Elena de White, las Mujeres en el Ministerio y la Ordenación de la Mujer

Elena de White, las Mujeres en el Ministerio y la Ordenación de la Mujer

Por Denis Fortin

 

Es bien conocido que Elena de White apoyó la participación de las mujeres en diversas formas del ministerio y no es algo que se debate entre los adventistas del séptimo día. Muchas publicaciones, en particular Hijas de Dios y algunas secciones de Evangelismo[1],  han ayudado a los adventistas a estar más conscientes de los pensamientos de ella sobre el tema. Y actualmente las mujeres están involucradas en todas las formas de ministerio en la Iglesia Adventista. Surgen preguntas, sin embargo, en cuanto al nivel de afirmación y reconocimiento que la iglesia debería dar a estas mujeres en el ministerio. ¿Debería ser el mismo reconocimiento que se les da a los hombres involucrados en las mismas formas de ministerio?

No hay muchos pasajes a los que acudir en los escritos de Elena de White para fundamentar un caso en favor o en contra de la ordenación de la mujer en la Iglesia Adventista; no hay ningún “texto de prueba” preciso que diga que una mujer puede ser ordenada para llegar a ser la pastora de una iglesia o una presidenta de asociación. Por lo tanto, se traen a consideración muchos otros asuntos y conceptos, se los discute y se argumenta sobre ellos para apoyar las diversas perspectivas sobre este asunto. Además, se han escrito tantas publicaciones sobre el tema durante los últimos cuarenta años que no estoy seguro que ahora sea posible algún pensamiento o argumento nuevo. Pero por causa de aquellos en este Comité de Estudio que pueden no haber leído todos los libros y artículos en favor y en contra de la ordenación de la mujer ofrezco los pensamientos e ideas que siguen.

Lo que quisiera ofrecer en este documento es que una consideración cuidadosa del pensamiento de Elena de White sobre el rol de la mujer en la iglesia, tomando en su contexto del siglo XIX, su comprensión de la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, sus consejos respecto al ministerio y sus muchas funciones tomadas en su contexto histórico, y su comprensión no sacramental de la ordenación y la práctica de la ordenación en los comienzos de la Iglesia Adventista, puede apoyar el caso de permitir la ordenación de las mujeres hoy. Elena de White apoyó la participación de las mujeres en el ministerio pero lo que es menos conocido es el contexto histórico y social en el cual ella hizo estos comentarios y por qué. Leído en su contexto, aquello por lo cual ella abogó asume una nueva perspectiva que nos ayuda a entender que en muchas maneras ella estuvo adelantada a su tiempo, pero también en sincronización con otros movimientos que abogaban por dar a las mujeres un rol más prominente en la sociedad y en la iglesia. La perspectiva que yo extraigo de los escritos de Elena de White nos anima a ir adelante y extender los límites de nuestra comprensión del ministerio y la ordenación, avanzar en fe y responder a la conducción de Dios en la participación de las mujeres en el ministerio porque tenemos una misión para terminar.

EL APOYO DE ELENA DE WHITE A LAS MUJERES EN EL MINISTERIO

El contexto social

Durante su ministerio profético, Elena de White no solo se refirió a asuntos de doctrina y de conducta para ayudar a preparar al pueblo de Dios para la segunda venida de Cristo, sino que también se refirió a asuntos de maldad intrínseca en la sociedad. En su propio estilo ella fue una defensora de reformas, una reformadora social, y a veces ella se volvió insistente en estas reformas. Ella inmediatamente abrazó la causa del abolicionismo y aun defendió la desobediencia social en respuesta del Fugitive Slave Act [Decreto del Esclavo Fugitivo] del gobierno federal, de 1850[2]. Defendió la temperancia, el cierre de los salones y tabernas, y urgió a las mujeres a tomar una posición firme contra los males del alcohol en sus hogares y ciudades[3]. Defendió la reforma de la salud[4] y la reforma de la educación[5]. Actualmente, nos beneficiamos grandemente gracias a estas reformas y raramente pensamos en la influencia que mujeres como Elena de White tuvieron para hacer nuestra sociedad e iglesia lo que han llegado a ser. En gran medida nos hemos olvidado de las condiciones sociales en las cuales vivieron nuestros antepasados.

Los primeros adventistas comprendieron las palabras proféticas de Pablo en Gálatas 3:28 de que “no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, como la semilla de muchas reformas que condujeron a la abolición de males sociales como la esclavitud, la distinción de clases basada en derechos de nacimiento, y exclusión de género en la sociedad y en la iglesia. Por lo tanto, los primeros adventistas fueron abolicionistas, demócratas sociales y republicanos en el gobierno. Dado el contexto histórico y social, podemos decir que en gran medida Elena de White estuvo adelantada a su tiempo al abogar por algunas de estas reformas. Pero por otra parte, ella estuvo llevando el paso con su tiempo y abogó por reformas que muchos otros grupos cristianos también defendían.

También en este contexto está el rol de las mujeres en la sociedad. En general, las mujeres ejercían poca influencia en la sociedad estadounidense en el siglo XIX. Las mujeres no podían votar. En muchos lugares no podían poseer una propiedad y su bienestar dependía a menudo de un esposo fiel o de relaciones de familia. Pocas recibían una educación más allá de la escuela primaria, y un número muy pequeño tenía una carrera profesional de toda la vida. Los males sociales eran particularmente penosos para las mujeres. El abuso físico y sexual era agresivo, particularmente en los hogares donde el alcoholismo era un factor. La falta de un cuidado adecuado de la salud y una higiene pobre privaban a las mujeres de una vida buena y frecuentemente causaban la muerte de la madre y/o del niño en el parto.

Por otro lado, Elena de White fue afortunada y tuvo la bendición de haber sido criada en un buen hogar cristiano, con un padre creyente devoto que no bebía alcohol, y una madre que cuidaba profundamente por las necesidades físicas y espirituales de su familia y les proveía una educación. Conoció de primera mano las bendiciones que tal hogar proporciona a los padres, a los hijos, y por extensión a la comunidad. En su propio hogar, ella repitió lo que vio hacer a sus padres cuando ella era una niñita. Elena de White comprendió el rol importante que una mujer piadosa podría tener en el hogar, en la comunidad y en la iglesia.

Conocer el contexto de declaraciones de Elena de White respecto a los roles de las mujeres en la sociedad y en la iglesia nos ayuda también a definir un retrato más claro de Elena de White y su influencia, y por qué ella abogó en pro de estas ideas. Actualmente nos hemos familiarizado con muchos aspectos de los roles de la mujer en la sociedad y en la iglesia, y no pensamos acerca de cómo era la vida ciento cincuenta años atrás. Leemos las declaraciones de Elena de White sobre las mujeres en el ministerio y damos un gesto afirmativo sin comprender que cuando ella declaró esas ideas fue percibida como empujando los límites de la normalidad y aun los límites de la decencia y el decoro. Muchos hombres no estaban felices con la promoción que ella hacía de estas ideas y muchos se dirigían a la Biblia para encontrar argumentos contra la participación de las mujeres. Si hoy tenemos mujeres en el ministerio como maestras, evangelistas, pastoras, administradoras, tesoreras y capellanas, es en parte porque Elena de White abogó por estos roles en la iglesia y como iglesia hemos seguido su dirección por más de 130 años. ¿Retrocederemos en esa historia y anularemos este estímulo dado a las mujeres en el ministerio?

Mujeres que hablan en reuniones religiosas

Como lo he mencionado, hace un siglo las mujeres no estaban tan involucradas en la vida pública, social o religiosa, como lo están hoy. En realidad, a veces era una novedad inapropiada ver a una mujer hablar en una asamblea. Recordemos que los primeros intentos de Elena de White en 1845 y 1846 de comunicar el contenido de sus primeras visiones a grupos de ex milleritas fueron recibidos con desagrado aprensivo de parte de su familia. No se suponía que una mujer soltera viajase en esos años, y menos aun que hablase en asambleas religiosas, a menos que estuviese acompañada por un pariente de la familia. Se consideraba indecoroso de parte de ella hacer esto y su conducta hacía que su familia estuviese preocupada por su reputación[6].

Más adelante en su vida, Elena de White llegó a estar muy involucrada en el movimiento de temperancia en los Estados Unidos. Llegó a ser conocida como una buena oradora en las reuniones de temperancia y atrajo a grandes multitudes de personas curiosas que, en parte, deseaban oír hablar a una mujer. A fines del siglo XIX todavía era una novedad oír a una mujer hablar en público[7].  Muchas personas objetaban ver a mujeres hablar en reuniones religiosas en base a dos admoniciones de Pablo en 1 Corintios 14:34, 35 y 1 Timoteo 2:12.

Dos interesantes anécdotas del ministerio de Elena de White ilustran unos pocos aspectos de este contexto de mujeres que hablan en público y cómo ella superó la resistencia hacia su ministerio público. En octubre de 1870, durante una gira de iglesias en la región del oeste medio, Jaime y Elena White se detuvieron en una reunión en Tipton, Indiana. En cartas a sus hijos, Willie y Edson, ella narró su encuentro con dos mujeres metodistas que vinieron a oírla.

Martes de tarde [Octubre 11] dejamos el campamento en Tipton. En la estación fuimos abordados por dos damas, miembros de la Iglesia Metodista, que habían venido con el propósito de hablar conmigo. Una había sido educada como una Amiga [miembro de la Sociedad de los Amigos], y todavía retenía su “tú” y “vos”. Ambas parecían haber tenido una experiencia en las cosas de religión. Se sintieron muy complacidas con mi discurso el domingo de tarde. Ellas, con otras mujeres cristianas en el lugar, creían que la mujer puede ejercer una poderosa influencia mediante el trabajo público en la causa de Dios; pero un grupo grande, incluso los ministros de varias denominaciones, sostenían que ella estaba enteramente fuera de su lugar en el escritorio.

Al enterarse de que yo iba a hablar en el campamento, ambas partes decidieron ir y oírme, concordando en que si yo probaba que era capaz de exponer las Escrituras para la edificación de mis oyentes, los ministros deberían desistir de su oposición a que hable la mujer, y, por otra parte, si mis comentarios no fuesen edificantes, las damas aceptarían el punto de vista de los ministros sobre el asunto.

Estas dos damas vinieron a la reunión sintiendo que mucho estaba en juego. Dijeron: “Oramos fervientemente que Dios le diese a usted libertad [de expresión] y el poder de su gracia; y nuestras expectativas fueron más que cumplidas. Dios le ayudó a usted a hablar. Se hizo tal impresión en esta comunidad como nunca fue conocida antes. Usted nos ha dicho verdades de las cuales muchos eran ignorantes. Todos tendremos un tema que demandará seria reflexión. El prejuicio contra el hecho de que hable la mujer ha desaparecido. Si la gente hubiese sabido que usted hablaría al público, cualquiera de las iglesias del lugar le habrían abierto alegremente sus puertas”. Estas mujeres cristianas nos rogaron que nos quedáramos y habláramos otra vez, pero les dijimos que era imposible. También nos invitaron a venir al campamento metodista el año próximo, prometiéndonos una buena audiencia. Luego me desearon un buen viaje, y partimos[8].

Diez años después, en una carta a su esposo Jaime, Elena de White narró algunas de las actividades en las que ella y otros colegas habían estado involucrados cerca de Oakland, California. Entre muchas cosas, ella le dijo a Jaime lo siguiente.

El Pastor Haskell habló en la tarde y sus labores fueron bien recibidas. Yo tuve en la tarde, según se dijo, la congregación más grande que jamás se había reunido en Arbuckle. La casa estaba llena. Muchos vinieron desde cinco a diez y doce millas. El Señor me dio especial poder al hablar. La congregación escuchaba como embelesada. Nadie se fue de la casa aunque hablé más de una hora. Antes de que yo comenzara a hablar, el Pastor Haskell tenía un [pequeño] trozo de papel que (le) fue entregado citando cierto texto que prohibía a las mujeres hablar en público. Él encaró el asunto en forma breve y muy claramente expresó el significado de las palabras del apóstol. Entiendo que fue un Cambelita [así dice el texto] quien escribió la objeción y que había circulado ampliamente [entre la audiencia] antes de que llegara al escritorio; pero el Pastor Haskell hizo todo claro ante la gente.[9]

Estas anécdotas ilustran unos pocos conceptos importantes para nuestra discusión sobre mujeres en el ministerio. Primero, era una novedad tanto en Indiana como en California ver a una mujer que hablase sobre asuntos religiosos y muchas personas sintieron que era inapropiado. Sin embargo, Elena de White notó que la asistencia en ambas reuniones era buena, y en California la casa estaba llena y nadie se fue de la reunión aunque ella habló por un largo tiempo. Debiéramos notar también que ella no vio como su tarea el argüir con la gente que sentía de otra manera. Ella dejó a otros la responsabilidad de defender su ministerio público.

