La Ordenación en los Escritos de Elena G. de White
Por Denis Fortin
Bajo la protección de los árboles en la ladera de un cerro, no muy lejos del Mar de Galilea, Jesús reunió en privado a sus doce apóstoles. Deseaba enseñarles en el santuario de la naturaleza, lejos de la confusión y del ruido. En este marco de belleza natural se dio el primer paso en la organización de la iglesia[1]. “Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los discípulos —escribe Elena de White— congregó al pequeño grupo a su derredor, y arrodillándose en medio de ellos y poniendo sus manos sobre sus cabezas, ofreció una oración para dedicarlos a su obra sagrada. Así fueron ordenados al ministerio evangélico los discípulos del Señor”[2].
La sencillez de ese primer servicio de ordenación fue asombrosa, dado su impacto sobre el futuro de la proclamación evangélica. No hay un templo costoso, ni ritos deslumbrantes, ni asiste ningún invitado destacado. El orden de la ceremonia es directo y sin adornos.
Aunque la ceremonia de ordenación, tal como se realiza en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ha conservado algo de la sencillez de ese primer servicio, el tema de la ordenación se ha tornado mucho más complejo. Durante unos cuantos años la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha discutido la posibilidad de ordenar a mujeres al ministerio evangélico. En el transcurso de numerosas conversaciones y debates, me ha parecido que gran parte de la confusión en nuestras discusiones surge de la vaga comprensión de lo que es la ordenación. De allí la necesidad de elaborar una teología adventista de la ordenación.
Como parte de nuestra construcción de una teología tal, tenemos que dirigirnos a los escritos de Elena G. de White. Ya que afirmamos el papel profético y la autoridad doctrinal de Elena White, creemos que su comprensión de lo que significa la ordenación nos puede ayudar a aclarar nuestra teología. Con este fin formulamos algunas preguntas: ¿Cómo define Elena de White la ordenación? ¿Qué dice ella acerca de los requisitos para la ordenación? ¿Cuál es el contexto teológico dentro del cual ella trata la ordenación? ¿Está conectada con la autoridad de la iglesia? Y, ¿quién decide quién debe ser ordenado?
Mi propósito en este capítulo es estudiar los escritos de Elena G. de White sobre el tema de la ordenación para llegar a algunas conclusiones en cuanto a lo que significaba la ordenación para ella. Ya que la ordenación ha sido tradicionalmente parte de la doctrina de la iglesia, consideraremos sus pensamientos sobre la ordenación en el contexto de su comprensión global de lo que es la iglesia y cómo funciona.
La iglesia como representante de Dios en la tierra
Una de las ideas teológicas básicas de Elena G. de White acerca de la iglesia es que ella representa a Dios en la tierra[3]. Dentro del contexto del tema del gran conflicto, los cristianos y la iglesia son instrumentos utilizados por Dios para testificar ante el universo que él es un Dios de amor, misericordia y justicia[4]. “Dios ha hecho de su iglesia en la tierra un canal de luz, y por su medio comunica sus propósitos y su voluntad”[5]. En ese contexto, sus comentarios dan énfasis a las funciones prácticas de la iglesia, su papel y propósito, más que a sus aspectos ontológicos.
Aunque los pastores ordenados, como siervos de Dios y de la iglesia, deben actuar como representantes de Dios en la tierra[6], no son los únicos. Cada cristiano tiene un papel que jugar dentro del gran conflicto y es un representante de Cristo.[7]
El sacerdocio de todos los creyentes
En el Antiguo Testamento sólo ciertos hombres ordenados para el sacerdocio podían ministrar dentro del santuario terrenal;[8] sin embargo, Elena de White creía que ahora a nadie se le impide servir a Dios, aunque no sea sacerdote o pastor ordenado. En sus escritos ella indicó que todos los cristianos, sin importar su profesión, son siervos de Dios. A pesar de que en sus escritos publicados ella nunca los llama “sacerdotes”, afirmaba claramente el concepto protestante del sacerdocio de todos los creyentes.
Dos pasajes de las Escrituras son preeminentes en su comprensión de este concepto. El primero es 1 P 2:9: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” [9]. El segundo es Jn 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Muchas veces ella se refirió a esos pasajes o los citó en parte para apoyar el servicio cristiano dedicado y para insistir en que todos los cristianos son llamados o comisionados por Dios para servirle.[10]
Este concepto del sacerdocio de todos los creyentes es fundamental para su comprensión del servicio cristiano y de la ordenación. A lo largo de su ministerio, Elena de White repetidamente apeló a los miembros de iglesia a consagrarse de corazón al servicio cristiano. Ella sostenía que es un error fatal creer que sólo los pastores ordenados son obreros para Dios y en depender sólo de ellos para cumplir la misión de la iglesia.[11] Ella declaró que: “Todos los que han recibido a Cristo son ordenados para trabajar por la salvación de sus semejantes”[12]. “Los dirigentes de la iglesia de Dios —agrega— han de comprender que la comisión del Salvador corresponde a todo el que cree en su nombre. Dios enviará a su viña a muchos que no han sido dedicados al ministerio por la imposición de manos”[13]. De ese modo, cada cristiano es un ministro para Dios[14].
Por lo tanto, cada cristiano está ordenado por Cristo. Ella preguntó enfáticamente: “¿Has probado los poderes del mundo futuro? ¿Has estado comiendo la carne y bebiendo la sangre del Hijo de Dios? Entonces, aunque no hayas sido ordenado por la imposición de manos de ministros, Cristo ha impuesto sus manos sobre ti y ha dicho: ‘Tú eres Mi testigo’”[15]. Por eso, dijo ella, “Muchas almas serán salvadas por el trabajo de hombres que acudieron a Jesús por su ordenación y órdenes”[16].
