Convicciones teológicas fundamentales que reivindican el ministerio de mujeres
Por Woodrow W. Whidden
Presuposiciones y principios básicos
Mientras que la Biblia no habla directamente sobre la cuestión de si las mujeres deben o no deben ser ordenadas, parece claro que sí ofrece a los creyentes principios esenciales que requieren el apartamiento de las mujeres por la imposición de manos para confirmar su llamado a participar en el ministerio evangélico. Además, estos principios son inherentes a las doctrinas centrales de la Trinidad, la obra expiatoria de Cristo y las enseñanzas de la Biblia sobre la obra del Espíritu Sando en otorgar los “dones del Espíritu” para edificar a su Cuerpo.
Principios trinitarios y la obra expiatoria de Cristo
La iglesia adventista del séptimo día ha confesado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personas divinas, co-eternas que han creado el universo con amor y también han hecho uso de este mismo amor al orquestar el gran plan de salvación para redimir a la raza humana.
Por lo tanto, es muy claro que el centro del plan de salvación es revelado en el abnegado acto del sacrificio de Cristo, que se ofreció a sí mismo al Padre y en el hecho de que el Padre después lo cedió para hacer provisión completa y plena la salvación de los perdidos. Además, el Espíritu Santo estuvo involucrado misteriosamente en este gran auto-sacrificio trinitario al perder casi por completo su identidad personal con el objetivo de elevar a Cristo en su trabajo encarnado de hacer una expiación plena y completa. El Hijo logró todo esto al vivir, morir, resucitar y ascender al cielo para “interceder” por la salvación de la humanidad pecadora.
Lo que encontramos aquí es una poderosa manifestación del amor redentor, con los tres miembros de la Trinidad haciendo auto-sacrificios infinitos para que los perdidos puedan ser redimidos y las preguntas sobre el amor justo y misericordioso de Dios puedan ser respondidas apropiadamente para la completa satisfacción de todo el universo.
Ahora bien, en esta coyuntura, es totalmente apropiado plantear la cuestión de por qué todos estos temas son tan importantes y fundamentales para la cuestión de los roles apropiados que las mujeres deben desempeñar en el “ministerio” evangélico (en todos los niveles). Y aquí es donde la iglesia se enfrenta a lo que parece ser el fundamento de la oposición a la “ordenación” formal de las mujeres al ministerio evangélico. Nadie pone en duda la sinceridad de las personas. Pero la razón fundamental de muchos de los adversarios de la ordenación de las mujeres es realmente preocupante. ¿Y cuál es el centro de su razón fundamental?
Ha quedado muy claro que la teología trinitaria, que subyace bajo la posición de muchos de los que se oponen a la ordenación de las mujeres, es la opinión de que el Hijo ha estado eternamente subordinado al Padre. Y esta creencia en la subordinación se ha vuelto especialmente evidente en la manera en que ven a Dios a medida que ha tratado el surgimiento del pecado. Al parecer influenciado por ciertos pensadores evangélicos (especialmente calvinistas/reformados), este concepto de la subordinación eterna de Cristo al Padre (especialmente durante la Encarnación) se ha convertido en un paradigma para estos pensadores cuando se trata de las relaciones femeninas y masculinas en la iglesia cristiana. Y su justificación se ha desarrollado a partir de los siguientes argumentos:
Así como suponen que Cristo a estado eternamente subordinado a la primacía y a la autoridad de la “jefatura” del Padre en las relaciones trinitarias acerca de la creación y la redención, de la misma manera las mujeres deben estar sujetas a la autoridad de los hombres en la obra de la Iglesia. Y, por lo tanto, se considera inadecuado que una mujer esté ubicada en cualquier posición de autoridad en la que ejerza autoridad sobre hombres en la iglesia. Entonces, ¿qué se puede decir en respuesta a esta lógica?
