Penny Brink – Mi Historia Como Pastora Adventista en África

“Cuídense de que nadie los cautive con la vana y engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas, la que va de acuerdo con los principios[a] de este mundo y no conforme a Cristo. Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, que es la cabeza de todo poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud.” (Colosenses 2:8-10)

“Siempre es mejor usar tu propio testimonio”, ellos nos enseñaron, “porque nadie puede discutir con tu testimonio”

Espero que este consejo de las clases de Evangelismo Personal los sostenga mientras empiezo el primer capítulo con mi propia historia. Esto que estoy haciendo tiene mucho sentido, porque nuestras historias únicas son un don de Dios, dado con el propósito de compartirlos. Necesitamos ser mayordomos obedientes de los dones que Él nos ha dado, y también del llamado que hemos recibido.

Ha habido solo dos ocasiones en mi vida hasta ahora en las que he escuchado que Dios me habla. No me refiero a cuando leo su Palabra, ni mediante experiencias o amigos, porque todos hemos tenido experiencias así. Me refiero a cuando realmente escuché su Voz. No creo que nadie más a mí alrededor lo escuchó, así que su Voz probablemente no entró audiblemente a través de mis oídos, sino que la mejor manera en la que puedo explicarlo es decir que la voz de Dios penetró mi consciencia y de esta manera me dijo algo. En dos ocasiones.

La primera vez fue cuando yo tenía 13 años de edad. Ya había completado los estudios bíblicos en la clase bautismal por segunda vez. En cada ocasión, cuando me preguntaban si quería ser bautizada o no, yo respondía “Oh, no, soy demasiado joven”. Pero en esta ocasión, yo “escuché” a Dios decirme en una forma muy distintiva y con mucha autoridad: “¡No, tu no eres demasiado joven!. Inmediatamente, en mi corazón, se sentí segura, y fui bautizada el 13 de Septiembre de 1978.

Haberme bautizado relativamente joven, me ayudó mucho cuando comencé a asistir a una secundaria pública. Allí tuve muchas clases de influencias, algunas fortalecieron mi fe, y otras la desafiaron. Pero al haberle hecho una profesa de fidelidad a Dios mediante el bautismo, me ayudo a serle fiel. Mis años de escuela pasaron, e identificándome fuertemente con mi mama, comencé un Bachillerato de Comercio en la Universidad de Cape Town.

Cambie mi rutina a estudiar medio turno y trabajar a tiempo completo como contadora, al igual que mi mama. Durante este tiempo, sufrí un grave accidente automovilístico. Fue uno de esos eventos significativos que se convierten en un punto de referencia en tu vida. De esos cuando hablas de tu vida como “antes del accidente” y “después del accidente” debido a lo mucho que cambió después de eso. El año pasado, 30 años desde el accidente, tuve mi segundo reemplazo de mi prótesis de cadera debido a esas viejas heridas. Después del accidente regresé a trabajar, pero nunca terminé mi Bachiller de Comercio debido a esto:

Había estado sintiendo que debía hacer algunos cambios. Quería estudiar las Escrituras en una manera más profunda. Decidí buscar un nuevo trabajo que sea menos demandante, y usar mi tiempo libre para estudiar las profecías de nuevo. Encontré un nuevo puesto de trabajo con bastante facilidad, y comencé a buscar un apartamento cerca de allí. Le oré al Señor para que me proveyera no solo un apartamento, sino uno con garaje para mi nuevo auto como señal, para que así el aire marino no lo oxide. Sin embargo, encontré un lugar, pero sin garaje. Deje de lado mi fe y pagué el depósito no reintegrable para poder alquilar el apartamento, a pesar de la ausencia de la señal que había pedido.

Comencé el trabajo, pero nunca me mudé a ese apartamento. Era fin de año, y primero quería hacer un viaje con mi mejor amiga Sherry, para acompañarla mientras regresaba a su pueblo natal después de completar sus estudios. Mientras estaba en la casa de sus padres, decidimos rehacer el camino de regreso para asistir a un congreso de jóvenes llamado “Vida Joven” en el Colegio Adventista de allí. Fue durante ese congreso que escuché a Dios “hablarme” por segunda vez.

Todos estábamos sentados en el Hall Anderson en el Colegio Helderberg cerca de la ciudad de Cape Town, Sudáfrica, para las reuniones nocturnas. Era Diciembre de 1989. Las preliminares, por supuesto, incluían un espacio para promover el Colegio. El Sr. Neville Inggs, el Decano Académico por ese tiempo, se paró y habló acerca de las diferentes carreras que el Colegio ofrecía, que incluía la de Teología. El añadió que “incluso tenemos mujeres tomando la carrera de Teología en estos días”. Y ahí fue cuando la voz de Dios “me golpeó como una tonelada de ladrillos”. Estaba completamente conmocionada. Me sentí ruborizada. ¡E incluso me hundí en el asiento porque estaba segura que otros lo habían escuchado, y me preguntaba qué es lo que pensarían de mi! El mensaje era tan claro. Todo lo que decía era “Eso es lo que tu vas a estar haciendo el próximo año”.