En ambas anécdotas, Elena de White se refiere a quienes se oponen a tener a una mujer que hable y sugiere que esta oposición estaba a veces basada en la Biblia. En la reunión de California, se refirió a una nota que había circulado en la congregación. Era de un “Cambelita”, que es un miembro de la Iglesia de Cristo del movimiento restauracionista Stone-Campbell, quien citó cierto texto de la Escritura acerca de que a las mujeres se les prohibía hablar en público. No se nos dice cuál era ese texto, pero podemos conjeturar que era 1 Corintios 14:34-35 ó 1 Timoteo 2:12. Los cristianos en el movimiento Stone-Campbell consideraban estos dos textos como informaciones directas acerca de las mujeres, sin ninguna necesidad de interpretar o comprender el contexto de Pablo. Consideraban la admonición de Pablo, “vuestras mujeres callen en las congregaciones” como un mandato que debía ser obedecido en todo tiempo y en todo lugar. Dos reglas básicas de interpretación que guiaron su estudio de la Biblia —hacer solo lo que está específicamente ordenado o practicado en el Nuevo Testamento, y prestar atención a las palabras concretas, no a principios o ideas abstractas— impidieron al fundador de su movimiento, Alexander Campbell, condenar la esclavitud durante la Guerra Civil Americana (porque el Nuevo Testamento no dice nada contra la esclavitud), pero lo hicieron condenar a las mujeres predicadoras (porque el Nuevo Testamento dice que las mujeres debieran guardar silencio). En contraste, los adventistas condenaron la esclavitud y animaron a las mujeres predicadoras[10].

Elena de White mencionó a Jaime que Stephen Haskell respondió brevemente a esta objeción “Cambelite” antes que ella hablase y “expresó muy claramente el significado de las palabras del apóstol”. Y por el contexto es obvio que Elena de White concordó con esta explicación.

¿Qué le dijo Stephen Haskell a esta audiencia? ¿Cuál era su creencia sobre este tema de mujeres que hablaran en la iglesia o en público, de mujeres ocupadas en el ministerio? ¿Cuál fue su explicación con la que Elena de White concordó? Durante la décadas de 1860 y 1870, apareció una cantidad de artículos en publicaciones de la Iglesia Adventista, la Review and Herald y Signs of the Times, sobre este tema de mujeres como oradoras en reuniones religiosas. El hecho de tener una mujer profetisa que hablaba regularmente en asambleas de la iglesia y en reuniones públicas estaba destinado a suscitar algunas preguntas respecto a estos dos textos claves del Nuevo Testamento, particularmente también en el contexto de que los movimientos Adventista y de Stone-Campbell estaban en constante interacción en la región del oeste medio en el siglo XIX. Tres artículos sobre este tema fueron publicados en 1879, durante el año anterior a que esta anécdota tuviese lugar en el ministerio de Elena de White.

En enero de 1879, J. N. Andrews publicó un corto artículo en la Review and Herald sobre mujeres como oradoras en la iglesia. En este artículo, Andrews trata de explicar los dos textos principales usados para prohibir que las mujeres hablen en la iglesia. Su propósito es mostrar que un estudio cuidadoso de estos textos no puede respaldar esta conclusión. Con referencia a 1 Corintios 14:34-35, él explicó que la intención de Pablo era evitar confusión en la iglesia y urgir a las mujeres a dejar de charlar entre ellas durante el servicio de adoración. Por lo tanto, “lo que el apóstol dice a las mujeres en dicha iglesia, y en ese estado de cosas, no debe ser tomado como directivas a todas las mujeres cristianas en otras iglesias y en otros tiempos, cuando y donde no existen tales desórdenes”. Respecto a 1 Timoteo 2:12, Andrews entiende que “este texto da la regla general de Pablo con respecto a las mujeres como maestras públicas. Pero hay algunas excepciones a esta regla general que han de extraerse aun de los escritos de Pablo, y de otras escrituras”. En realidad, la evidencia que Andrews luego da indica que esta regla general más bien es la excepción y que las mujeres están libres para trabajar en el ministerio[11].

Unos pocos meses más tarde ese mismo año, Andrews nuevamente publicó un breve artículo sobre este tema, esta vez en Signs of the Times. En respuesta a un artículo que había leído en otra publicación, que declaraba que a las mujeres no se les permitía hablar en las iglesias de la era primitiva, él explicó que dicha posición no estaba de acuerdo con el testimonio del Antiguo y del Nuevo Testamentos, y que la observación de Pablo en Gálatas 3:28 era responsable de la “benevolente difusión del cristianismo” para oponerse a la degradación a la que las mujeres habían estado sujetas en sociedades no cristianas. “El número de mujeres de quienes se ha hecho mención honorable por sus labores en el Evangelio no es pequeño. Ahora, en vista de estos hechos, ¿cómo puede algún hombre en esta era de Biblias decir que la Biblia no menciona a las mujeres, o no les da un lugar en la obra de Dios? El Señor elige a sus propios obreros, y él no juzga como el hombre juzga. El hombre mira a la apariencia; Dios juzga el corazón, y él nunca comete errores”[12].

Otro artículo publicado antes del incidente anecdótico de Elena de White en California es un artículo publicado por su esposo en la Review and Herald. Mientras explicaba el texto que está en 1 Corintios 14, Jaime White concedió que Pablo puede haberse referido a que mujeres participaran en reuniones de negocios de la iglesia pero tomó la firme posición de que este texto no se refería a una prohibición de que las mujeres participasen en servicios de adoración. Antes bien, “Pablo… coloca a los hombres y a las mujeres lado a lado en la posición y obra de enseñar y orar en la iglesia de Cristo”. White también dio numerosos ejemplos de mujeres que ministraron para Dios en el Antiguo y Nuevo Testamentos para mostrar que no hay tal prohibición de que las mujeres trabajen para el Evangelio o hablen en asambleas eclesiásticas[13].

Los artículos publicados en revistas adventistas en este período tomaron la posición de que aquello a lo cual se refería Pablo en 1 Corintios 14 y 1 Timoteo 2 tuvo que ver con situaciones particulares en las iglesias locales de su tiempo. El consejo de Pablo respecto a estas situaciones no era aplicable a todas las congregaciones de la iglesia. Los pioneros adventistas no entendieron que Pablo enunciaba una prohibición general y universal de que las mujeres hablasen en reuniones religiosas. Muchos de estos artículos se refirieron también a muchas de las colaboradoras mujeres de Pablo para declarar la conclusión obvia de que Pablo por lo tanto no hablaba contra las mujeres en el ministerio. Además, ninguno de estos artículos usó el argumento de que una mujer profetisa (esto es, Elena de White) tenía una dispensación especial de Dios para hablar en la iglesia —un argumento que es usado repetidamente hoy para eludir la prohibición incomprendida y para argüir que las mujeres sin un llamado profético de Dios no debieran ocuparse en hablar en público en reuniones religiosas.

De alguna manera la historia de nuestra interpretación de estos pasajes se ha olvidado: uno de nuestros fundadores de la iglesia fue una mujer y ella habló extensamente en congregaciones. Si esta fue la posición tomada por nuestros líderes de la iglesia hace 130 años en una era cuando las mujeres no tenían igualdad social, creo que ciertamente favorecerían que las mujeres se ocupasen en el ministerio hoy y no verían ninguna razón para no incluir a las mujeres en obra pastoral y en otras formas de ministerio en la iglesia. Es en este contexto que Elena de White animó a las mujeres a involucrarse en muchos aspectos del ministerio porque creía genuinamente que Dios llama a las mujeres al ministerio tanto como llama a los hombres.

También encuentro interesante que en sus 70 años de ministerio Elena de White nunca se refirió o comentó 1 Corintios 14:34-35 ó 1 Timoteo 2:12 para limitar el ministerio que las mujeres pueden hacer en la iglesia o en la sociedad. También su silencio habla elocuentemente en cuanto a la importancia que debiéramos darles a estos pasajes.

EL SIGNIFICADO Y LA EXTENSIÓN DEL MINISTERIO

Otra área de discusión es el nivel de participación de las mujeres en el trabajo de la iglesia y en el ministerio. ¿Puede una mujer hacer las mismas actividades o cumplir las mismas funciones que un hombre puede hacer? ¿Hay prohibiciones, como el concepto de la primacía masculina[14] y las admoniciones de Pablo en sus epístolas, al grado que una mujer pueda trabajar para Dios en conexión con el ministerio de la iglesia? Eso nos conduce a ponderar qué quiso decir Elena de White por ministerio, y una cantidad de declaraciones que ella escribió mientras vivió en Australia en la década de 1890 son muy instructivas.

En 1898, Elena de White habló muy fuertemente acerca de la necesidad de remunerar equitativamente a las esposas de pastores que hacen ministerio en equipo. Aun si algunos hombres pueden no haberse sentido cómodos con las mujeres que hacían ministerio en sociedad con sus esposos y eran remuneradas por ello, ella arguyó de que “esta cuestión no es para que la resuelvan los hombres.  El Señor la ha resuelto”. Ella continuó diciendo que Dios está llamando a las mujeres para que se ocupen en el ministerio y en algunos casos ellas “harán más bien que los ministros que se descuidan en visitar al rebaño de Dios”. Ella declaró enfáticamente: “Hay mujeres que debieran trabajar en el ministerio evangélico”[15].

Esta declaración inmediatamente suscita una pregunta: ¿Qué quiere decir Elena de White por “ministerio”? Algunos arguyen que cuando ella usa la palabra ministerio con referencia a los hombres se refiere al ministerio evangélico de un ministro ordenado, y cuando usa la palabra con referencia a las mujeres se refiere a otras clases de ministerio de apoyo, como evangelismo personal, visitación de hogares de los pobres, enseñanza de la Biblia, o colportaje. Personalmente no pienso que esa clara distinción está enteramente justificada porque el significado de ministerio cambió en las primeras décadas de la Iglesia Adventista y también la práctica de la ordenación y quién recibe la ordenación. En las primeras décadas de la obra adventista, solo el predicador itinerante, o el evangelista, era ordenado, y se hacía referencia a él como un ministro ordenado o “ministro evangélico”. El ministerio en esa época estaba concentrado en la obra del evangelista. Con el tiempo, sin embargo, otras clases de tareas o funciones llegaron a ser parte de aquello en lo cual consiste el ministerio. El trabajo de los obreros bíblicos, colportores evangélicos, educadores, redactores y obreros de las casas publicadoras, y otros administradores comenzaron a ser incluidos en la obra del ministerio para la iglesia. Y los hombres en esas funciones, que al principio no estaban ordenados, comenzaron a ser ordenados. Estos cambios y desarrollos necesitan ser parte de nuestra comprensión del contexto en el cual Elena de White escribió sus palabras de aliento a las mujeres en el ministerio[16]. Sus mensajes de aliento a las mujeres nos ayudan a ver este cambio en la comprensión adventista del ministerio, de un significado estrecho a una inclusión amplia de muchas funciones, y ella anima consistentemente a las mujeres a unirse en todos los aspectos del ministerio. Sus palabras de aliento son inclusivas y amplias.

En 1879, Elena de White encaró una situación difícil en la iglesia de South Lancaster en Massachusetts. Sintió que los ministros que trabajaban en esa iglesia o en el área no habían sido buenos líderes. Un pastor tenía “una disposición a dictar y controlar los asuntos”. Sabiendo que había “mujeres humildes, devotas” en esa congregación que habían sido tratadas despectivamente por esos ministros, ella hizo este comentario: “No siempre los hombres son los que están mejor adaptados a la administración exitosa de una iglesia. Si mujeres fieles tienen más piedad profunda y verdadera devoción que los hombres, ellas ciertamente, por sus oraciones y sus labores, podrían hacer más que hombres que no están consagrados en el corazón y en la vida”.[17]  En esta temprana declaración el ministerio del ministro ordenado incluía la administración de una iglesia y, en su opinión, las mujeres podían tener ese ministerio y ser tan efectivas como los hombres. Obviamente, esta declaración no demanda la ordenación de mujeres, pero es el comienzo de un patrón en los escritos de Elena de White donde vemos su respuesta a algunas situaciones en las que invita a los dirigentes de la iglesia a considerar que se les pida a las mujeres a hacer el trabajo, o parte de él, que hacen los hombres que han sido ordenados. Para Elena de White, esta división de trabajo es favorable para facilitar la misión de la iglesia.

Siempre cercana al corazón de Elena de White estaba la obra de los colportores evangelistas, que vendían libros llenos de la verdad a aquellos que no estaban familiarizados con los mensajes de los tres ángeles. En 1880 ella declaró que el colportaje era una buena preparación para el trabajo de los ministros. “Si hay una obra más importante que otra, es la de presentar al público nuestras publicaciones, induciéndolo así a escudriñar las Escrituras. La obra misionera —que consiste en introducir nuestras publicaciones en el seno de las familias, conversar y orar con ellas—, es una obra buena que instruirá a los hombres y mujeres acerca de cómo realizar la labor pastoral[18]. En este contexto, ella se refiere al ministerio como una “labor pastoral” y ambos, hombres y mujeres, pueden prepararse para ella a través del evangelismo de la página impresa.