Esta línea de razonamiento teológico no solo no es bíblica, sino que también va en contra de los mensajes más claros y directos dados por Elena de White. Y la primera prueba será uno de los escritos de Elena de White titulado The Spirit of Prophecy [El Espíritu de Profecía], pp. 45ff. En estas páginas Elena de White deja en claro fue el Hijo quien inició el movimiento clave de la Trinidad al ofrecerse espontáneamente a sí mismo al Padre para venir a este mundo maldito por el pecado y soportar terribles tentaciones para sufrir muerte sacrificial y expiatoria por la raza humana pecadora. Este pasaje de Elena de White se convirtió en la fuente de todos sus comentarios posteriores sobre la obra expiatoria del “Trío Celestial”, especialmente en el contexto de la “Gran Conflicto” o el tema “Conflicto cósmico”.
Por otra parte, en este relato inspirado está claro que el Hijo se ofreció a sí mismo al Padre, no porque el Padre le exigió que lo haga (como su “subordinado”), sino que el Hijo hizo la oferta en armonía con a su propia divina iniciativa. Además, esta simple narración nos dice entonces que el Padre “dio a su amado Hijo” sólo después de una “lucha” terrible y desgarradora (The Spirit of Prophecy, tomo 1, p. 48). Simplemente no hay nada en esta narrativa inspirada que siquiera se acerque a la idea de que Cristo era de alguna manera ontológica o espiritualmente subordinado al Padre en su relación eterna dentro de la Trinidad. El sacrificio abnegado de Cristo fue el fruto de su propio amor infinito que ha compartirdo co-eternamente con el Padre y con el Espíritu Santo y que ahora estaba siendo manifestado poderosa e infinitamente mediante un sacrificio que fue compartido por los tres miembros de la Deidad infinitamente amorosa.
Para explicar el tema de la manera más simple y clara: este concepto llamado “subordinación eterna” del Hijo al Padre no solo desgarra la profundad unidad de la Deidad, sino que también golpea justo en el corazón de la eficacia de la muerte expiatoria de Cristo como la manifestación voluntaria de un amor abnegado que se desplegó por y que fluye desde el corazón colectivo de los tres miembros de la Trinidad.
Por otra parte, si lo que se ha dicho acerca de la infinita y abnegada Santa Trinidad es cierto, entonces se vuelve contundentemente evidente que la principal fuente de la autoridad de la Deidad se centra en los dos grandes hechos de la existencia divina y humana: la autoridad misma de Dios para gobernar el universo surge de la auto-sacrificio de la Divinidad, tanto en la creación como en la redención de todos los seres con libre albedrío que habitan en el cielo o en el resto del universo creado.
Ahora, en este punto, alguien podría responder: ¿Qué era lo abnegado acerca de Dios al crear seres con libre albedrío en el resto del universo? Simplemente es lo siguiente: si Dios iba a crear varias clases de seres con libre albedrío, entonces necesariamente debía correr el riesgo de que puedan no seguir eligiendo servir y obedecerle. Y si alguien se toma en serio las Escrituras canónicas inspiradas y los escritos de Ellen G. White, esto es exactamente lo que sucedió. Lucifer y una tercera parte de los seres angelicales del cielo se rebelaron contra Dios y fomentaron el “conflicto de los siglos”, que desafió a la equidad y la benevolencia de Dios Triuno.
Por lo tanto, surge la pregunta: ¿Cómo entonces ha respondido Dios? Y la respuesta es que Él ha respondido con el gran plan de salvación que tiene como principales objetivos los siguientes: la ejecución del plan de redención mediante Cristo, a través de la acción del Espíritu Santo, que ha puesto en marcha, a través de la gracia, acciones e iniciativas salvíficas que han hecho posible el ofrecimiento de gracia salvífica a todos los que responden por fe. Pero en el corazón mismo de este plan ha estado siempre el amor abnegado de la Deidad Triuna. Y, por lo tanto, se puede concluir simplemente que se trata de Gran Auto-sacrificio de Dios en Cristo que ha apuntalado su derecho a seguir gobernando su universo creado. Dicho de forma más escueta: es una gran auto-sacrificio de la Trinidad, que forma la base para el ejercicio de cualquier autoridad gobernante y redentora de Dios.
