Geroge Knight “El papel que desempeñan las Uniones en relación a las autoridades superiores”

En marzo de 2016, presenté dos documentos a un grupo de influyentes líderes adventistas, administradores y laicos. Estos documentos, hasta ahora, no han sido publicados. Sin embargo, debido a la actual discusión en Silver Spring, ha llegado el momento de hacerlo. El más pertinente de los documentos es “El papel que desempeñan las Uniones en relación con las autoridades superiores.” A pesar de haberse escrito meses antes del reciente documento de la Asociación General, aborda muchos de los mismos temas desde una perspectiva muy diferente. El otro documento (en realidad la primera serie en mi presentación) prepara el escenario para el de las Uniones. Su título es “La gente Antiorganizational se organiza a pesar de ellos mismos.” – George R. Knight

 

El papel que desempeñan las Uniones en relación a las autoridades superiores[1]

Hay solo dos iglesias realmente católicas en el mundo actualmente: la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Adventista Católica.

Ahora que tengo tu atención, confió que sepas que el principal significado de la palabra “católica” es “universal” o “mundial”.

El adventismo es católico en el sentido de que tiene una comisión mundial que debe cumplir, la misión de los tres ángeles de Apocalipsis 14 de llevar el mensaje del tiempo del fin a toda nación, lengua y pueblo.

Tal vez la mayor diferencia entre el catolicismo romano y el adventista es el tema de la autoridad. Para Roma, es una estructura de arriba hacia abajo. Para el Adventismo, tradicionalmente ha sido desde abajo hacia arriba. Y digo tradicionalmente porque algunos adventistas parecen estar en el valle de la decisión sobre asunto eclesiástico que es el más importante de todos. La verdadera pregunta que nuestra denominación debe responder es esta: ¿Cuán católica realmente queremos ser?

 Una misión expandida requiere una reorganización

En mi primera presentación, hice énfasis en cómo un grupo de personas contrarias a la organización finalmente se las arregló para organizarse al enfrentarse con las necesidades de la misión. Pero para poder hacer esto, ellos necesitaban ver que Babilonia no solo significaba presión, sino también confusión. Y, incluso más importante, tenían que dejar la hermenéutica literalística que mantenía que las únicas cosas permisibles eran aquellas que estaban específicamente expresadas en la Escritura, a una hermenéutica en la cual todo era permisible siempre y cuando no contradijera la Biblia y estuviera en armonía con el sentido común. Al final, ellos organizaron iglesias, asociaciones locales, y una asociación general entre 1861 y 1863 para el propósito de la misión, pero con un ojo vigilando que las autoridades eclesiásticas superiores no quitaran su libertad en Cristo. Ese problema potencial se manifestó en 1888 cuando un poderoso presidente de la Asociación General intentó bloquear la predicación de la justificación por la fe de Jones y Waggoner.

La organización de 1860 funcionó bien, y el Adventismo y sus instituciones se habían esparcido alrededor del mundo para finales de la década de 1890. De hecho, la iglesia de 1863 con sus 3.500 miembros (todos en Norteamérica), una institución, ocho asociaciones y alrededor de 30 pastores difícilmente podría ser comparada con la denominación de 1900, la cual no solo era mundial sino que tenía docenas de centro de salud, más de 200 escuelas y otras instituciones.

Pero el crecimiento trajo sus propios problemas para el movimiento que siempre estaba creciendo. Para la década de 1890 dos grandes problemas de la organización de 1860 habían surgido: (1) demasiado control de la Asociación General sobre las asociaciones locales y (2) demasiado control sobre las organizaciones auxiliares, como las que se encargaban de la obra médica y educativa de la denominación.

El primero de estos asuntos se relacionaba claramente a la expansión geográfica de la denominación. Ese problema se agravó por la postura tomada por los presidentes de la Asociación General. G. I. Butler, por ejemplo, a fines de la década de 1880 notó que la “supervisión” de la Asociación General se “extiende a todos sus intereses en cada parte del mundo. No hay ninguna institución entre nosotros, no se imprime un solo periódico, no hay ninguna asociación o sociedad, no hay ningún campo misionero conectado con nuestra obra, que no sea aconsejada, asesorada o investigada. Es la autoridad más elevada de tipo terrena entre los adventistas del séptimo día”.[2] O. A. Olsen tomó la misma postura en 1894 cuando escribió que “es la competencia de la Asociación General vigilar cuidadosamente, tener un cuidado, de la obra en cada parte del campo. La Asociación General, por lo tanto, no solo está familiarizada con las necesidades y condiciones de cada asociación, sino que entiende las necesidades y condiciones a las que se enfrentan todas las demás asociaciones y campos misioneros… También puede pensarse que quienes están a cargo de los intereses locales tienen un interés más profundo, y desempeñan una responsabilidad más grande para la obra local que la que la Asociación General tiene la posibilidad de hacer. Pero eso difícilmente sea verdad si la Asociación General cumple con su tarea. La Asociación Genera ocupa el lugar de un padre con la asociación local.”[3]

Esta mentalidad en esencia mantenía que la Asociación General debía ser consultada sobre todos los asuntos de importancia. Puede haber sonado como una buena idea, peor en la práctica no funcionaba. Este problema es muy bien ilustrado por A. G. Daniells, hablando del asunto desde la perspectiva de 1913. Él notó que antes de la adopción de las uniones cada decisión que trascendía la responsabilidad de toma de decisiones de una asociación local debía ser referida a la sede en Battle Creek. El problema es que en el mejor de los casos el correo demoraba cuatro semanas desde Australia hasta los EEUU, y a menudo llegaba cuando los miembros del Comité Ejecutivo de la Asociación General no estaban en sus puestos. “Yo recuerdo”, notó Daniells, “que teníamos que esperar tres o cuatro meses para conseguir que algunas de nuestras preguntas sean respondidas”. E incluso la respuesta podía tratarse de un pedido de cinco o seis líneas diciendo que los líderes de la Asociación General realmente no entendían el asunto y necesitaban más información. Y así podían pasar entre “seis y nueve meses, hasta conseguir que el asunto se resolviera”.[4]