Otra expresión de aliento similar, que abarca a hombres y mujeres, para preparar para el ministerio a través del evangelismo de la página impresa viene veinte años más tarde. “Todos los que deseen tener oportunidad de ejercer un ministerio, y que quieran entregarse sin reserva a Dios, hallarán en el colportaje oportunidades para hablar de las muchas cosas referentes a la vida futura e inmortal. La experiencia así ganada será aun de más valor para los que se están preparando para el ministerio. Es la compañía del Espíritu Santo de Dios lo que prepara a los obreros, sean hombres o mujeres, para para llegar a ser pastores de la grey de Dios[19]. Esta declaración anima a hombres y mujeres a prepararse para el ministerio como pastores de iglesias.

Una declaración más de 1903.

El Señor pide a todos los que están conectados con nuestros sanatorios, casas publicadores y escuelas, que enseñen a nuestra juventud a hacer obra evangelística… Hombres y mujeres jóvenes, quienes tendrían que estar empeñados en el ministerio, en la obra bíblica, y en la obra de colportaje, no debieran sujetarse al empleo mecánico… Algunos recibirán el adiestramiento necesario para entrar en el campo como enfermeros misioneros, otros como colportores, algunos como ministros del evangelio[20].

En las últimas tres declaraciones, Elena de White anima particularmente a jóvenes a prepararse para el ministerio. Aunque ella puede haber estado consciente de que habría limitaciones en cuanto a lo que las jóvenes podrían hacer o para qué podrían ser empleadas por la iglesia, ella no limitó las opciones disponibles para ellas. Si por alguna razón Elena de White creyó que el concepto de primacía masculina restringe las posiciones para el ministerio disponibles para las mujeres, tuvo abundancia de oportunidades para aclarar su pensamiento. Ella nunca lo hizo. En cambio, sus expresiones de aliento a las jóvenes son firmemente abiertas e inclusives como se menciona en esta siguiente declaración de 1887.

Mientras discutía la necesidad de proveer educación buena y sólida a la juventud adventista en nuestra escuelas, ella exhortaba a los ministros, a los maestros de escuela sabática y a los maestros de las universidades a hacer lo mejor posible para “unir el corazón y el alma y el propósito en la obra de salvar a nuestra juventud de la ruina”. La norma de la educación no debiera ser rebajada porque “cuando se necesitan hombres adecuados para llenar diferentes posiciones de confianza, son escasos; cuando se necesitan mujeres con mentes bien equilibradas, con un estilo de educación no vulgar, con una educación que las habilite para cualquier posición de confianza, no se las encuentra fácilmente”[21].

Una reflexión cuidadosa de los escritos de Elena de White revela otro patrón en sus consejos respecto a la participación de las mujeres en el ministerio: sus consejos están también dirigidos a mujeres de todos los grupos de edad durante toda la extensión de la vida. Como acabamos de ver, algunos de sus sejos están dirigidos a mujeres jóvenes y las invitan a prepararse para el ministerio mediante una buena educación y experiencia práctica como en el evangelismo de la página impresa. Algunos consejos están dirigidos a las madres y las instan fervientemente a considerar sus hogares como el mayor campo misionero[22]. Otros consejos están dirigidos a hombres y mujeres de más edad invitándolos a considerar incluso el hacer otra misionera en áreas donde el evangelio no ha sido predicado[23]. Y algunos consejos están dirigidos a mujeres casadas y esposas de ministros ordenados[24]. Mientras que el hogar de una pareja casada puede ser bendecido con niños, a veces la llegada de niños puede no ser lo más deseable para esa pareja o para su ministerio[25]. Para algunas mujeres, Elena de White fue hasta el punto de recomendar que pospusieran el tener hijos para permitirles muchos años de ministerio evangélico útil ya que favorecía equipos de esposo y esposa de carácter ministerial y misionero. Veremos el ejemplo de una pareja tal más adelante, en la última sección de este documento.

En Octubre de 1899 Elena de White expuso nuevamente su convicción de que a las mujeres ocupadas en el ministerio se les debiera pagar adecuadamente por su trabajo. En este documento no está claro si ella se refiere también a las esposas de hombres ordenados, como lo hizo en 1898, pero su declaración no obstante es enfática.

Las mujeres, como también los hombres, son necesarios en la obra que debe hacerse. Aquellas mujeres que se dan al servicio del Señor, que trabajan para la salvación de otros haciendo obra de casa en casa, la que es tan agotadora como estar ante una congregación, y aun más que ello, debieran recibir paga por su trabajo. Si un hombre es digno de su salario, también lo es una mujer… El diezmo debiera ir a aquellos que trabajan en predicar y enseñar, sean hombres o mujeres[26].

En esta declaración Elena de White distingue el trabajo del ministro ordenado que está ante una congregación y el de una mujer que da estudios bíblicos en hogares, pero también iguala el valor de ambos trabajos al declarar que son igualmente “agotadores”. Note también que ella usa las palabras de Pablo en

1 Timoteo 5:17 para referirse al trabajo de los ancianos que “trabajan en predicar y enseñar” y las usa para referirse al ministerio de las mujeres. ¿Es esta un clara insinuación de su parte que el ministerio de las mujeres es tan importante como el de los hombres? De cualquier manera, aunque los hombres y mujeres hagan un tipo diferente de ministerio, son iguales en valor, mereciendo el apoyo del diezmo y siendo parte constitutiva de la obra de los ancianos bíblicos.

LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA ORDENACIÓN

Esta última declaración nos conduce a discutir el rito de la ordenación en la Iglesia Adventista y en los escritos de Elena de White. Si guiados por el Espíritu Santo sobrevinieran nuevos acontecimientos y cambios en la Iglesia Adventista, ¿sería posible para las mujeres ser ordenadas para cumplir estas funciones de una anciana y todas estas otras funciones del ministerio para las cuales son ordenados los hombres y que Elena de White anima a las mujeres a hacer? ¿Hay alguna indicación de que Elena de White favoreció la ordenación de ellas al ministerio? ¿Declaró Elena de White que las ordenaciones debieran limitarse a los precedentes bíblicos?

Como ya se ha mencionado, en la década de 1890 y a comienzos de la de 1900, por su mayor parte mientras trabajaba en Australia en un tiempo cuando las necesidades de obreros en la iglesia eran tan grandes y las oportunidades para el ministerio tan numerosas, Elena de White escribió unas pocas declaraciones notables y significativas respecto al ministerio y a la ordenación. Mientras que ella apoyaba los roles tradicionales de pastor, anciano y diácono, es importante comprender que también recomendó la imposición de las manos sobre personas que servían en otras formas del ministerio de la iglesia, puesto que en ese entonces el concepto de ministerio se había ampliado para incluir una diversidad de actividades. Estas áreas de ministerio para las cuales ella recomendó la ordenación incluyen a mujeres involucradas en el ministerio personal y en otras formas de ministerio que se conocen hoy como capellanía, obra social, consejería y medicina. Su comprensión de la ordenación y del rito de la imposición de las manos se fundó en sus creencias de que el doble propósito de la iglesia es esparcir el Evangelio y preparar al mundo para la venida de Jesucristo; por lo tanto, las formas del ministerio cristiano debieran adaptarse a las necesidades actuales, mientras que permanecen fundadas en principios bíblicos, e incluyen a todos los cristianos en servicio activo. Es importante para nuestra discusión el comprender qué identificó Elena de White que es el propósito de la iglesia y el significado del rito de la imposición de las manos.

La Misión de la Iglesia

Una de las ideas básicas de Elena de White respecto a la iglesia es que es la representante de Dios en la tierra[27]. Dentro del contexto del tema de la gran controversia, ella creía que los cristianos son los instrumentos que Dios usa para testificar ante el universo que él es un Dios de amor, misericordia y justicia[28]. “Dios ha constituido a su iglesia en la tierra como un canal de luz, y por su medio comunica sus propósitos y su voluntad”[29]. En este contexto, sus comentarios sobre la iglesia recalcan las funciones pragmáticas de la iglesia, su rol y propósito. Aunque los ministros ordenados, como siervos de Dios y de la iglesia, sin duda actúan como representantes de Dios en la tierra[30], ellos no son los únicos. Cada cristiano tiene un rol que desempeñar dentro de la gran controversia al fin del tiempo y es un representante de Cristo[31]. El siguiente pasaje, escrito en 1904, es revelador de sus pensamientos sobre esto.

Hermanos y hermanas, ¿cuánto trabajo han hecho ustedes para Dios durante el año pasado? ¿Piensan ustedes que solo aquellos hombres que han sido ordenados como ministros del Evangelio son los que han de trabajar para la elevación de la humanidad? ¡No, no! Dios espera que todo aquel que lleva el nombre de Cristo se ocupe en su obra. Puede ser que no se posaron sobre ustedes las manos de la ordenación, pero no obstante ustedes  son mensajeros de Dios. Si han visto que el Señor es bueno, si conocen su poder salvador, no pueden menos que contar esto a alguien así como no pueden impedir que el viento sople. Tendrán una palabra en sazón para el que esté cansado. Guiarán los pies del extraviado de vuelta al redil. Sus esfuerzos para ayudar a otros serán incansables, porque el Espíritu de Dios está trabajando en ustedes.

Mientras que en el Antiguo Testamento solo ciertos hombres ordenados al sacerdocio podían ministrar dentro del santuario terrenal[32], Elena de White creía que nadie está jamás restringido de servir a Dios aunque no sea un ministro ordenado. Todos los cristianos, a pesar de su vocación, son siervos de Dios y en un sentido muy amplio todos los cristianos tienen un ministerio. Aunque ella nunca lo mencionó como tal, no obstante afirmó el concepto protestante del sacerdocio de todos  los creyentes. Dos pasajes de la Escritura están en primer lugar en su comprensión de este concepto. El primero es 1 Pedro 2:9: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”[33]. El segundo es Juan 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Muchas veces ella se refirió a estos pasajes o citó parte de ellos en apoyo al servicio cristiano consagrado y para insistir en que todos los cristianos están llamados y comisionados o están ordenados por Dios para servirle[34].

Este concepto del sacerdocio de todos los creyentes está a la base de su comprensión tanto del servicio cristiano como de la ordenación. A lo largo de su ministerio, Elena de White apeló repetidas veces a los miembros de iglesia para que se ocuparan en el servicio cristiano de todo corazón. De acuerdo con ella, es un error fatal creer que solo los ministros ordenados son obreros para Dios y confiar únicamente en ellos para cumplir la misión de la iglesia[35]. “Todos los que están ordenados [esto es, bautizados] a la vida de Cristo son ordenados [esto es, llamados] para trabajar por la salvación de sus semejantes”[36].  “Los que están como dirigentes de la iglesia de Dios han de comprender que la comisión del Salvador se da a todo el que cree en su nombre. Dios enviará a su viña a muchos que no han sido dedicados al ministerio por la imposición de las manos”[37]. En un sentido muy real, cada cristiano es en estos términos un ministro para Dios[38].

Como consecuencia, Cristo llama y ordena espiritualmente a cada cristiano para el ministerio. Enfáticamente, Elena de White preguntó: “¿Habéis  experimentado un anticipo de los poderes del mundo venidero? ¿Habéis estado comiendo la carne y bebiendo la sangre del Hijo de Dios? Entonces, aunque las manos ministeriales no se hayan posado sobre vosotros para ordenaros, Cristo ha colocado sus manos sobre vosotros y ha dicho: ‘Vosotros sois mis testigos’”[39]. “De este modo, ella pudo decir, muchas almas serán salvadas a través de las labores de hombres que han mirado a Jesús para recibir su ordenación y sus órdenes”[40]. La ordenación de la iglesia, por lo tanto, no es un prerrequisito para servir a Dios porque es primero el Espíritu Santo quien da idoneidad para el servicio a los cristianos que en fe están dispuestos a servir[41].

Creo que esta es la manera como ella también entendió su propio llamado al ministerio. Aunque nunca fue ordenada como un ministro por la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ella creyó que Dios mismo la había ordenado a su ministerio profético, una ordenación espiritual que fue por lejos superior a cualquier forma de ordenación humana. En sus años posteriores, mientras recordaba su experiencia en el movimiento millerita y su primera visión, ella declaró: “En la ciudad de Portland, el Señor me ordenó como su mensajera, y allí fueron dadas mis primeras labores a la causa de la verdad presente”[42].

De estos pasajes podemos extraer dos conclusiones iniciales referentes a pensamientos primordiales de Elena de White sobre la ordenación. Primero, el concepto de Elena de White del sacerdocio de todos los creyentes es la calificación fundamental para el servicio cristiano; cada cristiano es intrínsecamente un siervo de Dios. Segundo, en un sentido espiritual, Dios ordena a cada cristiano para el servicio.

