La Autoridad del Líder Cristiano

La Autoridad del Líder Cristiano

Por Darius Jankiewicz

INTRODUCCIÓN[1]

A fin de prosperar, toda sociedad humana debe establecer sus propias estructuras de organización y de autoridad. Eventualmente, si alguien desea saberalgo acerca de una nación particular, una familia o una asociación, lo más probable es que indague sobre la naturaleza y el uso de su autoridad. Las agrupaciones humanas pueden así describirse como “dictatoriales”, “autoritarias”, “democráticas”, “igualitarias”, “republicanas”, “laissez faire” [“política de no intervenir”], y así sucesivamente. Cada una de estas designaciones refleja la manera en que la autoridad se usa dentro de una comunidad particular.

Aunque diferente de una nación, una familia o una asociación, la Iglesia es también una sociedad humana que debe tener estructuras organizacionales/autoritativas a fin de diseminar su mensaje y así cumplir la Gran Comisión que Cristo le dio[2]. Debido a esto, es legítimo indagar acerca de la naturaleza y el uso de la autoridad dentro de la comunidad de creyentes[3]. Esta investigación es de vital importancia, ya que mucho depende de la manera en que la autoridad es entendida y ejercida dentro de la Iglesia. Aun tales enseñanzas cristianas fundamentales como la naturaleza de Dios y la salvación están influenciadas por la manera en que se define la autoridad.

Sin embargo, toda discusión sobre la naturaleza de la autoridad cristiana tiende a ser enturbiada por nuestro contexto cultural, porque la manera en que vemos la autoridad está moldeada por la forma en que la autoridad es ejercida dentro de la sociedad a la cual pertenecemos. Para muchas personas, el término “autoridad” tiene pocas connotaciones positivas. Un simple ejercicio de clase prueba el punto. Cuando enseño sobre el tema de eclesiología, a veces coloco en la pantalla la palabra “autoridad” y pido a los estudiantes que me digan qué les viene inmediatamente a la mente. Invariablemente, oigo palabras como “predominio”, “poder”, “control”, “abuso”, “regla”, o “tomar una decisión final”. Luego revisamos la definición de “autoridad” en el diccionario y, ciertamente, encontramos que la manera más prominente en la cual se define autoridad sigue la misma línea de pensamiento, esto es, “el poder o derecho de dar órdenes, hacer decisiones, e imponer la obediencia”, o “el poder para determinar, adjudicar, o de otra manera solucionar cuestiones de disputas; jurisdicción, el derecho a controlar, ordenar o determinar”. La autoridad definida de esta manera demanda sumisión, la cual se define en el diccionario como “la acción o hecho de aceptar o ceder a una fuerza superior o a la voluntad o autoridad de otra persona”. En mi experiencia personal, todavía tengo que encontrar a una persona a quien le agrade someterse de esa manera. Por el contrario, casi pareciera que arribamos a este mundo con una tendencia congénita a resistir este tipo de autoridad —tan solo pregúnteles a los padres cuyos hijos han entrado en los años de la adolescencia o pensemos en nuestra reacción interior cuando un policía nos detiene por exceso de velocidad.

Muy raramente mis estudiantes consideran la  “autoridad” como algo positivo en la vida de una sociedad. Y sin embargo, las estructuras autoritativas son esenciales, puesto que proveen continuidad, estabilidad, seguridad y límites a la sociedad. Ninguna sociedad humana existiría o podría existir sin alguna forma de autoridad; esto incluye a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Lo que nos hace desarrollar actitudes negativas hacia la autoridad es la combinación de nuestra naturaleza pecaminosa y el abuso de autoridad. Desafortunadamente, demasiado a menudo el abuso, disfrazado por el agregado del adjetivo “espiritual”, ocurre en la iglesia, la comunidad que Cristo estableció para que fuera diferente de cualquier otra sociedad humana en la Tierra.

En años recientes, la cuestión de la autoridad ha recibido amplia atención en los círculos adventistas. Al experimentar la demora de la Segunda Venida de Cristo, hemos llegado a estar crecientemente preocupados con asuntos relacionados con el Orden Evangélico, organización, rango y pólizas, todo el tiempo intentando ser fieles a la Escritura. La naturaleza de la autoridad y su uso ha emergido más prominentemente dentro del contexto de la discusión sobre la ordenación de la mujer. La pregunta más sensible que ha surgido en estos debates es si las mujeres pueden o deberían sustentar posiciones autoritativas dentro de la estructura de la iglesia. ¿Debería permitirse a las mujeres predicar/enseñar o dirigir en la iglesia? ¿La ordenación no las colocaría en posiciones de primacía sobre sus equivalentes masculinos?

Las respuestas a estas preguntas varían. Algunos creen que a las mujeres nunca se las puede colocar en ningún puesto —sea pastor, profesor de teología, presidente de universidad u hospital— que las situaría con autoridad sobre los hombres. Otros permitirían que las mujeres ocuparan roles de liderazgo dentro de la organización adventista en general pero no en la iglesia. Por consiguiente, no debe permitirse a las mujeres enseñar o predicar en la iglesia cuando están presentes hombres que pueden hacerlo. Aun otros van hasta el punto de permitir a las mujeres predicar en la iglesia siempre que estén bajo la autoridad de un pastor principal varón. Todas estas posiciones tienen un común denominador: la posición de “primacía espiritual” en la iglesia debe limitarse solo a los hombres. Se cree que la ordenación eleva a un hombre particularmente dotado a una posición de primacía espiritual en la iglesia, y siendo que la Biblia solo habla de primacía masculina, el puesto de pastor (o pastor principal) está excluido a las mujeres; ninguna mujer, se cree, puede tener autoridad sobre ningún hombre.

Al haber observado el debate por un número de años y escuchado cuidadosamente a ambos lados, me hago varias preguntas: ¿Estamos seguros que verdaderamente entendemos qué queremos decir cuando usamos la palabra “autoridad”? ¿Estaré posiblemente haciendo la falsa suposición de que cuando digo la palabra “autoridad”, usted sabe exactamente qué quiero decir y viceversa? ¿Qué moldea el concepto de autoridad que reside en nuestras mentes? ¿Es nuestra cultura (tanto secular como religiosa) o es una cuidadosa atención a las palabras de Jesús?

Como muchas cosas buenas en la vida, el concepto de autoridad tiene sus falsificaciones. El propósito de este documento es explorar dos puntos de vista opuestos acerca de autoridad. Esto es necesario para sacar los elementos esenciales del punto de vista del Nuevo Testamento sobre la autoridad y así ayudarnos a evitar los obstáculos eclesiológicos —de los cuales muchos de nosotros no estamos conscientes— que el cristianismo moderno heredó del cristianismo postapostólico y que están profundamente arraigados tanto en las tradiciones católicas como protestantes. Por esta razón, primeramente exploraré las características de un tipo falso de “autoridad” como se desarrolló en el cristianismo desde el siglo II en adelante, y que continúa siendo el fundamento tanto del catolicismo romano como del fundamentalismo protestante[4]; en segundo lugar, exploraré el concepto de autoridad que fluye de las enseñanzas de Jesús; y finalmente, proveeré una respuesta al punto de vista falso de autoridad.

LA IGLESIA POSTAPOSTÓLICA Y UN PUNTO DE VISTA FALSO DE AUTORIDAD

Después de la muerte de sus pioneros, la demora de la Segunda Venida, el cisma, el surgimiento de enseñanzas heréticas, como también la persecución, la temprana Iglesia Cristiana postapostólica buscó distintas maneras para mantener su unidad y defenderse contra diversas enseñanzas heréticas[5]. Dicho blanco podría lograrse proveyendo a la iglesia con un fuerte liderazgo.

Yendo más allá de los Evangelios y los escritos de Pablo, escritores como Ignacio (alrededor de 110-130  d.C.), Ireneo (alrededor de 202 d.C.), Tertuliano (c.160-c.225 d.C.), Cipriano (alrededor de 258 d.C.), y Agustín (354-430 d.C.) asignaron gradualmente al ministerio cristiano una autoridad especial, la que estaba disponible solo a través del rito de la ordenación. El ministerio cristiano que emergió de esta era estaba muy lejos de lo que encontramos en las páginas del Nuevo Testamento; la autoridad del ministerio estaba marcada por las siguientes características:

Primero (A), era jerárquica; esto es, concebida en términos de orden, rango, o cadena de mando. La iglesia se dividió en dos clases de individuos —clérigos y laicos— separados entre sí por el rito de la ordenación. A la cabeza de la iglesia estaba un obispo monárquico (mon—one, arche—gobierno), rodeado y asistido por un grupo de ancianos como también de diáconos, que estaban al final de la escalera jerárquica[6]. El obispo —o el pastor principal— quedó colocado en el centro de la actividad religiosa con el completo control sobre los asuntos de la iglesia local[7]. Sus deberes incluían la predicación, la enseñanza, la administración de la comunidad, y el manejo del dinero. Sin su presencia, ningún rito cristiano, como el bautismo y la Cena del Señor, podía ser llevado a cabo. Al creer que este sistema había sido establecido por Dios, se esperaba que los cristianos se sometiesen a las decisiones de su obispo-pastor[8]. El puesto y el prestigio del obispo-pastor en la iglesia fue considerablemente fortalecido por la doctrina de la Sucesión Apostólica desarrollada por Ireneo, quien enseñó que los doce apóstoles pasaron su liderazgo y autoridad de enseñanza a los obispos.