Además, si cualquier creyente sincero se atreve a afirmar que todos estos logros se debieron a alguna subordinación ontológica inherente del Hijo y del Espíritu Santo al Padre, entonces todo el poder del amor abnegado, voluntario y auto-sacrificial es efectivamente drenado fuera de la obra expiatoria de Cristo. Por lo tanto, se puede concluir que tanto el Hijo y el Espíritu han sido cedidos por el Padre para hacer su voluntad redentora y amante. Y, por lo tanto, parece lógico concluir que cualquier esfuerzo de mantener algún concepto de supuesta jefatura masculina es esencialmente anti-trinitario y perjudicial para las manifestaciones más profundas del amor abnegado y redentor de Dios. Por otra parte, también parece lógico concluir que una visión de Dios como esta es mayormente “autoritaria”, en vez de autoritativamente amante, como de hecho se ha manifestado en el auto-sacrificio sin paralelo de la Santa Trinidad. Si Cristo y el Espíritu Santo sólo están haciendo lo que el Padre les ha exigido y que sigue exigiéndoles gracias a su autoridad inherente que mora exclusivamente en su poder paternal, entonces todo el plan de salvación pierde su intensidad profundamente redentora y costosa, todo lo cual surge del amor infinito que se ha demostrado libremente en una manifestación divina incomparable de auto-sacrificio por parte de los tres miembros del “Trio Celestial”.
Una vez más parece que cualquier planteamiento que se basa en el concepto de la denominada “subordinación eterna” del Hijo hacia el Padre es una lógica que, a todas luces, va en la dirección teológica equivocada que araca con eficacia en el centro de las doctrinas fundamentales, bíblicas y confirmadas de la Trinidad y de la Expiación.
Los dones del Espíritu y la Autoridad de la Iglesia
Ahora, ¿qué tienen que decir todas estas consideraciones acerca de la obra del Espíritu Santo otorgando dones espirituales? Esta pregunta es muy pertinente a la cuestión de los roles apropiados de las mujeres (o de cualquier persona) en el ministerio. Parece que la cuestión de la autoridad en la iglesia de Dios surge de su amor abnegado tal como es ministrado por la Deidad a través del Cristo encarnado, su intercesión sumo sacerdotal y las obras eficaces del Espíritu Santo para llevar a los perdidos a la gracia salvadora de Cristo. Por otra parte, toda autoridad legítima en la iglesia es ejercida por Cristo mediante la manifestación de su gracia abundante a través de la influencia efectiva de los diversos dones espirituales en la iglesia y en el mundo. Y no es posible encontrar evidencia en los escritos inspirados para apoyar la idea de que los dones espirituales han sido otorgados en el Cuerpo de Cristo basados en el género (especialmente cuando se trata del ministerio de Ellen G. White). Ella, como mujer, ha ejercido claramente la mayor autoridad en la iglesia remanente, además de los que se nos ha sido dado en la Biblia.
Y, además, hay que preguntarse: ¿sobre qué base se le ha permitido ejercer tal autoridad? Todo se ha basado en dos factores clave:
- Su afirmación de poseer autoridad profética en la iglesia ha sido probada y comprobada. Y sus afirmaciones han sido más que justificadas dado que ella ha cumplido con cada prueba bíblica que existe para diferenciar entre los verdaderos y falsos dones de profecía.
- Su autoridad no sólo se basa en su don profético, sino también ha sido reivindicado en la manera pastoralmente redentora en la que ha ejercido su don, tanto en el pasado como también en su continuo testimonio impreso. Para decirlo de otra manera: su autoridad se autentifica en la forma en que su don ha sido ejercido de una manera amante (abnegada) y persistentemente redentora.
Conclusión
Es cierto que hay muchas otras cuestiones que podrían abordarse, pero lo que se ha presentado aquí representa lo que debería ser la respuesta más adecuada a las medidas adoptadas en y después de la congreso de la Asociación General de 2015.
Sobre el autor: Woodrow W. Whidden II, PhD, Profesor Emérito de Religión, Andrews University y autor de numerosos libros y artículos sobre la teología adventista y protestante (especialmente Wesleyana/Arminiana).