La ordenación de Pablo y Bernabé

Un número de pasajes en los escritos de Elena de White nos dan ideas importantes sobre el significado de la ordenación y en todos ellos el punto central de la discusión es el rol que juega la ordenación en la promoción de la misión evangelística de la iglesia. Estos pasajes incluyen su comentario sobre la ordenación de Pablo y Bernabé en Hechos 13.

Dios previó las dificultades que sus siervos serían llamados a enfrentar, y, a fin de que su trabajo estuviese por encima de toda objeción, instruyó a la iglesia por revelación que los apartase públicamente para la obra del ministerio. Su ordenación fue un reconocimiento público de su designación divina para llevar a los gentiles las alegres nuevas del Evangelio.

Tanto Pablo como Bernabé ya habían recibido su comisión de Dios mismo, y la ceremonia de la imposición de las manos no añadió ninguna nueva gracia o calificación virtual. Era una forma reconocida de designar a alguien a un cargo y un reconocimiento de la autoridad de uno en ese cargo. Por esta ceremonia fue colocado el sello de la iglesia sobre la obra de Dios.

Para el judío esta forma era significativa. Cuando un padre judío bendecía a sus hijos, colocaba sus manos reverentemente sobre sus cabezas. Cuando un animal era dedicado al sacrificio, la mano de quien estaba investido con autoridad sacerdotal era colocada sobre la cabeza de la víctima. Y cuando los ministros de la iglesia de creyentes en Antioquía colocaron sus manos sobre Pablo y Bernabé, entonces, por esa acción, pidieron a Dios que otorgase su bendición sobre los apóstoles escogidos por su devoción a la obra específica para la cual habían sido nombrados.

En una época posterior el rito de ordenación mediante la imposición de las manos experimentó un gran abuso; se le atribuyó al acto una importancia injustificada, como si inmediatamente descendiese un poder sobre quienes recibían tal ordenación, la que inmediatamente los calificaba para cualquier obra ministerial. Pero en el hecho de apartar a estos dos apóstoles para la obra del ministerio, no hay ningún registro que indique que alguna virtud les fue impartida por el mero hecho de imponerles las manos. Solo se da el simple registro de su ordenación y del alcance que esto tenía sobre su futuro trabajo[43].

Algunas ideas importantes sobre la ordenación aparecen en esta historia. Primero, Elena de White reconoció que hay un llamamiento y un nombramiento espiritual antes de que la iglesia ordene a  alguien, y que la ordenación es un reconocimiento público de este nombramiento divino previo. Esto, ya hemos visto, coincide con su comprensión de la ordenación espiritual de todos los creyentes. Segundo, ella declaró también que el rito de la ordenación no califica por sí a alguien para un cargo o tarea, esta calificación ya ha ocurrido a través de la obra del Espíritu Santo en la vida y en el ministerio de uno; antes bien, debe entenderse la ordenación como una forma de nombramiento a un cargo y un reconocimiento de que se le da a esta persona la autoridad para cumplir este deber. Tercero, la ordenación es también un rito durante el cual la congregación pide que: “Dios conceda su bendición sobre los apóstoles escogidos”. Cuarto, la ordenación es para una tarea específica y no tiene el propósito de calificar “inmediatamente” a alguien “para cualquier y para todo trabajo ministerial”[44]. Esto implica que hay lugar para diversas clases de imposición de manos, para varias clases de trabajo, ministerio, funciones o cargos, cada uno con responsabilidades específicas y, por lo tanto, con la autoridad correspondiente.

En este contexto, como veremos más adelante, es posible ahora entender por qué Elena de White permitió a la iglesia que decidiese si algunas personas, que no eran ministros evangélicos o predicadores itinerantes, pudieran ser ordenados mediante la imposición de las manos para otros ministerios. Si uno permitiera un entendimiento misionero del rol de la iglesia, entonces la ordenación sería también un rito funcional para afirmar y comisionar a individuos para diversos ministerios y responsabilidades que promueven la misión de la iglesia. Hay un mundo que debe ser advertido y un pueblo que preparar para la segunda venida de Cristo, y a aquellos que están así espiritualmente calificados se les debiera confiar su misión, afirmados y bendecidos por la imposición de manos de la iglesia.

Ordenación de los primeros ministros adventistas

Muy temprano en la historia adventista del séptimo día, los principales pioneros del movimiento se sintieron preocupados por la confusión y falsas enseñanzas que se manifestaban a veces entre el pequeño grupo de creyentes adventistas sabatarios. Siguiendo el ejemplo de apóstoles del Nuevo Testamento que habían apartado ancianos para supervisar congregaciones locales contra falsas enseñanzas y para administrar las ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor, estos primeros dirigentes adventistas seleccionaron a hombres promisorios y los apartaron con oración e imposición de manos. El criterio para su ordenación era la evidencia de “plena prueba” “de que han recibido su comisión de Dios”. Al ordenarlos, el grupo de creyentes “revelaría la sanción que la iglesia les da para que salgan como mensajeros a proclamar el mensaje más solemne que fuera dado alguna vez a los hombres”[45]. La ordenación de estos primeros predicadores adventistas itinerantes sirvió como un rito para autorizarlos a hablar de parte de la iglesia y para preservar el orden en la iglesia emergente.

Ordenación para otras formas de ministerio

Elena de White creía fervientemente que el ministerio del pastor ordenado por sí solo no era suficiente para cumplir la comisión divina, que Dios llama a cristianos de todas las profesiones para que dediquen sus vidas a su servicio[46]. Siendo que la iglesia puede reconocer diferentes clases de dones y ministerios espirituales además de los del pastor, el anciano y el diácono para satisfacer las necesidades de la gente, ella favorecía que se apartasen profesionales adiestrados, incluyendo misioneros médicos y aquellos a quienes hoy se mencionaría como capellanes y trabajadores sociales, imponiéndoles las manos. Entre estos grupos de ministros, y dando una definición más amplia de qué es el ministerio, estarían mujeres que están ocupadas en el evangelismo personal. Hablando claramente, estas dos recomendaciones no tienen precedente bíblico pero son posibles dada su comprensión del ministerio y la ordenación.

En 1908, en un manuscrito para animar la misión de las instituciones médicas adventistas, Elena de White escribió acerca de la necesidad de cooperación entre los obreros evangélicos y los médicos en las instituciones médicas adventistas. Su deseo era ver la obra médica de la iglesia como el brazo derecho de los esfuerzos evangelísticos de la iglesia, y ella comprendió que los pastores y los obreros médicos eran ambos esenciales para esta obra. Ella consideraba la obra de la  profesión médica como un gran medio para proclamar el evangelio y, por esta razón, creía que los misioneros médicos debían ser apartados para el servicio de Dios. Respecto a esto, ella escribió:

La obra del verdadero médico misionero es mayormente una obra de carácter espiritual. Incluye la oración y la imposición de manos; por lo tanto debiera separárselo para esta obra con la misma piedad con que se separa al ministro del evangelio. Los que son elegidos para desempeñarse como médicos misioneros deben ser separados como tales. Esto los fortalecerá contra la tentación a apartarse de la obra en el sanatorio para dedicarse a la práctica privada[47].

Elena de White creía que la obra de la profesión médica es un ministerio para proclamar el Evangelio. Ella veía una correlación entre apartar al misionero médico y al ministro del Evangelio y veía la ceremonia de la imposición de las manos sobre los misioneros médicos como una forma de ordenación. En esta ceremonia, como en la ordenación a los cargos más tradicionales de la iglesia, la iglesia reconoce las bendiciones de Dios sobre la profesión médica y sus profesionales, y este reconocimiento por parte de la iglesia sirve para fortalecer la consagración del obrero en su servicio para Dios.

En un contexto similar, en 1895, Elena de White escribió un largo artículo sobre la obra de los laicos en iglesias locales. Ella urgió a los ministros a permitir que los laicos trabajen para la iglesia y a entrenarlos para que lo hagan. Y favoreció que las mujeres que servían en el ministerio local también fueran apartadas para el evangelismo que hacen, una obra que hoy día sería identificada como la de obreros bíblicos, capellanes y trabajadores sociales. Ella aconsejó:

Las mujeres que están dispuestas a consagrar algo de su tiempo al servicio del Señor debieran ser designadas para visitar a los enfermos, velar por los niños, y ministrar por las necesidades de los pobres. Debieran ser apartadas para esta obra mediante la oración y la imposición de las manos. En algunos casos necesitarán pedir consejo a los oficiales de la iglesia o al ministro; pero si son mujeres devotas, que mantienen una conexión vital con Dios, serán un poder para bien en la iglesia. Esta es otra manera de fortalecer y edificar la iglesia. Necesitamos ampliar más nuestros métodos de trabajo[48].

Aquí Elena de White aconsejó que Dios está dirigiendo la iglesia en el plan de apartar a mujeres para estas diversas formas de ministerio. Es la voluntad de Dios que la iglesia amplíe sus actividades, ser fortalecida y edificada ordenando a mujeres y hombres para que sirvan en las diversas formas de ministerio evangélico y para brindar atención a las necesidades mentales, físicas y espirituales de otros. En este contexto la ordenación consiste en pedir la bendición de Dios sobre los individuos y afirmar su ministerio para la iglesia.

Algunos han argumentado que puesto que Elena de White no usa la palabra ordenación en estos dos ejemplos, no debiera suponerse que ella se está refiriendo a la ordenación al ministerio, sino que se refiere solo a una clase de afirmación espiritual de un tipo inferior de ministerio, como la obra de las diaconisas en las iglesias locales. Aunque esto puede haber sido el caso en sus días, en la mayoría de las iglesias adventistas hoy estos tres tipos de ministerio que ella menciona son hechos usualmente por pastores o ancianos varones ordenados, dependiendo del tamaño de la congregación.

En ambos ejemplos, Elena de White usa las mismas palabras que Lucas usó en Hechos 13 para describir la ordenación de Pablo y Bernabé: ellos fueron apartados mediante la oración y la imposición de las manos. (De paso, Lucas tampoco usa la palabra ordenación.) En su reflexión sobre la ordenación de los primeros ministros adventistas sabatarios, ella no usa la palabra ordenación pero se refiere a apartar y comisionar; sin embargo, naturalmente aceptamos que ella se está refiriendo a la ordenación. Si Elena de White puede describir estos eventos como ordenación, podemos ciertamente decir que en su referencia a los médicos misioneros y las mujeres que son apartados con oración e imposición de manos también se refiere a la ordenación. Lo que aquí importa no es si un evento es una ordenación y el otro no, sobre la base de la presencia o ausencia de la palabra ordenación en sus escritos; todos se refieren al mismo rito de la imposición de las manos. En vez de limitar nuestra comprensión de lo que es la ordenación y para quienes es válida, necesitamos ampliar nuestra comprensión para incluir una variedad de significados y circunstancias así como Elena de White nos invitó a hacerlo. Y, además, su comentario respecto a la ordenación de médicos misioneros está declarando obviamente que en su mente hay solo una clase de imposición de manos: “Por lo tanto, el [médico misionero] debiera ser apartado tan sagradamente para su obra como lo es el ministro del evangelio”. Todos estos comentarios nos dan el cuadro de que el uso no sacramental y funcional de la palabra ordenación de Elena de White se describe mejor mediante las palabras afirmación y comisión que por la palabra ordenación cargada con significado sacramental. Así, con este contexto y significado en mente, su visión de la imposición de las manos puede incluir e incluye a ambos géneros.

Estas dos declaraciones también apoyan lo que vimos antes, que para Elena de White el ministerio debe entenderse en términos amplios y no puede limitarse solo a la obra de un predicador itinerante o a un pastor de iglesia. Antes, en nuestra discusión de sus comentarios sobre la necesidad de tener a más mujeres uniéndose al ministerio con sus esposos y su invitación a las mujeres a ser educadas para el ministerio, sus declaraciones son claras de que si uno predica una serie de reuniones evangelísticas o da un sermón el sábado de mañana, da estudios bíblicos en los hogares, o visita a familias con necesidades, todas estas actividades se califican como  ministerio evangélico o pastoral. Ella invitaba y urgía tanto a hombres como mujeres a estar involucrados en el ministerio. Ella entendía que estas mujeres “son reconocidas por Dios como siendo tan necesarias para el trabajo del ministerio como sus esposos”[49]. Por consiguiente, ella aprobó su labor en el ministerio evangélico, y dijo: “Vez tras vez el Señor me ha mostrado que las mujeres maestras son tan grandemente necesarias para hacer la obra para la cual las ha asignado como lo son los hombres”[50]. Elena de White urgió a la iglesia a reconocer el llamado de Dios a las mujeres mediante la imposición de manos de modo que el ministerio de la iglesia pudiera ser más diversificado y completo tanto en su mensaje como en su misión. Este cuadro está también enmarcado en el contexto de misión. Ella estaba apasionada por la salvación de los perdidos y sentía fuertemente que todos los hombres y mujeres adventistas fuesen activos en todas las facetas del ministerio. Mientras su interés era misiológico (cumplir la misión de la iglesia), el nuestro se ha vuelto eclesiológico (determinar quién tiene autoridad en la iglesia).