Elena de White tomó la iniciativa de combatir la centralización de la autoridad en la Asociación General. En 1883, por ejemplo, ella escribió que “cada uno” de los principales administradores había cometido un error “al pensar que era el único que debía encargarse de todas las responsabilidades”, sin darle a otros “ninguna oportunidad” de desarrollar los talentos que Dios les había dado.[5] Durante las décadas de 18880 y 1890, ella repetidamente defendió la toma de decisión a un nivel local basándose en que los líderes en Battle Creek no podían entender la situación tan bien como las personas que estaban en el lugar. Tal como ella lo dijo en 1896, “los hombres en Battle Creek no están más inspirados a dar un consejo inerrante que los hombres en otros lugares a quienes el Señor les ha confiado la obra en su localidad”.[6] Un año antes ella había escrito que la “obra de Dios” se había “retrasado por la incredulidad criminal en el poder [de Dios] de usar a personas comunes para llevar a cabo su obra exitosamente”.[7]

Para fines de los noventa, Elena de White estaba tronando contra el “poder monárquico” que los líderes en Battle Creek habían tomado en sí mismos. En un fascinante testimonio en 1895, ella escribió que “el poder despótico que se ha desarrollado, como si el cargo hubiera convertido a los hombres en dioses, me hace temer, y debe producir temor. Es una maldición dondequiera se lo ejerza y quienquiera lo ponga en práctica. Este enseñoreamiento sobre la heredad de Dios creará tal disgusto por la jurisdicción del hombre que resultará en un estado de insubordinación.” Ella continuó declarando que “el único plan de acción seguro es remover” a tales líderes, para que “no se produzca un gran daño”.[8]

Erich Baumgartner en su estudio de los asuntos acerca de la reorganización resumió el problema al notar que “el más urgente de los problemas estaba conectado a una discrepancia cada vez mayor entre el crecimiento mundial de la iglesia durante las décadas de 1880 y 1890 y la base organizacional centralizada, estrecha e inflexible de la Iglesia Adventista del Séptimo Día ubicada en Battle Creek”.[9] Esa autoridad centralizada inflexible evitaba la adaptación a las necesidades locales. Tal como Ellen White lo dijo: “el lugar, las circunstancias, el interés, los sentimientos morales de las personas, tendrán que decidir en muchos casos el curso de acción a seguir”, y que “quienes están justo en el campo deben decidir que se deberá hacer”.[10]

La denominación luchó a lo largo de la década de 1890 para encontrar una solución al problema. El primer intento comenzó en noviembre de 1888 con la creación de cuatro distritos en Norteamérica. Para 1893 había seis en Norteamérica y uno en Australia y Europa respectivamente. Pero el sistema de distrito esencialmente funcionaba como divisiones de las Asociación General ya que cada líder de distrito era un miembro de Comité de la Asociación General. Además de eso, los distritos no tenían autoridad legislativa ni cuerpos electivos.[11] En resumen, no eran efectivos.

Una solución más útil fue el desarrollo de la unión por William C. White en Australia en 1894. Este acto fue resistido por O. A. Olsen, el presidente de la Asociación General, quien le dijo a la Comité Ejecutivo de la Asociación General que “él pensaba que no se debería planificar nada que interfiriera en la supervisión general y la obra que legítimamente le pertenecía a la Asociación General, ya que es la autoridad organizada más elevada bajo Dios sobre la tierra”.[12]

Pero White, el líder del distrito australasiano, y su colega Arthur G. Daniells estaban en un aprieto y necesitaban hacer algo. Esto llevó al nombramiento de un comité que desarrolló la primera constitución de una unión, la cual fue aprobada el 19 de enero de 1894, nombrando a White y Daniells como presidente y secretario respectivamente.

Esta decisión no fue lograda con la ayuda de la Asociación Gneral sino en contra de sus recomendaciones. Años más tarde Daniells reportó que no todos estaban felices con la idea de las uniones. “Algunos de nuestros hermanos pensaban en ese entonces que toda la obra sería destruida, que iban a destrozar la organización en pedazos, y conseguir una secesión para las islas del Mar del Sur [i.e. el océano Pacífico]”. Pero en realidad, él observó, el resultado fue exactamente lo opuesto. El nuevo enfoque organizacional facilitó grandemente la misión de la iglesia en el Pacífico Sur, mientras que la nueva Unión Australasiana permaneció siendo un parte leal e integral del sistema de la Asociación General.[13]

Esa movida fue revolucionaria. Barry Oliver en su masivo estudio de la reorganización de 1901/1903 nota que “el experimento australasiano representó la primera vez que un novel de organización además de las asociaciones locales o la Asociación general tenía a sus miembros eligiendo sus autoridades, es decir, tenía sus propios poderes ejecutivos que eran garantizados por los niveles de organización “debajo” suyo, y no por la Asociación General.”[14]

El segundo problema que atormentó a la iglesia durante la década de 1890 fueron las organizaciones auxiliares legalmente independientes que se habían desarrollado en Battle Creek, incluyendo la Asociación Publicadora, la Sociedad Misionera de Tratados, la Sociedad Educativa, la Asociación General de la Escuela Sabática, la Asociación de Salud y Temperancia, la Asociación de Libertad Religiosa, y el Comité de Misiones Extranjeras. Legalmente cada uno era independiente y no había una manera efectiva de coordinar su trabajo.

Esto era bastante malo, pero A. T. Robinson, presidente de la recientemente formada Asociación Sudafricana, descubrió en 1892 que no tenía suficientes personas para cubrir todas las organizaciones.

Por necesidad, Robinson decidió que no crearía organizaciones independientes, sino que desarrollaría departamento bajo el liderazgo de la asociación. Tanto Olsen y W. C. White se sintieron preocupados por la sugerencia, Olsen temía que el plan contuviera “elementos de peligro ante demasiada centralización”. El liderazgo de la Asociación General eventualmente le dijo a Robinson que no desarrollara departamento. Pero era demasiado tarde. Debido a la gran cantidad de tiempo que llevaba comunicarse, Robinson ya  había instituido el programa y descubrió que funcionaba.[15]

En 1898 Robinson se mudó a Australia, en donde se convirtió en el presidente de la Asociación de Victoria. Allí le presentó la idea a Daniells y W. C. White, quienes la rechazaron. Pero los líderes de la asociación local de Robinson ya habían aceptado la idea en principio y votaron llevarla a la práctica. Antes del comienzo del nuevo siglo, tanto Daniells y White ya habían adoptado el concepto de departamento y ayudaron a que se llevara a cabo en las diferentes asociaciones de la Unión Australasiana.[16]

Con esta acción se había preparado el escenario para la reorganización de la denominación en el congreso de la Asociación General de 1901. Pero recordemos que las dos principales innovaciones se desarrollaron en respuesta a las necesidades regionales de la misión y ambas se desarrollaron en oposición a los pronunciamientos y procedimientos de la Asociación General. Pero ambas funcionaron. La principal lección es que, sin libertad para experimentar, el Adventismo no tendría su sistema actual de organización.

