Aiko Araki: la pastora adventista ciega de Japón

Aiko Araki: la pastora adventista ciega de Japón

 

Sobre al autor: Benjamín Baker es archivista asociado del Departamento de Archivo, Estadística e Investigación de la Asociación General.

 

El cumpleaños de Aiko Araki en 1890 casi coincide con el nacimiento del adventismo en Japón. Al año anterior, el evangelista Abram La Rue compartió el mensaje adventista en Japón mediante la repartición de publicaciones; generalmente se sostiene que él fue el primer adventista en hacer esto. Un año más tarde, alrededor del mismo tiempo en que Aiko nació, Stephen Haskell informó que en Japón un hombre había sido bautizado, “algunos de ellos [guardan] el sábado”, y aun otros expresaban interés. Estos primeros conversos eran ciertamente los frutos del diligente esfuerzo de Abram.

Aiko, o Ai como sería conocida por el resto de su vida, viviría a través de la caída del Imperio Otomano, la Primera y Segunda Guerra Mundial, varias desastrosas depresiones económicas, el surgimiento de Estados Unidos y Rusia como superpoderes, y la Guerra Fría. Cuando ella nació, el principal modo de transporte era al caballo y el carro, pero ella viviría para presenciar al hombre caminar sobre la luna.

Ai también experimentaría tiempos difíciles en su vida personal. Siendo adolescente, perdió la vista en el trascurso de un par de semanas. Los doctores no tenían un diagnóstico. Como una creyente en Tenrikyo, una secta de Shinto, la religión tradicional de Japón, a Ai le aseguraron que mediante un hinokishin (acto de gratitud) podría recuperar la vista. Pero después de dar todo su dinero y sus posesiones, aun no podía ver. Luego, Ai intentó tanno (aceptación gozosa) para sobrellevar su pérdida de visión. Pero no podía encontrar paz. La jovencita contempló seriamente terminar con su vida.

De alguna manera, ella pudo continuar y la vida comenzó a sonreírle, por un tiempo. Un trabajo tradicional para los ciegos en Japón es la terapia de masaje, y Ai se determinó a educarse en ese arte. Ella ganó renombre como masajista y también como maestra en una escuela para no videntes. Un tiempo después de cumplir veinte años se casó con un hombre llamado Araki. Tuvieron un hijo y poco después su esposo falleció de tuberculosis.

Parecía como si Dios hubiera olvidado a la joven madre ciega y viuda, pero no lo había hecho. Mientras la Primera Guerra Mundial comenzaba, AI conoció a Hide Kuniya, una de las primeras personas en su país en bautizarse y convertirse en un pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Un pionero impresionante, Kuniya comenzó la obra adventista en Korea. AL igual que hizo con cientos de otras personas, Kuniya llevó a Ai hacia Jesús. Ella fue bautizada a la edad de 26 años y comenzó a trabajar para la iglesia como instructora bíblica.

Ai se convirtió en una inusual ganadora de almas. Una de sus técnicas preferidas era llevarles la Biblia a sus vecinos y pedirles que se la leyeran. La astuta Ai siempre elegía algún pasaje especialmente conmovedor, y después de leerlo, el interés de sus vecinos aumentaría, se iniciaría una conversación, y Ai los llevaría a Cristo.

En el período entre las guerras, Ai se convirtió en una significativa líder en la isla de Kyushu, una misionera con licencia y miembro del comité ejecutivo de la Misión de Kyushu. El crecimiento en este país no cristiano nunca fue explosivo, pero el progreso era constante.