Este sistema de gobierno de la iglesia temprana siguió en gran medida el modelo de la manera en la cual el Imperio Romano estaba gobernado[9]. Mientras que fue establecido originalmente por causas del orden y la unidad en la iglesia, eventualmente llegó a ser un fin en sí mismo, a ser protegido y perpetuado a cualquier costo. Tal concentración de poder en la iglesia en las manos de la elite ordenada, condujo, por supuesto, al eventual establecimiento del papado. No hay necesidad de elaborar aquí sobre el significado profético de este desarrollo[10].

Segundo (B), la autoridad era sacramental; esto es, la vida espiritual de los creyentes, y por esto su salvación, de alguna manera dependía de su pastor. Fue durante este tiempo que se comenzó a hacer referencia al ministro cristiano como un sacerdote. Los escritores de este período llegaron a la conclusión de que el sacerdocio del Antiguo Testamento era un tipo de ministerio cristiano[11]. Por esto, un pastor cristiano ordenado llegaba a ser un mediador entre Dios y los otros creyentes. Esta mediación se posibilitaba a través del rito de la ordenación cuando el pastor recibía un sello especial —conocido como caracter dominicus— que lo facultaba para volver a recrear el sacrificio de Cristo cada vez que celebraba la Cena del Señor[12]. En dicho sistema, la existencia de la misma iglesia dependía de la existencia del ministro ordenado[13]. Como con el punto previo, el significado profético de este desarrollo no puede ser sobrestimado y será desarrollado más adelante.

Tercero (C), fue elitista, esto es, se dividió en dos clases de individuos , aquellos que están ordenados y aquellos que no están ordenados. Como se mencionó antes, gradualmente se aceptó que, a través del rito de ordenación, el ministro quedó separado del resto de la comunidad. La imposición de manos dotaba al pastor con autoridad especial de Dios y lo capacitaba para proveer liderazgo espiritual y mediatorio a los creyentes[14]. Esta enseñanza, introducida primeramente por Tertuliano, declaraba que hay dos grupos de personas en la iglesia: los ordenados y los no ordenados, a los que de otro modo se los refiere como clérigos y laicos[15]. Solo aquellos que estaban ordenados podían proveer liderazgo en la iglesia. De acuerdo con este pensamiento, la iglesia no podía ser concebida como igualitaria. No era una comunidad de iguales en términos de roles de liderazgo. Esto está claramente reflejado en los documentos del Primer Concilio Vaticano (1869-1870). La Constitución de la Iglesia declara así:

La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales en la cual todos los fieles tienen los mismos derechos. Es una sociedad de no-iguales, no solo porque entre los fieles algunos son clérigos y otros son laicos, sino particularmente porque en la Iglesia está el poder de Dios por medio del cual a algunos se les da [el poder] para santificar, enseñar y gobernar, y a otros no[16].

A través del acto de la ordenación, por lo tanto, se creó un grupo elite de líderes en la iglesia y solo los miembros de esta elite podían asumir el cargo de pastor en la iglesia. Como veremos más adelante, este punto de vista es contrario a las enseñanzas del Nuevo Testamento.

Cuarto (D), estaba orientado hacia la primacía masculina en la iglesia; esto es, solo los hombres podrían cumplir roles de primacía en la iglesia. Desde sus mismos comienzos la Iglesia Cristiana ha enseñado, y continúa haciéndolo, que Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia. Sin embargo, enfrentada con la realidad de la ausencia física de Cristo en la tierra, la Iglesia Postapostólica sintió la necesidad de alguien que pudiera tomar el lugar de Cristo, que lo representase ante los creyentes y el mundo y que representase a los creyentes ante Dios. Al verse a sí mismos como separados para un ministerio especial a través del rito de ordenación, los primeros ministros cristianos adoptaron la posición de primacía en la iglesia en lugar de Cristo. Este es el significado real de la frase latina ampliamente usada, in persona Christi Capitis (en lugar de Cristo la Cabeza)[17]. Otra frase, Vicarius Filii Dei (en lugar del Hijo de Dios), expresa la misma creencia.

La aceptación de la primacía ministerial a través del rito de ordenación fue acompañada de una teología en desarrollo de la primacía masculina en la iglesia. El argumento era muy sencillo: en el Nuevo Testamento, la relación entre Cristo y la iglesia se representa en términos nupciales. Cristo está representado como un novio, un varón, que se casa con su novia, la Iglesia, una mujer. Si el pastor sirve a su iglesia in persona Christi Capitis, esto es, tomando el rol de primacía en lugar de Cristo, él también debe ser un hombre. Se desprende que el rito de ordenación no es una simple bendición sino un otorgamiento de poderes y deberes de primacía y, como tal, es un tipo de ceremonia matrimonial; la iglesia llega a ser la esposa del pastor[18]. En breve, a través del rito de ordenación, el pastor asume una posición de primacía en la iglesia[19]. Todo esto significa que las mujeres no pueden ser ordenadas como ministros en la iglesia porque deben permanecer en sumisión jerárquica a los pastores varones. Esta antigua teología está expresada claramente en la Carta Apostólica de Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem (Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujeres), emitida en 1988, en la cual el extinto papa toma la enseñanza bíblica de la primacía del hombre en el hogar y la aplica a la iglesia[20].  Como veremos más adelante, hay problemas significativos cuando se aplica la terminología de la primacía masculina a las relaciones dentro de la iglesia.

JESÚS SOBRE LA AUTORIDAD DEL LÍDER CRISTIANO

¿La evolución del ministerio cristiano a la jerarquía papal, como se ha documentado más arriba, significa que la iglesia debiera estar privada de liderazgo y organización? ¿O que la estructura autoritaria no debiera existir dentro de la comunidad de fe? ¡De ninguna manera! A fin de existir y diseminar su misión la iglesia debe tener organización y liderazgo. En vez de modelar su organización en base a estructuras seculares de autoridad, como lo hizo el temprano Cristianismo Postapostólico, la iglesia debiera primero de todo mirar a Jesús para buscar maneras en las cuales debiera ejercerse la autoridad en la iglesia. Cristo es quien fundó la iglesia y él sabe mejor qué es la autoridad cristiana y cómo debería ejercerse. Por esto, sus seguidores deben tomar seriamente sus enseñanzas sobre autoridad. Otras enseñanzas del Nuevo Testamento relacionadas con la cuestión de la autoridad, incluso pasajes paulinos difíciles (por ej., 1 Timoteo 2:12), deben por lo tanto leerse a través del prisma de la comprensión de Jesús del término, antes que viceversa. De este modo, ¿qué dijo Jesús acerca de autoridad?

En preparación para esta presentación, decidí una vez más releer y pensar en pasajes del Evangelio donde Jesús habla sobre autoridad[21]. Sus puntos de vista son verdaderamente sorprendentes. Para la mayoría de nosotros, inmersos en culturas orientadas jerárquicamente, el mensaje de Jesús continúa siendo contrario a la intuición y difícil de entender, mucho menos de aceptar. Por esta razón, tendemos a pasar por encima de los pasajes que tratan sobre autoridad sin darles mucho pensamiento. Y sin embargo, estos pasajes, si se los entiende y se los pone en práctica, tienen el potencial para revolucionar nuestra vida personal y comunal.

Durante su ministerio terrenal, los discípulos de Jesús habían mostrado una tendencia a estar preocupados con el status y el rango en el reino de Dios. Esto es comprensible, ya que sus actitudes reflejaban las concepciones culturales y religiosas predominantes sobre la autoridad. El reino de Dios proclamado por Jesús presentaba una comprensión tan maravillosamente diferente de la autoridad cristiana que requirió la muerte de Jesús para que los discípulos comprendiesen sus enseñanzas. Las enseñanzas de Jesús sobre la autoridad del líder cristiano están articuladas muy nítidamente en una conversación que encontró cabida en los tres Evangelios sinópticos[22].

La historia es bien conocida. Dos de los discípulos de Jesús, Juan y Santiago, se le acercaron con el pedido de estar sentados a su derecha y a su izquierda en su Reino. Parece que ellos supusieron que el Reino de Jesús funcionaría como otras instituciones terrenales; su deseo implícito era tener autoridad sobre otros. Marcos nos dice que cuando los restantes diez discípulos oyeron sobre esto, se airaron mucho, no porque tenían una idea diferente de “autoridad”, sino porque ellos mismos deseaban ese poder también. En respuesta a esto, Jesús los reunió y con términos muy sencillos explicó las reglas operativas del Reino de Dios. Sus palabras son tan sorprendentes que deben citarse aquí:

“Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad (katexousia-zousin). Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor (diakonos), y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo (doulos) de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (NVI).

En este pasaje conciso, Jesús presenta dos modelos de autoridad. El primero es la idea romana de autoridad. En este modelo, la elite está jerárquicamente por encima de otros. Tienen poder para hacer decisiones y esperan sumisión de aquellos que están debajo de ellos. Jesús rechazó claramente este modelo de autoridad cuando declaró: “Entre ustedes no debe ser así”. En cambio, él presentó a los discípulos un nuevo modelo de autoridad maravilloso, un rechazo completo, o inversión, del modelo jerárquico con el cual estaban familiarizados.