Por lo tanto, la ordenación de la iglesia no es requisito previo para servir a Dios, porque es el Espíritu Santo el que da capacidad para el servicio a los cristianos que están dispuestos a servir con fe[17]. La humildad y la mansedumbre son rasgos de carácter que Dios busca en sus siervos a fin de capacitarlos para el ministerio; éstos son más necesarios que la elocuencia o la educación[18]. De hecho, como en el caso de Pablo y Bernabé, la ordenación de lo alto precede a la ordenación por la iglesia.[19]
Creo que así es también cómo entendía ella su propio llamado al ministerio. Aunque la Iglesia Adventista del Séptimo Día nunca le concedió la ordenación ministerial, ella creía que Dios mismo la había ordenado al ministerio profético. En sus últimos años, al recordar su experiencia en el movimiento millerita y su primera visión, ella declaró: “En la ciudad de Portland, el Señor me ordenó como su mensajera, y allí realicé mis primeras labores por la causa de la verdad presente”[20].
De estos pasajes podemos sacar algunas conclusiones iniciales con respecto a las ideas fundamentales de Elena de White sobre la ordenación. En primer lugar, el concepto de Elena de White sobre el sacerdocio de todos los creyentes es el requisito fundamental para el servicio cristiano; cada cristiano es intrínsecamente un sacerdote para Dios. En segundo lugar, en un sentido espiritual, cada cristiano es ordenado por Dios a este sacerdocio. En tercer lugar, la ordenación de la iglesia no es un requisito para servir a Dios.
El significado de “ordenar” en los escritos de Elena G.de White
Antes de seguir más adelante en el tratamiento del tema, debemos explorar qué quería decir Elena de White con el verbo “ordenar”. En sus escritos publicados, ese verbo aparece unas mil veces en sus diferentes formas. Aunque se puede referir al rito cristiano de nombrar a un cargo eclesiástico por medio de la ceremonia de la imposición de manos, “ordenar” no siempre se refiere a esta ceremonia. El significado básico de la palabra es “poner en orden u organizar”. El verbo también puede significar “mandar o decretar”. Estas diferentes connotaciones del verbo aparecen en los escritos de Elena de White.
Cuando ella se refiere a Jn 15:16, como se citó anteriormente, para apoyar un servicio cristiano dedicado de parte de todos los creyentes, el verbo “ordenar” no parece referirse a la ceremonia de imposición de manos, sino al contrario tiene el significado de dictado o mandato. Dios decreta o manda que los cristianos deben llevar mucho fruto.
Al comienzo del capítulo “Un ministerio consagrado”, en Los hechos de los apóstoles, Elena de White afirma que la “gran Cabeza de la iglesia dirige su obra mediante hombres ordenados por Dios para que actúen como sus representantes”[21]. Aunque en ese capítulo es claro que ella se refiere a la obra y la influencia del pastor ordenado, en ninguna parte del capítulo habla específicamente de la ordenación, sólo usa aquí el verbo “ordenar” para referirse al nombramiento de algunas personas por parte de Dios como sus instrumentos. El uso que ella hace del verbo puede incluir también la ordenación espiritual ya mencionada. Su intención puede ser la de enfatizar que en última instancia la ordenación de un ministro no es de los hombres sino que proviene de Dios mismo. Las mismas connotaciones están presentes en su declaración sobre su propio llamado al ministerio profético: “el Señor me ordenó como su mensajera”. Aquí el verbo “ordenó” tiene un significado primario de “nombró para el cargo”, pero también sugiere un significado secundario: Dios mismo la ordenó o le impuso las manos. De sus comentarios con respecto al concepto del sacerdocio de todos los creyentes, saco como conclusión que, subyacente al uso que hace Elena de White del verbo “ordenar”, está la idea de que Dios es el que ordena o nombra a una persona a ser su siervo y, por consiguiente, también es Dios quien impone sus manos espiritualmente sobre este siervo.[22]
Dadas estas diferentes connotaciones, he limitado mi estudio de sus escritos sobre la ordenación a referencias donde ella usó el verbo claramente en el contexto de una ceremonia de imposición de manos, de una ordenación espiritual por Dios, o de la obra de un pastor ordenado.
La organización eclesiástica y la ordenación
Se puede formular la pregunta: Si todos los cristianos son sacerdotes y ministros de Dios, ordenados por Dios para servirle, ¿por qué la iglesia ordena a oficiales? Una mirada a cómo Elena G. de White percibió el desarrollo de la organización de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, o el “orden evangélico”, como se lo llamaba entonces, proveerá algunas respuestas a esa importante pregunta e iluminará la interpretación de lo que dijo ella sobre la ordenación. Dentro del contexto de la iglesia, la ordenación está estrechamente relacionada con la organización de la iglesia. Para ella, la ordenación de diáconos y ancianos en el Nuevo Testamento y la ordenación de pastores en el Movimiento Adventista inicial fueron soluciones, provistas bajo la conducción del Espíritu Santo, para serios momentos de crisis. Aun cuando las estructuras eclesiásticas primitivas y elementales (o la falta de las mismas) de ambos movimientos no hacían provisión para nuevos ministerios ordenados, ella creía que estas estructuras eran adaptables y permitían la creación de nuevos ministerios (como en el caso de los siete de Hechos 6). Por lo tanto, las ordenaciones al ministerio de la iglesia del Nuevo Testamento y del Movimiento Adventista inicial demuestran los principios organizacionales de armonía, orden y adaptabilidad.
Armonía y orden
Enseguida después del chasco millerita, el pequeño rebaño de adventistas sabatistas enfrentó muchos puntos de vista divergentes que amenazaron su supervivencia. En una visiónrelatada en su Supplement to “Experience and Views” de 1854, Elena de White preguntó a un ángel cómo se podría lograr la armonía dentro de las filas de este nuevo grupo inexperto y cómo se podría rechazar al enemigo con sus errores. El ángel indicó que la solución estaba en la Palabra de Dios y el orden evangélico. Estos traerían a la iglesia a la unidad de la fe y protegerían a los miembros de los falsos maestros. Pero, ¿cómo harían esto los adventistas primitivos si carecían de toda organización eclesiástica? La Escritura tenía la respuesta: debían seguir el ejemplo de la iglesia cristiana primitiva.[23]
Vi que en el tiempo de los apóstoles la iglesia estaba en peligro de ser engañada y explotada por los falsos maestros. Por lo tanto los hermanos eligieron a hombres que habían dado buenas pruebas de que eran capaces de gobernar bien en su propia casa y preservar el orden en sus propias familias, y que fuesen capaces de iluminar a los que estaban en tinieblas.[24]
De esta manera, tal como la iglesia primitiva y los apóstoles habían elegido a hombres idóneos para servir como líderes y les impusieron las manos, así debía proceder la incipiente Iglesia Adventista. La solución para las enseñanzas falsas y la anarquía era la ordenación de hombres capaces que supervisarían y cuidarían el interés del pueblo[25]. Basándose en la experiencia de la iglesia primitiva, y en medio de la desorganización y la falta de estructura, ella indicó a los hermanos que Dios deseaba que su pueblo siguiera el modelo del Nuevo Testamento de ordenar a sus primeros ministros. Los adventistas debían elegir hombres e “imponer las manos y ponerlos aparte para que se dediquen por completo a su obra. Este acto revelaría la sanción que la iglesia les da para que salgan como mensajeros a proclamar el mensaje más solemne que fuera dado alguna vez a los hombres”[26]. Entonces se preservaría la armonía y el orden en el Movimiento Adventista por medio de la ordenación de ministros.
Adaptabilidad
También basándose en este modelo bíblico para la ordenación de los oficiales de iglesia, Elena de White enunció con claridad la necesidad de que la estructura de la iglesia fuera adaptable y que estuviera al servicio de sus miembros.
En Los hechos de los apóstoles ella menciona que hubo un momento de crisis en la iglesia del Nuevo Testamento, cuando surgió la murmuración entre los cristianos de origen griego al ver que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de alimentos (véase Hch 6:1-6). Como el rápido crecimiento de la feligresía trajo cargas cada vez más pesadas sobre los que estaban a cargo,
Ningún hombre, ni grupo de hombres, podría continuar llevando solo esas responsabilidades, sin poner en peligro la futura prosperidad de la iglesia. Había necesidad de una distribución adicional de las responsabilidades que habían sido llevadas tan fielmente por unos pocos durante los primeros días de la iglesia. Los apóstoles debían dar ahora un paso importante en el perfeccionamiento del orden evangélico en la iglesia, poniendo sobre otros algunas de las cargas llevadas hasta ahora por ellos.[27]
Este “perfeccionamiento del orden evangélico” fue llevado a cabo cuando “los apóstoles… inspirados por el Espíritu Santo, expusieron un plan para la mejor organización de todas las fuerzas vivas de la iglesia”[28]. Ellos juntaron a todos los discípulos, explicaron la situación, y luego sugirieron que se eligieran siete hombres para dirigir la distribución diaria de alimento. Esta propuesta agradó a toda la asamblea. Eligieron a los siete y los presentaron a los apóstoles, quienes a su vez los ordenaron a su nuevo ministerio.[29]
Acerca de este servicio, Elena de White entiende que:
La organización de la iglesia de Jerusalén debía servir de modelo para la organización de las iglesias que se fundaran en muchos otros puntos donde los mensajeros de la verdad trabajasen para ganar conversos al evangelio… Más adelante en la historia de la iglesia primitiva, una vez constituidos en iglesias muchos grupos de creyentes en diversas partes del mundo, se perfeccionó aún más la organización a fin de mantener el orden y la acción concertada.[30]
Su descripción de los eventos indica que se hacían cambios en la estructura de organización de la iglesia (como la institución de un nuevo ministerio ordenado), cuando los líderes se daban cuenta de nuevas necesidades. En cierto sentido, eso significaba el “perfeccionamiento” de la estructura que los apóstoles habían heredado de Jesús; también significaba que la estructura de la iglesia primitiva no había alcanzado una rigidez estática. La organización primitiva podía “perfeccionarse” si, por medio de la dirección del Espíritu Santo, los miembros y los líderes pensaban que necesitaba una modificación. Esta comprensión de la adaptabilidad o el “perfeccionamiento” ulterior de la estructura de la iglesia, es una clave importante para entender cómo veían los primeros adventistas el desarrollo de su propio modelo de gobierno de la iglesia.
Durante el período de 1854-1860, mientras ocurrían discusiones y controversias con respecto al establecimiento de nuestro primer sistema de organización de iglesia y aun con respecto a la elección de un nombre para ella, Jaime White concluyó que “no debemos temer al sistema que no esté en contra de la Biblia, y que está aprobado por el sentido común”[31].
Puede parecer difícil entender este comentario de parte de un líder de un movimiento que se identificaba solamente con la Escritura. Aun así, Andrew Mustard argumenta en su tesis doctoral que James White “se había apartado, quizás inconscientemente, de la idea de que los únicos principios válidos de organización eran los indicados específicamente en la Biblia, hacia el punto de vista menos restringido de que cualquier método de organización era aceptable si era efectivo, con tal que no se opusiera específicamente a la Escritura”[32]. De ese modo algunos de nuestros pioneros llegaron a la conclusión, sobre la base del ejemplo del Nuevo Testamento, de que la organización de la iglesia está al servicio del pueblo de Dios en la tierra y no viceversa[33].
Como consecuencia, con la comprensión teológica de que las estructuras de la iglesia deben reflejar orden y armonía y deben ser adaptables a nuevas necesidades, los adventistas del séptimo día han sido capaces, a través de los años, de establecer nuevos ministerios y de avanzar sólidamente y unidos en la tarea de esparcir el evangelio.[34] También podemos concluir, a partir de la comprensión de Elena de White de estos dos principios de organización, que la iglesia puede determinar, bajo la dirección del Espíritu Santo, cuáles ministerios son beneficiosos y quién debe desempeñarse como oficial en la iglesia. Así, como veremos, la ordenación de oficiales de iglesia se convierte en una función de la iglesia.
Ministerios específicos dentro de la Iglesia
Un ministerio funcional
Siendo que, según Elena G. de White, el Señor mismo instituyó el ministerio ordenado, primero con la ordenación de los doce apóstoles y más tarde al guiar a la iglesia primitiva a ordenar a diáconos y ancianos[35], podemos suponer que aunque todos los cristianos son sacerdotes y ministros al servicio de Dios, algunos son elegidos en especial por Dios para cumplir funciones específicas dentro de la iglesia[36]. Como hemos visto, el ministerio ordenado de la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene un propósito ordenado por Dios[37]. Por esta razón Elena de White advirtió que los individuos ordenados para ministrar en la iglesia debían ser elegidos cuidadosamente.
Una palabra de advertencia
Elena de White creía firmemente que se debe hacer una investigación cabal antes de ordenar a una persona al ministerio, siguiendo cuidadosamente el mandato de Pablo a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno” (1 Ti 5:22).
Quienes están a punto de entrar a la sagrada obra de enseñar la verdad de la Biblia al mundo deben ser examinados cuidadosamente por personas fieles y experimentadas.
Luego de que éstos hayan tenido algo de experiencia, todavía hay otra obra que hacer por ellos. Deben ser presentados delante del Señor con ferviente oración para que él indique por medio de su Espíritu Santo si son aceptables para él. El apóstol dice: “No impongas con ligereza las manos a ninguno” [1 Ti 5:22]. En los días de los apóstoles los ministros de Dios no se atrevían a fiarse de su propio juicio al elegir o aceptar a hombres para tomar la solemne y sagrada posición de vocero de Dios. Ellos elegían los hombres que su juicio aceptaba, y luego los ponían delante del Señor para ver si él los aceptaría para que salieran como sus representantes. No menos que esto debería hacerse ahora.[38]
A lo largo de su ministerio, Elena de White hizo oír repetidas veces esta advertencia con respecto a la ordenación de nuevos ministros o pastores[39]. Su mayor preocupación era elevar “la norma más alto de lo que lo hemos hecho hasta ahora al momento de elegir y ordenar a hombres para la obra sagrada de Dios”[40]. La prisa en ordenar ancianos o pastores provoca serios problemas a la iglesia cuando las personas elegidas “no son aptos de ninguna manera para la obra responsable; hombres que necesitan ser convertidos, elevados, ennoblecidos y refinados antes de que puedan servir a la causa de Dios en algún cargo”.[41]
Cualidades necesarias para el ministerio
Por lo tanto, las cualidades requeridas para ser ordenado son tanto espirituales como prácticas. Elena de White creía que los que tienen responsabilidades en la iglesia deben ser instruidos para la tarea[42]. Deben ser personas a las que Dios pueda enseñar y honrar con sabiduría y discernimiento, como lo hizo con Daniel. “Deben ser personas con raciocinio, hombres que lleven el sello de Dios y que progresen continuamente en santidad, en dignidad moral y en un discernimiento de su obra. Deben ser hombres de oración”[43]. Los ministros y ancianos ordenados necesitan discernimiento espiritual[44], deben desconfiar de sí mismos y trabajar con humildad.[45]
Además de estas condiciones espirituales, Elena de White consideraba a las condiciones prácticas como de igual importancia. Los ministros deben vivir la verdad que predican en el púlpito[46]. Al respecto, exhortó a que se hiciera una minuciosa investigación de la conducta del futuro pastor antes de su ordenación.
Hay pastores que dicen que enseñan la verdad, cuyos caminos son una ofensa a Dios. Predican, pero no practican los principios de la verdad. Se debe ejercer un gran cuidado al ordenar a hombres al ministerio. Debería hacerse una investigación cabal de su experiencia. ¿Conocen la verdad y practican sus enseñanzas? ¿Tienen un carácter de buena reputación? ¿Se complacen en la frivolidad y en trivialidades, en chistes y bromas? ¿Revelan el Espíritu de Dios al orar? ¿Es santa su conversación, es intachable su conducta? Se tienen que contestar todas estas preguntas antes de imponer las manos sobre cualquier hombre para dedicarlo a la obra del ministerio.[47]
Ella también comentó sobre la práctica de la reforma pro salud como un requisito previo para el ministerio. “Ningún hombre debe ser apartado como maestro del pueblo, mientras su propia enseñanza o ejemplo contradice el testimonio que Dios ha dado a sus siervos para que lleven con respecto a la dieta; porque esto provocará confusión”[48].
Ordenación y autoridad
Si, como Elena G. de White sostenía, la Iglesia Adventista del Séptimo Día en un principio ordenaba a los pastores para protegerse de errores doctrinales, ¿tienen los pastores alguna autoridad dentro de la iglesia? Si es así, ¿de dónde proviene esta autoridad, y de qué manera se relaciona con la ordenación?
La autoridad eclesiástica
La Iglesia Católica Romana y otras iglesias episcopales creen que la autoridad de los apóstoles ha sido transmitida a través de la historia a los obispos de hoy por medio de la imposición de manos en la ceremonia de ordenación. De acuerdo con esta teoría, que se conoce como la teoría de la sucesión apostólica, los obispos modernos tienen la autoridad que los apóstoles tenían, autoridad que los apóstoles habían recibido a su vez de Cristo[49].
Este punto de vista de la sucesión apostólica asocia estrechamente la ordenación con la autoridad. No hay autoridad eclesiástica sin ordenación. Además, la ordenación dentro de la sucesión apostólica confiere al receptor un poder sacramental para llevar a cabo los ritos y ceremonias de la iglesia. Sin la ordenación apropiada, el ministro no puede llevar a cabo con eficacia los sacramentos de la iglesia.
La comprensión de Elena de White del propósito de la ordenación difiere grandemente del modelo episcopal; sus comentarios más claros se encuentran en conexión con la ordenación de Pablo y Bernabé[50]. Dios había bendecido ampliamente el ministerio de los dos en Antioquía, aun cuando “ni uno ni otro había sido ordenado todavía formalmente para el ministerio evangélico”[51]. Pero ellos habían alcanzado un momento en su ministerio en el cual Dios deseó confiarles la tarea de llevar el mensaje del evangelio a los gentiles. Para este propósito, y para hacer frente a los desafíos de la obra, “necesitarían todos los beneficios que pudieran obtenerse por medio de la iglesia”[52].
Aquí el concepto de Elena White sobre la ordenación sugiere una estrecha relación entre Dios y su iglesia. Como ya hemos visto, primero Dios encomienda y ordena a todos los cristianos al ministerio; luego, bajo la dirección del Espíritu Santo, la iglesia reconoce la obra de Dios por medio de la imposición de manos sobre algunos individuos escogidos. “Las circunstancias relacionadas con la separación de Pablo y Bernabé por el Espíritu Santo para una determinada clase de servicio, muestran claramente que el Señor obra por medio de instrumentos designados por él en su iglesia organizada”.[53] Antes de ser enviados como misioneros, Pablo y Bernabé fueron dedicados a Dios por la iglesia de Antioquía, que en este caso se convirtió en el instrumento divino para la designación formal de los apóstoles a su misión encomendada por Dios.
De acuerdo con la descripción que Elena de White hace de este evento, la ordenación de Pablo y Bernabé cumplió con cinco propósitos correlacionados. Primero, la iglesia les confirió la autoridad completa para enseñar la verdad, realizar bautismos y organizar iglesias[54]. Segundo, previendo las dificultades y la oposición que les aguardaba, Dios quiso que la obra de ellos estuviera por encima de todo desafío, y para ello recibiera la sanción de la iglesia[55]. Tercero, la ordenación de ellos fue un reconocimiento público de que habían sido elegidos por el Espíritu Santo para una obra especial por los gentiles[56]. Cuarto, “la ceremonia de imposición de manos no añadió ninguna gracia nueva ni alguna capacidad virtual”; era la acción de la iglesia de poner su sello de aprobación sobre la obra de Dios[57]. Y quinto, las manos se impusieron sobre los apóstoles para pedir a “Dios que les concediera su bendición”[58]. Así vemos que la definición de Elena de White de la ordenación es completamente pragmática: es un reconocimiento público de la designación divina y una “forma reconocida de nombramiento para un cargo designado”[59].
Volvamos a nuestra pregunta introductoria: ¿Cuál es la relación entre la ordenación y la autoridad? Para Elena de White la iglesia otorga autoridad al ministro ordenado para predicar el evangelio, y para actuar en su nombre en la organización de iglesias. Los comentarios de ella sugieren que sólo la iglesia puede autorizar a un individuo a llevar a cabo sus ritos. Por lo tanto, la iglesia concede autoridad a algunos individuos escogidos por medio de la ceremonia de la ordenación. Aquí encontramos que la imposición de manos es una ceremonia que debe servir para los propósitos de la iglesia. También es la iglesia, bajo la conducción del Espíritu Santo, la que en última instancia decide a quién se le dará autoridad por medio de la ordenación.
La autoridad divina
Nuestra comprensión de la relación entre la autoridad y la ordenación sería incompleta si sólo consideráramos la autoridad de la iglesia conferida a un ministro al momento de la ordenación. Elena de White presentó otro aspecto de la autoridad que es compartida por todos los cristianos, y en particular por los pastores ordenados. Como cristiano, un ministro ordenado posee no sólo la autoridad eclesiástica para realizar los ritos de la iglesia, sino también la autoridad divina para predicar el evangelio y servir como embajador de Dios. Esta autoridad divina está fundamentalmente relacionada con el sacerdocio de todos los creyentes y no con la ordenación.
Al hablar de los pastores ordenados como embajadores de Cristo en la tierra, afirma que desde “la ascensión de Cristo hasta hoy, los hombres ordenados por Dios, que reciben su autoridad de él, han llegado a ser maestros de la fe… Así la posición de los que trabajan con la palabra y la doctrina se torna muy importante”[60]. Agrega: “El ha ordenado que debe haber una sucesión de hombres que reciban autoridad de los primeros maestros de la fe para que se predique continuamente a Cristo y a él crucificado. El Gran Maestro ha delegado poder a sus siervos”[61].
Aunque a primera vista la frase “una sucesión de hombres que reciban autoridad de los primeros maestros de la fe” puede parecer que valida la idea de la sucesión apostólica, Elena de White no dijo que los ministros ordenados reciben su autoridad directamente de Pedro, por medio de una sucesión directa de ceremonias de imposición de manos. Antes bien, ella afirmó que la autoridad de los siervos de Dios se recibe de Dios y de los primeros maestros de la fe. Esta recepción de autoridad está basada en la fidelidad a la Palabra de Dios y a la verdad.
Sus comentarios en El Deseado de todas las gentes con respecto a la sucesión apostólica son explícitos.
La descendencia de Abrahán no se probaba por el nombre y el linaje, sino por la semejanza del carácter. La sucesión apostólica tampoco descansa en la transmisión de la autoridad eclesiástica, sino en la relación espiritual. Una vida movida por el espíritu de los apóstoles, el creer y enseñar las verdades que ellos enseñaron: ésta es la verdadera evidencia de la sucesión apostólica. Es lo que constituye a los hombres sucesores de los primeros maestros del Evangelio[62].
Mientras un siervo de Dios (no sólo un pastor ordenado) sea fiel a Dios y a su palabra, esta persona tiene la autoridad divina para “trabajar con la palabra y la doctrina”. Esto se relaciona con lo que hemos visto respecto del sacerdocio de todos los creyentes. Esto es lo que la iglesia reconoce cuando ordena a una persona al ministerio. Por lo tanto, la autoridad de un ministro ordenado proviene de Dios y es concedida por la iglesia. El primero da autoridad para enseñar la verdad; la segunda, para actuar en nombre de la iglesia.
La diversidad de ministerios ordenados
Dentro de la perspectiva teológica que he trazado hasta aquí —que se funda en el sacerdocio de todos los creyentes y ve la estructura de la iglesia como adaptable a nuevas necesidades—, podemos entender por qué Elena G. de White permitió que la iglesia decidiera si alguna persona, aparte de los pastores, debía ser ordenada o separada mediante la imposición de las manos para otros ministerios. Ella creía firmemente que el ministerio ordenado por sí solo no era suficiente para cumplir el mandato de Dios. Creía que Dios llama a cristianos de todas las profesiones a dedicar sus vidas a su servicio[63]. Ya que la iglesia puede añadir nuevos tipos de ministerios para satisfacer las necesidades de la gente, ella apoyó, por ejemplo, la ordenación de médicos misioneros y de mujeres en el ministerio.
Elena de White consideraba a la obra de la profesión médica como un medio efectivo para proclamar el evangelio y, por esta razón, creía que los médicos misioneros debían ser ordenados al servicio de Dios.
La obra del verdadero médico misionero es mayormente una obra de carácter espiritual. Incluye la oración y la imposición de manos; por lo tanto debiera separárselo para esta obra con la misma piedad con que se separa al ministro del Evangelio. Los que son elegidos para desempeñarse como médicos misioneros deben ser separados como tales. Esto los fortalecerá contra la tentación a apartarse de la obra en el sanatorio para dedicarse a la práctica privada[64].
En este pasaje Elena de White trazó un paralelismo entre la separación del médico misionero y la del ministro del evangelio. Ella entendía que apartar en sagrada ceremonia a un médico misionero era un tipo de ordenación con la cual la iglesia reconocía las bendiciones de Dios sobre el individuo escogido y que servía como medio de fortalecer la dedicación del obrero en su servicio para Dios.
Elena de White también apoyó a las mujeres como obreras en el ministerio evangélico. En 1898, cuando estaba en Australia, ella recordó cómo Dios le había impresionado con la injusticia que se había cometido contra algunas mujeres, esposas de pastores ordenados. Esas mujeres habían sido muy activas en el ministerio evangélico, visitando familias y dando estudios bíblicos, y sin embargo no habían recibido el merecido reconocimiento ni compensación económica alguna. Ella entendía que esas mujeres eran “reconocidas por Dios como tan necesarias para la obra del ministerio como sus esposos”[65]. Y, por lo tanto, de acuerdo con el sacerdocio de todos los creyentes, ella aprobaba que las mujeres trabajaran en el ministerio evangélico[66].
En un contexto similar, ella apoyó que las mujeres en el ministerio evangélico también fueran apartadas u ordenadas.
Las mujeres que están dispuestas a consagrar parte de su tiempo al servicio del Señor deben ser designadas para visitar a los enfermos, cuidar a los jóvenes y ministrar las necesidades de los pobres. Deben ser separadas para esta obra por medio de la oración y la imposición de manos. En algunos casos ellas necesitarán el consejo de los oficiales de iglesia o del ministro; pero si son mujeres devotas, que mantienen una conexión vital con Dios, serán un poder para bien en la iglesia. Este es otro medio para fortalecer y edificar la iglesia. Tenemos que diversificar [branch out] más nuestros métodos de trabajo[67].
La razón básica de Elena G. de White para apoyar la ordenación de mujeres y de médicos misioneros concuerda con lo que ya hemos visto sobre la adaptabilidad de las estructuras de la iglesia para satisfacer nuevas necesidades. Bajo la conducción de Dios, la iglesia puede y debe diversificar sus métodos de trabajo, separando por medio de la ordenación a cristianos que sirvan en ministerios diferentes. Creo que lo más importante que Elena de White sugirió aquí es que Dios está guiando a la iglesia en esa dirección; que es la voluntad de Dios que la iglesia se diversifique, para ser fortalecida y edificada.
Conclusión
El concepto de Elena G. de White sobre la ordenación se entiende mejor como parte de sus ideas acerca del propósito de Dios para la iglesia y del sacerdocio de todos los creyentes. Ella apoyaba el concepto de que todos los cristianos son ministros de Dios, ordenados por Dios (Jn 15:16) al sacerdocio de todos los creyentes (1 P 2:9) para mostrar al mundo la misericordia y el amor de Dios. Sin embargo, en la iglesia organizada algunos cristianos son designados para diferentes tipos de ministerios formales como los de pastores ordenados o administradores de iglesia. La ordenación de la iglesia, lejos de ser un sacramento que añade gracia o virtud, es un medio de reconocimiento público de la voluntad divina y del llamado de un individuo. Puesto que el pastor ordenado es el principal representante de Dios y de su iglesia, la ordenación al ministerio en la Iglesia Adventista del Séptimo Día es un asunto serio y sus ministros deben ser elegidos cuidadosamente de acuerdo con condiciones espirituales y prácticas.
Además, la comprensión teológica de Elena de White de la ordenación está relacionada con la manera cómo entendía la organización de la iglesia y como percibía la función de la iglesia como representante de Dios en la tierra. En los comienzos del desarrollo de la organización de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ella aconsejó a los creyentes que siguieran el ejemplo de la iglesia del Nuevo Testamento y que sacaran de ahí los principios necesarios para establecer el orden evangélico apropiado. En ese contexto, la ordenación al ministerio era necesaria para mantener el orden y la armonía en la iglesia y demostraba la adaptabilidad de las estructuras de la iglesia para satisfacer las necesidades del pueblo. Así, para realizar mejor esta misión, Elena de White creyó que la iglesia necesitaba multiplicar sus métodos de evangelismo, permitiendo a cada cristiano tener una parte en la divulgación del evangelio. Bajo la conducción del Espíritu Santo, donde la iglesia lo viera necesario, debían establecerse ministerios y las personas debían ser ordenadas mediante imposición de las manos a estos ministerios. Es así como, para Elena de White, la ordenación es un medio usado por la iglesia para reconocer la voluntad de Dios para su iglesia y para cristianos individuales, tanto mujeres como hombres.
Referencias
[1] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, 257-258.
[2] Ibíd., 263.
[3] Ibíd., 258.
[4] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, 2:366.
[5] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, 134. Dos capítulos, en particular, presentan claramente su comprensión del propósito de la iglesia: “El propósito de Dios en la iglesia”, White, Joyas de los testimonios, 2:364-368, y “El propósito de Dios para su iglesia”, White, Los hechos de los apóstoles, 9-14.
[6] Un buen ejemplo de esto es el capítulo: “Un ministerio consagrado”, en White, Los hechos de los apóstoles, 296-306.
[7] El siguiente pasaje en “Preparación para la venida del Señor”, RH, 24 de noviembre de 1904, refleja sus pensamientos sobre esto: “Hermanos y hermanas, ¿cuánto trabajo han realizado para Dios durante el año pasado? ¿Piensan ustedes que sólo aquellos hombres que han sido ordenados como ministros evangélicos deben trabajar por la edificación de la humanidad? ¡No, no! Dios espera que cada uno que lleva el nombre de Cristo se ocupe en su obra. Puede ser que no se les hayan impuesto las manos de la ordenación, sin embargo son mensajeros de Dios. Si han probado la gracia del Señor, si conocen su poder salvador, no pueden dejar de contarle esto a otros, así como no pueden impedir que el viento sople. Tendrán una palabra en sazón para el que está cansado. Guiarán los pies de los extraviados de vuelta al redil. Sus esfuerzos para ayudar a otros serán incansables, porque el Espíritu del Señor está obrando en ustedes”.
[8] Véase los comentarios de Elena G. de White sobre la rebelión de Coré, Patriarcas y profetas, 421.
[9] Tres siglos antes de Elena de White, Martín Lutero apoyó en 1 P 2:9 su convicción de que cada cristiano es un sacerdote para Dios. En un tratado de 1520, en el cual invitaba a los príncipes alemanes a reformar la iglesia, escribió: “El hecho es que nuestro bautismo nos consagra a todos sin excepción, y nos hace a todos sacerdotes” (An Appeal to the Ruling Class of German Nationality as to the Amelioration of the State of Christendom, en Martin Luther: Selections from His Writings, ed. John Dillenberger [Nueva York: Doubleday, 1962], 408).
[10] En relación a 1 P 2:9, véase Elena G. de White, Testimonios para los ministros, 238, 294; White, Testimonies for the Church, 2:169. Para Juan 15:16 véase White, Testimonios para los ministros, 215, 219.
[11] Ellen G. White, “The Great Commission: A Call to Service”, RH, 24 de marzo de 1910.
[12] Ellen G. White, “Our Work”, Signs of the Times, 25 de agosto de 1898.
[13] White, Los hechos de los apóstoles, 92.
[14] Ellen G. White, “A Preparation for the Coming of the Lord”, RH, 24 de noviembre de 1904.
[15] White, Testimonies for the Church, 6:444 (la cursiva fue agregada).
[16] Ellen G. White, “Words to Our Workers”, RH, 21 de abril de 1903.
[17] White, Los hechos de los apóstoles, 33.
[18] Elena G. White, Carta 10, 1899, a J. H. Kellogg, 14 de enero de 1899 (Manuscript Releases, 2:32-33).
[19] Con respecto a estos dos apóstoles, Elena de White afirmó: “Dios había bendecido abundantemente las labores de Pablo y Bernabé durante el año que permanecieron con los creyentes en Antioquía. Pero ni uno ni otro había sido ordenado todavía formalmente para el ministerio evangélico… Tanto Pablo como Bernabé habían recibido ya su comisión de Dios mismo” (Los hechos de los apóstoles, 132-133, la cursiva fue agregada). En mi opinión, que ella use el adverbio “formalmente” indica que Dios ya los había ordenado al ministerio.
[20] Elena G. White, Carta 138, 1909, citada en Arthur L. White, Ellen G. White: The Later Elmshaven Years, 1905-1915, 211 (la cursiva fue agregada).
[21] White, Los hechos de los apóstoles, 296.
[22] Véanse las referencias 15 y 16.
[23] White, Primeros escritos, 100-101.
[24] Ibíd., 100.
[25] Ibíd., 101.
[26] White, Primeros escritos, 101. Según Elena de White, las organizaciones eclesiásticas también deben seguir el principio bíblico de que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Co 14:33). Este principio fue la base de la ordenación de los siete (Hch 6) a un nuevo ministerio en la iglesia del Nuevo Testamento. Con referencia a la ordenación de estos siete, ella sostuvo que “el orden establecido en la primera iglesia cristiana, la habilitó para seguir firmemente adelante como un ejército disciplinado, revestido de la armadura de Dios. Los grupos de fieles, aunque esparcidos en un dilatado territorio, eran todos miembros de un solo cuerpo” (Los hechos de los apóstoles, 80). La unidad a nivel mundial y la armonía al actuar son consecuencias naturales y necesarias de una estructura eclesiástica bíblica. Dios “quiere que en nuestros días se aplique orden y sistema en la dirección de la iglesia, tal como en la antigüedad. Desea que se impulse su obra con perfección y exactitud, de manera que pueda aplicarle el sello de su aprobación” (Ibíd.).
[27] White, Los hechos de los apóstoles, 74 (la cursiva fue agregada).
[28] Ibíd.
[29] Aquí encontramos un cambio en la estructura de la iglesia primitiva que se repite en otras partes del Nuevo Testamento. En primer lugar, la iglesia encuentra una necesidad que podría provocar una crisis; en segundo lugar, la iglesia se reúne para encontrar una solución; en tercer lugar, el Espíritu Santo guía a los creyentes hacia la mejor solución posible en ese momento; y en cuarto lugar, los apóstoles o la iglesia aprueban la decisión.
[30] White, Los hechos de los apóstoles, 76 (la cursiva fue agregada).
[31] James White, “A Complaint”, RH, 16 de junio de 1859, 28; citado en Andrew Mustard, James White and SDA Organizations: Historical Development, 1844-1881 (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1987), 131.
[32] Mustard, 131. Sobre la relación entre el desarrollo de la eclesiología del Nuevo Testamento y la organización eclesiástica adventista del séptimo día, véase Raoul Dederen, “A Theology of Ordination”, Ministry, Febrero 1978, 24K-24P.
[33] El perfeccionamiento del orden evangélico era un principio recurrente en el desarrollo de la estructura de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Mustard ha documentado este desarrollo en su disertación (134, 171-172, 221-222, 231-232).
[34] La implementación en la década de 1860 de la “benevolencia sistemática”, que luego llegó a ser el sistema del diezmo, y la reorganización de la estructura de la Asociación General en 1901 y 1903 ilustran cómo hemos
“perfeccionado” nuestra propia organización eclesiástica a través de los años. Esto está reflejado también en la institución de varias credenciales y licencias emitidas para los obreros de la iglesia, tales como ministros comisionados, ministros comisionados de la enseñanza, misioneros y colportores evangélicos
[35] Si bien el Nuevo Testamento no emplea el término “ordenación”, el concepto es similar. Véase White, El Deseado de todas las gentes, 257; White, Los hechos de los apóstoles, 132-133.
[36] Creo que esto está en armonía con las listas de dones espirituales de 1 Co 12 y Ef 4, que mencionan ministerios diferentes dentro de la iglesia. Para Pablo algunos de esos ministerios claramente tienen un rango superior o mayor importancia en la iglesia organizada. Lutero también entendió la obra del ministerio eclesiástico bajo la misma luz: “Cada uno que ha sido bautizado puede declarar que ya ha sido consagrado como sacerdote, obispo, o papa, aun si no es apropiado que una persona ejerza el cargo de forma arbitraria. Debido a que somos todos sacerdotes de igual categoría, ninguno debe adelantarse por la fuerza y, sin el consentimiento y elección del resto, atreverse a hacer algo para lo que todos tenemos igual autoridad. Sólo por el consentimiento y mandato de la comunidad debiera cualquier persona individual reclamar para sí lo que pertenece de igual manera a todos… Se desprende que la posición de un sacerdote entre los cristianos es meramente la de alguien que ejerce un cargo” (An Appeal to the Ruling Class, en Martin Luther, 409).
[37] Elena de White tenía en gran estima el ministerio ordenado de la iglesia. Ella creía que el ministerio era “divinamente señalado” (Testimonios para los ministros, 49), “un cargo sagrado y exaltado” (Testimonies for the Church, 2:615). Además, afirmó que lo “más elevado de toda obra es el ministerio en sus diferentes líneas… no hay obra más bendecida por Dios que la del ministro del evangelio” (Testimonies for the Church, 6:411).
[38] White, Testimonies for the Church, 4:406
[39] Observó que “la historia ulterior de Judas les iba a enseñar [a los discípulos] el peligro que hay en decidir la idoneidad de los hombres para la obra de Dios basándose en alguna consideración mundanal” (White, El Deseado de todas las gentes, 260-261). “Sería conveniente que todos nuestros ministros presten atención a estas palabras [Tit 1:5-7] y no metan apresuradamente a personas en cargos sin debida consideración y mucha oración para que Dios designe por medio de su Espíritu Santo a quienes él aceptará” (White, Testimonies for the Church, 5:617).
[40] Ellen G. White, “Danger in Rejecting Light”, RH, 21 de octubre de 1890.
[41] White, Testimonies for the Church, 5:617-618.
[42] Ibíd., 549.
[43] Ibíd.
[44] Ellen G. White, “Be Gentle unto All Men”, RH, 14 de mayo de 1895.
[45] White, Testimonies for the Church, 4:407.
[46] White, Testimonies for the Church, 5:530.
[47] White, “Danger in Rejecting Light”, RH, 21 de octubre de 1890
[48] Elena G. White, Carta 23, 1896 (Manuscript Releases, 7:338). Elena de White basó su vigoroso consejo en que los pastores hablan a la gente en lugar de Cristo y por lo tanto deberían vivir de acuerdo con la reforma pro salud. Al igual que a los sacerdotes de Israel se les requería que hicieran preparativos ceremoniales especiales antes de ir a la presencia de Dios, ella creía que los ministros tienen que recordar “que el poderoso Dios de Israel es todavía un Dios de limpieza” (Consejos sobre salud, 81).
[49] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids: Baker, 1983-1985), 1.071
[50] Su concepto de la ordenación no es sacramental ni episcopal. Cuando escribe sobre la ordenación de Pablo y Bernabé, ella dice: “Con el correr del tiempo se desvirtuó en gran medida el rito de la ordenación por imposición de manos, atribuyéndosele, sin fundamento, una importancia que nunca tuvo; se afirmó que sobre los que recibían la ordenación descendía inmediatamente un poder que los calificaba para toda tarea ministerial. Pero en el relato de la dedicación de esos apóstoles no hay indicios de que hubieran recibido facultad alguna por el mero hecho de que se les hubieran impuesto las manos. Se menciona simplemente su ordenación y la relación que ésta tenía con su futura obra” (White, Los hechos de los apóstoles, 134).
[51] White, Los hechos de los apóstoles, 132.
[52] Ibíd.
[53] Ibíd., 134.
[54] Redemption: or the Teachings of Paul, and His Mission to the Gentiles (Battle Creek: Steam Press of the Seventh-day Adventist Publishing Association, 1878), 5. En Primeros escritos, Elena de White indicó que en la
iglesia primitiva la ordenación también confería la autoridad para celebrar la Cena del Señor (101).
[55] Redemption, 6.
[56] Ibíd.
[57] Ibíd., 7
[58] Ibíd.
[59] Ibíd., 6-7.
[60] White, Testimonies for the Church, 4:393 (la cursiva fue agregada).
[61] Ibíd., 4:529 (la cursiva fue agregada).
[62] White, El Deseado de todas las gentes, 432.
[63] Ellen G. White, Medical Ministry, 248-249.
[64] Elena G. de White, El evangelismo, 397-398.
[65] Ellen G. White, MS 43a, 1898 (Manuscript Releases, 5:323).
[66] Ibíd. (Manuscript Releases, 5:325).
[67] Ellen G. White, “The Duty of the Minister and the People”, RH, 9 de julio de 1895 (la cursiva fue agregada)