“¡No!” Señor, eso no es posible. Acabo de empezar un nuevo trabajo. Acabo de pagar un depósito no reintegrable para mi nuevo apartamento. Acabo de comprar un nuevo auto, y… y…” y en realidad, estaba tan tranquila y segura, al igual que la primera vez que él me había hablado diciéndome que no era demasiado joven para bautizarme. Esa noche, de regreso a mi dormitorio, le pregunté con cautela a mi amiga que pensaría si abandonaba todos mis planes y decidía estudiar teología el siguiente semestre. Ella fue más que alentadora. Ella me dijo que pensaba que era maravilloso. Al día siguiente fui a hablar con el decano y, para mi sorpresa, él fue aún más alentador. Al final del congreso, tuvimos un Sábado usualmente emocionante, incluyendo un llamado al  frente. El pastor incluso dividió el llamado para varios grupos específicos, desde entrar en alguna carrera en particular hasta opciones más específicas. De modo que era prácticamente imposible para los jóvenes no encontrar alguna razón para no pasar al frente. Por último estaba el llamado para comprometer tu vida al ministerio pastoral, y yo me paré. Mi mama, que estaba sentada a mi lado sin sospechar nada, casi se desvaneció.

Lo que no he mencionado en esta breve historia de mi es que yo era una chica insegura producto del divorcio de mis padres, y realmente muy tímida para empezar. Yo ni siquiera me animaba a dar un discurso en mi escuela por temor a ruborizarme de vergüenza. Supongo que mi mama debe haber pensado “¿Cómo hará esta chica para predicar?” y “¿Cómo haré para pagar los aranceles de la carrera?” Incluso el pastor me cuestionó. Mientras iba caminando al frente él me susurró, “¿estás segura que te quieres comprometer con esto?” (¿Alguna vez has visto a un pastor cuestionando a alguien que responde a un llamado a pasar al frente?). Yo no creo que él estaba siendo descuidado. El sencillamente no pensaba que fuera una opción para las mujeres en ese entonces. No había ninguna mujer en el ministerio por aquel tiempo en mi asociación (¡y probablemente en todo el continente!). Pero yo estaba segura de mi llamado.

Las vacaciones se terminaron. Regresé a mi lugar de trabajo y entregué mi renuncia. Mi nuevo exjefe estaba bastante sorprendido, pero pensándolo bien, él fue una de las pocas personas que me alentaron. Él fue lo suficientemente amable para decirme que era una situación inusual para él que la pudiera entender y que esto claramente era un llamado.

Y justo mientras me estaba preguntando de donde conseguiría el dinero para matricularme, llegó el dinero del seguro del accidente automovilístico. Pude cubrir todo mi primer año en la universidad.

¡Mis años en la universidad fueron grandiosos! Sentí como si el Señor me hubiera enviado unas vacaciones tanto física como espiritualmente. Me había estado manteniendo financieramente desde los 19 años de edad. Había trabajo por seis años en el campo de la contabilidad, con pesadas responsabilidades. La vida en la universidad era asombrosa. Yo fui la única mujer en mi clase por un tiempo considerable. Había otra en la clase del año superior, y hubo otra en mi clase por solo un año. Un par más se unieron al año siguiente, y así sucesivamente, pero a mí me encantaba estar con todos los chicos. De hecho, lamento decirle esto a ellos, pero apenas me preocupaba estar rodeada solo por varones, el Señor solo me había dados dos hermanos y ninguna hermana en mi hogar con quienes crecer, así que me sentía completamente cómoda con chicos.

Sin embargo no todo era fácil siendo una mujer al entrar en el ministerio. Tengo que contarles de algunas situaciones que me divirtieron. Les contaré dos de ellas, y espero que también los divierta.

Empecé a salir con el hombre que se convertiría en mi esposo alrededor de mi tercer año en la universidad. Él ya se había de la misma universidad, en la facultad administración. Él estuvo conmigo en muchas de mis “primeras veces” en mi ministerio, como la vez que llegamos a una iglesia temprano para el sermón. Yo iba a dar (mi primer) sermón, y fui a la sala pastoral con los ancianos, mientras que él se sentó en la primera fila en la iglesia. Un caballero se acercó a él, le tocó el hombro ¡y le preguntó si le gustaría tocar el piano!. Él casi se desvaneció. Él no toca el piano. Tiempo después, cuando él se convirtió en el “esposo de la pastora”, le sugerí que aprendiera a hacer pan sin levadura para la Santa Cena también. Dos cualidades que cualquier cónyuge de un pastor que se respete debe tener ¿verdad?