Algunos pueden considerar que estos pensamientos son en cierto modo radicales y representan una ruptura con la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la ordenación de diáconos, ancianos y pastores. Sin embargo, lo que le permitió a Elena de White ver la imposición de las manos en este sentido más amplio es su punto de vista no sacramental, pero sí funcional de la ordenación. Aunque esto simboliza la entrega de autoridad de la iglesia, la ordenación no tiene principalmente el propósito de conceder autoridad; nuestra denominación, las reuniones de iglesia, los comités y las juntas hacen esto. La ordenación afirma los dones espirituales que Dios le ha dado a una persona e invita las bendiciones de Dios sobre el ministerio de esta persona. Tal afirmación, en su punto de vista, incluye a hombres y mujeres y no ha de limitarse a diáconos, ancianos y pastores. La organización de la iglesia debe adaptarse a las necesidades de la iglesia doquiera esté ubicada en el mundo de modo que todos puedan oír el mensaje de salvación de Dios en su propia lengua y cultura. La ordenación y la imposición de las manos es un medio para bendecir a la gente en el ministerio y para animarlos a cumplir su ministerio con la afirmación de la iglesia. Ella no vio la ordenación como un sacramento para ser dado solo a unos pocos hombres en la iglesia, que forman una cohorte o casta de ministros espiritualmente dotados y que tienen autoridad en forma exclusiva para dirigir la iglesia.

Una anécdota adicional ilustra aun más el punto de vista no sacramental de Elena de White sobre la ordenación. En 1873, John Tay se unió a la Iglesia Adventista y pronto se sintió llamado por Dios para ofrecer su tiempo como misionero voluntario en el Pacífico Austral. En 1886, desembarcó en la isla de Pitcairn y por gracia de Dios tuvo éxito convirtiendo a toda la población. Pero al no ser un ministro ordenado, no se lo autorizó a bautizar a la gente de la isla que había aceptado los mensajes de los tres ángeles[51]. Diez años más tarde, Elena de White comentó sobre este evento y dijo lo siguiente:

Otra cosa que quiero decirles que sé por la luz que me ha sido dada, es que ha sido un gran error que salieron hombres, sabiendo que son hijos de Dios, como el Hermano Tay, [que] fue a Pitcairn como un misionero para trabajar, [pero] ese hombre no se sintió en libertad para bautizar porque no había sido ordenado. Esto no es algo dispuesto por Dios; es un arreglo del hombre. Cuando hay hombres que salen con la carga del trabajo y traen almas a la verdad, esos hombres están ordenados por Dios, [aun] si [ellos] nunca hayan tenido ningún tipo de ceremonia de ordenación.

Decir que no bautizarán cuando no hay ningún otro, [es un error]. Si hay un ministro al alcance de la mano, está bien, entonces debieran buscar al ministro ordenado para que realice el bautismo, pero cuando el Señor trabaja con un hombre para que traiga a un alma aquí y allá, y no saben cuándo vendrá la oportunidad para que estas preciosas almas puedan ser bautizadas, él no debiera hacer preguntas sobre el asunto, debiera bautizar a esas almas[52].

Es un comentario interesante de Elena de White decir que la idea que solo un ministro ordenado puede realizar el bautismo, aun en circunstancias especiales, “no es algo dispuesto por Dios; es un arreglo del hombre”. Quizás ella respondió a lo ocurrido en forma muy enérgica. Con todo, hay algo en su comprensión del ministerio y la ordenación que le hace a ella decir esto. En este caso, el ministerio es visto como no jerárquico y la ordenación como una afirmación de la ordenación espiritual hecha antes por Dios. Su pasión por salvar a los perdidos es grande y las limitaciones humanas de la iglesia sobre lo que un laico puede hacer no debiera obstaculizar la salvación de las almas. Si hay dichas limitaciones, aun como para impedir el bautismo en la ausencia de un ministro ordenado, son el “arreglo del hombre”.

Admitamos, para ser justos, que ella apoyó el principio más amplio de la unidad y el orden de la iglesia, y concordó en que la ordenación funciona como un rito para mostrar que los ministros reciben autoridad para trabajar para la iglesia. Pero si la ordenación es vista como una manera para establecer cierta jerarquía a fin de mantener a los laicos en sus lugares más bajos, es obvio aquí que ella no apoyó dicho punto de vista. Ella objetó la idea de que solo los ministros ordenados pueden representar a la iglesia como sus derechos y funciones exclusivos. Vio claramente en su mente que el vínculo entre la ordenación y conceder autoridad de la iglesia es en cierto modo algo fluido y la ordenación es más semejante a facultar a alguien para hacer el servicio de Dios para la iglesia.

CONTEXTO Y HERMENÉUTICA

La cuestión de la ordenación de la mujer es también una cuestión de hermenéutica y cómo entendemos la relevancia y la naturaleza autoritativa de los escritos de Elena de White sobre este asunto. Hasta el momento he tratado de presentar su comprensión amplia del ministerio con sus funciones y tareas multifacéticas, y su amplia comprensión de la ordenación como una función de la iglesia para afirmar y facultar a hombres y mujeres para diversas formas de ministerios y responsabilidades. Estos puntos de vista del ministerio y la ordenación abren avenidas que el sacramento católico tradicional de la ordenación no puede conceder.

Es verdad que Elena de White no dijo específicamente que las mujeres podían ser ordenadas para llegar a ser pastores de iglesias o presidentes de asociación. Pero la interpretación de sus escritos debe hacerse dentro de las circunstancias y tiempos en los cuales ella escribió. En las postrimerías del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, las mujeres en  general no ocupaban funciones de liderazgo en las iglesias y en la sociedad. Sin embargo, ella animaba a las mujeres a ser activas en una multitud de funciones y ministerios, y creía que con la debida educación, las mujeres podían ocupar “cualquier posición de confianza”[53]. Por lo tanto, limitar nuestras prácticas corrientes a solo lo que la iglesia concedía en sus días no está de acuerdo automáticamente con su pensamiento.

La interpretación de los testimonios y escritos de Elena de White no puede ser estática porque debemos comprender los tiempos y circunstancias que la indujeron a decir lo que dijo, y aprender de ello principios que guíen nuestro pensamiento y acciones hoy. Una declaración escrita hace muchos años puede no tener necesariamente la misma fuerza y relevancia hoy como la tuvo entonces. Al intentar explicar cómo usar sus escritos, ella declaró en 1911 que el contexto de su pensamiento es muy importante: “Respecto a los testimonios, nada es ignorado; nada es puesto a un lado; pero tiempo y lugar deben considerarse”[54].

Un ejemplo de esto es la cuestión de la debida edad para entrar en la escuela, una idea debatida entre los adventistas un centenar de años atrás. En 1872, Elena de White había escrito que “los padres deberían ser los únicos maestros de sus hijos hasta que estos hayan llegado a los ocho o diez años de edad”[55]. Muchos adventistas tomaron esta declaración como una regla invariable para la edad de ingreso en las escuelas adventistas del séptimo día y cuando en 1904, a su regreso a los Estados Unidos, su hijo W. C. White y su esposa Ethel desearon inscribir a sus hijos de corta edad en la escuela que acababa de establecerse en St. Helena, California, la administración de la escuela se negó a aceptar a sus hijos sobre la base de la declaración de Elena de White. Cuando se le pregunta en cuanto a esto ella explicó que cuando ella dio este consejo no había todavía escuelas adventistas y su consejo se refería específicamente a las escuelas [públicas] “comunes”. Los niños menores de 9 ó 10 años no estaban preparados para discernir y resistir las tentaciones que enfrentarían en las escuelas públicas. A medida que el sistema escolar adventista se hacía más extenso, ella aconsejaba a los estudiantes de todas las edades a asistir a las escuelas adventistas doquiera estuviesen disponibles[56]. Recomendó a usar “sentido común” en este respecto y no convertir sus comentarios sobre la edad de ingreso [a la escuela] en una regla inflexible y así pasar por alto el principio subyacente[57].

La ordenación de algunos de nuestros pioneros

Esta anécdota ilustra que debemos tomar con cuidadosa consideración el contexto histórico de los escritos de Elena de White antes de llegar a alguna conclusión. Una tendencia muy humana es superponer nuestra comprensión actual de los asuntos sobre declaraciones previas de Elena de White. Permítanme ilustrar un problema serio que veo que ocurre actualmente: a través de los años hemos cambiado nuestra práctica respecto a la ordenación de los hombres pero no hemos estado dispuestos a hacer lo mismo con las mujeres.

George I. Butler llegó a ser presidente de la Asociación de Iowa en junio de 1865 aun cuando no tenía “ninguna experiencia como predicador”. No fue sino hasta junio de 1867 que él recibió una licencia ministerial, y entonces fue ordenado más tarde ese año en septiembre. “Es interesante”, nota Denis Kaiser, “que aun después que él había sido electo presidente de la asociación, la iglesia no vio necesidad de apresurar su ordenación, como aparentemente no lo vieron como necesario antes de que él comenzase su servicio como presidente”[58]. Similarmente, Uriah Smith llegó a ser editor de la Review and Herald en 1855, secretario de la Asociación General en 1863, y presidente de la Asociación de Míchigan también en 1863, una posición en la que sirvió intermitentemente hasta 1872. No fue ordenado sino hasta 1874.

Los primeros adventistas del séptimo día ordenaban solo a los ministros entre ellos que habían dado evidencia de que eran buenos evangelistas o predicadores itinerantes. La ordenación era un reconocimiento de sus dones y que la iglesia los autorizaba para ser voceros de la verdad. Aquellos que no eran predicadores itinerantes no eran ordenados aun cuando sirviesen a la iglesia en alguna capacidad. A medida que crecíamos en número y diversificábamos nuestros ministerios, el rol de los ministros cambió y aquellos que tenían responsabilidades en la iglesia fueron también ordenados, sin tener en cuenta si habían sido predicadores itinerantes. De modo que nuestra práctica de la ordenación de los hombres ha evolucionado desde el tiempo de Elena de White para abarcar otras formas más de ministerio masculino.

La ordenación de W. W. Prescott en 1889 es una ilustración de ese desarrollo. Prescott nunca había trabajado como pastor o evangelista, sin embargo durante su servicio como presidente del Battle Creek College y secretario de educación de la Asociación General, los dirigentes de la iglesia notaron los frutos de su trabajo educacional y su poderosa capacidad como predicador. Se convencieron de su llamamiento divino y decidieron ordenarlo en 1889. Buscó el consejo de Elena de White acerca de sus dudas y si debiera acept r la ordenación.”Si él pudiera servir la causa de Dios mejor recibiendo la ordenación y las credenciales”, conjeturó ella, “sería mejor” para él ser ordenado[59].

Debiéramos notar que las elecciones de Butler y Smith para sus funciones probablemente no serían permitidas hoy con nuestros reglamentos de iglesia actuales. Pero, con toda honestidad, ese no es un juicio o interpretación histórica enteramente justa. Si los pastores Butler y Smith estuvieran trabajando para la iglesia hoy, habrían sido ordenados en el momento en que se les pidiera servir en sus funciones o serían ordenados inmediatamente después de ser votados en una función. Nuestros tiempos y prácticas son diferentes de los de nuestros pioneros y no podemos hacer comparaciones y enlaces directos. Podemos aprender del pasado pero nuestro presente es diferente. Quien recibe la ordenación hoy se basa en nuestra comprensión actual del ministerio y esto es diferente de lo que  nuestros pioneros entendieron que ha de ser el ministerio y por lo tanto quién puede ser ordenado. Esto también indica que a medida que maduramos estamos siguiendo las huellas de muchas otras denominaciones, y estamos dando más y más atención a estructuras de la iglesia y a roles eclesiásticos, a quién tiene autoridad dentro de una jerarquía. Nuestros  pioneros no tenían esta preocupación al principio.

Si esto es lo que sucedió con el desarrollo de la práctica de la ordenación para hombres en el ministerio, ¿qué diremos del desarrollo de la práctica de la ordenación para mujeres en el ministerio? ¿Por qué dicho desarrollo debiera permanecer estancado? En 1895, Elena de White recomendó la ordenación de mujeres que estaban involucradas en la visitación a los enfermos, velando por los jóvenes y ministrando a las necesidades de los pobres. Aunque algunos han argüido que esta ordenación se refería al rol limitado de una diaconisa en los días de Elena de White, los hombres que desempeñan las mismas funciones hoy son actualmente ordenados como ministros o ancianos. En las décadas de 1860 y 1870, los hombres que hacían esas mismas actividades en iglesias locales habrían sido también ordenados como diáconos. Pero ahora son ordenados como ancianos y ministros. ¿No debiéramos también ordenar a las mujeres como ministros o ancianos si hacen las mismas funciones que sus colegas masculinos? Si es posible permitir el desarrollo de la práctica de la ordenación para los hombres, ¿por qué no permitir lo mismo para las mujeres? Estas son preguntas serias que deben tomar en consideración el contexto histórico de los escritos de Elena de White y nuestro propio contexto actual.