La reorganización de 1901

El tono del congreso de la Asociación General de 1901 fue establecido el 1 de Abril, el día antes de que el congreso comenzara oficialmente. En esa fecha, Daniells encabezó una reunión de líderes denominacionales en la biblioteca del Colegio de Battle Creek. La principal exponente fue Elena de White, quien en términos claros exigió una “nueva sangre” y una “organización completamente nueva” que ampliara la base gobernante de la organización. Oponiéndose a la centralización de poder en unos pocos individuos, ella no dejó dudas que el “poder monárquico, gobernante” y “cualquier administrador que tuviera un ‘pequeño trono’ debe irse”. Ella pidió una “renovación tardanza. ¡Dios no permita que este congreso pase y termine como todos los congresos lo han hecho, con la misma manipulación, con el mismo tono y el mismo orden! ¡Dios no lo permita, hermanos!.[17]

Ella repitió los mismos sentimientos en el primer día del congreso, notando que “Dios no ha puesto ningún poder despótico en nuestras filas para controlar esta o aquella rama de la obra. La obra ha sido grandemente restringida por los esfuerzos en controlarla en todos sus campos… Si la obra no hubiera estado tan restringida por un impedimento aquí y un impedimento allí, y un impedimento en aquel otro lugar, hubiera avanzado en majestad”.[18] La palabra clave al buscar entender el congreso de 1901 es “descentralización”. Algunos de los cambios más importantes en el congreso fueron la autorización para crear uniones asociaciones y uniones misiones en todas las partes del mundo, la descontinuación de las organizaciones auxiliares como asociaciones independientes y su integración dentro de la estructura administrativa, y la transferencia de la propiedad y manejo de instituciones que habían estado bajo la jurisdicción de la Asociación General a las uniones respectivas y sus asociaciones locales.

Las uniones, Daniells notó, estaban creadas con “grandes comités, y plena autoridad y poder para tratar todos los asuntos dentro de sus fronteras”.[19] Y Elena de White indicó que “organizar uniones ha sido una necesidad, para que la Asociación General no dicte las acciones de todas las asociaciones separadas”.[20]

Basándose en estas y otras declaraciones, Gerry Chudleigh ha argumentado que las uniones “fueron creadas para actuar como barreras de protección entre la Asociación General y las asociaciones, haciendo que dictar las acciones sea imposible.” Él reforzó su ilustración de barreras con dos ideas principales. Primero, (1) “Cada unión tiene su propia constitución y reglamentos y debe ser gobernada por sus propios miembros”. Y (2) “los oficiales de cada unión debe ser elegidos por la membresía de la propia unión, y, por lo tanto, no pueden ser controlados, reemplazados o disciplinados por la Asociación General”.[21]

“Para decirlo de la manera más categórica posible, escribió Chudleigh, “después de 1901, la Asociación General podía votar cualquier cosa que quisiera que las uniones y asociaciones hagan, pero las uniones y asociaciones eran autónomas y podían hacer lo que creyeran que fuera mejor para el avance de la obra de Dios en sus campos. El comité ejecutivo de la Asociación General, o la Asociación General reunida en congreso, podía votar para despedir al presidente de una unión o asociación, o votar la fusión de una unión o asociación con otra, pero su voz no cambiaría nada: la unión o asociación aún existiría y los delegados miembros podían elegir a quien quisieran como presidente”.[22] Un caso relevante en el Adventismo contemporáneo en la Asociación del Sureste de California, la cual ha ordenado a una mujer presidente, a pesar de los deseos de la Asociación Genera. Algunos en la Asociación General, en las palabras de Elena de White, han intentado “dictar” que ella sea removida. Pero no hay nada que puedan hacer acerca de esta situación. La barrera está en su lugar.

Elena de White estaba emocionada con los resultados del congreso de 1901 y su creación de las uniones. Para ellas las uniones estaban “en el orden de Dios”. Casi al final del congreso de 1901 ella señaló que “nunca he estado más asombrada en mi vida que con el giro que las cosas han tomado en esta reunión. Esta no es nuestra obra. Dios ha causado esto.”.[23] Y algunos meses después ella escribió que “durante [el congreso de] la Asociación General el Señor ha peleado poderosamente por su pueblo. Cada vez que pienso en esa reunión una solemnidad dulce se apodera de mí, y envía un brillo de agradecimiento a mi alma. Hemos visto la manifestación majestuosa del Señor, nuestro Redentor.”[24]

Ella estaba especialmente satisfecha al ver que se había abierto la libertad de acción y que la Asociación General no estaría en condiciones de “dictar las acciones de todas las distintas asociaciones.” En esa misma línea, ella observó cerca del cierre del congreso de 1901: “Espero de todo corazón que los que trabajan en los campos a donde van no vayan a pensar que ustedes y ellos no puedan trabajar juntos, a menos que sus mentes no vayan en los mismos canales que ellos, a menos que no vean las cosas exactamente como ellos los ven.”[25] Daniells, desde el principio, mantuvo la misma posición. Mientras que él creía que la Asociación General debía fomentar la obra en todas las partes del mundo, “no puede ser el cerebro y la conciencia, ni la boca para nuestros hermanos en estos diferentes países”.[26]
Mirando hacia atrás desde la perspectiva de 1903, en su discurso de apertura del congreso Daniells le satisfacía comprobar la autoridad principal de toma de decisiones había sido distribuida a los “que están en el lugar” y entienden las necesidades de los diversos campos. “Muchos pueden testificar que la bendición de Dios ha asistido a los esfuerzos que se han hecho para distribuir responsabilidades, y, de esta manera, transferir el cuidado, las perplejidades y la administración que una vez estuvo centrada en Battle Creek  a todas las partes del mundo, donde pertenecen.”[27]

Al cierre de la sesión de 1901 todo parecía estar bien. Las Uniones autónomas habían transferido la autoridad de la Asociación General a los líderes locales y la creación de departamentos habían transferido la autoridad de las organizaciones auxiliares a los líderes de la iglesia en todos los niveles. Al parecer, la denominación había alcanzado el difícil objetivo de la unidad en la diversidad de manera que podría resultar más efectiva en atender a las necesidades de diferentes culturas alrededor del mundo.

La Asociación General de 1903 y la amenaza a la unidad en la diversidad

A principios de 1903 la euforia de Elena de White al cierre del congreso de 1901 había desaparecido. En enero escribió que “el resultado del último [congreso de la] Asociación General ha sido el más grande, el más terrible dolor de mi vida. No se introdujeron cambios. El espíritu que debería haber sido puesto en toda la obra, como resultado de esa reunión, no fue llevado a la práctica.” Muchos “han realizado su trabajo con los principios erróneos que habían prevalecido en la obra en Battle Creek”.[28]
Cuando ella dijo que “no se había realizado ningún cambio” estaba hablando de lo espiritual más que del nivel de la organización. El principal problema era que el viejo demonio de la denominación de “poder despótico” había reafirmado su fea cabeza.
En este punto hay que volver atrás y echar un vistazo más de cerca a las organizaciones auxiliares de la denominación. Con un espíritu de monopolio cada una de estas organizaciones buscaba controlar todas las instituciones del mundo desde las instituciones en Battle Creek. De esta manera, la Review and Herald estaba tratando de controlar todas las otras casas editoriales, W. W. Prescott no sólo era responsable de la Asociación para la Educación Adventista, sino también el presidente de tres colegios de forma simultánea, y John Harvey Kellogg estaba buscando el control en todo el mundo a través de la Asociación Misionera y de Beneficencia Médica y el inmenso Sanatorio de Battle Creek. Como resultado, “poder despótico” no era más un problema solo del presidente de la Asociación General, sino también de los líderes de las diversas organizaciones independientes.
La reorganización en 1901 se había encargado en gran medida del problema a través de su desarrollo del sistema de departamento y su transferencia de la titularidad de propiedades institucionales a los distintos niveles de la iglesia. Pero había una clara excepción a ese éxito. Es decir, Kellogg y su imperio médico, que tenía más empleados que todos los demás sectores de la iglesia combinados y que se le había concedido más o menos una cuarta parte de los cargos del Comité Ejecutivo de la Asociación General en 1901. No pasó mucho tiempo para el asertivo Kellogg se enfrente con el igualmente inflexible Daniells, el nuevo presidente de la Asociación General. La lucha en sí no era nada nuevo. El médico había guardado siempre celosamente su pedazo de la torta adventista. No tenía ninguna simpatía hacia los líderes de la iglesia que intentaban bloquear el desarrollo de su programa. Ya en 1895, lo encontramos haciendo referencia a los presidentes de asociaciones como “pequeños papas.” Pero para 1903, tal como dijo C.H. Parsons, Kellogg ocupó “completamente el puesto de Papa” en el programa médico.[29]

Eso era bastante malo. Pero, por desgracia, Daniells en sus ansias para llevar a Kellogg y sus asociados en línea para 1903 resucitó tendencias al “poder despótico” en la oficina presidencial. Este hecho era bastante natural. Después de todo, el poder generalmente tiene que enfrentarse al poder. Pero Elena de White estaba angustiada por el desenlace. El 3 de abril en el testimonio en el que señaló que las Uniones se habían organizado para que la Asociación General no pueda “dictar las acciones de las diferentes asociaciones” volvió a plantear el tema de la “poder despótico” y señaló que “la Asociación General ha caído en formas extrañas, y tenemos razones para maravillarse de que no hayan caído juicios sobre ella”.[30]

Nueve días más tarde, escribió al mismo Daniells, diciéndole que necesitaba “tener cuidado de cómo presionamos con nuestras opiniones a aquellos a quienes Dios ha dado instrucciones… Hermano Daniells, Dios no quiere que usted crea que puede ejercer un poder autoritario sobre sus hermanos.”[31] Ese no fue el último reproche que le habría de enviar. En los años siguientes él y otros líderes recibirían consejos similares.[32]

Una de las víctimas de la lucha entre Kellogg y Daniells en 1902 y 1903 fue el cuidadoso equilibrio de unidad en la diversidad que se había logrado en 1901. Elena de White allá por 1894 había establecido la “unidad en la diversidad” como “plan de Dios”, con la unidad lograda por cada aspecto del trabajo que se está conectado a Cristo, la vid.[33] En 1901 y a principios de 1902 Daniells había defendido ese ideal, señalando en 1902 a la Unión Europea que sólo “porque una cosa se hace en cierta manera en una lugar no hay razón por la que debe hacerse de la misma manera en otro lugar, o incluso en el mismo lugar al mismo tiempo.”[34]
Pero ese ideal comenzó a debilitarse a finales de 1902 cuando las fuerzas de Kellogg trataron de quitar del puesto a Daniells y reemplazarlo con A. T. Jones, que estaba en ese momento del lado del doctor.[35] En esa lucha las fuerzas de Kellogg/Jones estaban empujando la diversidad. Esa dinámica impulsó a Daniells para hacer hincapié en la unidad mientras se movía hacia una postura más autoritaria. Por lo tanto, el delicado equilibrio entre la unidad en la diversidad se perdió poco después del congreso de 1901. Y, como señala Oliver, la unidad a expensas de la diversidad ha sido el foco de la Asociación General desde la crisis de 1902.[36]
Sin embargo, Oliver señala en su sofisticada discusión del tema, a largo plazo la “unidad depende del reconocimiento de la diversidad”, y que deberíamos ver la diversidad de la denominación como una herramienta para ayudar a la iglesia a alcanzar un mundo extremadamente diverso. Desde la perspectiva de Oliver, el adventismo en el siglo XXI es uno de los grupos de mayor diversidad étnica y cultural en el mundo. La diversidad es un hecho que no puede ser suprimido. “Si se descuida la diversidad, la iglesia será incapaz de realizar su tarea… La iglesia que subordina la necesidad de reconocer la diversidad con una demanda de unidad, está negando los mismos medios por los que está mejor equipado para realizar la tarea… El problema para la Iglesia Adventista del Séptimo Día es sobre si la unidad ha de ser considerada como el principio organizador, cuya importancia eclipsa todos los demás principios.” “El comprometerse con una doctrina de unidad que impone formas ajenas a otros grupos, cuando se pueden derivar formas adecuadas y cristianas desde dentro de la cultura del grupo en sí, no mejora la unidad”. Oliver nos impulsa un poco cuando sugiere que, lo que los adventistas necesitan preguntarse es si nuestra meta es la unidad o la misión.[37]

Antes de alejarnos del tema de la unidad en la diversidad, hay que señalar que la unidad y uniformidad no son la misma cosa. Algunos han argumentado que el Adventismo debe estar unida en la misión, su mensaje central, y en el servicio, pero no en todo. De hecho, estas personas sugieren que muchos problemas tienen que ser decididos por localidad e incluso por individuos. Un movimiento puede estar unido sin ser uniforme. Por desgracia, en el esfuerzo por la unidad, la Asociación General frecuentemente ha fracaso en tener en cuenta esta distinción. Demasiado a menudo el objetivo es que todos usen la misma talla. En el proceso se ha dado lugar a la desunión entre los diversos grupos culturales.

Uno de los propósitos de la reorganización de 1901 era facilitar la toma de decisiones locales que podrían contribuir al ideal de la unidad en la diversidad a través de lo que Chudleigh llama la “barrera” de la Unión. Chudleigh en su estimulante obra “¿Quién dirige la Iglesia?” Ilustra cómo la Asociación General ha tratado progresivamente debilitar la barrera de las Uniones autónomas a través de acciones oficiales que buscan que las Uniones sean obligadas a seguir todas las políticas y programas e iniciativas “adoptadas y aprobadas por la Asociación General de Adventistas del Séptimo Día en sus congresos quinquenales” y mediante la adopción de iniciativas y hacer declaraciones en las áreas que miembros de la iglesia e incluso los líderes han llegado a creer están dentro de su jurisdicción que le corresponde, incluso si no lo son. Puesto que tales acciones son aceptadas en gran medida sin cuestionamientos, Chudleigh llega a la conclusión de que “mientras más aceptada es una iniciativa de AG, más se contribuye a que los miembros creyentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día crean que la iglesia es jerárquica.”[38]

La Asociación General como la máxima autoridad en la Tierra

Las tensiones entre la autoridad de la Asociación General y el de las asociaciones locales han existido desde temprano en la historia del adventismo organizado. En agosto de 1873, en el contexto de una falta de respeto a los oficiales de la Asociación General, James White señaló que “nuestra Asociación General es la más alta autoridad sobre la tierra con nuestra gente, y está diseñada para hacerse cargo de todo el trabajo en este y en todos los demás países.”[39] A continuación, en 1877, la Asociación general en congreso votó que” la máxima autoridad bajo Dios entre los adventistas del séptimo día se encuentra en la voluntad del cuerpo de ese pueblo, como se expresa en las decisiones de la Asociación General cuando actúe dentro de su jurisdicción apropiada; y que tales decisiones deben ser aceptadas por todos sin excepción, a menos que se pueda demostrar que están en conflicto con la palabra de Dios y los derechos de la conciencia individual.”[40]

Ese voto parece bastante claro y fue aceptados por los White. Téngase en cuenta, sin embargo, que se dio realce a las limitaciones relacionadas con la “jurisdicción apropiada” de la Asociación General y “los derechos de la conciencia individual.” Vamos a volver a esos dos elementos siguientes.

Así se resolvió la cuestión de la autoridad de la Asociación General. ¿De veras? En la década de 1890 Elena de White haría unas declaraciones interesantes sobre el tema. En 1891, por ejemplo, escribió que “Me vi obligada a tomar la posición de que en la gestión y las decisiones de la Asociación General no estaba la voz de Dios…  Muchas de las posiciones adoptadas, saliendo como la voz de la Asociación General, han sido la voz de uno, dos o tres hombres que fueron desviando a la Asociación.”[41]“ De nuevo en 1896, ella observó que la Asociación General “ya no es la voz de Dios.”[42] Y en 1901 escribió que “las personas han perdido la confianza en aquellos que están a cargo de la obra. Sin embargo, se nos dice que la voz de la Asociación [General] es la voz de Dios. Cada vez que he oído esto, he pensado que era casi una blasfemia. La voz de la asociación debe ser la voz de Dios, pero no lo es.”[43]

Un análisis de estas declaraciones negativas nos indica que se refieren a ocasiones en que la Asociación General no actuó como un órgano de representación, cuando su autoridad en la toma de decisiones se centraliza en una persona o unas pocas personas, o cuando la Asociación General no había estado siguiendo principios sólidos.[44] Esta conclusión se alínea con las declaraciones de Elena de White a través del tiempo. De hecho, ella habló específicamente de este punto en un manuscrito leído ante la delegación del congreso de 1909 de la Asociación General en la que respondió a las actividades cismáticas de A. T. Jones y otros. “A veces”, dijo a los delegados, “cuando un pequeño grupo de hombres encargados de la gestión general de la obra busca, en nombre de la Asociación General, llevar a cabo planes imprudentes y restringir el trabajo de Dios, he dicho que ya no podía considerar que la voz de la Asociación general, representada por estos pocos hombres, como la voz de Dios. Pero esto no es decir que las decisiones de una Asociación General, compuesto por un conjunto de hombres debidamente designados, representativos de todas las partes del campo no deben ser respetados. Dios ha ordenado que los representantes de su iglesia de todas partes de la tierra, cuando está reunidos en una Asociación General, tendrán autoridad.”[45]

Así que el asunto está resuelto. ¿De veras? ¿La Asociación General en sesión ha evolucionado más allá de la etapa de la falibilidad como la voz de Dios? ¿Un voto oficial de un cónclave en todo el mundo tiene algo parecido a la infalibilidad papal? Algunos se preguntan esto.

Quienes más se preguntan esto en 2016 son los jóvenes adultos de la iglesia en los países desarrollados, muchos de ellos profesionales bien formados. Con toda honestidad y sinceridad no sólo están haciendo preguntas, sino que muchos están profundamente perturbados.

¿Cómo, algunos de ellos quieren saber, es que la voz de Dios funciona cuando se sabe ampliamente que alos delegados de algunas Uniones, en al menos dos Divisiones de dos continentes, se les dijo en términos inequívocos cómo votar en cuestiones como la ordenación de las mujeres, sabiendo que podrían enfrentarse a un interrogatorio si el voto secreto que salía mal? Ellos se preguntan cómo Elena de White vería tales maniobras en relación a la voz de Dios.

Y estos jóvenes adultos se preguntan sobre los abucheos e interrupciones hacia Jan Paulsen cuando planteó cuestiones relativas a la ordenación sin reprensión pública inmediata o significativa por las más altas autoridades de la denominación. Uno sólo puede preguntarse cómo Elena de White puede factorizar la voz de Dios en esa dinámica, o si ella hubiera visto sombras de Minneapolis.

Jóvenes adultos reflexivos también se preguntan acerca de que tan seriamente el presidente de la Asociación General está interpretando las acciones votadas-en-congreso como la voz de Dios. Un caso ampliamente difundido en el punto se llevó a cabo el sábado 11 de noviembre de 2011, en Melbourne, Australia. La Asociación de Victoria había planeado una reunión regional en toda la ciudad, que contaría con el Presidente de la Asociación General. Parte de las actividades del día incluyó la ordenación de dos hombres y la comisión de una mujer en un único servicio. Tanto el ordenamiento y la comisión estuvieron en línea con la política de la Asociación General, pero el presidente de la Asociación General insistió, en el último momento, que el servicio integrado sea dividido en dos servicios distintos: uno para la ordenación y el otro para la comisión, para que pudiera participar solamente en el servicio para los dos hombres sin tener que participar con la comisión.

Ahora, un adulto joven pensante, en buena hora tendría que otorgar al presidente el derecho de conciencia de no participar en la comisión de una mujer si no creen en ello. De hecho, parece estar en consonancia con el fallo de la sesión de 1877 de la Asociación General que respeta “los derechos de la conciencia individual”, incluso ante el voto de la más “alta autoridad bajo Dios” la Asociación General reunida en congreso.[46]

Eso es bastante claro. Pero para la gente que piensa, este hecho ha planteado preguntas relacionadas. Por ejemplo, ¿si el presidente de la Asociación General, puede optar por no alinearse con una política votada en congreso, podrían hacer lo mismo sobre la base de la conciencia? Más importante aún ¿por qué no podría toda la membresía de la Unión actuar en la misma lógica basada en la conciencia? Muchos han visto las acciones del presidente de la denominación alguien que ha establecido un precedente al dar un paso que lo puso fuera de armonía con la política de la iglesia mundial.

Otras preguntas han surgido en la mente de los jóvenes adultos de la denominación. Una de estas preguntas tiene que ver con el “rumor” de que algunos de los líderes principales de la denominación les gustaría revertir las acciones de la Asociación General, que han permitido la ordenación de ancianas locales y la comisión de las mujeres. ¿Qué nos dice esto acerca de los votos de la “voz de Dios”? ¿Que algunos están mal? Y si algunos están mal, ¿cómo sabemos cuáles son?

Y, por último, algunos se han preguntado si el Adventismo podría tener un problema en el que ha desarrollado un sistema de gobierno de la iglesia mundial en base a los procedimientos democráticos en una población en la que la mayor parte de los electores proceden de países que carecen de una herencia democrática verdaderamente funcional y donde el sistema jerárquico vertical incluso afecta a la votación secreta. Y, dada la pequeña proporción de votos en América del Norte, Europa y Australia, se preguntan si las necesidades especiales de esos campos nunca podrán cumplirse a menos que sean votados por la mayoría de la iglesia, que no puede entender las situaciones o siquiera se preocupan por ellos.

Parece ser que en el 2016 la dinámica de 1901 se ha dado vuelta. En ese entonces, el problema fue que Norteamérica no era sensible a las necesidades de los demás campos de la misión. Ahora son los campos de la misión quienes no son sensibles a las necesidades de Norteamérica. Y con ese tema es que hemos concentrado en el papel de la Uniones y por qué fueron creadas en primer lugar: porque la gente en su campo puede entender sus necesidades mejor que la gente a distancia.

Una ilustración contemporánea de la tensión entre las Uniones y las Autoridades Superiores

No debería ser una sorpresa para nadie en esta sala que el problema más grave relacionado con la tensión entre las asociaciones de la Unión y la Asociación General en 2016 es la cuestión de la ordenación de las mujeres al ministerio evangélico. No quiero pasar mucho tiempo en este tema, pero en el contexto de una Unión que votó a favor de ordenar mujeres en el año 2012 no sería totalmente responsable de mí parte el descuidar este tema.

Pero antes de entrar en el tema en sí, cabe señalar que la posición Adventista recientemente votada en la ordenación es un problema para muchos evangélicos y otros. Por ejemplo, un erudito de Biblia de Wheaton College, dijo recientemente a uno de mis amigos que no podía entender cómo una denominación que tenía una mujer profeta como su obrero más influyente podría tomar una posición tal. La votación en la mente de estas personas es o bien un signo de hipocresía o una ruptura de la lógica o ambos.

Aquí tenemos que mirar a algunos hechos básicos. Después de todo, la ordenación de la mujer:

  •  No es un tema bíblico (años de estudio sobre el tema no ha creado un consenso y tampoco lo harán votos repetidos),
  •  No es una cuestión del Espíritu de Profecía, y
  • No es una cuestión de política de la Asociación General.

Este último punto ha sido ampliamente malinterpretado. En ningún momento la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha especificado una calificación de género para la ordenación.[47] La Secretaría de la Asociación General ha sostenido recientemente lo contrario basándose en el lenguaje masculino que se utiliza en los Reglamentos Eclesiásticos-Administrados, sobre los requisitos para la ordenación.[48] Pero, tal como Gary Patterson ha señalado, “los Reglamentos Eclesiásticos-Administrativos estaban llenos de lenguaje de género masculino hasta la década de 1980, cuando se decidió cambiar su redacción con el género neutro. Un grupo editorial se le asignó la tarea, e hizo los cambios. El hecho de que cambiaron todo el resto del documento, pero no el texto de la sección de la ordenación no constituye una política, a no ser que aparezca en los criterios para la ordenación, que sobre todo no es así.” La decisión editorial, Patterson señala, se basó en el precedente o la tradición ya que todos los ministros ordenados hasta ese momento había sido varones.[49] Y mientras que la tradición en sí misma puede ser un buen peso de autoridad suficiente para la rama romana del catolicismo, nunca se ha aceptado en el adventismo. Si el argumento de la Secretaría es vista como concluyente, entonces tenemos editores desarrollando políticas comprometedoras de la iglesia mundial en lugar de una votación en un congreso de la Asociación General. Que, no hace falta decir, tiene serias implicaciones.

En este punto hay que volver a la acción de la Asociación General de 1877 que establece que el voto de la sesión de la Asociación General es la máxima autoridad en la tierra “cuando actúa dentro de su jurisdicción apropiada.”[50] Siendo que la selección de quienes serán ordenadas fue una prerrogativa de las asociaciones desde la década de 1860 y en el año 1900 fue transferida a las Uniones, no cae en la jurisdicción de la Asociación General, excepto en las áreas que la iglesia en todo el mundo en congreso haya votado como política. De este modo, las decisiones de la Asociación General sobre la cuestión de género están fuera de su jurisdicción hasta que se tome una acción de este tipo. Desde esa perspectiva, las Uniones de la División Norteamericana cometieron un gran error cuando le pidieron a la Asociación General el permiso de ordenar mujeres. Por el contrario, las Uniones deberían haber seguido la lógica de James White, que observó repetidamente que todas las cosas son lícitas si no contradice las escrituras y están en armonía con el sentido común.[51]

Antes de dejar el tema de la política tenemos que escuchar otra observación hecha por Gary Patterson. “Hay”, escribió, “una percepción existente de que la Asociación General no puede violar los reglamentos, que haga lo que haga constituye un reglamento, pero esto no es así. La Asociación General puede violar los reglamentos tan bien como cualquier otro nivel de la iglesia, siempre y cuando se actúa en contra de las disposiciones de los reglamentos. A menos que y hasta que la Asociación General cambia su reglamento mediante un voto, cualquier acción contraria a los reglamentos es una violación. Por lo tanto, las Uniones no están fuera de los reglamentos en este asunto de la integración de género en la ordenación de ministros. La propia Asociación General está fuera de los reglamentos al entrometerse en donde no tiene autoridad.”[52]

En el congreso de la Asociación General de 1990, la denominación votó oficialmente no ordenar mujeres al ministerio del evangelio a causa de “el posible riesgo de la desunión, la discordia, y el desvío de la misión de la iglesia.”[53] Eso fue hace 26 años y el paso del tiempo ha demostrado que la unidad puede ser fracturada en más de una dirección . Ya no se trata de dividir la iglesia y dificultando la misión. La iglesia ya está dividida. Y ya sea que los que están dentro de la fosa lo reconozcan o no, un número significativo de jóvenes adultos están dejando la iglesia sobre este tema, incluso como muchos más, sin dejar de asistir, prestan oídos sordos a la autoridad de la iglesia.

La denominación necesita darse cuenta que este problema simplemente no va a desaparecer. Algo así como la cuestión de la esclavitud en los Estados Unidos desde la década de 1820 hasta la década de 1860, la ordenación de mujeres permanecerá en el orden del día, no importa cuánto dinero se gasta en estudiar el tema y no importa cómo se toman muchos votos. Sin una conexión adecuada con la base de las escrituras, la legislación a nivel mundial de la Asociación General no será y no puede traer una solución.

Y una vez más estamos de vuelta a ver la razón del porque las Uniones fueron creados en 1901. Es decir, que las personas en sus campos están en mejores condiciones para decidir cómo facilitar la misión en sus áreas. Y aquí podría sugerir que el problema real en 2016 no es la ordenación de las mujeres, sino el papel de las Uniones. El problema de la ordenación es solamente un problema en la superficie. Pero es un problema que no puede ser evitado. Y aquí tengo que dar marcha atrás desde una posición que sugerí al seminario anual de liderazgo de la División Norteamericana en diciembre del 2012. En ese momento me di cuenta que el problema podría ser resuelto sólo por la supresión de la palabra “ordenación” (que en el sentido que usamos no es bíblico) y solo comisionar a todos los pastores, independientemente del género. Pero he llegado a ver que es como una manera de escabullirse y evitar la verdadera cuestión de la relación entre las Uniones y la Asociación General.

Ese pensamiento me lleva a mi último punto.

Hay una autoridad superior a la de la Asociación General

Aquí tenemos que recordar el título de este artículo: “El Rol que desempeñan las Uniones en relación a las autoridades superiores” – en plural. Aunque que la Asociación General en congreso puede ser la máxima autoridad en la tierra, sin embargo, hay una autoridad más alta en el cielo. Ellen White hizo ese punto cuando escribió en 1901 que “los hombres no son capaces de gobernar la iglesia. Dios es nuestro Gobernante.”[54]

Con esto en mente, tenemos que mencionar brevemente varios puntos:

  1. Es Dios a través del Espíritu Santo que llama a los pastores y los equipa con los dones espirituales (Ef. 4:11). La iglesia no llama a un pastor.
  2. La Ordenación, tal como la conocemos, no es un concepto bíblico, sino uno desarrollado en la historia de la iglesia primitiva, y Elena White señala que eventualmente fue “abusado en gran medida” y una “injustificable importancia se le ha adherido a este acto.”[55]
  3. Sin embargo, la imposición de las manos es un concepto bíblico y aparece en la Biblia, leemos en los Los Hechos de los Apóstoles que era un “reconocimiento público” a los que Dios ya había llamado. Pero esta ceremonia no añade ningún poder o calificación en las personas ordenadas.[56] Con el tiempo, la iglesia primitiva comenzó a llamar a la ceremonia de la imposición de manos, como un servicio de ordenación. Sin embargo, “la palabra ‘ordenación’ en español, a la que nos hemos acostumbrado, no se deriva de la palabra griega que se usa en el Nuevo Testamento, sino del latín ordinare.”[57]
  4. La Iglesia Adventista del Séptimo Día reconoce el llamamiento de hombres y mujeres en el ministerio pastoral de Dios por la imposición de las manos. Esto es bíblico. Pero llama a una ordenación y a la otra comisión. Eso no es bíblico. Por el contrario, no es más que un juego de palabras que al parecer tiene conceptos medievales de la ordenación en su raíz ya que ciertamente no hay bases para esto ni en la Biblia ni en los escritos de Elena de White.

Y aquí estamos de vuelta a la pregunta que hice al principio. ¿Estamos felices de ser católicos en el sentido tradicional adventista o preferimos ser católicos romanos? Cuando cualquier organización, incluyendo el adventismo, comienza a imponer las ideas no bíblicas en contra de las bíblicas, como la vocación pastoral y la imposición de las manos como reconocimiento del llamado de Dios, puede estar llegando peligrosamente cerca de la imitación de algunos de los más graves errores del catolicismo romano.

Aquí Mateo 18:18 nos es útil. Desde la perspectiva de Roma, la idea es que todo lo que los votos de la iglesia en la tierra son ratificados en el cielo. Pero el griego en el verso realmente dice que “lo que ates en la tierra ya habrá sido atado en los cielos”. El Comentario bíblico adventista del séptimo día dice lo correcto cuando señala que “incluso en este caso la ratificación del cielo de la decisión sobre la tierra se llevará a cabo sólo si la decisión se toma en armonía con los principios del cielo.”[58] Es Dios quien llama. Todo lo que la iglesia puede hacer es reconocer que el llamado a través del acto bíblico de la imposición de manos.

Después de 115 años el Adventismo todavía se enfrenta a las dos tentaciones romanas que son el poder autoritario y autoridad de arriba hacia abajo. Pero, a diferencia de la iglesia antes de la reorganización de 1901, la denominación tiene ahora la maquinaria en su lugar para rechazar con eficacia el desafío. Sin embargo, le tocará a algún historiador en el futuro, que informe sobre si el Adventismo del siglo XXI decidió usar o descartó por negligencia la maquinaria.


Notas

[1]  Por más información acerca del desarrollo de las unions, ver Barry David Oliver, SDA Organizational Structure: Past, Present and Future (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1989); por un bosquejo del desarrollo de la organización adventista, ver George R. Knight, Organizing for Mission and Growth: The Development of Adventist Church Structure (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2006).

[2] [George I. Butler], Seventh-day Adventist Year Book: 1888 (Battle Creek, MI: Review and Herald, 1889), p. 50, citado en Oliver, p. 58; énfasis añadido.

[3] O. A. Olsen, “The Movements of Laborers,” Review and Herald, 12 de junio de 1894, p. 379.

[4] General Conference Bulletin, 1913, p. 108.

[5] E. G. White a W. C. y Mary White, 23 de agosto de 1883.

[6] E. G. White a W. W. Prescott y su esposa, 1 de septiembre de 1896.

[7] E. G. White, “The Great Need of the Holy Spirit,” Review and Herald, 16 de julio de 1895, p. 450; énfasis añadido.

[8] E. G. White, Special Testimonies: Series A (Payson, AZ: Leaves-of-Autumn, n.d.) pp. 299, 300.

[9] Erich Baumgartner, “Church Growth and Church Structure: 1901 Reorganization in the light of the Expanding Missionary Enterprise of the SDA Church,” Seminar Paper, Andrews University, 1987, p. 66.

[10] E. G. White to Ministers of the Australian Conference, Nov. 11, 1894; E. G. White, General Conference Bulletin, 1901, p. 70.

[11] Ver Knight, Organizing, pp. 81-83.

[12] General Conference Committee Minutes, 25 de enero de 1893.

[13] General Conference Bulletin, 1913, p. 108; énfasis añadido.

[14] Oliver, p. 130.

[15] O. A. Olsen a A. T. Robinson, 25 de octubre de 1892; ver Knight, Organizing, pp. 78-80 por una secuencia de los eventos.

[16] Ver Knight, Organizing, pp. 76-80.

[17] E. G. White, MS 43a, 1901.

[18] General Conference Bulletin, 1901, p. 26; énfasis añadido.

[19] A. G. Daniells a George LaMunyon, 7 de octubre de 1901, citado en Gerry Chudleigh, Who Runs the Church? Understanding the Unity, Structure and Authority of the Seventh-day Adventist Church (n.d.: Advent Source, 2013), p. 18.

[20] E. G. White, MS 26, 3 de abril de 1903; énfasis añadido.

[21] Chudleigh, p. 18; énfasis añadido.

[22] Ibid.

[23] General Conference Bulletin, 1901, pp. 69, 464.

[24] E. G. White, “Bring an Offering to the Lord,” Review and Herald, 26 de noviembre de 1901, p.

761.

[25] E. G. White, MS 26, 3 de abril de 1903; General Conference Bulletin, 1901, p. 462.

[26] A. G. Daniells a E. R. Palmer, 28 de agosto de 28, 1901; citado en Chudleigh, p. 16; énfasis añadido.

[27] General Conference Bulletin, 1903, p. 18.

[28] E. G. White a J. Arthur, 14 de enero de 1903; énfasis añadido.

[29] J. H. Kellogg a W. C. White, 7 de agosto de 1895; C. H. Parsons a A. G. Daniells, 6 de julio de 1903.

[30] E. G. White, MS 26, 3 de abril de 1903.

[31] E. G. White a A. G. Daniells y sus compañeros de trabajo, 12 de abril de 1903.

[32] Ver Oliver, p. 202, n. 3.

[33] E. G. White al Comité de la Asociació General y el Comité Editorial de la Review and Herald y Pacific Press, 8 de abril de 1894; ver también E. G. White, Testimonies for the Church (Mountain View, CA: Pacific Press, 1948), vol. 9, pp. 259, 260.

[34] A. G. Daniells, European Conference Bulletin, p. 2, citado en Oliver, p. 320.

[35] Ver George R. Knight, A. T. Jones: Point Man on Adventism’s Charismatic Frontier (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2011), pp. 213-215.

[36] Oliver, pp. 317 n.2, 341

[37] Ibid., pp. 346, 338, 339, 355, 345 n.1, 340; énfasis añadido.

[38] Chudleigh, pp. 31-37.

[39] J. White, “Organization,” Review and Herald, 5 de agosto de 1873, p. 60.

[40] “Sixteenth Annual Session of the General Conference of S. D. Adventists,” Review and Herald, 4 de octubre de 1877, p. 106; énfasis añadido.

[41] E. G. White, MS 33, 1891.

[42] E. G. White a hombres que ocupan puestos de responsabilidad, 1 de julio de 1896.

[43] E. G. White, MS 37, Apr. 1901.

[44] Oliver, pp. 98, 99.

[45] E. G. White, Testimonies, vol. 9, pp. 261, 262.

[46] “Sixteenth Annual Session,” Review and Herald, 4 de octubre de 1877, p. 106.

[47] Ver Working Policy of the General Conference of Seventh-day Adventists, L 50.

[48] General Conference Secretariat, “Unions and Ordination to the Gospel Ministry”; ver Working Policy L 35 como la base de discusión.

[49] Gary Patterson, crítica sin título del documento de la Secretariat “Unions and Ordination,” p. 1.

[50] “Sixteenth Annual Session,” Review and Herald, 4 de octubre de 1877, p. 106.

[51] James White, “Making Us a Home,” Review and Herald, 26 de abril de 1860, p. 180; George R. Knight, “Ecclesiastical Deadlock: James White Solves a Problem that Had No Answer,” Ministry, Julio de 2014, pp. 9-13.

[52] [Gary Patterson], “Does the General Conference Have Authority?” p. 9.

[53] “Session Actions,” Adventist Review, 13 de julio de 1990, p. 15.

[54] E. G. White, MS 35, 1901.

[55] E. G. White, Acts of the Apostles (Mountain View, CA: Pacific Press, 1911), p. 162; ver también mi sermón sobre “El significado bíblico de la ordenación” en YouTube y otros medios.

[56] Ibid., pp. 161, 162.

[57] Russell L. Staples, “A Theological Understanding of Ordination,” en Nancy Vyhmeister, ed., Women in Ministry: Biblical and Historical Perspectives (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1998), p. 139.

[58] Francis D. Nichol, ed., Seventh-day Adventist Bible Commentary, vol. 5, p. 448

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