En otra ocasión, yo iba a predicar en una iglesia que tenía costumbres muy conservadores respecto de la vestimenta. Mi esposo se sentó en los bancos de adelante mientras yo iba a la sala pastoral. Allí noté que algunos ancianos estaban susurrando seriamente juntos en una esquina. Yo pregunté si algo estaba mal. Ellos cortésmente mencionaron que cuando una mujer dirigía la Escuela Sabática debía usar un sombrero. Y que prácticamente nunca hubo una mujer predicando, por lo tanto, si una mujer predicaba definitivamente debería usar un sombrero. Pero yo no llevaba ningún sombrero, porque no soy una persona que le guste los sombreros. Me veo terrible usando sombreros y no tengo ninguno. Sin embargo, por causa del evangelio, declaré que estaba dispuesta a usar un sombrero si alguien podía prestarme uno. Afortunadamente, la diaconisa de turno vivía por allí cerca. Ella fue a su casa y regresó con dos sombreros, uno blanco con puntos negros, y el otro de verde azulado. Yo estaba usando un abrigo marrón, así que elegí el blanco y negro. El problema es que mi cabello es muy fino y escurridizo. Incluso al mantenerlo ajustado, era muy difícil mantener el sombrero en su lugar. Así que tuve que mantener mi mentón cerca de mi pecho, mirando hacia abajo, para que así el sombrero no se resbalara para atrás y se cayera de mi cabeza mientras caminaba hacía la plataforma de la iglesia. Pero creo que eso fue bueno, porque si mis ojos se hubieran encontrado con la sorprendida cara de mi esposo, seguramente me hubiera largado a reír.

Algunos de los comentario clásicos que recibía después del sermón en la iglesia de la Universidad se resumen con este ejemplo de uno de mis profesores, que comentó que yo había predicado muy bien, “Nadie ni siquiera notó que tu eres una mujer…” Gracias… creo?…

Mejor me detengo. Hay muchas más historias para contar, pero afortunadamente me resulta difícil recordar la mayoría de las actitudes de rechazo a las mujeres en el ministerio en mis primeros años. Ya han pasado veinte años. Sin embargo, pienso en otras mujeres también, y sé que es algo de lo que debería hablar. No lo he hecho hasta ahora porque nunca quise escribir, ni gastar todo este tiempo y energía creativa a menos que pudiera escribir algo que sea para la gloria a Dios. Pero de alguna manera, creo que este es el momento.

Me considero a mi misma una adventista del séptimo día más bien conservadora. He pertenecido a esta iglesia desde mi nacimiento. Mis primeras memorias son de mi madre leyéndome “Las Historias de la Biblia” del “Tío” Arthur Maxwell, y también un libro sobre profecías de Daniel y el Apocalipsis. A la edad de 24 años sentí un llamado a estudiar teología para, según mi entendimiento, prepararme para el ministerio evangélico. El único problema era que había nacido mujer. No creo que esto deba seguir siendo un problema. No para mí, no para otras mujeres, ni para hombres, y no en este tiempo en la historia de la tierra, ¡cuando deberíamos estar parados en los techos de las casas proclamando el mensaje de los tres ángeles! He estado en este camino por 26 años. No he hecho otra cosa sino la obra para el Señor, en varios continentes, y mayormente cuando no se me ofrecía trabajo oficialmente. Estoy completamente dedicada a su obra y a servir a su iglesia. Sé que no soy la única con esta clase de testimonios. Estoy mencionando esto para que tu puedas comprender mi lucha personal y tener una perspectiva de mi vida mientras continuas leyendo acerca de lo que yo he llegado a ver como el comienzo de una teología sobre la mayordomía de la imagen de Dios.


Sobre la Autora

Penny Brink actualmente es la Directora Asociada del Departamento de Mayordomía de la Asociación General desde el 2011. Anteriormente trabajó como capellana y pastora en la División de África Meridional y Océano Índico. También trabajó como misionera en Corea del Sur, preceptora del hogar de señoritas en el Colegio Helderberg, productora televisiva para Hope Channel y New Media Evangelism Trainig.

Ella está casada con Andre D. Brink, Director Asociado del Departamento de Comunicación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día desde el 2010.


Fuente: https://wordpreston.wordpress.com/2015/06/30/my-story-as-a-woman-in-ministry/

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