Si Elena de White estaba tan dispuesta a animar a las mujeres en diversas formas de ministerio en las décadas de 1890 y 1900, en una sociedad y contexto en el cual no se animaba a las mujeres a hacerlo, es porque ella creía en un ministerio amplio que abarcase a ambos géneros para advertir a un mundo moribundo en cuanto a la pronta venida de Cristo. Mientras ella no estaba preocupada con el movimiento de su tiempo de los derechos de las mujeres, estaba interesada en que todos los adventistas se uniesen para esparcir el Evangelio. Y limitar hoy lo que las mujeres pueden hacer en la iglesia sobre la base de lo que la iglesia solo permitía a las mujeres hacer en sus días o sobre la base de las opciones limitadas para el ministerio que ella ofrecía a las mujeres en aquellos años es tomar sus comentarios fuera de contexto, un contexto en el cual ella estimuló enfoques progresivos e innovadores para el ministerio. Antes que limitar la ordenación solamente a hombres, sus comentarios abren la puerta a las mujeres para ser ordenadas también.

Interpretación de C. C. Crisler

En marzo de 1916, unos pocos meses después que Elena de White murió, su secretario, C. C. Crisler recibió una carta de una Hna. Cox en Texas preguntándole por la opinión y consejo de Elena de White respecto a la ordenación de las mujeres como se hace referencia en el artículo de julio de 1895  en la Review and Herald[60]. Aunque no se atrevía a interpretar lo que Elena de White quiso decir, se aventuró a decir que “este artículo publicado en la Review no se refiere a la ordenación de las mujeres como ministros del Evangelio, sino más bien alude a la cuestión de colocar aparte, para deberes especiales en iglesias locales a mujeres temerosas de Dios [como diaconisas] en aquellas iglesias donde las circunstancias demandan dicha acción”. Añadió que “la Hna. White, personalmente, fue muy cuidadosa acerca de expresarse de cualquier manera sobre la conveniencia de ordenar a las mujeres como ministros del Evangelio. Ella a menudo ha hablado de los peligros a los que dicha práctica general expondría a la iglesia de parte de un mundo en oposición… Esto no es sugerir, mucho menos decir, que ninguna mujer es idónea para dicha labor pública, y que ninguna debiera ser ordenada; es simplemente decir que hasta donde mi conocimiento se extiende, la Hna. White nunca animó a los oficiales de iglesia a apartarse de las costumbres generales de la iglesia en estos asuntos”[61].

Los comentarios de Crisler son interesantes en una cantidad de maneras. Primero, se abstiene de usar la palabra ordenación para referirse a esta actividad, llamándola simplemente, como lo hizo Elena de White, colocar aparte y esto explica mucho la ausencia de la palabra ordenación en este consejo. Él también describe a estas mujeres como haciendo el trabajo de diaconisas en algunas iglesias locales donde serían puestas aparte. Esto en sí mostraría que estas mujeres estaban emprendiendo una nueva clase de ministerio no realizado hasta entonces por la diaconisa promedio. Otro comentario que sobresale es la opinión de Crisler de que Elena de White no animaba a los oficiales de iglesia a apartarse de las costumbres generales de la iglesia sobre esta práctica y que ella estaba preocupada por lo que diría la gente sobre una práctica poco común. Elena de White tenía cuidado de que la iglesia no se expusiese a “un mundo en oposición”. Aunque él puede haber estado enterado de alguna información que ya no tenemos, no hay evidencia de que Elena de White aconsejó a dirigentes de la iglesia a no ordenar ministros mujeres. También Crisler creía que la ordenación de mujeres al ministerio no había estado en la agenda de Elena de White porque ella temía lo que el mundo diría o que algunas iglesias usarían esta nueva práctica como una manera de desacreditar el mensaje adventista.

La descripción de Crisler del rol vacilante de Elena de White o de su defensa moderada de algunos problemas es exacta. Mientras que era una reformadora inflexible en algunos problemas sociales (por ej. temperancia y educación), en algunas otras áreas ella se expresaba con mucha moderación, no queriendo levantar oposición meramente por causa de ello. Cuando abogaba en pro de un estilo particular de reforma del vestido en la década de 1850, enfrentó alguna oposición y ridículo que la hizo retroceder de su causa. En este asunto ella fue cuidadosa y mesurada, y no deseó que el mensaje de la reforma de salud fuese secuestrado por una cuestión secundaria. Su reforma ridícula del vestido fue finalmente descartada no porque no era buena idea, sino porque era demasiado radical para algunas personas. La gente hizo burla de ello y descartó sus consejos. Lo que interesaba era que las mujeres estuvieran mejor vestidas; el estilo y la forma del vestido eran secundarios. Lo mismo puede decirse de su defensa de la participación de las mujeres en el ministerio. Ella no estaba interesada en deponer a los hombres de los roles tradicionales que habían tenido en la familia, la iglesia y la sociedad. Su pensamiento naturalmente insinúa que a causa de sus roles en la familia y sociales, los esposos/padres tenderán predominantemente a trabajar fuera del hogar y abundarán más en roles de liderazgo, mientras que las esposas/madres tenderán a cuidar del hogar y de los niños, y se involucrarán menos en la iglesia y la sociedad. Sin embargo, este arreglo tradicional no impidió que algunas mujeres ocupasen diversas posiciones en el ministerio, aun posiciones administrativas, durante el tiempo de Elena de White[62].

Dadas las restricciones sociales y familiares de su tiempo, es aun notable que Elena de White pudo recomendar que más mujeres participasen en el ministerio activo y en la diseminación del Evangelio. Si alguna vez hubo una estructura social y familiar ideal es probable que sea la que vemos en sus escritos. Pero los tiempos han cambiado enormemente. Hoy, en los Estados Unidos, el modelo familiar ideal de un padre que trabaja fuera del hogar para suplir las necesidades de su familia mientras que la madre queda en la casa para cuidar a los hijos, se hace cada vez más escaso. Las familias de un solo ingreso tienen mucha dificultad para sobrevivir en nuestras condiciones económicas y expectativas del estilo de  vida. Lo que encontramos en cambio en nuestras iglesias son más y más unidades familiares de padres solos, familias multigeneracionales, y familias fusionadas. Las mujeres solas (nunca casadas, divorciadas o viudas) forman un segmento grande de nuestras congregaciones. Las apelaciones de Elena de White para que más mujeres participen en toda forma de ministerio son aun más relevantes y significativas. Nuestro contexto requiere que haya más mujeres en el ministerio.

El hecho de que Elena de White pudo recomendar que se apartara a médicos misioneros y a mujeres involucradas en el ministerio indica que la iglesia debiera abrirse para que haya más mujeres en el  ministerio. La ordenación de mujeres en la Iglesia Adventista es por esto posible porque ella entendió la ordenación como una oración de bendición divina, como una forma de afirmación de los dones espirituales de uno, y como una comisión para cumplir una misión. De hecho, ya hemos estado ordenando a mujeres al ministerio: lo llamamos comisionar. Basados en la comprensión de Elena de White de la ordenación podemos concluir que no hay diferencia entre los dos ritos, son uno y el mismo. El apartar a alguien mediante la imposición de las manos y la oración es un medio para comisionar a alguien para el ministerio. La iglesia decide qué autoridad acompaña a ese ministerio, qué es el ministerio, y las calificaciones de la persona para cumplirlo. No es el rito de ordenación lo que determina esos factores.

HAY LUGAR PARA LA DIVERSIDAD

Una última área de reflexión teológica sobre los escritos de Elena de White que quisiera ofrecer es en cuanto a la posibilidad de la diversidad de pensamientos, opiniones y prácticas por los que ella abogó en su vida y ministerio. Tenemos una historia en la cual existe margen para la diversidad dentro de la Iglesia Adventista.

Este año marca el 125 o aniversario de la sesión de la Asociación General de 1888 en Minneapolis, Minnesota. Lo que más recordamos acerca de esta sesión son los debates cáusticos antes y durante esta sesión. Se discutió sobre dos asuntos principales: la identidad de la ley a la que Pablo se refirió en Gálatas 3:24 y la identidad de las diez tribus del norte de Europa que cumplieron el fin de la profecía de Daniel 7. Algunos dirigentes y pioneros de nuestra iglesia sentían que la Iglesia Adventista no podía cambiar sus enseñanzas sobre estos temas. Otros sentían que convenía que los adventistas fuesen fieles a la Escritura y la historia y que proveyeran interpretaciones más exactas de estos dos pasajes.

Ambos lados de esta controversia deseaban que Elena de White proveyera la interpretación definitiva y así se cerraran los debates. Pero ella se negó a hacer eso y objetó dicho uso de sus escritos. En cambio ella rogó a los delegados que estudiasen sus Biblias y llegasen por sí mismos a algunas conclusiones. Al final ella comentó que estos dos asuntos no eran doctrinas claves, “decisivas”, de la Iglesia Adventista y que era posible una diversidad de opiniones. Lo que para ella importaba más era la exhibición de un espíritu correcto, cordial y gentil entre los delegados y unidad en la misión de la iglesia[63].

Otra disputa semejante ocurrió alrededor de 1910 respecto a la interpretación de la palabra “diario” en la profecía de Daniel 8:11-13 (Nueva Versión Internacional). Nuevamente, la gente apeló a los escritos de Elena de White para resolver el problema y de nuevo ella se negó a hacerlo. No creía que este asunto fuese un “requisito de aceptación” y no pensaba que sus escritos proveyeran una interpretación exegética del pasaje. Como las otras controversias en 1888, su preocupación principal tenía que ver con la desunión, el rencor, el tiempo empleado en el debate, y la distracción que causaba del evangelismo[64].

Encuentro que estas dos controversias nos dan un paradigma para el uso de los escritos de Elena de White en la interpretación de la Escritura y también muestran que su interés estaba primariamente concentrado en la unidad y la misión de la iglesia en vez de enfocarse en asuntos divisorios, secundarios. No puedo sino reflexionar en cuanto a lo que ella diría hoy respecto a nuestro uso de sus escritos para procurar apoyo para un lado o el otro de nuestro debate sobre la ordenación. Finalmente, también aprendo de estas discusiones que Elena de White dio lugar a la diversidad de pensamiento para preguntas que ella sentía que eran secundarias y creencias doctrinales no claves de nuestra iglesia.

Podrían darse muchos otros ejemplos de cómo se ha dado lugar a la diversidad. Podríamos reflexionar en la enseñanza de la iglesia sobre el vegetarianismo y la importancia que Elena de White le dio; aun ese consumo de carne debe por último ser descartado en el fin del tiempo, sin embargo es permitido por flexibilidad y elecciones personales[65]. Yo ya he aludido a la edad de ingreso a la escuela y quién puede realizar bautismos en circunstancias especiales. Podríamos hablar sobre el rol crucial de una madre en el hogar al criar y cuidar a sus hijos[66], sin embargo ella misma se permitió excepciones y, por cinco años, dio la responsabilidad de criar a su primer hijo Henry a una familia de confianza mientras ella y su esposo predicaban los mensajes de los tres ángeles. Ella no se sentía bien al respecto, pero entendía que Dios la llamaba a hacer este sacrificio[67]. En cierta medida, las circunstancias y el contexto personal permitieron excepciones y diferencias de opiniones y prácticas.

Entiendo que permitir excepciones puede no ser considerado algo bueno porque hay una fuerte tendencia entre los adventistas a pedir uniformidad de creencias y prácticas. A veces tendemos a hacer esto cuando se trata de asuntos y creencias secundarios. Al mismo tiempo es difícil encasillar a Elena de White cuando se trata de la conducta de otros. Parece haber una excepción a reglas absolutas: se enseñan blancos, valores e ideales, pero a menudo son desplazados o ajustados por las realidades de la vida.

Cuando se trata del rol ideal asignado a las mujeres en la familia, la iglesia y la sociedad, hay ideales que ella enseñó, y luego a veces está la realidad de una circunstancia y contexto particular. Una de las enseñanzas más prominentes de Elena de White es su insistencia en que tanto hombres como mujeres estén involucrados en el ministerio evangelístico, pero los niños en el hogar pueden interferir con el ministerio de la mujer. Un ejemplo tal es el caso de Isaac y Adelia Van Horn quienes fueron casados por Jaime White en 1865. Poco después de su casamiento fueron como una pareja misionera pionera a Washington y Oregon. Elena de White se chasqueó cuando ellos comenzaron a tener hijos porque esto interfería con su ministerio conjunto[68].