Sin embargo, en el horizonte se aproximaba rápidamente una guerra más devastadora, destinada a sacudir no solo el planeta, sino también la frágil presencia adventista en el noroeste de Asia. En el verano de 1937, Japón invadió China, iniciando así la guerra en el frente del Pacífico. Con el comienzo de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, el mundo de Ai comenzaría a cerrarse sobre ella de nuevo. La paranoia del gobierno se manifestó en la vigilancia de todas las reuniones privadas, especialmente de las iglesias cristianas, que eran vistas como extranjeras y sospechosas. El adventismo, en particular, era visto como una exportación norteamericana, y después de que el Emperador Hiroshito (Japón), Benito Mussolini (Italia) y Adolfo Hitler (Alemania) firmaron el Pacto Tripartito a fines de 1940, los misioneros adventistas extranjeros fueron declarados en Japón como personas non grata. A principios de 1941, la Asociación General retiró a todos sus misioneros de esta nación.

Las cosas empeoraron. Mientras Ai compartirá discretamente las verdades de la Escritura, la presencia oficial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día fue erradicada casi por completo en Japón a principios de 1943. Una de las principales razones para esto era el énfasis que la iglesia tenía en la segunda venida de Jesús, que menospreciaba el culto al emperador y el reinado de la casa imperial. El 20 de septiembre de 1943, el gobierno encarceló a 42 líderes adventistas a lo largo y ancho del archipiélago japonés. Con la mayoría de los líderes adventistas arrestados y con una membresía de menos de 1300 personas, parecía que el adventismo en Japón había recibido un golpe mortal. Ai estaba entre los arrestados, porque ella había estado esparciendo el adventismo en el país durante más de 25 años.

La preciada Biblia en braille de AI le fue confiscada por la policía. Ella fue interrogada profundamente, pero debido a su ceguera, su baja estatura y su aspecto sereno, fue liberada después de recibir la orden de no volver a hablar del cristianismo de nuevo. Esa mañana de septiembre esta mujer dejó la prisión sola, sin lugar a donde ir (su hogar había sido destruido por bombardeos aéreos), sin nada para comer, con muchos de sus hermanos de la fe encarcelados y con las puertas de su pequeña y modesta iglesia encadenadas.

Como hizo cada vez en su vida cuando enfrentó tiempos turbulentos, Ai perseveró. Ella buscó a los creyentes esparcidos y aterrados a través de su ciudad natal de Kagoshima. Con los líderes encarcelados, ella se convirtió en pastora, anciana, diácono y tesorera, visitando cada hogar y departamento, orando, alentando y animando. La declaración que ella había hecho años antes “Mi vida siempre está llena de oración. De hecho, mi vida es oración”, era más verdadera que nunca antes.

Ai juntó a los cerca de 40 adventistas en su ciudad natal, un puerto marítimo. Se decía que su misma presencia era como un relámpago de valentía para ellos. Bajo su liderazgo a través de esos imposibles años de guerra, su iglesia, esos 40 creyentes, no se perdieron ni un solo culto en sábado. En un sábado se reunían en bosques montañosos, en otros en parques o cementerios, donde las reuniones no levantarían sospechas. En cada reunión, la pequeña figura de Ai podía ser distinguida, ya se envuelta en mantas durante el invierno o bajo un paragua en verano. Ella siempre estuvo caracterizada por una determinación paciente que era más fuerte que todo el poder de las naciones en guerra.

Periodicamente, Ai y su grupo de creyentes escuchaban que algún prisionero adventista había muerto o que ciertos miembros habían fallecido en bombardeos. Cuando las bombas atómicas explotaron en Hiroshima y Nagasaki, la nación de Ai parecía estar la borde de la extinción. Pero ella siempre se mantuvo cuidando a su rebaño. Cuando la guerra terminó, la cuarta parte de los adventistas en Japón habían muerto o desaparecido. Pero todo el grupo de Ai estaba intacto y fue la única congregación que emergió ilesa de la guerra.

Poco después de que la guerra terminó, Ai informó que 14 nuevos conversos habían sido bautizados en su congregación. El reino de Dios duró más que los reinos más poderosos de este mundo. Era pequeño, parecía sufrir pérdidas, pero no pudo ser derrotado. Cuando la última bala resonó en la distancia, su Verdad marchó hacia adelante.


Fuente: https://am.adventistmission.org/v4n3-20

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