El concepto de autoridad en el Reino de Jesús debía ser gobernado por dos palabras: siervo (diakonos) y esclavo (doulos). Desde nuestra perspectiva moderna, estas dos palabras traducidas a menudo como “ministro”, han perdido mucho de su fuerza. Sin embargo, para una persona familiarizada con la sociedad antigua y sus instituciones, las palabras de Jesús deben haber sido terribles. Tanto es así que los discípulos fueron incapaces de comprender las palabras de Jesús, y hasta los últimos momentos de su vida, durante la Última Cena, discutieron “sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas 22:24). Esto es así porque en el ambiente del primer siglo, los siervos (diakonoi) y los esclavos (douloi) representaban la clase más baja de los seres humanos, seres que tenían pocos derechos, y cuyo trabajo era escuchar y cumplir los deseos de aquellos a quienes servían. Entre los esclavos, “no [había] ningún lugar para la propia voluntad o iniciativa de uno”[23]. “Gobernar y no servir es propio de un hombre”, creían los antiguos griegos[24]. Así, cualquiera sea lo que las metáforas de siervo y esclavo tuviesen la intención de comunicar ciertamente no era la de ejercer autoridad, espiritual o de otra naturaleza, sobre otros (katexousiazousin) o la de tener status en la comunidad.

¿Por qué usó Jesús estas dos metáforas si él pudiera haber comparado a sus discípulos con otros grupos de liderazgo en la sociedad? Creo que Jesús estaba agudamente consciente de que su Reino estaría condenado si los discípulos incorporaban en él las estructuras de autoridad prevalentes en la sociedad contemporánea. Para que su misión tuviese éxito, toda “jerarquía social” en la iglesia tenía que ser abolida. Murray Harris captó bien esto: “Jesús estaba enseñando que la grandeza en la comunidad de sus seguidores se caracteriza por una servidumbre o esclavitud humilde, modesta, modelada en su propia devoción abnegada al supremo bien de otros”[25]. Todo esto muestra que Jesús ciertamente no deseaba abolir toda autoridad en la iglesia; él simplemente la redefinió en forma radical y la distanció del tipo de “autoridad” que abogaba por la sumisión a una autoridad superior. En cambio, la iglesia debía ser un lugar donde aquellos que deseaban seguir su ejemplo estaban dispuestos a servir en las posiciones más bajas. En Filipenses 2:5-7 Pablo declara así: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios… se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo (doulou)”. En la iglesia de Jesús, por lo tanto, no es la ordenación a un oficio, un título, o a un puesto lo que hace a un líder, sino la calidad de la vida de una persona y su disposición a ser el menor de todos. Siguiendo el ejemplo de Cristo, los despreciados términos diakonos y doulos llegaron a ser más tarde las descripciones casi técnicas del liderazgo apostólico y ministerial en la iglesia[26]. Al tomar todo esto en consideración, no es sorprendente que a la pregunta, “¿Quién es el mayor?” (Marcos 9:33-35; Lucas 9:46-48), Jesús contestó: “El que es más pequeño entre todos vosotros, ese es el más grande” y “si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor (diakonos) de todos”.

Otros dos términos, exousia y dynamis, se traducen comúnmente como autoridad. Exousia parece estar relacionado al ministerio de enseñanza de Jesús y su capacidad para perdonar pecados (p. ej., Mateo 7:29; 9:6; Marcos 1:22; Lucas 4:32). Por lo tanto, la autoridad (exousia) que Jesús ejerció trajo palabras de vida y sanidad a aquellos que estaban dispuestos a escuchar. Dynamis se asocia generalmente al poder de Jesús para realizar milagros y expulsar demonios (p. ej., Lucas 3:36; Lucas 9:1). En ninguna parte en los Evangelios los términos exousia o dynamis parecen estar asociados con el ejercicio de cualquier forma de primacía o de tener autoridad sobre otros. Tal pensamiento sencillamente no era parte de la cosmovisión de Jesús. Es exousia y dynamis lo que Jesús otorgó a toda la comunidad de creyentes, y estos dos términos son los que a menudo se confunden con una comprensión secular de poderes ministeriales.

Hay un uso singular de exousia en Mateo 28:18: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Él no entrega esta autoridad a los discípulos porque esto no puede hacerse. Esta es la autoridad absoluta del Dios Todopoderoso, Omnisciente, Creador. ¿Y cómo ejerce su autoridad el Dios Creador Todopoderoso? ¿Obliga a sus súbditos humanos a ser obedientes? ¿Les quita su libre albedrío? En Efesios 5:1, 2, Pablo provee una respuesta a la pregunta de cómo ejerce Dios su autoridad: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. Por esto, la autoridad absoluta de Cristo representa un supremo ejemplo de amor, de servicio y abnegación.

Por esto, el concepto de autoridad dentro del cristianismo del Nuevo Testamento, basado en las palabras y las acciones de Jesús, no representa ninguna forma de primacía en términos de autoridad sobre otros donde se espera sumisión. Claramente, Jesús siempre permitió el ejercicio del libre albedrío. En vez de ejercer autoridad sobre otros, su tipo de autoridad puede expresarse en términos del servicio a los demás. Él demostró esto enfáticamente cuando se arrodilló para lavar los pies de los discípulos y cuando murió en la cruz, dando así un ejemplo supremo de la verdadera concepción de la autoridad cristiana. De este modo, el rito cristiano de ordenación, debidamente entendido, es ser ordenado para la esclavitud; no es ascender en el rango; no es en cuanto a status o a tener autoridad sobre otros; es en cuanto a ser el más pequeño en la comunidad de creyentes. Solo entendido como tal puede el ministerio en la iglesia cumplir la visión de Cristo para el liderazgo.

La Iglesia Cristiana temprana, postapostólica, pronto olvidó las palabras de Jesús e introdujo  conceptos paganos de autoridad en la práctica cristiana. Se estableció la jerarquía donde no correspondía, todo en el nombre de proteger la unidad de la iglesia y sus enseñanzas[27]. El cristianismo moderno, incluso el adventismo, heredó estos patrones de autoridad. Sería útil regresar a las palabras de Jesús e intentar ver el ministerio en la iglesia a través del prisma de sus enseñanzas, en vez de meramente añadir el adjetivo “espiritual” a otros patrones de autoridad. ¿Cuáles, entonces, eran las características de la comunidad de Jesús del Nuevo Testamento?

LA IGLESIA DEL NUEVO TESTAMENTO: UNA COMUNIDAD COMO NINGUNA OTRA

Primero (A1), el ministerio en la iglesia del Nuevo Testamento no era jerárquico; es decir, la organización de la iglesia no se concibió en términos de una cadena de mando. Parece no haber duda de que durante su ministerio terrenal, Jesús dotó a algunos de sus seguidores con la tarea especial de compartir su misión de proclamar el Reino de Dios. Fueron escogidos para ser sus representantes y continuar su misión y reproducir en sus propias vidas las características centrales de Jesús mismo, a saber, una consagración total y un servicio a Dios y a los prójimos. Su testimonio, sin embargo, no estaba basado en su puesto, rango o status sinoen la misión que habían recibido de Cristo. Suautoridad especial estaba basada en el hecho deque habían sido testigos oculares de la presencia de Jesús en la tierra. Así, con la ayuda del Espíritu Santo, esta autoridad conllevaba la preservación y la transmisión de un relato fidedigno de la vida y las enseñanzas de Jesús. “Sobre esta base… yacía el respeto especial y único acordado a los apóstoles dentro de la iglesia”[28]. Los relatos escritos de muchos de esos testigos presenciales fueron eventualmente coleccionados y formaron el canon del Nuevo Testamento y de esta manera sus escritos llegaron a ser normativos para los creyentes cristianos y expresados en un   axioma protestante bien aceptado, sola scriptura. Sin embargo, el Nuevo Testamento no provee ninguna evidencia de que la postura especial de conocimiento sustentada por los doce apóstoles dentro de la comunidad de fe fue transferida a otros dirigentes en la iglesia.

Lo que sí vemos en el Nuevo Testamento, sin embargo, es una comunidad como ninguna otra. Es una comunidad cuyos líderes evitaron toda forma de jerarquía que colocaría a algunos por encima de otros. En realidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, los dirigentes del Nuevo Testamento proclamaron lo que solo podemos describir como una jerarquía inversa. Siguiendo el ejemplo de Jesús, los líderes rutinariamente se referían a sí mismos como doulos y diakonos de Dios y de la iglesia[29]. Por consiguiente, en 1 Corintios 3:5, Pablo escribe: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores (diakonoi) por medio de los cuales habéis creído”. En 2 Corintios 4:5, él declara enfáticamente: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos [esclavos, doulous]”[30]. Así encontramos que eleva constantemente a Cristo y a otros, mientras habla de sí mismo en términos poco halagadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). En otro lugar escribe: “…y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeñode los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol” (1 Corintios 15:8-9). En 1 Corintios 4:1 Pablo se refiere a sí mismo y a sus colaboradores como los remeros de abajo (hupēretas). Viene a la mente una imagen de una antigua galera de guerra griega o romana, con tres hileras de remos. Pablo se coloca en el lugar más bajo en un trirreme: está debajo de otros remeros.

Aunque Pablo estaba comisionado para proclamar el Evangelio, para enseñar, exhortar y reprender, parece, por ende, que él deliberadamente deseaba evitar de colocarse en un rol por encima de otros creyentes. En cambio, y a pesar de su posición especial como un apóstol de Cristo, lo vemos atrayendo a otros para seguir a Cristo, no a través de la autoridad de su “cargo”, sino a través del testimonio de su vida[31]. “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el ejemplo de Cristo” (1 Corintios 11:1; 1 Corintios 4:16; Filipenses 3:17, 4:9; 1 Tesalonicenses 1:6; 2 Tesalonicenses 3:7). Por lo tanto, con una conciencia clara, Pablo pudo escribir a los Corintios que cuando su joven discípulo Timoteo los visitase, él “os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias” (1 Corintios 4:17). De este modo, fue la manera en que él vivió su vida, antes que su posición, lo que resultó en que Pablo tuviese autoridad genuina en la iglesia.

Dentro del contexto de ser esclavos en la iglesia, los escritores del Nuevo Testamento fueron notablemente igualitarios. ¡Todos podían ser esclavos del Señor! En Romanos 12:11, Pablo animó a todos los creyentes a que “sirvan al Señor [como sus esclavos”, tō kyriō douleuontes]. En Gálatas 5:13 él instó a los creyentes: “Servíos por amor los unos a los otros”. Cada creyente, por lo tanto, debía servir como un doulos de Cristo y del uno al otro.

Mientras todos los creyentes eran llamados a ser esclavos de Dios y de los demás, esto se aplicaba especialmente a los líderes de la comunidad cristiana quienes, de acuerdo con la enseñanza de Cristo, debían considerarse “el más pequeño de todos”, y así ser ejemplos de aquellos que estaban bajo su cuidado. Pedro se hizo eco de Jesús cuando escribió a los dirigentes en la iglesia, “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… no como teniendo señorío (katakurieontes)[32] sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:2-5). Esta fue la razón principal por la que Pablo, Santiago y Pedro a menudo se presentaban a sus congregaciones como esclavos (douloi) de Cristo (Romanos 1:1; Santiago 1:1; 2 Pedro 1:1). Todo esto sugiere que el liderazgo del Nuevo Testamento no estaba para tener “autoridad” sobre otros, para tener la “última palabra”, o para tener un “cargo”[33]. En cambio, consistía en tener la actitudde Pablo, Pedro y otro líderes de la iglesia del Nuevo Testamento, que dirigían mediante el ejemplo de su devoción a su Señor y el uno al otro. Este era el fundamento sólido de la autoridad cristiana genuina[34].

Al contemplar el liderazgo de la iglesia desde la perspectiva recién mencionada, los obispos (episcopēs en 1 Timoteo 3:1) o ancianos (presbyterous en Tito 1:6, NVI) ciertamente debían ser personas especiales: debían ser siervos (doulos) del Señor y de la comunidad; debían conducir por el ejemplo antes que por la autoridad de su puesto; debían tener buen nombre en la comunidad; debían tener matrimonios estables, monógamos; debían manejar bien sus hogares; debían ser protectores de la comunidad. Sin embargo, una cosa era completamente cierta: estos esclavos del Señor no tenían que ser necesariamente varones[35].

Si debe entenderse el ministerio como ser esclavos de Cristo y de los demás, se debe realzar otro pasaje. Como se dijo antes, la descripción favorita de Pablo de su propio ministerio y el de sus colaboradores (como Timoteo) era “esclavo del Señor” (doulos Christou)[36]. Encontramos a otros, como Pedro y Santiago, también refiriéndose a sí mismos como “esclavos del Señor”[37]. Sin embargo, la misma fraseología, esta vez expresada por el mismo Señor, aparece en Hechos 2:18 donde Pedro cita al profeta Joel: “Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu”. Más frecuente- mente, este pasaje se usa para destacar el hecho de que el don de profecía no se limitó a hombres. Sin embargo, encontramos también en este versículo el masculino doulos y el femenino doulas. En ambos casos, el pronombre mou (mi) está añadido. Al considerar que, en otros lugares en el Nuevo Testamento, doulos se traduce más a menudo como “ministro”, este pasaje podría traducirse legítimamente como hablando de ambos, “ministros varones” y “ministros mujeres”, quienes pertenecen a Dios. ¿Está Pedro haciendo hincapié en el hecho de que en la iglesia del Nuevo Testamento, tanto hombres como mujeres podrían ser esclavos del Señor por igual? ¿Y que ambos, hombres y mujeres, habrían de recibir dones específicos del Espíritu que los capacitarían para cumplir su llamado ministerial? Cualquiera sea la interpretación que le demos a este pasaje particular, una cosa está clara: el Espíritu Santo no está preocupado con el género sobre el cual otorga sus dones. ¿Debiéramos estarlo nosotros?

Es ciertamente trágico que poco después que los discípulos murieron, el Cristianismo postapostólico abandonó la comprensión carismática del ministerio cristiano y, en cambio, incorporó una comprensión pagana de la autoridad.

Segundo (B1), el ministerio en el Nuevo Testamento no era sacramental; esto es, ni la salvación ni la vida de la comunidad dependía de la presencia del clérigo ordenado. Mientras que la Iglesia postapostólica temprana creó un sistema en el que el clérigo ordenado era esencial para la existencia de la iglesia, no encontramos tal requerimiento en el Nuevo Testamento. Desde el punto de vista del Nuevo Testamento, Cristo solo era el mediador entre Dios y la humanidad. Por esto, el liderazgo en el Nuevo Testamento cumplía un rol puramente funcional, esto es, su existencia contribuía al orden en la iglesia, y la imposición de manos simplemente reconocía el don de liderazgo ya presente en una persona.

Un punto de vista sacramental del ministerio, por supuesto, fue significativo proféticamente, pues la obra mediadora de Cristo en el santuario celestial fue sustituida por la obra de un sacerdote terrenal. En otras palabras, la Iglesia postapostólica temprana cosió de vuelta la cortina del santuario terrenal rasgada por la mano divina en ocasión de la muerte de Jesús. Como consecuencia, cada iglesia Católica en la tierra se convirtió en un santuario con su propio sacerdote. Este desarrollo claramente correspondió a la declaración profética de Daniel: “Aun se engrandeció frente al príncipe de los ejércitos; y por él fue quitado el sacrificio continuo, y el lugar de su santuario fue echado por tierra” (Daniel 8:11, RV 1995). Se desprende de esto que cualquier intento de usar terminología sacerdotal para la obra  del ministerio en la iglesia resta al sacerdocio único de Cristo y tiene implicaciones directas, negativas, sobre el mensaje Adventista del santuario, que enfatiza que todos tienen acceso especial al Cristo resucitado sin la necesidad de mediadores espirituales.

Tercero (C1), el ministerio en el Nuevo Testamento no era elitista; esto es, la imposición de manos no creó una elite espiritual en la iglesia. La comprensión del Nuevo Testamento era que las funciones, o roles, en la iglesia debían llenarse de acuerdo a las capacidades espirituales. Así, la ordenación puede definirse sencillamente como “la acción de la iglesia para reconocer públicamente a aquellos a quienes el Señor ha llamado y equipado para el ministerio local y global de la iglesia”[38]. Comienzan a aparecer desacuerdos cuando formulamos la pregunta: ¿Quiénes pueden servir en la iglesia como ancianos o pastores ordenados?

La iglesia de Dios descrita en las páginas del Nuevo Testamento era decididamente no elitista. En sus dichos, Jesús se concentraba en los no-elite del día y proclamó que ellos eran los hijos de Dios (Mateo 5:3-8). En Mateo 23:8-13, él dijo a sus seguidores: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos… El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” (Mateo 23:8-11). En términos modernos podríamos parafrasear esto como sigue: “Pero vosotros no queráis que os llamen ‘pastor’, ‘anciano’, ‘profesor’, o ‘doctor’, porque uno es vuestro Maestro… y todos vosotros sois hermanos”. Es verdaderamente desafortunado que en la historia cristiana el humilde término “pastor” ha llegado a ser un símbolo de status[39].

La imagen favorita de Pablo para describir la comunidad cristiana, esto es, el Cuerpo de Cristo, representaba a una eclesiología notablemente no-elitista. (1 Corintios 12:12-31; Romanos 12:1-8; Efesios 1:22). Un hecho dominante de esta imagen era la unidad de la Iglesia y la relación vital de la Iglesia con su Cabeza, Jesucristo. La insistencia de Pablo de que la iglesia funcionase como un cuerpo humano servía para recordar a los creyentes que eran completamente dependientes de Cristo para su crecimiento y vida. Mientras que la unidad y la primacía de Cristo eran la preocupación principal de Pablo, su discusión de la iglesia como el cuerpo de Cristo estaba enmarcada dentro del contexto de los dones espirituales. Los receptores de los dones espirituales eran todos los que formaban parte del cuerpo de Cristo, y la unidad del cuerpo de Cristo dependía de la presencia, reconocimiento y uso de estos dones espirituales (Efesios 4:1-13). Cualquier pretensión exclusiva de estos dones fue excluida, porque su distribución dependía del Espíritu Santo y no de la iglesia (1 Corintios 12:11). Cualquier forma de elitismo fue decidida por la exposición magistral de Pablo sobre la interdependencia mutua de los creyentes que exhibían diversos dones espirituales (1 Corintios 12:12-31). Además, en ninguna de las cuatro listas de los dones espirituales (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:8-10, 28-30; Efesios 4:11) fue Pablo exclusivo de ninguna manera. Especialmente, en Romanos 12:7, 8, los dones de enseñanza y liderazgo estaban metidos entre otros dones aparentemente insignificantes.

Sería absurdo sostener, en base a este pasaje, que el don de dar ánimo/animar era inferior en la escala de dones, mientras que el don de liderazgo era superior y por esto se podía dar solamente a cierta clase de creyentes en la iglesia. Ciertamente esta no podría haber sido la intención de Pablo. Cualquier idea de primacía en la iglesia, sea de hombre o de mujer, usurpa la primacía de Cristo.

El uso de Pablo de esta imagen del Cuerpo de Cristo, nos ayuda a entender la realidad de la iglesia y la manera en que debiera funcionar. Dentro de tal comunidad, todas las solidaridades de raza, clase, cultura y género están reemplazadas por una lealtad solo a Cristo. La manera antigua de relacionarnos es reemplazada por una nueva relación en Cristo (Gálatas 3:28, 29). En esta comunidad, todos son miembros iguales del Cuerpo de Cristo, porque todos han experimentado al Cristo resucitado y todos están dotados con una variedad de dones espirituales de igual valor (1 Corintios 12), que han de ser utilizados para el beneficio de los creyentes y del mundo (Romanos 12:1-8). Por lo tanto, no encontramos una jerarquía donde algunas personas están calificadas en un nivel por encima de otras de acuerdo con el status; ni encontramos una división entre clérigos ordenados y laicos. Lo que vemos es una nueva comunidad, el Cuerpo de Cristo, una Nueva Creación (2 Corintios 5:17), donde todas las relaciones debieran volver al Jardín del Edén. Esto es lo que la Iglesia postapostólica temprana olvidó poco después de la muerte de los apóstoles, introduciendo en cambio una sociedad no-igual en la cual el liderazgo en la iglesia estaba limitado a clérigos varones ordenados. ¡El Espíritu Santo fue así extinguido!

La realidad es que si cualquier cosa aparte del compromiso con Cristo y su iglesia, dones espirituales y madurez determinan la idoneidad para diversas funciones en la iglesia, entonces, sea que lo procuremos o no, creamos una comunidad elitista. Ninguna designación pía ligada al “cargo” de pastor —tal como “siervo”, “autoridad espiritual”, “liderazgo espiritual”, o “primacía espiritual”—, puede cambiar esta realidad.

Cuarto (D1), el ministerio en la Iglesia del Nuevo Testamento no estaba orientado hacia la primacía masculina; es decir, no había lugar para la primacía masculina en el Cuerpo de Cristo. Mientras que la Escritura testifica que las mujeres no estaban restringidas de ocupar posiciones de liderazgo (Débora, Febe, Junias, Lidia, Priscila, Ninfas), la historia testifica del hecho de que desde el siglo II en adelante, las posiciones de liderazgo y enseñanza en la iglesia comenzaron a limitarse solo a los hombres[40]. Como se ha esbozado antes, el argumento principal contra la ordenación de las mujeres en la Iglesia Católica hoy es que el pastor debe ser un hombre puesto que representa a Cristo, un varón, ante la comunidad de los creyentes. De este modo, la primacía masculina en el hogar se extiende a las relaciones en la iglesia.

Hay problemas serios al extender la idea de la primacía masculina más allá del círculo del hogar. De mayor importancia es que tal concepto de primacía claramente reemplaza la primacía espiritual de Cristo en la iglesia y dota a individuos seleccionados con la propia autoridad de Cristo. En el Nuevo Testamento está claro, sin embargo, que la única Cabeza de la Iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18; 2:19)[41]. Cuando en Efesios 5:23, Pablo declara que “Cristo es la Cabeza de la Iglesia” y el “hombre es la cabeza de la esposa”, no dice que la primacía del hombre en el hogar se extiende de algún modo a las relaciones en la iglesia. El sentido y la intención de Pablo están claros: como un esposo es la cabeza de su esposa, su novia, así Cristo es la Cabeza de la Iglesia, su Novia[42]. En ambos casos, la terminología nupcial está claramente restringida a relaciones específicas: la que hay entre un esposo y una esposa y la que existe entre Cristo y su iglesia. Sería absurdo concluir que lo que Pablo quiso decir fue que como Cristo es el Novio de la Iglesia, así los hombres en la congregación cristiana son novios de las mujeres en la iglesia. Tampoco es bíblico decir que el pastor se “casa” con la iglesia y se convierte en su cabeza cuando se lo ordena, así como Cristo se casó con su Novia y llegó a ser su Cabeza.

De esto se desprende que cualquier idea de primacía en la iglesia, sea de hombre o de mujer, aparte de la de Cristo, usurpa la primacía de Cristo. Por esto, mientras podemos hablar legítimamente de primacía del hombre en el hogar cristiano, no es bíblico hablar de cualquier tipo de primacía en la iglesia aparte de la primacía de Cristo. Mientras que en el contexto más amplio de la sumisión mutua (Efesios 5:21), Pablo ciertamente les pide a las esposas que se sometan a sus esposos (Efesios 5:22)[43], en ningún lugar en el Nuevo Testamento encontramos una orden de que los creyentes deben someterse a la primacía del ministerio ordenado. ¡La Iglesia se somete solamente a Cristo! Se desprende que cuando un pastor/anciano y una iglesia deciden funcionar de acuerdo con el principio de la primacía masculina, este pastor/anciano y su iglesia están cometiendo adulterio espiritual, conocido de otro modo como sacramentalismo[44]. Por esta razón, los pasajes paulinos difíciles, tales como 1 Timoteo 2 y 3 y 1 Corintios 11 y 14, no se pueden nunca interpretar como que enseñan la primacía masculina en la iglesia, sino que deben entenderse a la luz de las declaraciones de Jesús sobre la autoridad. Ninguna cantidad de manipulación con el texto “de acuerdo con las ideas que tengan acerca del texto”[45], y agregar la palabra “espiritual” a primacía, puede cambiar esta realidad. Como se ha notado antes, el sacramentalismo es principalmente un sello distintivo del  Cristianismo Católico, pero también existe dentro de aquellas denominaciones cristianas que deciden reemplazar al papa (también conocido como “Santo Padre”, del latín papa) con una figura masculina de un pastor/anciano. Las comunidades cristianas que adoptan la primacía femenina además de la masculina siguen el mismo patrón.

Así que tengo una pregunta: ¿podemos nosotros, como Adventistas del Séptimo Día, permitirnos jugar con la idea de la aplicación del principio de la primacía masculina al pastor/anciano ordenado? Creo que este principio es aparentemente un innocuo caballo de Troya que tiene el potencial para destruir el mismo corazón del Adventismo. Es revelador que Elena de White nunca usó 1 Timoteo 2 ó 3 y 1 Corintios 11 ó 14 para apoyar la primacía masculina en la iglesia. Los sucesos ocurridos durante el desarrollo del Cristianismo postapostólico temprano, discutidos en la primera parte de este documento, muestran claramente los peligros de extender la noción bíblica de la primacía masculina en el hogar a la primacía masculina en la iglesia y se deben evitar a toda costa entre los verdaderos seguidores de Cristo.

CONCLUSIÓN

En conclusión, no puede haber duda de que el Cristianismo Católico temprano incorporó varias características del ministerio sacerdotal del Antiguo Testamento dentro de la teología y práctica del ministerio cristiano. De este modo, el ministerio cristiano se convirtió en jerárquico, sacramental, elitista, y se orientó hacia la primacía masculina. En mayor o menor grado, la mayoría de las comunidades cristianas, inclusive los Adventistas del Séptimo Día, continúan perpetuando algunas de esas características en sus comunidades.

Todas estas características, sin embargo, fueron cumplidas en Cristo quien, en virtud de ser nuestro Creador, está sobre nosotros y no tiene sucesores a su divina autoridad; quien murió sacramentalmente sobre la cruz y así llegó a ser el único proveedor de salvación; quien, a través de su ministerio en la tierra, hizo a todos los seres humanos iguales a los ojos de Dios en términos de autoridad y los dotó con los dones del Espíritu Santo para cumplir con la Gran Comisión Evangélica; y quien, a través de su muerte en la cruz como un sacrificio, se convirtió en la sola Cabeza de la Iglesia, su Novia. ¡Él con nadie comparte su primacía! El Cristianismo posterior al Nuevo Testamento, desafortunadamente, negó la primacía exclusiva de Cristo en la iglesia, y contribuyó a la integración de un punto de vista falso de la autoridad en la organización de la iglesia y, por lo tanto al nacimiento de una religión apóstata.

Comencé este documento con una discusión sobre la naturaleza de la autoridad. Nuestro Dios, que es un Dios de orden, creó un mundo en el cual los seres humanos, la corona de su creación, iban a vivir de acuerdo con los patrones de autoridad que gobernaban el universo antes de la creación de la Tierra. Luego el pecado entró en el mundo. La manera en que Dios ejercía su autoridad fue desafiada y se introdujo una noción falsa de autoridad. Esta es la noción de autoridad que el “príncipe de este mundo” enseñó a la primera pareja; esta es la noción de autoridad que oscureció para siempre la visión humana de Dios y su carácter. La razón precisa por la que Cristo, Dios encarnado, vino a esta tierra y fundó una comunidad como ninguna otra fue para contrarrestar la noción falsa de la autoridad de Dios. Él lo logró por su vida de esclavitud divina (douleia) que finalmente lo condujo a la cruz. Desafortunadamente, los seres humanos, debilitados por milenios de la existencia del pecado en esta Tierra, regresaron a los antiguos modos de pensamiento poco después de la muerte de suspioneros. A pesar de nuestra devoción a la Escritura, nosotros, Adventistas del Séptimo Día, heredamos esos patrones de pensamiento que están tan tenaz (y trágicamente) arraigados en la fe cristiana.

Es una experiencia humana común ser atraídos a aquellos que exhiben autoridad cristiana genuina y sentirse repelidos por las actitudes de aquellos que confían solamente en la autoridad de su cargo. Idealmente, la autoridad cristiana genuina y la autoridad de una función representativa debieran integrarse. Después de todo, no hay nada intrínsecamente erróneo con personas que sustentan un cargo, aunque este no sea realmente un concepto bíblico. Tampoco hay nada inherentemente erróneo con la manera en que nuestra iglesia está actualmente organizada. Sin embargo, mientras que Jesús no nos dejó un modelo para conducir la iglesia, fue inflexible en que su iglesia no se asemejaría a estructuras seculares, donde la autoridad estaba organizada en función de “jerarquías”. ¿Será posible que nuestra discusión actual respecto a la ordenación de las mujeres está complicada por nuestro concepto erróneo o por el mal uso de la verdadera autoridad cristiana?

Soy un adventista de tercera generación, nieto de un primer anciano, hijo de un pastor/administrador, y yo mismo soy un pastor ordenado. En todos mis años como un adventista, rara vez he encontrado la integración de una autoridad cristiana verdaderamente genuina con la autoridad de un pastor ordenado. Es triste pero yo mismo lucho a menudo con esa integración. Algunas de las personas de más autoridad en mi vida no eran ministros ordenados. A quien yo coloco por encima de todos los demás fue a un anciano caballero cristiano en Tasmania (donde por un tiempo serví como pastor después de recibir mi PhD) que solo tenía cuatro clases de educación formal y había sido ordenado solo como diácono. Reconocí, acepté y me sometí a la verdadera autoridad cristiana que él representaba y aprendí más de él acerca de ser un esclavo de Cristo y de los demás que de toda una vida de ser un adventista y de toda mi educación teológica combinada. Desafortunadamente para demasiados de nosotros, ser pastor ordenado significa tender a ejercer autoridad sobre otros, buscar status, rango y primacía masculina, antes que ser esclavos de Cristo y de otros. Esto, creo yo, es la verdadera razón por la que estamos gastando nuestro tiempo discutiendo la cuestión de la ordenación y quién puede ser ordenado.

Ahora bien, entiendo que la palabra “esclavitud” tiene pocas connotaciones positivas, ya que no implica honor, ni gloria, ni status, ni rango. A nadie le gusta eso; en realidad, siento repulsión por el concepto. Y sin embargo, esta es la palabra que Cristo usó para describirse a sí mismo y su obra; esta es la palabra que usaron los apóstoles para describirse a sí mismos y su obra así como la de sus colaboradores, tanto hombres como mujeres; a esto es lo que Cristo nos llama a ser —pastores adventistas, diáconos, ancianos, presidentes de divisiones, asociaciones y uniones—; a no tener autoridad sobre la gente sino antes bien sobre la tarea de cumplir la Gran Comisión de Cristo. El orden evangélico en la iglesia no requiere primacía jerárquica, espiritual o de otro tipo. Porque el ministerio cristiano verdadero no es en cuanto a status, rango, género, igualdad, derechos, o tener “autoridad espiritual” sobre otros; es en cuanto a ser esclavos de Cristo y de su pueblo; no para gobernar sobre otros sino para ser ejemplos y, a través del testimonio de nuestras vidas, atraer a otros para seguir a Cristo. Ninguna imposición de manos puede proveer esta clase de autoridad; ¡solo puede hacerlo la obra del Espíritu Santo en el corazón de una persona! Mientras que todos los cristianos deben ser ministros, aquellos que son apartados para un ministerio especial, tanto hombres como mujeres, están llamados a ser ejemplos sobresalientes de esclavitud a Cristo y a los demás. Estoyconvencido de que cuando abracemos esta comprensión de la autoridad y del ministerio, la visión de Cristo para su comunidad se cumplirá, seguirán el reavivamiento y la reforma, y el problema de la ordenación de la mujer desaparecerá.

De modo que deseo concluir esta corta investigación sobre la naturaleza de la autoridad cristiana con una pregunta: ¿Hemos de seguir la cultura, tanto secular como religiosa, que nos ha enseñado una comprensión jerárquica y elitista de la autoridad? ¿O hemos de seguir a Cristo, que dijo: “Entre ustedes no debe ser así”?


Referencias

[1] En el comienzo mismo de este trabajo, me gustaría expresar que acepto plenamente la inspiración y el ministerio profético de Elena G. White en la Iglesia Adventista. Fue por medio de la lectura de El Deseado de todas las gentes que aprendí a amar a Cristo; mediante la lectura de El conflicto de los siglos, llegué a familiarizarme con el propósito de Dios para la humanidad; y ningún otro libro me ha enseñado más sobre la salvación por medio de Jesucristo que El camino a Cristo. Al preparar este trabajo, sin embargo, evité deliberadamente usar los escritos de Elena de White para sustentar mis conclusiones. En consecuencia, mis perspectivas se basan tan solo en mi comprensión del mensaje de las Escrituras. Esto concuerda, creo yo, con el consejo de Elena de White, de que sus escritos no

deberían ser usados para solucionar debates doctrinales cuando el Señor no le había dado una luz específica sobre el tema. Hasta donde sepa, Elena de White no habla sobre el tema de la ordenación de las mujeres. William Fagal llegó a una conclusión similar cuando escribió: “Sus declaraciones ni apoyan la ordenación de las mujeres, ni la prohíben de manera explícita. Ninguno de sus escritos se ocupa directamente del tema” (Ministry, Diciembre 1988, 11).

[2] Por un excelente tratado sobre la iglesia y su origen, misión y estructuras organizacionales divinamente instituidas, véase Raoul Dederen, “Church”, en Handbook of Seventh-day Adventist Theology, editado por Raoul Dederen (Hagerstown: Review and Herald Publishing Association, 2000), 538-581.

[3] Dederen, 559–561.

[4] Por cuestiones de brevedad, la siguiente descripción se limitará tan solo al concepto de la autoridad que evolucionó dentro del cristianismo primitivo postapostólico. En muchos sentidos, el Protestantismo Fundamentalista, en especial esas ramas que se agrupan bajo el paraguas del calvinismo, tiende a reflejar una comprensión de la autoridad previa a la Reforma. La cuestión de la comprensión de la autoridad por parte del Protestantismo Fundamentalista, sin embargo, será tratada en otro estudio.

[5] Ralph Martin Novak, Christianity and the Roman Empire (Harrisburg: Trinity Press International, 2001), 45.

[6] Es en los escritos del escritor de la Iglesia primitiva Ignacio (ca. 110-130 d.C.) que encontramos por primera vez un ministerio fuertemente jerárquico. Ignacio, Magnesians 6.4, en Early Christian Writings, editado por Maxwell Staniforth (Londres: Penguin Books, 1972), 88. Kenneth Osborne, Priesthood, A History of Ordained Ministry in the Roman Catholic Church (New York: Paulist Press, 1988), 52.

[7] Hans von Campenhausen, Ecclesiastical Authority and Spiritual Power in the Church of the First Three Centuries (Stanford: Stanford University Press, 1969), 100.

[8] Ignacio escribe lo siguiente: “Por tu parte, lo que te corresponde […] [es] mostrarle [al obispo] todo respeto posible, teniendo en consideración el poder que Dios le ha conferido […]. Por ello, por el honor de Aquel que nos amó, ser correcto requiere de ti una obediencia que va más allá de las meras palabras” (Ignacio, Magnesians 3, en Staniforth, 87-88).

[9] Por ello escribe Novak: “Dado que en esencia, todas las culturas del mundo grecorromano eran jerárquicas y patriarcales, era razonable esperar con el tiempo un incremento de la autoridad del obispo como el resultado natural de las comunidades cristianas locales que adoptaron modos y estructuras de autoridad en paralelo con los valores culturales predominantes” (Novak, 45); Will Durrant añade que “cuando el cristianismo conquistó a Roma, la estructura eclesiástica de la iglesia pagana […] pasó como la sangre materna a la nueva religión, y la Roma cautiva capturó a su conquistador” (Caesar and Christ: The Story of Civilization [New York: Simon and Schuster, 1944], 671-672; cf. Edwin Hatch, The Organization of the Early Christian Churches (Londres: Longmans, Green and Co., 1918), 185, 213; Bruce L. Shelley, Church History in Plain Language (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1995), 134.

[10] Por una historia detallada de la manera en que el humilde cargo de pastor evolucionó en los cargos episcopales y papales, véase Klaus Schatz, Papal Primacy: From Its Origins to the Present (Collegeville: The Liturgical Press, 1996).

[11] Frederick J. Cwiekowski, “Priesthood”, Encyclopedia of Catholicism (New York: HarperCollins Publishers, 1989), 1049.

[12] Paul Josef Cordes, Why Priests?: Answers Guided by the Teaching of Benedict XVI (New York: Scepter Publishers, 2010), 28-30.

[13] Así fue que en el siglo IV, Jerónimo declaró: “No puede existir una comunidad cristiana sin sus ministros”. Jerónimo, Dialogus contra Luciferanos 21, en The Nicene and Post Nicene Fathers of the Christian Church, editado por Philip Schaff y Henry Wace (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1989), t. 6, 331. No resulta sorprendente, por lo tanto, que Cipriano de Cartago pronunció la famosa frase Extra ecclesiam nulla salus (fuera de la iglesia no hay salvación). Cipriano, Epistle 72.21 (ANF 5:384).

[14] Esto se produjo mayormente por el trabajo de Agustín, aunque ya en el siglo II, Tertuliano escribió de una diferencia fundamental (u ontológica) entre el clero y los laicos. Cf., Benedict J. Groeschel, A Priest Forever (Huntington: Our Sunday Visitor, 1998), 185; Bernhard Lohse, A Short History of Christian Doctrine (Philadelphia: Fortress Press, 1966), 139.

[15] En su Exhortación a la castidad, escribió lo siguiente: “Es la autoridad de la Iglesia la que instituyó la distinción entre los cleros y los laicos [en latín, ordinem et plebem] y la honra que se muestra en los rangos de los clérigos santificados para Dios” (Tertuliano, Exhortation to Chastity 7.3. Traducido por Robert B. Eno, en Teaching Authority in the Early Church (Wilmington: Michael Glazier, 1984), 54-55; cf., ANF, t. 4, 54. La frase exacta en latín expresa: Differentiam inter ordinem et plebem constituit ecclesiae auctoritas et honor per ordinis consessum sanctificatus. John Henry Hopkins, The Church of Rome in Her Primitive Purity, Compared with the Church of Rome at Present Day (Londres: J. G. and F. Rivington, 1839), 89. Nótese los paralelos entre la orden de los senadores y la plebe del Imperio Romano y este uso que le da Tertuliano (P. M. Gy, “Notes on the Early Terminology of Christian Priesthood”, en The Sacrament of Holy Orders [Collegeville: Liturgical, 1957], 99).

[16] “Constitution on the Church”, en J. Neuner y H. Roos, The Teaching of the Catholic Church (Staten Island: Alba House, 1967), 219-220. Sentimientos similares son expresados por Pío X en la encíclica de 1906 titulada Vehementer Nos 8. Allí el papa declara: “La Iglesia es en esencia una sociedad desigual, es decir, una sociedad que está compuesta por dos categorías de personas, los Pasto- res y el rebaño, los que ocupan un rango en los diferentes grados de la jerarquía y la multitud de los fieles. Tan diferentes son estas categorías que solo con el cuerpo pastoral descansa el derecho y la autoridad necesarias de promover el fin de la sociedad y dirigir a todos sus miembros hacia ese fin; el único deber de la multitud es permitirse que los guíen y, al igual que un rebaño dócil, seguir a los Pastores”. http://www.vatican.va/holy_father/pius_x/encycli-cals/documents/hf_p-x_enc_11021906_vehementer-nos_en.html.

[17] La lectura de la sección que trata con el cargo de sacerdote en el Catecismo de la Iglesia Católica en su versión oficial resulta particularmente revelador en este punto. En ella, los autores explican con claridad y concisión la necesidad de la primacía humana en la iglesia. La sección particular que se ocupa de la primacía del pastor en la iglesia se titula “En la persona de Cristo la Cabeza” (Catechism of the Catholic Church [Liguori: Liguori Publications, 2004], 387-388).

[18] Ceremonial of Bishops: Revised by Decree of the Second Vatican Ecumenical Council and Published by Authority of Pope John Paul II (Collegeville: The Liturgical Press, 1989), 33. Véase también Paulo VI, Inter Insigniores (Declaration on the Admission of Women to the Ministerial Priesthood), dada a conocer en 1976 en From “Inter Insigniores” to “Ordinatio Sacerdotalis” (Washington, D. C.: United States Catholic Conference, 1996), 43-49. Las imágenes del matrimonio se hacen claramente visibles en la ceremonia de la ordenación católica episcopal. El obispo ordenado jura su fidelidad a la iglesia y recibe el anillo episcopal, que simboliza su autoridad sobre la iglesia. De esta manera, el obispo llega a ser el “esposo” de la iglesia. El simbolismo del matrimonio se acentúa aún más por el uso del “anillo matrimonial” y el “ósculo de la paz” como parte del rito de ordenación. Una de las oraciones usadas durante la ordenación expresa: “Recibe este anillo, el sello de tu fidelidad; adornado con fe inmaculada, preserva sin mácula a la esposa de Dios, la santa Iglesia” (Susan K. Wood, Sacramental Orders [Collegeville: The Order of St. Benedict, Inc., 2000]), 53-55. En el Ceremonial de los obispos, un manual de iglesia para la ordenación episcopal, encontramos también la siguiente declaración: “El anillo es el símbolo de la fidelidad del obispo y el vínculo nupcial con la Iglesia, su esposa, y tiene que usarlo en todo momento” (33). Megan McLaughlin escribe asimismo: “El matrimonio del obispo  con su iglesia [es] más que tan solo una metáfora […]. Al menos desde comienzos del siglo X, y probablemente desde antes, había

adquirido también una significación mística, que fue derivada de la antigua e influyente alegoría del matrimonio de Cristo con la iglesia” (Megan McLaughlin, “The Bishop as Bridegroom: Marital Imagery and Clerical Celibacy in the Eleventh and Early Twelfth Centuries”, en Medieval Purity and Piety: Essays on Medieval Clerical Celibacy and Religious Reform, editado por Michael Frassetto [New York: Garland Publishing, 1998]), 210. Por el contrario, cuando una católica toma los votos para convertirse en monja, llega a ser la Esposa de Cristo. Su investidura final, que cuenta con votos matrimoniales y un anillo, representa una ceremonia matrimonial. E. Ann Matter, “Mystical Marriage”, en Women and Faith: Catholic Religious Life in Italy from Late Antiquity to the Present, editado por Lucetta Scaraffia y Gabriella Zarri (Eulama Literary Agency, 1999), 35.

[19]

19 Timothy M. Dolan, Priests for the Third Millennium (Huntington: Our Sunday Visitor, 2000), 70-71; Sarah Butler, The Catholic Priesthood and Women: A Guide to the Teaching of the Church (Chicago: Hillengrand Books, 2006), 90. Megan McLaughlin, “The Bishop as Bridegroom: Marital Imagery and Clerical Celibacy in the Eleventh and Early Twelfth Centuries”, en Medieval Purity and Piety: Essays on Medieval Clerical Celibacy and Religious Reform, editado por Michael Frassetto (New York: Garland Publications, 1998), 210-211.

[20] John Paul II, Mulieris Dignitatem (Boston: St. Paul Books and Media, 1988). Véase especialmente la sección titulada “The Church – The Bride of Christ”, 79-94.

[21] Mateo 18:1-4, 20:20-28, 23:8-11; Marcos 9:33-36, 10:35-45; Lucas

9:46-48, 22:24-27; Juan 13:1-17.

[22] Mateo 20:20-28; Marcos 10:35-45; Lucas 22:24-27.

[23] Karl Heinrich Rengstorf, “δουλος”, TDNT (1964), t. 2, 270, 261.

[24] Hermann W. Beyer, “διακονεω”, TDNT (1964), t. 2, 82.

[25] Murray J. Harris, Slave of Christ: A New Testament Metaphor for Total Devotion to Christ (Downers Grove, InterVarsity Press, 1999), 102.

[26] Véase, por ej., 2 Corintios 4:5, donde Pablo escribe: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y  a nosotros como vuestros siervos (doulous) por amor de Jesús”. Véase también 1 Corintios 9:19. En Colosenses 1:7 y 4:7, Pablo usa los términos doulos y diakonos de manera intercambiable.

[27] Por una historia de estos eventos, véase mi trabajo “The Problem of Ordination”, presentado ante la TOSC en enero de 2013.

[28] Campenhausen, 79.

[29] Si bien en la literatura antigua, tanto bíblica como extrabíblica, estos dos términos suelen tener connotaciones negativas, cuando los usa Pablo y los aplica a los seguidores de Cristo, adquieren un nuevo significado que implica un compromiso total con Cristo y con el prójimo. Murray J. Harris, Slave of Christ: A New Testament Metaphor for Total Devotion to Christ (Downers Grove: InterVarsity Press, 1999), 140-143.

[30] Otros ejemplos incluyen Filipenses 1:1, Colosenses 1:7, 23, 25; Tito 1:1. Harris, en su libro, destaca el fenómeno interesante de que la mayoría de las traducciones evitan traducir la palabra doulos en referencia al liderazgo ministerial, y traducen invariablemente la palabra como “ministro” o “siervo”. Cita un desagrado general por la idea de esclavitud, y la posibilidad de malos entendidos como las razones detrás de este fenómeno (Harris 183-185). Y sin embargo, esta es la palabra exacta que Pablo y sus colegas adoptaron para representar su obra de liderazgo en la iglesia.

[31] Es necesario enfatizar que la palabra “cargo”, en referencia a una función de liderazgo en la iglesia, no aparece en el Nuevo Testamento griego

[32] En Marcos 10:42, Jesús usa exactamente la misma palabra griega, katakurieuousin.

[33] En ocasiones, se usa 1 Timoteo 2:12 y 5:17 para justificar la continuación de la comprensión jerárquica de la autoridad en la iglesia. En el primer caso, Pablo prohíbe que las mujeres ejerzan autoridad sobre el hombre. La palabra usada para “autoridad” en este caso es hapax legomenon, que es usada en una sola ocasión en el Nuevo  Testamento griego. Un cuidadoso estudio del término muestra que en la literatura griega extrabíblica del siglo I, esta no era una palabra neutral para expresar el concepto de autoridad, sino que estaba asociada con una clase opresiva de autoridad jerárquica que dejaba poco lugar para el ejercicio del libre albedrío. Sobre la base de nuestro estudio más arriba, queda claro que nadie en la de ejercer esta clase de poder, dado que claramente representa una visión falsificada de la autoridad. Por un análisis revelador sobre el significado de authentein en el siglo I, véase Jerome D. Quinn and William C. Wacker, The First and Second Letters to Timothy (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 2000), 200-201; cf., Carroll D. Osburn, “AϒΘΕΝΤΕΩ (1 Timoteo 2:12)”, Restoration Quarterly 25 (1982): 1-12. Los autores del Comentario bíblico adventista, t. 7, escriben sobre la cuestión de “usurpación de autoridad” en 1 Timoteo 2:12: “Las Escrituras exhortan a los cristianos a hacer todo decentemente y con orden (1 Corintios 14:20). En los días de Pablo la costumbre exigía que las mujeres se mantuvieran en un segundo plano, sobre todo fuera de la casa. Por lo tanto, si las cristianas hubieran expresado su opinión en público o de alguna otra manera hubieran llamado la atención, el orden podría haberse comprometido y la causa de Dios podría haber sufrido” (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1990), 305. Véase también un excelente artículo, escrito sobre 1 Corintios 14:34, 35 y 1 Timoteo 2:12, que fue apoyado con entusiasmo por Urías Smith: G. C. Tenney, “Woman’s Relation to the Cause of Christ”, The Review and Herald, 24 de mayo de 1892, 328-329. Una declaración que aparece en ese artículo merece ser citada aquí: “Es manifiestamente ilógico e injusto dar a cualquier pasaje de las Escrituras un significado radical incondicional que se encuentra en divergencia con el principal tenor de la Biblia, y directamente en conflicto con sus claras enseñanzas. La Biblia puede ser reconciliada en todas sus partes sin dejar de lado por ello las líneas de la interpretación coherente. Por el contrario, es probable que los que interpretan pasajes aislados de manera independiente, según las ideas que se les ocurren al respecto, experimenten dificultades” (Tenney, 328). En el último pasaje (1 Timoteo 5:17), Pablo declara: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”. En el centro de disputa se encuentra la palabra “gobernar”. Sin embargo, el término griego proestōtes, que a menudo se traduce como “gobernar”, significa simplemente “los que están al frente de vosotros”. Es una forma verbal del sustantivo prostates, que en el griego antiguo se aplicaba a los que tenían la responsabilidad de proteger a la comunidad y ayudarla a operar de manera normal en lugar de gobernarla. Por más detalles sobre la etimología de la palabra, véase mi artículo “Phoebe, Was She an Early Church Leader?” Ministry, Abril 2013, 11-13.

[34] Todo esto no quiere decir que en alguna ocasión se podría producir una situación de emergencia en la vida de la iglesia durante la cual podría surgir la necesidad de que alguien asumiera temporariamente una función directa y jerárquica de liderazgo. En ese caso, cualquiera que posea un don apropiado de liderazgo podría hacerse  cargo hasta que se restaurara el orden. Este tipo de situaciones, sin embargo, es raro, y los pastores ordenados no siempre son los más calificados para hacerse cargo de las situaciones de emergencia. Una vez que se alcanza una resolución, sin embargo, la vida de la iglesia debería regresar a un sistema comunitario de hacer frente a los problemas. Sobre la importancia de la comunidad en los escritos de Pablo y la manera comunitaria de resolver los conflictos, véase el excelente estudio de James M. Howard, Paul, the Community and Progressive Sanctification: An Exploration in Community-Based Transformation Within Pauline Theology (New York: Peter Lang, 2007).

[35] Esta conclusión se ve fortalecida por varias consideraciones. En primer lugar, en 1 Timoteo 3:1, Pablo dice: “Si alguno (ei tis) desea obispado”. Tis es un pronombre indefinido de género neutral. Significa simplemente “cualquiera”. En el Nuevo Testamento, este es un término inclusivo que se refiere tanto a los hombres como a las mujeres. Por ejemplo, en Juan 6:50 hallamos este pasaje: “Este es el pan que desciende del cielo para que no muera quien (tis) coma de él”. Sería sumamente extraño decir que solo los hombres pueden comer el pan para no morir. En efecto, algunas traducciones traducen tis como “un hombre”, pero instantáneamente piensan en la humanidad. Esto significa que el Nuevo Testamento a menudo usa lenguaje masculino para hablar tanto de los hombres como de las mujeres. Por ej., Romanos 12:1: “Por lo tanto, hermanos (adelfoi, que es masculino en griego), os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo”. ¿Significa

esto que Romanos 12:1 está escrito solo para hombres? Obviamente, esta no es la interpretación correcta. En segundo lugar, “marido de una sola mujer” bien podría referirse a la monogamia y a la pureza sexual. De tomarse así como está escrito, no podríamos tener pastores solteros o viudos. Sin embargo, el mismo Pablo escribió que los célibes pueden servir mejor a Dios (1 Corintios 7:32-35). Asimismo, los pastores siempre tendrían que tener hijos (eso excluiría a los que no los tienen). La intención real de la frase parece señalar a una persona comprometida (fiel) a su cónyuge. Por ello, la frase “marido de una sola mujer” funciona como una exclusión de la poligamia y la promiscuidad sexual, en lugar de indicar que un obispo tiene que ser hombre. Por último, la frase “marido de una sola mujer” aparece una vez más en 1 Timoteo 3:12 en referencia a  los diáconos. Allí se usa la palabra masculina diakonos. Si Pablo habló en efecto en términos de género, esto podría significar que solo los hombres pueden ser diáconos. Sin embargo, en Romanos 16:1, Pablo se refiere a Febe como diaconisa de la iglesia de Cencrea. La mayoría de las versiones traducen esta palabra como “sierva”. En realidad, la palabra es diakonos, el mismo término masculino usado en 1 Timoteo 3:12 para describir a un diácono como esposo de una sola mujer. Esto muestra claramente que cuando Pablo usó la frase “marido de una sola mujer”, no trató de transmitir que solo los hombres podían ser obispos o diáconos. De ser así, Romanos 16:1 no tendría ningún sentido. Con justicia, puedo afirmar que el sexo del obispo o del diácono no estaba en la mente de Pablo. Si el sexo de la persona hubiera sido verdaderamente importante para él, habría una declaración clara en 1 Timoteo, o en algún otro lugar, que dijera “el obispo tiene que ser hombre”.

[36] Los ejemplos abundan. Aquí hay algunos de ellos: Romanos 1:1; Gálatas 1:10; Filipenses 1:1; Colosenses 4:7; Hechos 20:19. Gordon D. Fee calculó el número de veces en que aparece la palabra doulos y sus diversas formas en los escritos de Pablo. Los resultados son impresionantes: Fee estima que, en total, las palabras que están relacionadas con el sustantivo doulos aparecen 59 veces en los escritos paulinos: 30 veces como doulos; 2 veces syndoulos (coesclavo); 17 veces como douleuō (llevar a cabo los deberes de un esclavo); 4 veces como douleia (esclavitud); y 6 veces como douloō (esclavizar). Aunque en ocasiones la palabra esclavo es usada en referencia a la institución real de la esclavitud (un uso negativo del término), una significativa mayoría se refiere al ministerio de Pablo y de otros. Gordon D. Fee, Paul’s Letter to the Philippians (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1995), 62; cf., Harris, 20.

[37] Santiago 1:1; 2 Pedro 1:1

[38] Comisión de Estudio sobre la Teología de la Ordenación, Consensus Statement on a Seventh-day Adventist Theology of Ordination.

[39] La misma razón por la que estamos discutiendo la ordenación de la mujer es testigo del hecho de que hoy día, la función del pastor en la iglesia ha perdido su significado original.

[40] Por información adicional, véase mi trabajo titulado “The Problem of Ordination”, presentado en la TOSC en enero de 2013.

[41] La imagen paulina de la iglesia como el Cuerpo de Cristo transmite claramente la idea de que Cristo es la única Cabeza de la iglesia de Dios.

[42] Por supuesto, la primacía del hombre en la familia también tiene que ser definida en términos no jerárquicos y de abnegación, en lugar de jurisdiccionales. Así como Cristo se entregó (o se abnegó a sí mismo) por su Esposa, así también los esposos tienen que abnegarse por sus esposas e hijos.

[43] En este punto, es necesario notar que la palabra “someterse” en Efesios 5:22, en griego simplemente declara “y las esposas a sus maridos”. En consecuencia, la sumisión mutua de Efesios 5:21 brinda un contexto más abarcador que permite comprender el contexto del mensaje de Pablo a los maridos y sus esposas. De ser así, entonces el amor del esposo también es una forma de sumisión. La experiencia humana en común muestra que cuando amamos a alguien, también nos sometemos a esa persona.

[44] Esto, por supuesto, nos devuelve al significado de las expresiones gemelas: Vicarius Filii Dei y In persona Christi Capitis. Véase la nota 17.

[45] G. C. Tenney, “Woman’s Relation to the Cause of Christ”, The Review and Herald, 24 de mayo de 1892, 328.

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