Muchos años más tarde, ella les recordó las palabras de Jaime en su boda: Recuerdo las palabras de mi esposo cuando ustedes fueron enviados a este nuevo campo. Fueron las siguientes: “Isaac y Adelia, Dios quería que ustedes entrasen juntos en este nuevo campo, en forma unida en el trabajo. No confiaría que tú, Isaac, estuvieses solo donde podrías carecer del apoyo financiero de la causa. Adelia te ayudará con su tacto comercial donde estarías más inclinado a ser complaciente y no concienzudo en el trabajo. Adelia será tu buena [compañera] para estimularte para tener energía. Los dos harán una perfecta unidad. Dios quisiera tener a Adelia en el campo. Él quisiera que ustedes trabajaran juntos lado a lado, porque el Señor ha mostrado que esta era su voluntad. Podemos pagarles mejores salarios, con la ayuda de Adelia, que si trabaja solo. El Señor los bendecirá juntos”[69].

Elena de White luego continuó, al escribirle a Isaac, “Dios no ordenó que tú sacaras a Adelia del campo. Dios no ordenó que acumulases preocupaciones de familia para salir del campo”. De cualquier manera que interpretemos esta situación. Elena de White deseaba que ambos, Isaac y Adelia, estuviesen involucrados en el ministerio, y los talentos de Adelia  eran particularmente necesarios en este contexto misionero. Elena de White sentía que los Van Horn no habían sido fieles a su llamado al tener hijos tan pronto después que entraron juntos en el ministerio. A veces se necesitan excepciones a los ideales de una familia.

Algunas personas elaboran esquemas intrincados de interpretación de los escritos de Elena de White para categorizar los blancos, ideales y valores que ella abrazó respecto a las mujeres en general y para imponer un límite sobre lo que las mujeres pueden hacer en la iglesia hoy. Están aquellos que abogan que las familias, la vida de la iglesia y la sociedad debieran hoy seguir la misma disposición que Elena de White experimentó en sus días, o presenció en sus visiones y escribió al respecto en sus escritos. Este gran esquema e ideal se basa a veces en una comprensión de la relación entre las personas de la Deidad de que Jesús estaba sometido al Padre y así implicando que hay un valor intrínseco para algunas personas en la iglesia y la sociedad para estar sometidas a otros. Lo mismo ocurre con el rango y la jerarquía de los ángeles en el cielo[70].

Elena de White vio en sus visiones todas estas hermosas e inspiradoras escenas de ángeles. Ella escribió sobre el orden y la armonía que vio en el cielo lo que le dio sus razones para abogar por el orden y la armonía en la temprana organización de la Iglesia Adventista[71]. Sin embargo ella instó a la participación de todas las personas en la vida de la iglesia, reprendió a aquellos escogidos y destinados a trabajar por la iglesia que usaban una forma de poder real para conseguir lo que querían y desplazar a otros de la participación en la vida de la iglesia. Ella condenó el uso de poder y autoridad sobre la base de la posición jerárquica de uno en la iglesia; nadie tiene un rango o posición intrínseco que lo coloca como superior a otros. Mientras que ella afirmaba puestos de liderazgo para facilitar las operaciones útiles y apropiadas de la iglesia, y para evitar la anarquía, la confusión y las falsas enseñanzas, una forma de jerarquía que desplaza, suplanta o controla a otros no está tolerada en sus escritos. Y ella nunca usó alguno de estos conceptos para limitar lo que las mujeres pudieran hacer en la iglesia.

En cualquier organización social, inclusive las iglesias, hay un elemento conservador que impide desarrollos que parecen eliminar formas tradicionales de hacer las cosas. Para muchos, está bien dejar las cosas como están. Pero también hay un elemento progresivo que desea ver que las cosas cambien a fin de ver progreso cuando las cosas comienzan a estancarse. De modo que hay una tensión entre tendencias tradicionalistas y tendencias progresistas. Ninguna de las dos es mala. Pero una organización debe mirar cuidadosamente a su pasado y no idolatrarlo o fosilizarlo si la organización ha de continuar siendo relevante en su contexto constantemente cambiante.

Como yo lo veo, la misión de nuestra iglesia ha sido por más de 150 años predicar el mensaje de los tres ángeles al mundo y preparar a un pueblo para el pronto regreso de Cristo. Con esa finalidad y con ese propósito, Elena de White comprendió que todos los adventistas deben estar involucrados en esta misión, tanto hombres como mujeres, laicos y pastores ordenados, jóvenes y viejos —todos tienen un rol que desempeñar en esta gran misión. A través de su ministerio ella animó y urgió a hombres y mujeres a estar involucrados.

Como también lo veo, la inclusión de mujeres en el ministerio solo facilitará la terminación de nuestra misión. Pensar que solo hombres ordenados al ministerio pueden hacer algo de este trabajo, o que solo los hombres pueden tener un lugar o un rol que desempeñar en la realización de algunas partes de esta misión, es para mí un enfoque tradicionalista de nuestra misión que solo obstaculizará aquello para lo cual existimos. No creo que Elena de White aprobaría esto en este día y en estos tiempos en muchas partes del mundo. Quizás ella diría que estamos obstruyendo el rol y el ministerio de las mujeres al negar que sean ordenadas, y que es injusto hacer que hagan todo el trabajo y no tener la bendición de la iglesia para hacerlo. Ella dijo lo mismo sobre la injusticia de la escala de pago para las mujeres mientras vivía en Australia. Su propia vida y ministerio permitieron una diversidad de opiniones sobre muchos problemas y asuntos. Ella permitió excepciones a algunas reglas e ideales cuando el contexto lo demandaba.

En 1892, ella declaró: “No podemos por consiguiente tomar la posición de que la unidad de la iglesia consiste en ver cada texto de la Escritura en la mismísima luz. La iglesia puede aprobar resolución tras resolución para sofocar todos los desacuerdos de opiniones, pero no podemos forzar la mente y la voluntad, y así erradicar los desacuerdos. Esas resoluciones pueden encubrir la discordia, pero no pueden suprimirla y establecer un perfecto acuerdo”[72].

CONCLUSIÓN

En este documento he intentado construir una armazón teológica en base a escritos de Elena de White y su contexto para comprender primero qué son el ministerio y la ordenación y luego cómo esto puede permitir la ordenación de la mujer. Esta armazón está construida sobre lo que ella creyó que es el rol y la misión de la iglesia, que todos los cristianos tienen un rol que desempeñar en el cumplimiento de esta misión, y que las mujeres tienen un rol esencial en la iglesia.

Encontramos muchas ideas fundamentales en sus escritos respecto a lo que ella entendía que significa la ordenación. Primero, todos los creyentes están espiritualmente ordenados por Dios para participar en la misión de la iglesia. Esta es la calificación fundamental para el servicio cristiano; cada cristiano es intrínsecamente un siervo de Dios. Esto no reemplaza los roles específicos de los oficiales y pastores de iglesia, pero indica que el ministerio es inclusivo. Esta ordenación espiritual va hasta el punto de permitir a cualquier cristiano bautizar a alguien cuando circunstancias especiales lo demanden.

Ideas significativas sobre la ordenación aparecen en el comentario de Elena de White sobre la historia de la ordenación de Pablo y Bernabé en Hechos 13. Primero, ella reconoció que hay un llamado y un nombramiento antes de que la iglesia ordene a alguien, y que la ordenación es un reconocimiento público de ese nombramiento divino previo. Segundo, ella también declaró que el rito de ordenación no califica en sí mismo a alguien para un oficio o tarea; esta calificación ya ha ocurrido a través de la obra del Espíritu Santo en la vida y el ministerio de uno, y a través de una buena educación; antes bien, la ordenación debe ser entendida como un tipo de nombramiento para un oficio o una tarea y como un reconocimiento de que esta persona tiene la autoridad para cumplir esa tarea. Tercero, la ordenación es también un rito durante el cual la congregación pide a Dios que otorgue su bendición sobre la persona escogida. Cuarto, la ordenación es para una obra específica y no es su propósito calificar “inmediatamente” a alguien “para cualquiera y para toda obra ministerial”. Esto significa que hay lugar para diversas clases de imposición de manos, para diversas clases de trabajo, ministerios, funciones u oficios, cada uno con responsabilidades específicas y, por lo tanto, con la correspondiente autoridad.

La recomendación de Elena de White para que haya una ordenación para misioneros médicos y mujeres en el ministerio se basa en su comprensión de que el ministerio evangélico es una actividad abarcante y que no se limita a lo que los pastores hacen por la iglesia. En estas recomendaciones, que no encuentran su precedente en la Escritura, ella invita a la iglesia a ampliar su comprensión del ministerio y compara la ordenación de los médicos misioneros a la de un pastor. En este contexto, Elena de White comprendía la ordenación como una forma de afirmación o de encomendar para una misión. Por lo tanto, con este contexto y significado en mente, su punto de vista de la imposición de las manos puede ser y es incluyente de ambos géneros. Todas estas ideas nos hacen ver que Elena de White comprendió la ordenación como una ordenanza al servicio de la iglesia para comisionar a las personas en diversas clases de ministerios y responsabilidades, y para pedir la bendición de Dios sobre su ministerio. No hay indicación en sus escritos de que el rito de ordenación debiera limitarse solo a hombres o que debiera usarse para establecer cierto tipo de jerarquía en la iglesia. Ella nunca se refirió a textos claves como 1 Corintios 14:33-35 ó 1 Timoteo 2:12 para limitar el ministerio de la mujer en la iglesia. Conceptos teológicos como la primacía masculina en la iglesia, la subordinación de Jesús al Padre o la jerarquía de ángeles en el cielo nunca se usan en sus escritos para impedir a las mujeres que ocupen algunas formas de ministerio que solo serían accesibles a hombres. Ella promovió enfáticamente la participación de mujeres en todas formas de ministerio.

Elena de White reconocía que existía diversidad de pensamiento y práctica en muchas áreas de la vida personal y de la iglesia, en creencias y conducta. Pienso que todos estamos de acuerdo en que la ordenación no es una creencia clave, fundamental de la Iglesia Adventista. En ese caso, podemos aceptar diferencias de opiniones y prácticas. En vez de dividirnos sobre este asunto, debiéramos seguir adelante con la misión de nuestra iglesia.

Me parece que la esencia de nuestra discusión actual es si las mujeres en el ministerio debieran tener la misma autoridad que tienen los hombres. En muchas funciones ellas ya la tienen y nosotros las comisionamos (ordenamos) para hacerlo así. Basados en escritos de Elena de White interpretados dentro de su contexto, hemos seguido su iniciativa y, de acuerdo con nuestras diversas circunstancias culturales y nacionales, hemos dado a la mujer oportunidades para servir en una multitud de funciones del ministerio. La pregunta ahora es si a estas mujeres se les pudiera dar la autoridad para cumplir unas pocas tareas más (ordenar a ancianos de iglesia, organizar o disolver iglesias, servir como presidentes de asociación). Mi lectura de escritos de Elena de White me conduce a formular una simple pregunta: ¿Por qué no? ¿Por qué no darles a las mujeres que trabajan en el ministerio la autoridad para hacer estas otras tareas? ¿Por qué no podemos confiar en que la mujer puede ser tan competente en el desempeño de estas otras funciones? Creo que Elena de White diría todavía que a las mujeres competentes se les puede dar “cualquier puesto de confianza” y ser apartadas para ello.

 


Referencias

[1] El Evangelismo, 334-361.

[2] Esta acción creó muchas divisiones entre la población y brindó el marco para la desobediencia civil entre los abolicionistas y adventistas observantes del sábado. La Ley del Esclavo Fugitivo imponía duras penalidades sobre los que se rehusaran a ayudar a los cazadores de esclavos del gobierno o que obstruyeran la nueva captura de un esclavo fugitivo. Los del norte fueron considerados  directamente responsables por ayudar a capturar nuevamente a los esclavos que huían hacia el norte. Elena G. White tuvo una postura definida contra la esclavitud, y la consideró un mal moral. En relación con la Ley del Esclavo Fugitivo, abogó de manera directa por la desobediencia civil. “Ciertos hombres han sido colocados sobre nosotros para gobernarnos, y hay leyes que rigen al pueblo.  Si no fuera por estas leyes, la condición del mundo sería peor que la actual. Algunas de estas leyes son buenas y otras, malas. Las últimas han estado aumentando, y aún hemos de vernos en dificultades. Pero Dios sostendrá a su pueblo para que se mantenga firme y viva de acuerdo con los principios de su Palabra. Cuando las leyes de los hombres entran en conflicto con la Palabra y la ley de Dios, hemos de obedecer a estas últimas, cualesquiera que sean las consecuencias. No hemos de obedecer la ley de nuestro país que exige la entrega de un esclavo a su amo; y debemos soportar las consecuencias de su violación. El esclavo no es propiedad de hombre alguno. Dios es su legítimo dueño, y el hombre no tiene derecho de apoderarse de la obra de Dios y llamarla suya” (Testimonios para la iglesia, t. 1, 185).

[3] Véase Obreros evangélicos, 398-403, y su libro La temperancia.

[4] Véase, por ej., sus libros El ministerio de curación y Consejos sobre la salud.

[5] Véase, por ej., sus libros La educación y Consejos para los maestros, padres y alumnos.

[6] Spiritual Gifts, 2: 39; “Looking for that Blessed Hope”, Signs of the Times, 24 de junio de 1889.

