuevo Testamento traducida como “diaconisa” es apropiadamente traducida como “ministro” (véase Ef 3:7, donde Pablo usa la misma palabra raíz para su propio ministerio), y había mujeres que ocupaban este oficio ministerial (véase Ro 16:1)[90].
Finalmente, téngase en cuenta también que de los primeros siete que fueron elegidos para “servir a las mesas” en Hechos 6:2, dos de ellos sobrepasaron por lejos los términos de su ordenación, transformándose en oradores públicos y evangelistas de mucho éxito. En vista del respaldo de Elena de White a la ordenación de mujeres como diaconisas, tal vez la importancia del precedente neotestamentario necesita explorarse más ampliamente, recordando que la motivación de Elena de White para recomendar este rito fue estimular el compromiso de los miembros con la iglesia y la movilización del cuerpo, al impresionar vívidamente sobre ellos su llamado divino a ejercer exteriormente el sacerdocio de cada creyente conferido en el momento de su bautismo[91]. Si la iglesia actuara ahora de acuerdo con la instrucción dada hace un siglo de que las mujeres “deberían ser apartadas para este trabajo mediante la oración y la imposición de manos” —un rito que implica la delegación de la autoridad de la iglesia y una petición del otorgamiento de la bendición divina—[92], la iglesia no debería sorprenderse si algunas de aquellas “apartadas” para ministrar a los “enfermos”, los “jóvenes” y los “pobres” prosiguieran a evangelizar y plantar iglesias en las cuales los enfermos, los jóvenes y los pobres se volvieran sanos, maduros y prósperos, y continuaran la expansión del Reino.
Conclusiones
En cuanto al concepto de Elena de White acerca de las responsabilidades ministeriales que podrían ser ejercidas con toda propiedad por mujeres, se pueden advertir cinco puntos.
- Los talentos combinados de los hombres y las mujeres son esenciales para el mayor éxito en la obra del ministerio. Por lo tanto el ideal es un ministerio en equipo, especialmente equipos ministeriales de esposo y esposa.
- La lista de roles abiertos a las mujeres en el ministerio evangélico abarca una amplia gama de tareas y opciones vocacionales, incluyendo la predicación, enseñanza, cuidado pastoral, obra evangelística, colportaje evangélico, liderazgo en Escuela Sabática, capellanía, aconsejamiento y administración de iglesia.
- Ella creía que los dones espirituales del pastorado y la enseñanza (Ef 4:11) son dados por el Espíritu Santo tanto a hombres como a mujeres, y algunas mujeres poseen dones y habilidades para una “administración exitosa” de la iglesia.
- La recomendación más fuerte que Elena de White hace en relación con las mujeres en el ministerio fue que las mujeres abnegadas que se unían a sus esposos en un ministerio en equipo debían recibir salario en proporción al tiempo que dedicaban al ministerio. El tema del pago justo a cada esposa de pastor que decide dedicarse al ministerio antes que elegir alguna otra profesión era, para Elena de White, ciertamente una prioridad mayor que la ordenación; sin embargo sus fuertes denuncias acerca de pagarle sólo a la mitad masculina del equipo ministerial todavía son, con unas pocas excepciones aisladas, mayormente pasadas por alto[93].
- Elena de White recomendó la ordenación de mujeres laicas para un ministerio local que satisfaría las necesidades de “los enfermos”, “los jóvenes” y “los pobres”. Así demostró que entendía que la ordenación es un rito de designación y consagración que puede ser llevado a cabo con toda justicia tanto para hombres como para mujeres. Sus contemporáneos lo entendieron como un llamado para ordenar a diaconisas sobre la misma base que los diáconos, pero la práctica nunca fue aceptada ampliamente en la iglesia.
Siendo que ella creía que la ordenación era importante para mujeres laicas en un ministerio a favor de las necesidades físicas y emocionales, ¿vería también ella como importante algún tipo de ordenación para mujeres que son obreras “en palabra y doctrina”? En cualquier caso, el lugar de la mujer en el ministerio está asegurado. Incluso si “las manos de la ordenación no le hayan sido impuestas, está haciendo una obra que pertenece al ministerio”[94].
Referencias
[1] Ellen G. White, “Words to Lay Members”, RH, 25 de agosto de 1902, 7-8; la misma cita aparece en El ministerio de la bondad, 151, donde se lee “un poder que sobrepuje al de los hombres”.
[2] Por ejemplo, véase James White, A Word to the Little Flock (Gotham, ME: James White, 1847), 13; James White, citado en “Doings of the Battle Creek Conference, October 5 and 6, 1861”, RH, 8 de octubre de 1861; ambos reimpresos en Witness of the Pioneers Concerning the Spirit of Prophecy: A Facsimile Reprint of Periodical and Pamphlet Articles Written by the Contemporaries of Ellen G. White (Washington, DC: Ellen G. White Estate, 1961), 4, 26; véase también Arthur L. White, “The Position of ‘The Bible and the Bible Only’ and the Relationship of This to the Writings of Ellen G. White” (Washington, DC: Ellen G. White Estate, 1971).
[3] Ef 4:11-13; Jl 2:28-29; Ap 12:17; 19:10
[4] Elena G. de White, El conflicto de los siglos, 9
[5] Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Manual de la Iglesia (Florida, Buenos Aires: ACES, 1996), 33
[6] Ibíd
[7] Elena G. de White, Colporteur Ministry, 6, 101, 8.
[8] Elena G. de White, Consejos sobre salud, 558
[9] Elena G. de White, Manuscrito 79, 1900, en El evangelismo, 397
[10] Ibíd., 557-558
[11] Elena G. de White, Mensajes para los jóvenes, 209
[12] Ellen G. White, Loma Linda Messages, 386
[13] Elena G. de White, “The Laborer Is Worthy of His Hire”, Manuscrito 43, 1898, Manuscript Releases, 5:325;
[14] Elena G. de White, Manuscript Releases, 5:325; también citado en El evangelismo, 345
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.; también citado en parte en El ministerio pastoral, 88
[17] Ibíd., 324; citado en El ministerio pastoral, 91
[18] Ibíd., 323-327
[19] White, Manuscript Releases, 5:323-324
[20] No hay ejemplo histórico más ilustre en los anales de mujeres adventistas que Mary E. Walsh (1892-1997), instructora bíblica evangélica, autora y, a veces, pastora, que nunca se casó. “Mary Walsh, Pioneer Bible Worker, Pastor, Dies at 105”, AR, 20 de noviembre de 1997, 23
[21] Elena G. de White, Carta 142, 27 de octubre de 1909, a Arthur G. Daniells. Manuscript Releases, 17:37. La referencia bíblica parece ser una combinación de Ro 16:3 y Flp 4:3, posiblemente con 2 Co 1:11 en el trasfondo
[22] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, 457.
[23] White, Manuscript Releases, 5:324
[24] Ibíd., 325
[25] Elena G. de White, Carta 77, 1898; citada en El evangelismo, 343; véase también Consejos sobre salud, 544, 547
[26] Elena G. de White, RH, 2 de enero de 1879; citado en El evangelismo, 345, y El ministerio pastoral, 88; cf. El Deseado de todas las gentes, 521
[27] Elena G. de White, RH, 26 de agosto de 1902; citado en El ministerio de la bondad, 151
[28] Elena G. de White, Carta 142, 1909; citada en El evangelismo, 358-359
[29] Ellen G. White, “Looking for That Blessed Hope”, Signs of the Times, 24 de junio de 1889
[30] Elena G. de White, Obreros evangélicos, ed. 1915, 468; citado en El evangelismo, 359
[31] Elena G. de White, Manuscrito 47, 1898; extractado en El evangelismo, 359; véase también Manuscript Releases, 5:323-327; 12:160-167; 17:36-37
[32] White, El evangelismo, 345
[33] Ibíd., 359
[34] Ibíd., 360; citado también en El ministerio pastoral, 91
[35] Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, 86, 106-108; Testimonies, 9:247-250
[36] Elena G. de White, Manuscrito 149, 1899; citado en El evangelismo, 359
[37] Por ejemplo, véase White, Manuscript Releases, 12:160-167
[38] Elena de White usa aquí el término “Bible reader”, refiriéndose a la persona que da estudios bíblicos basados en un curso bíblico. N. de . la T
[39] Elena G. de White, “The Worker is Worthy of His Hire”, Manuscrito 43a, 22 de marzo de 1898; Manuscript Releases, 5:323-324; citado en El ministerio pastoral, 91
[40] White, El evangelismo, 360
[41] De forma similar en Testimonies, 8:229-230, ella escribió que “los jóvenes y las señoritas que deberían estar ocupados en el ministerio, en la obra bíblica y en la obra del colportaje no deberían estar atados a un empleo mecánico”.
[42] White, El evangelismo, 359
[43] Ibíd., 336, 340, 344, 350, 358
[44] Ibíd., 360, “llevar la verdad a las familias”; véase también: 334, 343, 344, 347, 349. El evangelismo, 358-360, habla de mujeres que colaboran con hombres en la obra de evangelización. Aunque no se especifican roles, el contexto y la historia ASD dan a entender los roles específicos de visitación, estudios bíblicos, otros roles de enseñanza y predicación. Véase el capítulo de Michael Bernoi
[45] Elena G. de White, Testimonies, 2:322-323; 4:390; 8:229-230; El evangelismo, 341-343; 358-360
[46] White, El evangelismo, 343, 345-349. “Una y otra vez el Señor me ha mostrado que las mujeres que enseñan son tan necesarias para hacer la obra que él les ha señalado como lo son los hombres”. El contexto se refiere a la visitación evangélica-pastoral de casa en casa y a la enseñanza de la Biblia (White, “The Worker Is Worthy of His Hire”).
[47] Colportar es vender libros y revistas cristianos, de casa en casa; Elena de White llama “colportor evangélico” al que ejerce esta vocación (ibíd., 343-344; Testimonies, 2:322-323; 8:229-230).
[48] “No está en armonía con las instrucciones dadas en el Sinaí que los médicos varones actúen como parteros. La Biblia habla de que las mujeres eran atendidas por mujeres en ocasión del parto, y así es como debiera ser siempre. Debiera educarse y entrenarse a las mujeres para que actúen [hábilmente] como parteras [y médicas a las de su sexo]. Y es igualmente importante que se prepare a mujeres educadas para que traten las enfermedades femeninas, como también debiera haber médicos hombres cabalmente preparados para que actúen como médicos y cirujanos y los sueldos de las mujeres debieran ser proporcionales a su servicio. Debiera ser apreciada en su trabajo como lo es el médico varón en el suyo” (White, Consejos sobre salud, 362, énfasis agregado). [N. de la T.: las palabras entre corchetes no figuran en la traducción al castellano, pero sí en el inglés].
[49] White, Testimonies, 8:143-144
[50] White, El evangelismo, 337
[51] White, Manuscript Releases, 1:125
[52] White, “Words to Lay Members”, RH, 20 de agosto de 1902, 7-8; este párrafo está citado en White, El ministerio de la bondad, 151, y El ministerio pastoral, 92
[53] Una declaración de Elena de White relacionada con el salario parece igualmente aplicable a cuestiones de rango y posición: “Cuando nos pongamos en la debida relación con Dios, tendremos éxito dondequiera que vayamos; y lo que deseamos es tener éxito y no dinero [o rango o posición, sino]: una vida de éxito, y Dios nos la dará porque él sabe todo lo relacionado con nuestra abnegación. Conoce cada sacrificio que hemos realizado. Podéis pensar que vuestra abnegación carece de importancia, que deberíais recibir más consideración y así sucesivamente. Pero tiene importancia delante del Señor. Se me ha mostrado repetidamente que cuando las personas comienzan a buscar salarios [o rango o posición] cada vez más elevados, en su experiencia ocurre algo que los coloca en una posición donde ya no se encuentran en terreno ventajoso. Pero cuando aceptan un sueldo que pone de manifiesto su abnegación, el Señor ve su renunciamiento personal y les proporciona éxito y victoria. Esto mismo me ha sido presentado en repetidas ocasiones. El Señor que ve en secreto recompensará públicamente cada sacrificio que sus siervos leales hayan estado dispuestos a realizar” (Manuscrito 12, 1913; citado en Mensajes selectos, 2:205).
[54] White, El evangelismo, 343, 345-349; White, Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, 179-185
[55] Elena G. de White, Carta 169, 1900; citada en El evangelismo, 346; los nombres aparecen en White, “The Worker Is Worthy of His Hire”, Manuscrito 43a, 22 de marzo de 1898
[56] J. N. Andrews, “May Women Speak in Meetings?” RH, 2 de enero de 1879.
[57] Ibíd.; el énfasis es suyo; véase también Uriah Smith, “Let Your Women Keep Silence in the Churches”, RH, 26 de junio de 1866; Jaime White, “Women in the Church”, RH, 29 de mayo de 1879
[58] Ellen G. de White, Carta 17a, 1º de abril de 1880, a Jaime White desde Oakland, CA; Manuscript Releases, 10:70
[59] Ellen G. de White, Sketches from the Life of Paul, 119; énfasis agregado.
[60] Ellen G. de White, Carta 142, 27 de octubre de 1909, a A. G. Daniells; Manuscript Releases, 17:35-36
[61] Arthur L. White, Ellen G. White: The Australian Years (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1983), 346-348
[62] Elena G. de White, Carta 54, 24 de marzo de 1899, a S. M. I. Henry; citada en RH, 9 de mayo de 1899, y extractada en El evangelismo, 346, y Ministerio de la mujer, 2
[63] White, Testimonies, 8:229-230
[64] White, Manuscript Releases, 5:323; White, Joyas de los Testimonios, 2:542.
[65] Por ejemplo, véase Manuscrito 43a, 1898; Manuscript Releases, 5:325, 323-327
[66] White, Testimonies, 4:390; 6:322-323; White, Joyas de los Testimonios, 2:541-542
[67] Véase White, Joyas de los Testimonios, 2:541-542; White, El evangelismo, 257
[68] Ellen G. de White, Appeal and Suggestions to Conference Officers, folleto Nº 2, 17.
[69] White, Obreros evangélicos, ed. 1915; citado en El evangelismo, 257.
[70] White, Manuscript Releases, 5:323; cf. 325-7
[71] Elena G. de White, El ministerio de la bondad, 151
[72] Ellen G. de White, “Our Publications”, Testimonies, 4:390.
[73] White, Joyas de los Testimonios, 2:541
[74] Ibíd., 2:540.
[75] Los colportores no sólo vendían libros y periódicos, sino también se los leían y explicaban a la gente, buscando así llevarlos a una relación personal con Cristo.
[76] White, Joyas de los testimonios, 2:540-541
[77] Ibíd., 2:541.
[78] Ibíd., 2:542.
[79] White, Joyas de los Testimonios, 2:541-542
[80] Ellen G. de White, Carta 33, 1879, al Hermano Johnson; Manuscript Releases, 19:55-56
[81] Véase los capítulos de Richard M. Davidson y Peter M. Van Bemmelen en este libro
[82] White, “The Duty of the Minister and the People”, RH, 9 de julio de 1985; esta cita aparece en castellano en Elministerio pastoral, 87, y en Hijas de Dios, 105-106
[83] Ellen G. de White, Conflict and Courage, 342; White, Los hechos de los apóstoles, 293
[84] Por ejemplo, véase White, Los hechos de los apóstoles, 132-133; White, “Separated unto the Gospel”, RH, 11 de mayo de 1911; White, Obreros evangélicos, 15, 454; White, Manuscript Releases, 5:29, 323; White, Testimonies, 6:444; White, Manuscript Releases, 2:32, 8:189; White, Mensajes para los jóvenes, 224; White, Testimonios para ministros, 170. Véase también los capítulos de Keith Mattingly y Denis Fortin en este libro
[85] Actas de la Iglesia ASD de Ashfield, Sydney, Australia, 10 de agosto de 1895, citada por Arthur N. Patrick, “The Ordination of Deaconesses”, AR, 16 de enero de 1996, 18-19
[86] Actas de la Iglesia ASD de Ashfield, Sydney, Australia, 6 de enero de 1900, y Diario de W. C. White, 6 de enero de 1900; citado por Patrick, “The Ordination of Deaconesses”, 18-19
[87] Sra. L. E. Cox a C. C. Crisler, 12 de marzo de 1916; carta reproducida en Roger W. Coon, “Ellen G. White’s View of the Role of Women in the SDA Church”, documento de archivo, E. G. White Estate, 1986. La Sra. Cox dice: “He sido instructora bíblica durante varios años y recientemente se me ha otorgado una licencia ministerial”. Ella informa que “recientemente he estado en una reunión donde el Pastor A[n]dross apartó a mujeres por la imposición de manos”. En respuesta, Crisler llama al servicio “la ordenación de mujeres que dan parte de su tiempo a la obra misionera” (C. C. Crisler a la Sra. L. E. Cox, 22 de marzo y 16 de junio de 1916, ambas reproducidas en forma completa en Coon, “Ellen G. White’s View of the Role of Women in the SDA Church”, Apéndice H, 24-25).
[88] SDA Encyclopedia, edición 1996, ver “Andross, Elmer Ellsworth”.
[89] White, Los hechos de los apóstoles, 133-134; véase también el capítulo de Keith Mattingly en este libro
[90] Véase el capítulo de Robert Johnston en este libro
[91] Ellen G. de White, “Our Work”, Signs of the Times, 25 de agosto de 1898, citado en el capítulo de Denis Fortin en este libro.
[92] White, Los hechos de los apóstoles, 133-134.
[93] James A. Cress, “Selective Disobedience”, Ministry, junio de 1998, 28-29.
[94] White, Manuscript Releases, 5:323; citado en El ministerio pastoral, 92