Los discípulos olvidados: La habilitación del amor vs. el amor al poder

LOS DISCIPULOS OLVIDADOS: La Habilitación del Amor vs. El Amor al Poder

Por Halcyon Westphal Wilson

Discipulado—La Biblia da testimonio de que Jesús llamó tanto a mujeres como a hombres a ser discípulos. Emancipó a las mujeres al elegirlas para que recibieran sus enseñanzas, para que compartieran con él su ministerio itinerante, y para que fueran testigos de su resurrección (Lucas 8:1-3; 10:38-41; Marcos 15:40-41; Juan 20:17-18; Mateo 28:1-10).

Imagine la lectora que es una mujer que vivía en Palestina, en el primer siglo de nuestra era. En la sinagoga no la tomarían en cuenta y su nombre no aparecería en el libro de la iglesia, porque en él figurarían únicamente los nombres de los miembros varones. Podría obtener la salvación solamente por medio de un piadoso varón judío. Un rabino la ignoraría en público, aunque usted fuera parienta cercana. La considerarían impura durante varios días de cada mes y sus familiares la rehuirían. En los asuntos familiares, su valor estaría determinado por su capacidad para tener hijos; por eso la esterilidad sería para usted un estigma terrible. Su deber más importante sería engendrar hijos varones que llevaran el nombre de su esposo. La iniciación de un divorcio sería un derecho casi exclusivo del hombre. En las disputas legales y en los tribunales de justicia, no la considerarían un testigo digno de confianza,por ser mujer. Oiría este dicho corriente:“Es mejor quemar las palabras de la Tora que encomendarlas al cuidado de una mujer”.1 Los recintos interiores del Templo estarían reservados únicamente para los hombres, y muchos judíos devotos estarían en el patio interior del Templo, celosamente protegido, donde orarían así:

Bendito seas tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste un pagano.

Bendito seas tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste un esclavo.

Bendito seas tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste una mujer.2

Ahora trate de imaginar las expresiones de los rostros de las mujeres que escuchaban al asombroso predicador- carpintero de Nazaret. Hay algo inusitado acerca de Jesús. Los miembros marginados y miserables de la sociedad se enteran asombrados de que Jesús está dispuesto a amarlos. Las mujeres se sorprenden ante las manifestaciones de cuidado solícito y preocupación por ellas. Jesús, a diferencia de los hombres de su generación y cultura, enseña que las mujeres son iguales a los hombres ante la vista de Dios. Pueden recibir el perdón y la gracia de Dios. Sus vidas ya no volverán a ser lo que eran.

Las mismas mujeres que no podían asistir a las escuelas de las sinagogas o ser inscritas en los registros de una sinagoga, ahora eran incluidas en el séquito de Jesús cuando viajaba como maestro o rabino con sus discípulos varones.3 Lucas da cuenta del comienzo de una revolución en la condición de las mujeres. Muchos de los contemporáneos de Jesús, incluyendo sus discípulos, quedaron impactados. Las mujeres rebosaban de gozo y agradecimiento, por cierto, y muchas dedicaron sus vidas a su servicio. ¡Ellas son los discípulos olvidados!

Consideremos ahora, desde el punto de vista de la narración histórica, a algunas de estas mujeres de fe,y la forma como Jesús trató con ellas .Al comienzo del ministerio de Jesús, uno de los ejemplos más familiares es su relación con María Magdalena.

María Magdalena

En el grupo de mujeres que viajaban con Jesús y sus 12 discípulos, se encontraba María Magdalena (Luc. 8:2). María, casi siempre aparece en primer lugar en una lista de las discípulas de Jesús. Puede haber sido una de las dirigentes de ese grupo de mujeres que siguió a Jesús desde el comienzo de su ministerio en Galilea, hasta su muerte, y aun más allá. Jesús resucitado se le apareció primero en un tiempo cuando las mujeres no podían ser testigos legales de ninguna cosa.

La autora británica Dorothy Sayers escribe: “Tal vez no causa admiración que las mujeres estuvieran primero junto a la Cuna y a lo último junto a la Cruz. Nunca habían conocido a un hombre como este Hombre —nunca hubo otro como él. Un profeta y maestro que nunca las reprochaba, nunca las lisonjeaba, nunca trataba de persuadirlas con halagos ni las trataba con aire protector; tampoco hacía bromas a expensas de ellas, pero sí las reconvenía sin aspereza, y las encomiaba sin aire de superioridad; quien consideraba con seriedad sus preguntas y argumentos”.4

María y Marta

Jesús animaba a las mujeres a establecer sus propias identidades y relaciones con Dios. Les enseñaba que eran tan responsables de crecer en la gracia y el conocimiento, como lo son los hombres cuando se trata de ser uno de sus seguidores. Esto está expresado con claridad en el relato que hace Lucas de la visita de Cristo al hogar de Marta y María, que vivían en Betania,una tranquila aldea del sureste del Monte de los Olivos, junto al camino de Jericó.

Marta había invitado a Jesús y algunos de los discípulos a su hogar para cenar juntos. Es probable que la casa y el jardín estuvieran bien cuidados, porque Marta es presentada como una buena dueña de casa. Pero mientras Marta se afanaba en la realización de los quehaceres necesarios para atender a las visitas, ¿dónde estaba María? Estaba sentada a los pies del Señor, en medio de un grupo de hombres (Luc. 10:39).

En Lucas 10:41, Marta se quejó ante Jesús: “Señor, ¿no te preocupa que mi hermana me deja servir sola? Dile que me ayude”. La indignación de Marta era perfectamente comprensible a la luz de su cultura. El lugar de una mujer judía en una reunión de esa clase se encontraba en la cocina. Exenta del entrenamiento rabínico y sin recibir mérito alguno por el aprendizaje de la ley, María parecía estar fuera de lugar y necesitaba que se le recordara cuál era su verdadero rol. ¿No debía el pedido de Marta de que su hermana le ayudara, atenuar en María el deseo de aprender?

Jesús respondió refiriéndose directamente a la actitud de Marta. “Marta, Marta, estás preocupada y turbada por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria.Y María eligió la mejor parte, la que no le será quitada” (Luc. 10:41-42).

La descripción que Lucas hace de María sentada en la postura de un discípulo puede ser una de las afirmaciones más claras y poderosas en el sentido de que las mujeres tienen derecho de rechazar el rol prescrito de servidumbre y ser verdaderas participantes en la vida de la comunidad y la iglesia. Jesús esperaba que las mujeres tanto como los hombres aprendieran de él. Jesús no creía que el trabajo de las mujeres —o de los hombres— careciera de importancia. No estaba diciendo que fuera malo ser diligentes y cuidadosos en el cumplimiento de las responsabilidades. Jesús quería que categorizáramos debidamente nuestras prioridades. Solamente María, entre todos los discípulos del Señor y amigos íntimos que se habían reunido, causaba la impresión de haber comprendido el verdadero propósito de su ministerio mesiánico (ver Luc. 7:47-30; Juan 12).

Jesús amaba a Marta. Ella se convirtió en la receptora de una revelación sublime: que las mujeres eran llamadas, lo mismo que los hombres, a ser discípulas de Jesús. Se esperaba que las mujeres cumplieran sus responsabilidades espirituales, lo mismo que los hombres. Marta se encontraba entre las mujeres que lloraban a los pies de Jesús mientras agonizaba en la cruz (Mar. 15:40-47).Antes de los últimos días del Maestro, ella fue la anfitriona que preparó la fiesta que Simón dio en honor a Jesús.5 Esta era una mujer que encontraba satisfacción en el “servicio” en su lugar debido: junto a Jesús.

La Mujer Samaritana

Juan 4 describe otro de los encuentros de Jesús que invalidó la sabiduría convencional de esos días: la historia de la mujer samaritana junto al pozo. Su posición en la sociedad era con los humildes, los despreciados y los perdidos: era una mujer de mala reputación. Es probable que haya elegido la hora desagradable del calor del mediodía para ir a sacar agua del pozo, a fin de evitar a las mujeres chismosas y los gestos lascivos de los hombres que solían frecuentar el lugar o que pasaban por las inmediaciones temprano en la mañana o en la tarde cuando había refrescado. Imaginemos cómo sus pasos habrán interrumpido el silencio y la soledad de un judío desconocido que estaba sentado en el brocal del pozo. La mujer evitó mirarlo y comenzó a sacar agua. De pronto se sobresaltó cuando el judío le dijo:“Dame de beber” (Juan 4:7).

La mujer se sorprendió, porque los hombres judíos no hablaban con las mujeres en público, ¡y mucho menos con una mujer samaritana! (Juan 4:9.) La mujer experimentó un gozo inefable cuando Jesús le reveló que él era el Agua Viva que ella necesitaba. Ella, que había sido el objeto de las burlas y el ridículo de tantos,fue tratada con dignidad.6 ¡Qué sorpresa y alegría habrá sentido cuando Jesús le dijo que él era el Mesías! “Y muchos samaritanos de esa ciudad creyeron en él por el testimonio de la mujer” (vers. 39). Ese día, junto al pozo, esta mujer olvidada se convirtió en una de las discípulas más eficaces de Cristo.

Una hija de Abrahán

Otra historia impactante es el relato que Lucas hace de la curación de una mujer enferma, un sábado en una sinagoga, en presencia del líder de la sinagoga. Este sanamiento no sólo muestra a Jesús estableciendo personalmente un contraste entre su nuevo estilo de vida y las rancias restricciones legalistas farisaicas, sino que también muestra la profunda consideración que sentía por las mujeres.

Un sábado Jesús enseñaba en una de las sinagogas, en la que se encontraba una mujer que había estado inválida durante 18 años debido a un espíritu malo. Andaba encorvada sin poder enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo:“Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Luego le impuso las manos y ella al instante se enderezó y alabó a Dios (Luc. 13:10-13).

El principal de la sinagoga protestó de inmediato y dijo a la gente que había otros seis días cuando podían ser sanados. Pero Jesús no se dejó intimidar por esas observaciones que sugerían que él estaba quebrantando el sábado.

“Entonces el Señor replicó: “¡Hipócrita! Cada uno de vosotros, ¿no desata en sábado su buey o su asno, y no lo lleva a beber? Y a esta hija de Abrahán que hacía dieciocho años que Satanás la tenía atada, ¿no fue bueno desatarla de esta ligadura en sábado?” (vers. 13-16).

Jesús no sólo hizo frente a la ira de los dirigentes judíos por haber sanado a esta mujer en sábado, sino que también demostró su consideración por ella al llamarla “hija de Abrahán”.

La idea de ser un hijo de Abrahán era bastante común.Jesús usó esa expresión unos capítulos más adelante en Lucas para referirse a Zaqueo. Pero Jesús, al hacer una modificación en la frase — usando la palabra “hija” en vez de “hijo”—, elevó a esa pobre mujer a una nueva condición.

Jesús, en medio de una reunión pública, introdujo a esa mujer a su círculo de seguidores, demostrando que ni su sexo ni su condición podían estorbar su inclusión en su creciente grupo de discípulos.

Otras discípulas

La invitación de Jesús a formar parte de un discipulado radical era para hombres y mujeres,y con frecuencia los hacía participar en el ministerio público.“Después Jesús iba por las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios.Y los doce iban con él.También algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cuza, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le servían con sus bienes” (Lucas 8:1-3).

Esta descripción difiere de la que la mayor parte de la gente tiene de las mujeres palestinas del primer siglo, quienes supuestamente vivían restringidas a sus hogares. Pensemos en la notable declaración de Lucas. Estas mujeres no sólo se asociaban con Jesús y sus discípulos hombres, sino que también viajaban con ellos. Notemos, además, que algunas de estas mujeres, posiblemente viudas, manejaban su dinero y con él sostenían, por lo menos parcialmente, a Jesús y sus discípulos.

El género de “otras muchas” en el texto griego es femenino, de modo que es indiscutible que eran mujeres. Lucas especifica que “le servían con sus bienes”… Tener control sobre los recursos financieros es un ideal que en la literatura bíblica se encuentra sólo en Proverbios 31 8

El que las mujeres estuvieran eximidas del deber de aprender la Tora, y que les estuviera prohibido asociarse con un rabino, era una cosa. Pero el hecho de viajar con un rabino y asumir la responsabilidad y el control de los fondos era otra cosa muy distinta.Aunque Jesús en su trabajo tomaba en cuenta las tradiciones culturales del primer siglo, ignoraba las limitaciones que la cultura había impuesto a las mujeres. Las mujeres tenían libertad para seguirle y participar en su ministerio. Las mujeres eran también discípulas dedicadas.

Entonces, ¿qué era exactamente el discipulado,y por qué hay tantos que han procurado categorizar a las mujeres que aceptaban el llamamiento de Dios al ministerio en forma diferente que los hombres? Si los hombres y las mujeres entran en una relación de nuevo pacto con Dios por medio de Cristo, ¿no estaba Jesús mostrándonos mediante su ejemplo personal que es tiempo de descartar antiguos prejuicios, sentimientos de superioridad sobre otros, resentimientos e ira, para andar en novedad de vida con él y con ayuda de su poder? Como Adventistas del Séptimo Día, ¿hemos descuidado adoptar el ejemplo de Cristo? Exploremos la definición que el Nuevo Testamento da de la palabra discípulo, y la forma como los primeros seguidores de Jesús comprendieron y practicaron su nueva fe.

Todos los que siguen a Jesús son sus discípulos

Cuando los creyentes del primer siglo decidían seguir a Jesús y ser bautizados, se identificaban primero como discípulos, y no como miembros de iglesia, cristianos ni laicos (Juan 4:1). Aun los 12 que Jesús eligió como apóstoles, al principio fueron considerados discípulos (Mat. 10:1-2). Cuando los apóstoles fueron elegidos, eran unos pocos entre los muchos a quienes Jesús reconocía como discípulos.

En esos días Jesús fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando fue de día, llamó a sus discípulos, y eligió a doce de ellos, a quienes llamó también apóstoles… Descendió con ellos y se detuvo en un lugar llano. Muchos discípulos estaban allí, y una gran multitud de toda Judea y Jerusalén, gente de Tiro y de Sidón, que habían venido a oirlo, y a ser sanados de sus enfermedades” (Luc. 6:12-17).

Pero, ¿por qué Jesús no eligió a mujeres para que formaran parte del grupo de los 12 apóstoles? Tal vez por la misma razón que no eligió a esclavos ni a gentiles. Si ser un hombre judío es el requisito necesario para el discipulado, entonces la gran mayoría de la gente no calificaría. Richard y Catherine Clark Kroeger, autores de varias obras sobre las mujeres y la iglesia, dicen lo que sigue:

El apóstol Pablo declara que “cuando se cumplió el tiempo”, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. Jesús vino cuando el mundo estaba listo, pero si hubiera esperado que el mundo estuviera listo para recibir a representantes de grupos de condición económica y social muy baja entre los doce, es muy probable que el mundo continuaría esperando”. 9

Los conversos de la iglesia primitiva no pensaban en unirse, sino en seguir. Grandes números de hombres y mujeres se añadían a la iglesia en Jerusalén (Hech. 5:14). En Samaría, donde Felipe predicaba, hombres y mujeres eran bautizados (Hech. 8:12). El Pentecostés fue un día distintivo para la joven iglesia, que a veces se denomina “día de emancipación de las mujeres”,porque se incluyó a las mujeres con los hombres en el derramamiento del Espíritu (Hech. 1,2).

Antes había sido la costumbre de los judíos aceptar sólo a los hombres como miembros reconocidos de la comunidad, por medio de la circuncisión. Después del Pentecostés, la iglesia bautizaba a hombres y mujeres por igual. Antes, se consideraba en el mejor de los casos innecesario, y en el peor de los casos escandaloso, que las mujeres estudiaran la Escritura junto a los hombres en la sinagoga. Ahora parten el pan y participan en los servicios de culto con los hombres. Antes, se controlaba con rigidez la libertad de movimiento de las mujeres debido a la declaración rabínica de que el contacto público entre mujeres y hombres no casados generaba apetito carnal. Ahora las mujeres ocupan posiciones de liderazgo aun en grupos constituidos por hombres y mujeres, y fueron reconocidas y encomiadas por Pablo en varios lugares en sus epístolas.10

Es importante advertir que cuando las barreras entre hombres y mujeres fueron derribadas en el Pentecostés, también desaparecieron las que separaban a los judíos de quienes no lo eran, y a los esclavos de los que eran libres (Gál. 3:28). Jesús era su líder e iban con él. La enseñanza de Cristo se convirtió en la creencia de sus seguidores, y las prioridades del Salvador llegaron a ser el ministerio de los creyentes.Todos participaban activamente en el servicio para el Maestro. El convencionalismo se subordinaba a la función, y la posición al servicio.

Aun después de la ascensión de Cristo, todavía la iglesia era denominada “los discípulos”.“Después de comer, recobró las fuerzas. Y Saulo pasó algunos días con los discípulos de Damasco” (Hec. 9:19). Encontramos varios otros ejemplos en el libro de los Hechos (ver Hech. 1:15; 6:1,2,7; 9;1,19; 14:20; 15:10; 18:23,27).

Cristianos por nombre, discípulos en acción

Ser seguidor de Cristo era ser un discípulo. Y fue como discípulos que esos creyentes fueron llamados cristianos por primera vez. “Quedaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente. En Antioquía fue donde por primera vez, los discípulos fueron llamados cristianos” (Hech. 11:26).

La importancia de esta nueva identidad no puede ser exagerada. Cada persona que dice ser discípulo tiene una relación directa con Jesús, y fue conducida a él mediante el ministerio de algún otro discípulo. No existía ningún esfuerzo para glorificar a una institución o instrumento humanos. Hacer discípulos para Jesús era el objetivo. Todos los discípulos, la iglesia, existían para llevar a cabo este objetivo. Nadie era considerado innecesario o inútil. Como discípulos por nacimiento espiritual, nadie estaba desprovisto de dones ni carecía de un ministerio .Todos eran parte necesaria del cuerpo de Cristo, la familia de Dios.

De manera que de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne. Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si algunos están en Cristo, son una nueva creación. Las cosas viejas pasaron, todo es nuevo. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación. Porque Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no atribuyendo a los hombres sus pecados. Y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así, somos embajadores en nombre de Cristo. Como si Dios rogase por medio nuestro, os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:16-20).

Todos los discípulos están equipados espiritualmente. ¡En la Palestina del primer siglo, no había otras distinciones! La fe personal centrada en Jesús era el único criterio. Esa distinción condujo hacia un discipulado activo, dinamizado por el Espíritu Santo que otorgaba los dones necesarios para el ministerio.

“Así, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto razonable. Y no os conforméis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis comprobar cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Por la gracia que me es dada, digo a cada uno de vosotros que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con moderación, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque así como en el cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos tienen la misma función; así también nosotros, siendo muchos somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Y tenemos diferentes dones según la gracia que nos es dada… (Rom. 12:1-6. Ver también Rom. 12:10; 1 Cor. 12:4- 7; 12:11-13).

El valor de cada discípulo como miembro del cuerpo puede apreciarse únicamente en relación con las elecciones de Dios y no de los hombres. El mismo Espíritu otorga todos los dones. El mismo Señor manifiesta el servicio en cada uno. El mismo Dios obra por medio de todos. Sin esta comprensión, el cuerpo se deforma y se convierte en una colección de órganos cancerosos, cada uno acaparando recursos y autoridad en desmedro de todos los demás.

El lugar en el que cada uno desempeñará su ministerio es decidido sólo por el reconocimiento de los dones espirituales otorgados, el servicio prestado y el reconocimiento de la obra de Dios en ese discípulo. No existe otro criterio válido, incluyendo el sexo, como lo declara el apóstol Pablo en Gálatas 3:26-28: “Así todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús: porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.Ya no hay judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Los dones espirituales son el derecho de nacimiento del discípulo

Es inútil intentar controlar la distribución de dones del Espíritu pretendiendo que debe otorgarlos en base al género sexual (o por nacionalidad, origen étnico o condición socioeconómica). Cualquier pecador que se entrega a Jesús y es bautizado, es un cristiano renacido;uno entre muchos otros en Cristo. El Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de la familia de Dios, es enviado a él o ella como su derecho de nacimiento. El discipulado comienza de inmediato. El o ella es un miembro indispensable del cuerpo de Cristo.

Todos los hijos de Dios reciben poder para un ministerio que resulta fructífero. Depender únicamente de las cualidades humanas como calificación suficiente para el ministerio, es errar de plano. La promesa de Dios es que cada miembro del cuerpo es necesario; en eso consiste la garantía. No podemos permitirnos la ausencia de ninguna parte del cuerpo. Dios asume la responsabilidad de la autenticación.  “A cada uno le es dada manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor. 12:7). “Dios ha colocado a cada miembro en el cuerpo, como él quiso” (1 Cor. 12:18). “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito. Ni la cabeza a los pies: No os necesito” (1 Cor. 12:21. Ver también 1 Cor. 12:11).

Debido a que todas las partes del cuerpo son necesarias, la iglesia debe ser un buen mayordomo de los dones espirituales de cada discípulo. Es responsabilidad de la iglesia creer en las promesas de Dios concernientes a su capacidad de proveerle un ministerio eficaz a cada miembro del cuerpo. También debe crear un procedimiento para reconocer el ministerio, para discernir los dones espirituales, de manera que los discípulos puedan tener alguna afirmación de su rol dentro de un tiempo razonable al comienzo de su discipulado Además, la iglesia debe refinar este procedimiento de reconocimiento a fin de detectar el desarrollo de dones y talentos adicionales útiles para la edificación del cuerpo a medida que los discípulos maduran en el ministerio.

Sólo dentro de esta orientación del discipulado es posible comprender las designaciones adicionales hechas por Dios. Efesios 4:11-13 dice que“él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y mae­stros; a fin de perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un estado perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:11-13). El propósito que Dios tiene al otorgar estos dones es preparar a los discípulos para una mayor eficacia, para que contribuyan a la edificación del cuerpo y maduren en Cristo.

Los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros son servidores de los discípulos, y no viceversa. Su propósito es preparar discípulos para el servicio y/o el ministerio. Son una extensión del cuidado solícito y propósito de Dios para su pueblo. No amos, sino servidores. Su objetivo es equipar a cada discípulo para el ministerio fructífero.

Y mientras cada miembro sirve a los demás, se produce un efecto recíproco, al beneficiarse todos y al ser Dios glorificado. “De quien todo el cuerpo bien ajustado y unido por todos los ligamentos que lo mantienen, según la acción propia de cada miembro, crece para edificarse en amor” (Efe. 4:16). “Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo” (Rom. 12:5).“Para que no haya división en el cuerpo, sino que sus miembros se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se conduelen con él. Y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros es parte de él” (Rom. 12:25-27).

Esto no debe descartar las excepciones situacionales, los casos específicos en que los dones espirituales son violados, en que se hacen aseveraciones fraudulentas y se abusa de la autoridad espiritual. Estos casos han sucedido en el pasado, constituyen un desafío en el presente (especialmente en los asuntos relacionados con el sexo de la persona) y se puede esperar que causen un impacto en el futuro de la iglesia. Los apóstoles tuvieron que ocuparse de estos asuntos. No son la regla universal, sino excepciones. La regla, como se analizó anteriormente, es el nuevo nacimiento en el discipulado; discipulado que se define por los dones espirituales y que está equipado para el servicio especial de los compañeros en el discipulado. Cada miembro del cuerpo sirve a los demás al obrar Dios por medio de todos.

Unidad versus primacía

En lugar de poner énfasis en la exclusividad de quienes podrían participar en cierto ministerio, la Biblia destaca la interrelación, la mutualidad, la unidad de todos los ministerios de Dios en Cristo.

“Porque así como en el cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos tienen la misma función; así también nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Y tenemos diferentes dones según la gracia que nos es dada. Si alguno tiene el don de profecía, úselo conforme a la medida de la fe. Si es de servicio, úselo en servir; el que enseña, en enseñar; el que exhorta, en animar; el que reparte, hágalo generosamente; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. El amor sea sin fingimiento. Aborreced el mal, seguid el bien. Amaos unos a otros con afecto fraternal. En cuanto a la honra, dad preferencia a los otros. En el trabajo no seáis perezosos. Sed fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Rom. 12:4-10).

En esta atmósfera de un Cristo presente, con dependencia de la gracia y un reconocimiento mutuo de unidad en Cristo, no pueden producirse jerarquías arbitrarias. Existe una unidad de misión que se efectúa por medio de una diversidad de ministerios. La única conformidad impuesta es la de glorificar a Dios por medio de la semejanza a Cristo en el carácter y el ministerio. El es el Modelo para todos,y vivir por fe en él es la necesidad de todos. El liderazgo administrativo es aceptado y apoyado voluntariamente cuando existe este espíritu de unidad.

El poder del amor corre continuamente el riesgo de infección por el amor al poder en la vida del cuerpo de Cristo, la iglesia. Por muy dramática que pueda parecer esta caracterización patológica, el cuerpo lucha constantemente para impedir que estas infecciones se propaguen. La inmunidad se produce mediante una dedicación autocontrolada al discipulado en el Señor Jesucristo. Tristemente, en toda la historia del Israel literal y espiritual, no ha sido éste el statu quo.

Cuando el discipulado ha sido desplazado por las preferencias tradicionales, cuando los prejuicios culturales reemplazan el discernimiento espiritual, el cuerpo pierde calor y energía. Diversos órganos se degeneran, y su efecto combinado agota la capacidad del cuerpo para repararse, y con más razón, para crecer.

No existe ninguna cultura divina a este lado del reino. No existe ninguna institución humana que esté libre del prejuicio. La humildad ante Aquel que es genuinamente desprejuiciado, es nuestra única defensa. Las expectativas de la cultura de la mayoría, proyectadas sobre la organización de la iglesia, producirá siempre lo que causa la impresión de ser una crisis moral, cuando, en efecto, no es más que un ejercicio en el prejuicio de la mayoría. Abrirse paso a través de estas distracciones emocionales siempre supone conflictos.

Nuestra elección como cristianos consiste ya sea en rehusar incorporar este prejuicio y esta discriminación, y en cambio reconstruir la iglesia para que incluya los dones de la totalidad de los discípulos, o bien defender nuestras tradiciones invalidantes en beneficio de la comodidad de algunos.Ambas elecciones incluyen cierto dolor, el dolor del crecimiento o renacimiento, o el dolor de las posibilidades abortadas. El arrepentimiento o la represión nos confrontan constantemente. La crisis no es nueva ni vieja. Solamente existe.

Distinciones inapropiadas

¿Han sido las mujeres, y otros considerados minoría por la cultura mayoritaria, recipientes de los diversos dones originados en Dios? El Nuevo Testamento revela que hubo mujeres que fueron profetisas. Ana vivía en el Templo (Luc. 2:36). Felipe el evangelista tenía cuatro hijas solteras que eran profetisas (Hech. 21:19).Reconociendo a las mujeres profetisas en Corinto, el apóstol Pablo las instruyó a profetizar y orar con sus cabezas cubiertas (1 Cor. 11:5). Priscila y Aquila participaron en el ministerio de la enseñanza (Hech. 18:24- 26). ¡Qué equipo más eficaz compuesto de un esposo y su esposa! Febe fue diaconisa (Rom. 16:1-2). Romanos 16 es virtualmente una “galería de la fama” para las mujeres de la iglesia primitiva de Roma. Presenta los nombres de Febe, Priscila, María, Trifena, Trifosa, Pérsida, Junia y dos mujeres anónimas. Algunos consideran que Junia (Rom. 16:7) era en realidad un apóstol.

Lo que aquí está en juego no es si las mujeres deben incluirse como candidatas a la ordenación en un servicio es­pecial para los discípulos; en cambio, ¡lo que está en juego es si el discipulado (y los dones que lo apoyan) tiene alguna limitación demográfica!

Decir que las referencias del Nuevo Testamento concernientes a la distribución desprejuiciada de los dones de Dios tienen relación únicamente con temas vinculados con la salvación,niega los derechos de nacimiento de los creyentes. Los pecadores arrepentidos nacen como discípulos. Los discípulos entran de inmediato en el ministerio dirigidos por el Espíritu Santo que les imparte sus dones y su capacitación. El mismo Espíritu apoya el ministerio de los discípulos mediante designaciones especiales al ministerio. No existe ninguna indicación de que el Espíritu Santo cambie su criterio para seleccionar a la gente en ninguna parte de este proceso sin solución de continuidad.

No existe tal cosa como renacimiento sin discipulado. No existe tal cosa como discriminación en los dones basada en el sexo, el origen étnico o la condición económica. La gracia de Dios, su generosidad, no se limita al momento preciso de la entrega. Esa gracia abarca y capacita a todos los creyentes como Dios lo considere apropiado. Cuando el Espíritu otorga dones a una persona, y ese creyente colabora con la obra que Dios desea hacer por su intermedio, ¿quiénes somos nosotros, o cualquier miembro de la iglesia, para ejercer el derecho a vetar su poder? Cuando el cuerpo de Cristo reconoce el valor de un discípulo constituyente, ¿quién puede imponer límites a Dios?

¿Significa esto que todas las pretensiones de autoridad ministerial debieran dejarse sin cuestionar? Ciertamente no, pero debe decirse que ese cuestionamiento no puede dirigirse en forma legítima imponiendo criterios no bíblicos como el sexo, la raza, etc. Que se aplique un criterio. Que se ejercite discernimiento espiritual. Pero que se aplique en forma pareja sobre todos los discípulos. Que las nociones tradicionales de posición y privilegio estén sujetas a los mismos rigores que lo demás. Que la oportunidad para el servicio a Dios sea el objetivo de nuestra organización. Que cada institución de la iglesia se caracterice por el servicio, para que produzca crecimiento y madurez para el cuerpo. Que la inclusión sea la regla y la exclusión se convierta en la excepción.

Poniendo en práctica el discipulado

Como parte del cuerpo, tenemos el deber de ver que el discipulado sea intencional, tenga recursos y se le dé la prioridad debida. El asunto central en la designación al ministerio no es la ordenación. Se supone que la ordenación es el resultado de un proceso de discernimiento espiritual. Cuando la manifestación de los dones espirituales es el foco, los demás criterios pierden vigencia. Las preferencias de Dios se reconocen por la fe. Cuando la fe disminuye en el proceso, otros criterios la substituyen y el cuerpo sufre. La fe en la capacidad de Dios para dirigir su iglesia, es un asunto más práctico (y más bíblico) para considerar.

Los cristianos que ignoran sus dones espirituales, recargan el cuerpo de Cristo. Y el liderazgo que no logra facilitar el discipulado, se ve condenado a defender más la forma que la función. No hay una parte del cuerpo sin la cual podamos vivir. Cuando se reconozca el discipulado de todos los creyentes, el debate sobre la ordenación de las mujeres será reemplazado por un esfuerzo unido para discernir los dones en todos los discípulos independientemente de los prejuicios humanos. Unicamente entonces se pondrá mayor énfasis sobre las condiciones bíblicas para el discipulado eficaz. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mar. 8:34).“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Juan 13:33; ver también Luc. 12:22; Juan 2:11; Mat. 18:4; Hech. 14:22; Juan 8:31;Juan 15:8; Luc. 14:26-27; Luc. 14:33).

Conclusión

El discipulado es el estilo de vida designado divinamente para todos los cristianos. El Espíritu Santo otorga sus dones a cada discípulo como él quiere. Intentar controlar las elecciones del Espíritu es ejercer una presunción inapropiada en relación con su prerrogativa.

Tratemos una vez más de imaginar las caras que constituyen una multitud de mbres y mujeres, blancos y negros, jóvenes y viejos, que encuentran en Jesús de Nazaret algo que nunca hubieran esperado: una personalidad total. Pero tratemos de imaginar esa misma escena en la iglesia de la actualidad. Se advierte cuidado solícito y preocupación reflejados en la gente que forma el cuerpo. Los miembros trabajan para enseñar, entrenar y ocuparse los unos de los otros. El mundo no volverá a ser como antes. El ejemplo de los primeros discípulos no ha sido olvidado; por lo contrario, todos son parte integral de la gran comisión que pide llevar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Pertenecemos. Hemos encontrado nuestro lugar.

Ojalá que esta descripción se convierta pronto en realidad.


Sobre la autora: Halcyon Westphal Wilson ha sido pastora asociada de la Iglesia Adventista de la Universidad de La Sierra durante 13 años. Tiene una licenciatura en Religión y una Mestría de Educación en Vida Familiar, de la Universidad de Loma Linda. La pastora Wilson es una consejera pastoral certificada y directora del Centro de Aconsejamiento Cristiano, patrocinado por su iglesia. En 1993 recibió de la División Norteamericana un premio por liderazgo excepcional y servicio consagrado al ministerio pastoral. Es una oradora popular y autora de numerosos artículos, incluyendo el auxiliar de las lecciones de la escuela sabática para la revista Celebration.


Referencias

  1. Karen y Ron Flowers, Love Aflame [El amor en llamas] p. 80. (Review and Herald. Hagerstown, MD. 1922.)
  2. De“ATheology ofWoman” [Una teología de la mujer],por Beatrice S. Neall.en A Woman’s Place [El lugar de la mujer],p. 19 (Review and Herald. Hagerstown, MD. 1992.)
  3. Lucas 8:1-3.
  4. Dorothy L. Sayers,Are Women Human? [¿Son humanas las mujeres? p. 47. (Eerdmans. Grand Rapids. 1971.)
  5. Elena G. de White.EV Deseado de todas las gentes, 312. (Pacific Press. MountainView,CA. 1955.)
  6. De un sermón presentado el 9 de mayo de 1992, por la autora y Lyell Heise, entonces pastor titular de la Iglesia de la Universidad de La Sierra, Riverside, California.
  7. Ruth A.Tucker y Walter Liefeld, Daughters ofthe Cburcb, 31. (Zondervan,Academic Books. Grand Rapids, MI. 1987.)
  8. Ibíd., 28-29.
  9. Richard and Catherine Clark Kroeger,“Why WereThere No Women Apostles?” [¿Por qué no hubo mujeres apóstoles?],Equity, 10-12.1982.
  10. Mary Stewart Van Leeuwen, Gender and Grace [El género y la gracia], p. 35.(InterVarsity Press. 1990.)

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