[7] George R. Knight, Ellen White’s World: A Fascinating Look at the Times in Which She Lived (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 1998), 105-109.

[8] Elena G. White a Edson y Emma White, 17 de octubre (Carta 16a), 1870; Elena G. White a Guillermo C. White, 17 de octubre (Carta 16), 1870.

[9] Elena G. White a Jaime White, 1 o de abril (Carta 17a), 1880.

[10] Véase Gerry Chudleigh, “The Campbellite and Mrs. White”, Pacific Union Recorder, (112: 7) Julio 2012, 6. Una de mis estudiantes doctorales, Wendy Jackson, profesora del Colegio Superior Avondale, en Australia, está completando una tesis donde compara las perspectivas de Alexander Campbell y Elena G. White respecto de la unidad de la iglesia. Su estudio representa una comparación fascinante de la hermenéutica bíblica y doctrina de la iglesia.

[11] J. N. Andrews, “May Women Speak in Meeting?” Review and Herald, 2 de enero de 1879, p. 324 (la cursiva es mía).

[12] J. N. Andrews, “Women in the Bible”, Signs of the Times, 30 de octubre de 1879, p. 324.

[13] Jaime White, “Women in the Church”, Review and Herald, 29 de mayo de 1879, p. 172.

[14] Elena G. White habló en favor de la primacía del hombre en el hogar pero no transfirió este concepto a la iglesia y la sociedad. Asimismo, basó sus pensamientos sobre la primacía masculina en el hogar en el resultado de la caída de Adán y Eva, y no en el orden de la creación de Eva después de Adán. Véase Patriarcas y profetas, 41-43. Si el concepto de primacía del hombre está arraigado en el orden de la creación antes de la caída, entonces adquiere un estatus permanente e invariablemente se aplica a todos los hombres y mujeres de la iglesia y la sociedad.

[15] “The Laborer Is Worthy of His Hire”, Manuscript 43a, 1898, en Manuscript Releases, 5: 324-327.

[16] Agradezco las perspectivas que recibí de Denis Kaiser, un estudiante doctoral de la Universidad Andrews, que hace poco hizo un estudio sobre el desarrollo del rito de la ordenación y el concepto de ministerio en la Iglesia Adventista entre 1850 a 1920. Su estudio fue comisionado por la División Intereuropea de la Iglesia Adventista. Denis Kaiser, “Setting Apart for the Ministry: Theory and Practices in Seventh-day Adventism (1850-1920)”, trabajo preparado para la Comisión de Investigación Bíblica de la División Intereuropea, 18 de marzo de 2013; se le hizo una ligera revisión el 13 de mayo de 2013.

[17] Elena G. White al hermano Johnson, n.d. (Carta 33), 1879, en Manuscript Releases, 19: 56 (la cursiva es mía).

[18] El colportor evangélico, 17 (la cursiva es mía)

[19] Testimonios para la iglesia, t. 6, 324 (la cursiva es mía).

[20] Testimonios para la iglesia, t. 8, 241 (la cursiva es mía).

[21] Review and Herald, 21 de junio de 1887, en Fundamentals of Christian Education, 117-118 (la cursiva es mía).

[22] El hogar adventista, 29.

[23] Retirement Years, 26.

[24] “The Laborer Is Worthy of His Hire”, Manuscrito 43a, 1898, en Manuscript Releases, 5: 324-327.

[25] En 1898, Elena G. White dijo lo siguiente respecto de la adopción de niños por parte de las familias de los ministros. “Me han llegado cartas de varias personas, solicitando mi consejo respecto de la pregunta: ¿Deberían adoptar bebés las esposas de los ministros? Querían que les dijera si les aconsejaba hacer este tipo de trabajo. A alguna que estaba mirando esta cuestión con buenos ojos, les respondí: No; Dios quiere que ayude a su esposo en su obra. El Señor no les ha dado hijos propios; su sabiduría no debe ser cuestionada. Él sabe lo que es mejor. Consagre sus poderes a Dios como obrera cristiana. Usted puede ayudar a su esposo de muchas maneras. Puede apoyarlo en su labor al trabajar para él, al mejorar su intelecto. Al usar la capacidad que Dios le ha dado, usted puede ser ama de casa. Y más que esto, puede ayudarle a dar el mensaje” (Manuscrito 43a, 1898, en Manuscript Releases, 5: 325).

[26] “All Kinds of Workers Needed”, Manuscrito 149, 1899, en Manuscript Releases, 18:66-67 (la cursiva es mía).

[27] El Deseado de todas las gentes, 257.

[28] Testimonios para la iglesia, t. 6, 21.

[29] Los hechos de los apóstoles, 132. Dos capítulos en particular, presentan con claridad su comprensión respecto del propósito de la iglesia: “El propósito de Dios para la iglesia”, Testimonios para la iglesia, t. 6, 18-22, y “El propósito de Dios para la iglesia”, Los hechos

de los apóstoles, 9-14.

[30] Un buen ejemplo de esto se encuentra en el capítulo “Un ministerio consagrado”, en Los hechos de los apóstoles, 289-298.

[31] A Preparation for the Coming of the Lord”, Review and Herald, 24 de noviembre de 1904 (la cursiva es mía).

[32] Véase los comentarios de Elena White en conexión con la rebelión de Coré en Patriarcas y profetas, 369-379.

[33] Tres siglos antes de Elena G. White, Martín Lutero también apeló a 1 Pedro 2:9 para expresar su creencia de que cada cristiano es un sacerdote para Dios. En un tratado de 1520, en el que invitó a los  príncipes alemanes a reformar la iglesia, escribió: “El hecho es que nuestro bautismo nos consagra a todos sin excepción, y nos hace a todos sacerdotes” (Un llamado a la clase gobernante de nacionalidad alemana respecto de las mejoras del estado de la cristiandad, en John Dillenberger [editor], Martin Luther: Selections from his writings [New York: Doubleday, 1962], 408).

[34] En relación con 1 Pedro 2:9 véase, por ej., Testimonios para los ministros, 421-441; Testimonios para la iglesia, t. 2, 153-154; t. 6, 128, 276-277. En relación con Juan 15:16, véase Testimonios para los ministros, 212-213.

[35] “The Great Commission; a Call to Service”, Review and Herald, 24 de marzo de 1910.

[36] “Our Work”, Signs of the Times, 25 de agosto de 1898.

[37] Los hechos de los apóstoles, 90.

[38] “A Preparation for the Coming of the Lord”, Review and Herald, 24 de noviembre de 1904.

[39] Testimonios para la iglesia, t. 6, 443 (la cursiva es mía).

[40] “Words to Our Workers”, Review and Herald, 21 de abril de 1903.

[41] Los hechos de los apóstoles, 32-33.

[42] Elena G. White a “Dear Brethren and Sisters”, 19 de octubre (Carta 138) de 1909, citado en Arthur L. White, Elena G. White: The Later Elmshaven Years, 1905-1915, 211 (la cursiva es mía).

[43] Los hechos de los apóstoles, 130-131 (la cursiva es mía).

[44] Existe mucha confusión respecto del significado de un cargo en las Escrituras y en los escritos de Elena G. White. Este pasaje indica que un cargo, como el de los apóstoles Pablo y Bernabé, está relacionado con una función, tarea o trabajo. La función de un apóstol es para una tarea específica en la iglesia, y en el caso de Pablo y Bernabé, era la de predicar el evangelio a los gentiles. Su comentario: “Ulteriormente, el rito de la ordenación por la im-

posición de las manos fue grandemente profanado; se le atribuía al acto una importancia infundada, como si sobre aquellos que recibían esa ordenación descendiera un poder que los calificaba inmediatamente para todo trabajo ministerial”; parece indicar otra vez que la ordenación de una persona no debería ser entendida como necesariamente una calificación de esta persona para otras tareas futuras que se le podría pedir que haga. Por el contrario, la ordenación es para una tarea específica. Este comentario nos lleva a reflexionar en la práctica de la Iglesia Adventista de ordenar a alguien de por vida, y para cualquiera y todas las funciones ministeriales que se le puede pedir más adelante. Tradicionalmente, la ordenación al ministerio adventista ha servido como un rito de iniciación que califica a la persona para cumplir todas las tareas futuras del ministerio, lo que incluye el ministerio pastoral, el evangelismo, la enseñanza, el liderazgo y la administración. Esta ordenación también sigue siendo válida cuando la persona se jubila, aun si el ministro ya no cumple una

función ministerial.

[45] Primeros escritos, 101. Es interesante notar que en este pasaje, Elena G. White no usa la palabra ordenación, sino que más bien se refiere a este rito como la tarea de separar y dar una comisión. Esto indica que ella usa estas palabras y conceptos como sinónimos.

[46] El ministerio médico, 327-329.

[47] Manuscrito 5, 1908, en El evangelismo, 397-398 (la cursiva es mía).

[48] “The Duty of the Minister and the People”, Review and Herald, 9 de julio de 1895 (la cursiva es mía).

[49] Manuscrito 43a, 1898, en Manuscript Releases, t. 5, 323.

[50] Ibíd., t. 5, 325.

[51] En 1879, la Asociación General votó que “ninguno sino los que están ordenados conforme a las Escrituras están propiamente calificados para administrar el bautismo y otras ordenanzas”. G. I. Butler, “Eighteenth Annual Session, General Conference of Seventh-day Adventists: Twelfth Meeting, November 24, 1879, 7 p.m.”, Battle Creek, Mích., Archivos de la Asociación General.

[52] “Remarks Concerning the Foreign Mission Work”, Manuscrito 75, 1896 (la cursiva es mía).

[53] Fundamentals of Christian Education, 117, 118.

[54] “Regarding the Testimonies”, Manuscrito 23, 1911, en Mensajes selectos, t. 1, 64-66.

[55] Testimonios para la iglesia, t. 3, 153.

[56] El ministerio médico, 74-76.

[57] Una entrevista con Elena G. White, “Counsel on Age of School Entrance”, Manuscrito 7, 1904, en Mensajes selectos, t. 3, 244-258.

[58] Kaiser, 33.

[59] Manuscrito 23, 1889, en Manuscript Releases, 12: 57; Gilbert M. Valentine, W. W. Prescott: Forgotten Giant of Adventism’s Second Generation, Adventist Pioneer Series (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 2005), 80-81.

[60] Véase nuestro análisis de este artículo más arriba.

[61] C. C. Crisler a Mrs. L. E. Cox, 12 y 22 de marzo de 1916, en Hijas de Dios, 252-254.

[62] Muchos estudios han mostrado la participación de las mujeres en diversas formas de ministerio durante la época de Elena G. White. Beverly Beem y Ginger Hanks Harwood, “‘Your Daughters Shall Prophesy’: James White, Uriah Smith, and the ‘Triumphant Vindication of the Right of the Sisters to Preach’”, Andrews University Seminary Studies, 43: 1 (2005), 41-58.

[63] Elena G. White a los “Brethren”, 5 de agosto (Carta 20) de 1888, en 1888 Materials, 38-46. Un breve resumen de los temas analizados durante el congreso se encuentra en A. V. Wallenkampf, What Every Adventist Should Know About 1888 (Washington, DC: Review and Herald, 1988).

[64] Elena G. White a “My Brethren in the Ministry”, 3 de agosto (Carta 62) de 1910, en Paulson Collection, 42-44.

[65] Consejos sobre el regimen alimenticio, 453-454. Véase todo el capítulo, 445-499.

[66] Conducción del niño, 21-22.

[67] Spiritual Gifts, 2:iii.

[68] Elena G. White a Isaac y Adelia Van Horn, (Carta 48) 1876, en Hijas de Dios, 136-138.

[69] Elena G. White a Isaac Van Horn, 26 de febrero (Carta 8) de 1884.

[70] Ese esquema lleva ciertamente a una perspectiva arriana de la divinidad de Cristo. Elena G. White creía en la igualdad eterna de las tres personas de la divinidad. Aquí hay una muestra de sus pensamientos al respecto: “Este Salvador era el esplendor de la gloria del Padre, y la imagen expresa de su persona. Divinamente majestuoso, perfecto y excelente, era igual a Dios” (1869; Testimonios para la iglesia, t. 2, 181). “Antes de la aparición del pecado había paz y gozo en todo el universo […]. Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios; era el único ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y designios de Dios. Fue por intermedio de Cristo por quien el Padre efectuó la creación de todos los seres celestiales […]. Todo el cielo rendía homenaje tanto a Cristo como al Padre” (El conflicto de los siglos, 547). “Él [Cristo] estaba con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre. El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existía desde la eternidad, una persona distinta, y sin embargo uno con el Padre. Era la gloria incomparable del cielo. Era el comandante de las inteligencias celestiales, y el homenaje de adoración de los ángeles era recibido por él como su derecho” (1906; Review and Herald, 5 de abril de 1906).

[71] Primeros escritos, 97.

[72] “Love, the Need of the Church”, Manuscrito 24, 1892, en Manuscript Releases, t. 11, 266.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *