Mujeres del Siglo Diecinueve en el Ministerio Adventista Contra el Telón de Fondo de su Época

Mujeres del Siglo Diecinueve en el Ministerio Adventista Contra el Telón de Fondo de su Época

Por Michael Bernoi

 

Introducción

Se han expresado muchas opiniones sobre las mujeres en el ministerio y especialmente acerca de su ordenación al ministerio evangélico. Autores con opiniones encontradas han tratado de probar sus respectivas posiciones basándose en las Escrituras y los escritos de Elena G. de White. Se han escrito artículos, monografías, compilaciones y hasta varios libros, todos en busca de una mayor comprensión de la función de la mujer dentro de la Iglesia Adventista. Sin embargo, a menudo se ha pasado por alto el contexto histórico de la evidencia citada, tanto de las declaraciones bíblicas como de las de Elena de White. En algunos casos, esta omisión ha llevado a entender el tema en forma inadecuada.

La historia, por definición, nunca se desenvuelve en un vacío. Cualquier historia es el relato de un grupo específico, escrito con un propósito específico. Trágicamente, a menudo se deja fuera de la historia a las mujeres o se las relega a un rol secundario, aun cuando pudieron haber desempeñado papeles importantes en la historia. La historia de esta iglesia y su gente, especialmente el papel que han jugado las mujeres, primero en el Millerismo y luego en los albores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se hace más clara cuando se entiende dentro del contexto y la cultura de su tiempo. Elena de White misma hizo notar que para entender y aplicar los Testimonios, “deben tomarse en cuenta el tiempo y el lugar”[1].

Este capítulo proporciona una vislumbre del clima social y cultural del tiempo de Elena de White, colocando de ese modo sus declaraciones concernientes a las mujeres y su papel y función en el ministerio en el contexto apropiado. En segundo lugar, examinará el rol de las mujeres en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, comenzando con el Millerismo.

Norteamérica en el siglo XIX

Elena Harmon nació en Maine en 1827 y murió en California en 1915. Su vida abarcó la mayor parte del siglo diecinueve, una época en la cual la mujer ideal estaba muy alejada de la realidad. El lugar ideal de la mujer distaba mucho de su lugar en el mundo real, especialmente en el mundo de la iglesia.

Las mujeres en su lugar

Durante el siglo XIX, los Estados Unidos sufrieron un cambio fundamental. “Cambios importantes en la economía, tanto en el Norte como en el Sur, en la primera mitad del siglo diecinueve tuvieron un efecto dramático sobre la vida de las mujeres”. Esto se debió en gran medida a la revolución del algodón y al papel significativo que jugaron las mujeres en ella. Por ejemplo, en la Nueva Inglaterra rural, las jóvenes afluyeron a las ciudades donde estaban las fábricas de textiles. “Las mujeres solteras blancas constituían la abrumadora mayoría del potencial de mano de obra textil en los primeros tiempos. Para 1831, las mujeres eran casi cuarenta mil de los cincuenta y ocho mil trabajadores en esa industria”[2]. En 1850 las mujeres representaban el 24 por ciento de la mano de obra total de la industria número uno en Norteamérica: el algodón. No obstante, la sociedad todavía señalaba las tareas domésticas y la casa como el dominio y papel principal de la mujer[3]. La mujer que se apartaba de ese estrecho rol se encontraba con una severa desaprobación. Pero si era joven y soltera, entonces se la podía animar a ganarse el sustento fuera de la casa como una medida temporaria, para ayudarla a salir del apuro hasta el casamiento. Esto se aplicaba especialmente a las mujeres de clase media y baja, de quienes se esperaba que complementaran, y no drenaran, el presupuesto familiar antes de casarse.

Sin embargo, la vasta mayoría de las mujeres no trabajaba fuera del hogar. El sistema fabril no había reemplazado aún a la industria hogareña, la cual permitía que los obreros, tanto varones como mujeres, tuvieran mayor control sobre sus horas, condiciones de trabajo y tipo de arte u oficio. En la primera parte del siglo, Norteamérica todavía tenía una economía basada principalmente en la agricultura. El trabajo y el hogar eran esferas integradas para la mayoría de las familias.

Pero para las mujeres y los hombres de las ciudades textiles de Nueva Inglaterra, la vida estaba cambiando. Podía ser dura y estricta. Las horas del día de los obreros textiles eran controladas por sus empleadores. Se exigía a los empleados solteros vivir en pensiones de la compañía, con reglamentos estrictos. Las puertas se cerraban a las diez de la noche; todos los empleados debían comportarse correctamente y observar el “sábado” puritano[4]. Más aún, cuando se alargaban las horas de luz, también aumentaban las horas de trabajo; para muchos esto significaba comenzar el día a las 5 de la mañana y trabajar hasta las 7 de la tarde.

Algunas mujeres describieron su difícil situación. Por ejemplo, Catherine Clinton cita un verso compuesto por una niña de una fábrica: “Rodeada por el ruido estrepitoso y el fragor / del golpeteo incesante de la lanzadera del telar / se hallaba una hermosa niña con las sienes palpitantes / trabajando en camino hacia la tumba”[5].

La mayoría de las mujeres escapaban del trabajo de las fábricas para casarse, enseñar o realizar servicio doméstico[6]. A mediados de la década de 1840, la vida en las fábricas se había vuelto tan mala que las mujeres obreras comenzaron a organizar asociaciones en pro de reformas laborales. En 1845, una mujer terminó su súplica por justicia en un periódico local con una vehemente denuncia:

Productores de todos los lujos y comodidades de la vida, ¿no despertarán sobre este asunto? ¿Se sentarán indolentemente y permitirán que los zánganos de la sociedad aseguren el yugo de la tiranía, el cual ya está colocado sobre sus cuellos de modo que apenas lo sienten? Digo, ¿les permitirán que aseguren ese yugo sobre ustedes, el cual ha aplastado y está aplastando a millones en el viejo mundo hasta el suelo; sí, y aun hasta la inanición y la muerte? Ahora es el momento de contestar esta pregunta de suma importancia. ¿No escucharemos la respuesta desde cada monte y cada valle: IGUALDAD DE DERECHOS, o muerte a las corporaciones?[7]

La vida era poco mejor para el ama de casa de las plantaciones en el Sur, sin hablar de la difícil condición de la gente negra. Los hombres a menudo dejaban a sus esposas solas para que manejasen la hacienda mientras ellos realizaban negocios en la ciudad, desempeñaban un cargo político o conducían campañas militares. Se dejaba que las mujeres de la casa manejaran a los esclavos, trataran con los capataces, atendieran a los comerciantes y acreedores, y también realizaran la rutina diaria de tareas domésticas[8]. Estaban atrapadas en la hacienda, sujetas a su “dueño y señor”, porque así es como se lo consideraba al esposo. Un día típico para una mujer del Norte o del Sur podía incluir: cultivar hierbas, hacer una mezcla para remedios, plantar maíz, hilar telas, tejer medias, coser ropa, matar reses, pulir los utensilios de cobre de la cocina, conservar verduras, batir manteca, fabricar velas, tejer alfombras, cuidar de la educación moral, espiritual e intelectual de los niños, y un millar de otras tareas caseras requeridas para simplemente existir en la vida doméstica diaria.[9]

Con razón que Elena White escribió lo siguiente:

En muchos hogares la esposa y madre no tiene tiempo para leer a fin de mantenerse bien informada, ni tiene tiempo para ser la compañera de su esposo, ni para seguir de cerca el desarrollo intelectual de sus hijos. No hay tiempo ni lugar para que el querido Salvador sea su compañero íntimo. Poco a poco ella se convierte en una simple esclava de la casa, cuyas fuerzas, tiempo e interés son absorbidos por las cosas que perecen con el uso… Resuelvan los fundadores del hogar que vivirán conforme a un plan más sabio. Sea su fin primordial hacer agradable el hogar. Asegúrense los medios para aligerar el trabajo, favorecer la salud y proveer comodidad[10].

Mientras que la vida para una mujer en el siglo XIX era a menudo un trabajo esclavizante, ella se encontraba constantemente abrumada por un ideal que no podía alcanzar. Ya sea que vivieran en el Norte o en el Sur, las mujeres de la cultura dominante de este período estaban atrapadas en la revolución social e ideológica del siglo XIX: el culto a la función doméstica[11]. El mito cultural de la “mujer modelo” tenía muy poco que ver con la vida diaria de cualquier mujer; aun así era impuesto sobre las mujeres de entonces por más de cien revistas que consignaban los apuros y deleites de ser dama y madre[12]. Casi todas las publicaciones del momento alegaban que la principal contribución de una mujer residía en su papel como esposa y madre. El confinamiento a la esfera doméstica era el objetivo y blanco supremo de las mujeres devotas. Como lo expresó un autor del período anterior a la guerra civil: “Cada vez que ella… sale de esta esfera para asociarse con cualquiera de los grandes movimientos públicos del momento, ella está abandonando el sitio que Dios y la naturaleza le han asignado… El hogar es su esfera de acción señalada y apropiada”[13].

La idea de que el lugar ordenado por Dios para la mujer estaba en el hogar impregnaba todos los niveles de la sociedad en tiempos de Elena de White. Mujeres bien informadas, educadas y prominentes, como Sophia Peabody Hawthorne, esposa del gran novelista Nathaniel Hawthorne (1804-1864), cuya familia la llamaba “liberal”, creía que esto era así[14]. En una carta a su madre, Sofía declaró: “Siempre me resulta chocante ver a una mujer subir a la tribuna. El hogar, creo yo, es el mayor campo de acción para las mujeres”[15].

Algunos hasta podrían pensar que el consejo de Elena de White a las mujeres concerniente a “su lugar” era estrecho en un sentido similar: “Dios ha dado a la madre, en la educación de sus hijos, una responsabilidad superior a cualquier otra”[16]. Hablando del siglo XIX, Barbara Epstein señala que “la crianza de los niños era difícil, pero afortunadamente, se les aseguraba a las mujeres, ellas poseían habilidades especiales para hacerlo, debido en gran parte a su simpatía y moralidad innatas”. De hecho, el “pecho femenino” era considerado como “suelo fértil del cristianismo”[17].

En el siglo XIX, registra Epstein, “la mujer ideal aceptaba elegantemente su posición social”. Para corroborarlo ella cita fuentes de ese tiempo: “En la vida culta [sus] modales son particularmente cautivantes. Hacia sus superiores, ella muestra la mayor consideración y respeto; a sus iguales, la más modesta cortesía y gracia; mientras que cada rango disfruta de su bondad y afabilidad”. Por lo tanto, “abandonando toda ambición personal, se acomoda a sí misma a la posición de su esposo en la sociedad”[18].

En tanto que para los puritanos y autores de libros para mujeres, a fines del siglo XVIII, la maternidad era sólo una de las muchas tareas de la mujer, los escritores del siglo XIX consideraron a la maternidad como la más importante de las responsabilidades de una mujer. Esto se comprueba por los manuales de matrimonio y guías para mujeres de ese período. Ya fueran escritos por hombres o mujeres, estas guías “subrayaban la importancia de que la mujer adoptara una actitud de subordinación con relación a su marido”[19].

Las mujeres del siglo XIX no tenían derecho a votar, firmar contratos, poseer el título de sus propiedades o ganancias, aun cuando fueran suyas por herencia o dote[20].  Eleanor Flexner señala que “a una mujer trabajadora se la podía obligar a entregar cada centavo de su salario a un esposo borracho, incluso si ella quedaba sin nada para su propia subsistencia o el mantenimiento de sus hijos, y aun si se sabía que el esposo no hacía provisión para ellos”[21].

Al comienzo del siglo XIX, las mujeres no tenían voz en público. Iba a requerirse el movimiento abolicionista y la compasión de las mujeres por la condición desesperada del esclavo negro, junto con sus propios intereses por la liberación, para moverlas a aprender a organizarse, realizar reuniones públicas y conducir campañas de peticiones. Como abolicionistas ganarían la atención del público. Pero éste sería un proceso largo y tedioso con muchos reveses[22].

Por ejemplo, en 1838, “la Asociación General de Ministros Congregacionales de Massachusetts denunció tales actividades e instó a las mujeres a abstenerse de cualquier obra pública salvo sólo la de guiar las almas a los pastores para ser instruidas”[23]. Estos ministros, que representaban la denominación más grande en Massachusetts, denunciaron públicamente el “comportamiento” de Sara y Angelina Grimke, dos hermanas del movimiento de reforma, como “impropio de una mujer y poco cristiano”.

Llamamos vuestra atención a los peligros que al presente parecen amenazar al carácter femenino con un daño extenso y permanente. Los deberes apropiados y la influencia de las mujeres están claramente establecidos en el Nuevo Testamento. Esos deberes y esa influencia, son discretos y privados pero fuentes de un poder extraordinario. Cuando se ejerce plenamente la apacible, dependiente y suave influencia sobre la severidad de las opiniones del hombre, la sociedad siente el efecto de ello de mil maneras diferentes. El poder de una mujer reside en su dependencia, fluyendo de la conciencia de esa debilidad que Dios le ha dado para su protección…

Pero cuando ella asume el lugar y el tono de un hombre como reformadora pública… ella renuncia al poder que Dios le ha dado para su protección y su carácter se desnaturaliza[24].

Resumiendo, los elementos centrales de la ideología del siglo XIX sobre la femineidad eran que (1) las mujeres debían crear los hogares que sus esposos necesitaban; (2) los niños requerían atención maternal indivisa; (3) las mujeres estaban especialmente dotadas para proveer ese cuidado; (4) la función doméstica escudaría a las mujeres de los males del mundo exterior; y (5) en el hogar las mujeres encontrarían status y poder, por intermedio de sus familias[25].

Los movimientos abolicionistas y de reforma produjeron trastornos y cambios en Norteamérica. También sirvieron como vehículos mediante los cuales las mujeres lograron entrar en la arena pública. Los cambios en la trama social también produjeron cambios en la trama religiosa de Norteamérica.

Mujeres en la iglesia

Durante la última parte del siglo XVIII, la asistencia a la iglesia cayó al nivel más bajo hasta ese momento. Esto puede haber sucedido en respuesta a la recientemente adoptada  Constitución de los Estados Unidos, que con toda claridad demandaba la separación de la iglesia y el estado, señalando una nueva era así como también el declinar de la influencia de muchos líderes religiosos[26].

Al mismo tiempo otros factores —incluyendo la popularidad de filósofos deístas tales como Thomas Paine y William Godwin, el sentido de liberación de los opresores de América, y una nueva era que amanecía con esperanza para el futuro— contribuyeron al decaimiento del interés espiritual[27].

Con el siglo XIX llegaron las cruzadas evangelísticas del Segundo Gran Despertar. Al comentar sobre los reavivamientos que tuvieron lugar, Clinton nota: “Con esta red barredera espiritual extendida a lo largo de la frontera para captar a los pecadores y cansados de este mundo, los clérigos descubrieron que las mujeres, y no los hombres”, estaban más preocupadas por su bienestar espiritual y respondían.[28]  Como ejemplo, Clinton señala que “los registros de los reavivamientos en el distrito del oeste del estado de Nueva York revelan la desproporcionada ‘salvación’ por medio de la gracia de mujeres jóvenes, durante un reavivamiento bautista en Utica, en 1838. En tanto que sólo la mitad de la población era femenina, el 72 por ciento de los conversos eran mujeres”[29].

Es evidente que más mujeres que hombres participaron en la vida religiosa norteamericana del siglo XIX. Epstein señala que “su dominio creciente de la feligresía de la iglesia era en sí mismo un síntoma de los cambios más profundos del papel de la mujer en la familia y en la sociedad, cambios que también se reflejaban en la transformación de la experiencia religiosa de las mujeres”[30].

Porque la religión era cada vez más el dominio de las mujeres, ahora se les acordaba roles esenciales en lo que tenía que ver con religión. Por ejemplo, las mujeres comenzaron a entrar en lo que otrora fuera dominio exclusivo de los hombres, la labor misionera, aunque fuera sólo en posición de apoyo como esposa. Junto con este fenómeno, las mujeres también comenzaron a salir de su dominio doméstico inmediato, al extender sus intereses en forma concéntrica más allá del hogar, en campos tales como la enseñanza y la reforma moral[31]. Para 1870, más de la mitad de todos los maestros primarios y profesores secundarios en Norteamérica eran mujeres.[32] Las feministas domésticas afirmaban que la enseñanza era una extensión natural del rol maternal de la mujer. Por añadidura, tanto la evangelización como el movimiento de temperancia (que tenía sus raíces en la reforma social de inspiración religiosa y moral) proveyeron otra oportunidad para que las mujeres expresaran antiguas inquietudes, enraizadas en las relaciones entre los sexos, de una manera nueva y socialmente más efectiva.

George Knight, en Millennial Fever, escribe lo siguiente sobre la oportunidad para la participación activa de las mujeres en el ministerio del siglo XIX:

No sólo el movimiento por los derechos de la mujer recibía un impulso mayor por la participación femenina en el movimiento a favor de la abolición de la esclavitud, sino también el movimiento de restauración y el Segundo Gran Despertar les estaban dando nuevas oportunidades. La Conexión Cristiana, en particular, tenía una fuerte tradición de mujeres predicadoras. Y durante la participación femenina de la década de 1830 en la religión pública, recibieron estímulo del movimiento de reavivamiento de Charles Finney, mientras que el ministerio de Phoebe Palmer renovaba la aceptación de las mujeres que dirigían el culto público dentro de la tradición metodista.[33]

Phoebe Palmer, predicadora del movimiento de la “santidad”, tuvo gran éxito en defender la causa de Cristo a mediados del siglo XIX. Su éxito como evangelista y predicadora se describe en un informe de 1857:

Durante octubre de 1857 brotó el reavivamiento en las reuniones evangelísticas conducidas por Walter y Phoebe Palmer en Hamilton, Ontario, Canadá. La asistencia alcanzó a los 6.000, y quinientas a seiscientas conversiones declaradas incluyendo a muchos dirigentes cívicos…

Walter Palmer, un médico metodista del movimiento de la santidad, ayudó a su talentosa esposa Phoebe, una fogosa predicadora. La predicación de ella, su enseñanza, una media docena de libros y la edición de Guía a la santidad dejaron un “impacto indeleble tanto sobre el metodismo como la iglesia en general”[34].

De la Cruzada de la Mujer de 1873-74 surgió la organización femenina más importante de sus tiempos: la Unión Pro Temperancia de Mujeres Cristianas (UPTMC)[35]. Acerca de ese movimiento de reforma, Elena de White escribió: “Me ha sido dada luz en cuanto a que hay en la UPTMC quienes tienen los más preciosos talentos y capacidades… Algunos de nuestros mejores talentos debieran ser puestos a trabajar para la UPTMC”[36]. La batalla contra el licor no fue laúnica que la UPTMC libró. Epstein escribe:

Frances Willard y otras mujeres de la UPTMC apoyaron firmemente la igualdad de derechos para las mujeres en todas las áreas de la vida pública. Además, Willard, por lo menos, afirmaba que la mujer debía recibir entrenamiento y educación, y que debía tener a su alcance una ocupación fuera del hogar, de modo que no tuviera que depender del matrimonio para su sostén. También creía que los hombres debían participar en la vida familiar en general y en el oficio de ser padres en particular, y que el esposo y la esposa debían tratarse el uno al otro como iguales[37].

Significativamente, tanto Willard como la UPTMC se distanciaron del feminismo, mayormente a causa de sus fuertes posturas políticas y controversiales, tales como su asociación con el movimiento pro voto femenino, quienes abogaban por el “amor libre”, el espiritismo y la “eliminación del vil sistema del matrimonio”[38].

De ese modo, durante el siglo XIX, mientras que el ideal era la mujer en el hogar, las mujeres ganaron posiciones públicas y prominencia, primero en la iglesia, luego en la educación y finalmente en movimientos de reforma moral, muy unidos al ideal de la familia.

Mujeres adventistas en el ministerio

Las mujeres adventistas comenzaron a predicar antes del Gran Chasco y han continuado proclamando las Buenas Nuevas desde entonces. Esta sección considera las mujeres evangelistas en el movimiento Millerita, las tendencias históricas que afectaron el papel de la mujer en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de los primeros tiempos (1863-1915), y cierra con breves reseñas de mujeres notables en el ministerio.

Mujeres evangelistas Milleritas

Como un gran movimiento religioso, el Millerismo llegó a ser parte de la trama del siglo XIX, cerca de la mitad del siglo, y tuvo gran popularidad en el Segundo Gran Despertar. Este movimiento milenarista, inaugurado por Guillermo Miller, proclamaba el regreso premilenario de Jesús en la década de 1840. Sus predicadores incluían a mujeres de talento, dispuestas a ser usadas por Dios, como predicadoras itinerantes y conferenciantes.

 

Una de las mujeres que respondió al llamado de Dios y se convirtió en predicadora del advenimiento fue Lucy Maria Hersey, nacida en Worcester, Massachusetts, en 1824. Convertida a temprana edad, asistió a varias reuniones Milleritas en 1842 y aceptó la exposición de Miller referida a la Segunda Venida. Poco tiempo después se sintió tan impresionada de que el Señor quería que ella proclamara el evangelio, que dejó su puesto en la enseñanza para predicar el mensaje.

No mucho después de eso, acompañó a su padre, Lewis Hersey, quien ya había escrito sobre los puntos de vista adventistas en 1841, a Schenectady, Nueva York. Al considerar que podía resultar ofensivo pedirle a una mujer que hablara, un creyente le pidió al padre de Lucy, que no era clérigo, “que dirigiera la palabra a un grupo de no-adventistas sobre las evidencias de su fe”[39]. Después de varios minutos de silencio embarazoso, como el padre no podía encontrar nada que decir, el anfitrión comentó: “El Hermano Hersey tiene una hija aquí que habla cuando está en algunas reuniones de conferencias en su casa… y si ninguno de los presentes tiene alguna objeción que hacer, nos gustaría escucharla”[40].

Lucy habló con tanto efecto que la gente pronto consiguió el palacio de justicia, para que “ella pudiera predicar a la gente”. Los periodistas que asistieron a sus reuniones publicaron sus disertaciones en los periódicos al día siguiente. Su ministerio fue largo y fructífero, e “incluyó la conversión de varios hombres que llegaron a ser predicadores del mensaje del advenimiento”[41]. Isaac Welcome señaló que Lucy Hersey (más tarde casada con un predicador de apellido Stoddard) había sido “el humilde instrumento para cosechar almas para el Reino de Dios”. Y continuó: “El pastor Jonas Wendall y muchos otros ministros que hoy proclaman el evangelio afirman que se convirtieron a la verdad a través de la predicación de ella. Esto debería animar a otras, a quienes Dios llama, a no abstenerse porque sean mujeres”[42].

Otras mujeres incluidas entre las predicadoras de la segunda venida fueron Olive María Rice y Sara J. Paine Higgins, famosa por haber sido la “primera mujer que predicó en Massachusetts la inminente Venida de Cristo”, con gran éxito en la ganancia de almas. Emily C. Clemons y Clorinda S. Minor no sólo predicaron, sino además comenzaron a editar un periódico especialmente para mujeres, The Advent Message to the Daughters of Zion [El mensaje del advenimiento para las hijas de Sión], que apareció en mayo de 1844[43].

Abigail Mussey, que al principio temía ser llamada “mujer predicadora”, realizó la mayor parte de su predicación después del Chasco. En su autobiografía, que escribió a los 54 años, describió su experiencia:

Los predicadores que se oponen a las obreras femeninas pueden cerrar sus salones y negarse a anunciar sus citas; pero no pueden cerrar las casas privadas, o las escuelas, y no les pueden impedir a otros que repartan invitaciones, así que no hay peligro de puertas cerradas o que el camino se vea obstruido… Las puertas se abrieron, y yo seguí adelante, con la espada en la mano y con la armadura del evangelio puesta, amando a todos y no temiendo a ninguno. Yo sabía en quién había creído, en quién confiaba, y quién me había enviado. Mi misión provenía del cielo, no del hombre. Mi fe se basaba no en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios[44].

Lauretta Elysian Armstrong Fassett, otra mujer que proclamó el pronto regreso de Jesús, “tuvo que romper sus propios prejuicios y los de su esposo contra las mujeres predicadoras”[45]. Como a la mayoría de las mujeres de su época, se le había enseñado que nunca hablara en público, porque estaba prohibido por el apóstol Pablo. Pero siendo “persuadida por ruegos, dejó a un lado sus prejuicios, reprimió sus sentimientos, se sobrepuso a su educación, y trató de agradar a otros y convencerse a sí misma si ésa era la voluntad de Dios”. Su esposo (O. R. Fasset, un médico) más tarde escribiría en su biografía:

El espíritu del Señor estaba con ella; y me vino a la mente —aunque yo me oponía tanto como ella misma a que la mujer tomara el lugar de maestra o predicadora en público—, la escritura: “Sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hch 2:18). Esto me guardó de obstruir, o colocar el más mínimo impedimento en el camino de su deber, temiendo que pudiera contristar al Espíritu Santo, por medio del cual ella era asistida divinamente en alcanzar los corazones de sus oyentes con las palabras de vida que caían de sus labios consagrados.[46]

Esta parte de la historia adventista y de la sociedad en la cual se originó es significativa. Dentro de este contexto Dios formó el equipo de los esposos Jaime White y Elena G. Harmon. El trabajo de estas mujeres se llevó a cabo a pesar de los prejuicios culturales y de la idea mal entendida de que la Escritura prohibía a las mujeres hablar en la iglesia o enseñar a los hombres.

Las mujeres en el ministerio ASD a fines del siglo XIX

En la segunda mitad del siglo XIX, varias mujeres adventistas llegaron a ser prominentes en el evangelismo y el liderazgo. Para 1878, por lo menos tres mujeres habían recibido licencia para predicar[47]. Estas fueron seguidas por otras: más de 31 mujeres fueron reconocidas por la iglesia y recibieron licencia para predicar entre los años 1872 y 1915, el año de la muerte de Elena White[48]. Tres mujeres fueron elegidas como tesoreras de la Asociación General antes del fin del siglo: Adelia Patten Van Horn (1871-1873), Fredricka House Sisley (1875-1876), y Minerva Jane Loughborough Chapman (1877-1883).

La influencia de las mujeres no se detuvo allí. En 1905, veinte de los sesenta tesoreros de asociaciones eran mujeres. En 1915, cerca de los dos tercios de los 60 líderes del departamento de Educación y más de cincuenta de los sesenta líderes del departamento de Escuela Sabática eran mujeres.

Cualquier estudio de las mujeres adventistas del siglo XIX en el ministerio debe comenzar con la más destacada: Elena de White. Además, deben considerarse ciertas tendencias históricas que afectaron a las mujeres en el ministerio.

Elena G. de White (1827-1915). Desde la edad de 17 años hasta su muerte, Elena de White escribió, predicó, alentó y amonestó a la iglesia. Aunque llamada y ordenada por Dios, Elena tuvo que hacer frente a los prejuicios sociales de su época, así como también a la interpretación errónea de las Escrituras en relación con el papel de la mujer en la esfera pública y la iglesia.

Uno de los hermanos de Elena de White provee un ejemplo del modo de pensar corriente en relación con las mujeres predicadoras. En un sermón de 1889, Elena se refirió a un incidente que ocurrió cuando, en su juventud, su hermano le había escrito: “Te ruego que no avergüences a la familia. Haré cualquier cosa por ti si no sales a predicar”. Elena escribió en respuesta: “¿Puede avergonzar a la familia el hecho que yo predique a Cristo y a él crucificado? Si me dieras todo el oro que tu casa pudiera contener, no cesaría de dar mi testimonio a favor de Dios”[49]. Esta posición es coherente con la postura que adoptaron ella y otros en el movimiento adventista sobre el ministerio de la predicación pública y la enseñanza de las mujeres; y no sólo en defensa de su papel “especial” como una voz profética y líder en la joven iglesia.

Elena de White y la Iglesia Adventista del Séptimo Día en esos primeros tiempos parecen haber sobrepasado los límites impuestos por la cultura, al incluir a las mujeres en el ministerio. Esto puede verse en una carta de Elena White a su hijo Willie, escrita desde Pleasanton, Kansas, el 17 de octubre de 1870:

El martes abandonamos el lugar de campamento. En la estación nos encontramos con dos mujeres metodistas: una había sido criada como quáquera, pero se había unido a los metodistas. Parecían tan contentas de haber tenido el privilegio de escucharme hablar el domingo. Dijeron que ellas habían sentido que las mujeres que tenían la causa de Dios en su corazón, podían ejercer una gran influencia si se dieran a la tarea de predicar a Jesús. Dijeron que algunos se oponían y estaban muy prejuiciados contra las mujeres que hablaban. Vinieron a escucharme y oraron a Dios para que permitiera que su Espíritu descansara sobre mí, y dijeron: “Nuestras expectativas se vieron más que satisfechas. La impresión sobre la gente fue muy grande”[50].

Las acciones y convicciones de Elena de White eran claramente contrarias a la enseñanza tradicional y a la creencia popular de sus días. Sin embargo, ella estaba dispuesta a oponerse a la tradición a fin de seguir sus convicciones, tanto sobre su propio llamado como acerca de la predicación pública y el ministerio de la mujer. Ella animó a muchas otras mujeres a estar con ella y a ejercer un ministerio evangélico público. Y Elena de White no estaba sola en estas convicciones. Los primeros pioneros también alentaron a las mujeres a seguir el llamado divino.

Defensa de las mujeres en el ministerio. En 1858 Jaime White habló favorablemente en la Review and Herald sobre el papel de las mujeres en la iglesia, basando sus comentarios en Joel 2:28-32. Nótese una parte de su defensa: “Algunos han excluido a las mujeres de una parte en esta obra, porque dice: ‘vuestros jóvenes verán visiones’. Parecen olvidar que ‘hombre’ y ‘hombres’ en las Escrituras generalmente significan tanto hombres como mujeres. El incrédulo Paine se hubiera avergonzado de un sofisma que entrañara tanta ignorancia”[51].

En su número del 30 de julio de 1861, los editores de la Review publicaron un artículo de fondo: “Las mujeres como predicadoras y conferenciantes”, en el cual J. A. Mowatt afirmó: “Ni Pablo ni ninguno de los demás apóstoles prohibieron que las mujeres predicaran o disertaran. Yo afirmo que tal orden no se encuentra en ningún lugar en la Biblia”. Uriah Smith escribió la introducción:

Consideramos lo que sigue como una vindicación triunfante del derecho de las hermanas a tomar parte en el culto público de adoración a Dios. El escritor aplica la profecía de Joel: “Vuestras hijas profetizarán”, etc., a la predicación femenina; pero aunque esto debe abarcar el hablar en público de alguna forma, creemos que esto es sólo parte de su significado. No tenemos nada que decir sobre lo que el escritor afirma que fue hecho por ciertas mujeres. Aquello a lo cual queremos especialmente llamar la atención de los lectores es el argumento por el cual él muestra que ellas tienen derecho a hacer esto, o mucho más también en la misma dirección.

J. N. Andrews afirmó, en un artículo en la Review and Herald del 2 de enero de 1879, que era imposible entender 1 Corintios 14:31-36 como prohibición a las mujeres de hablar en la iglesia. Citando Romanos 10:10, indicó que el confesar “para salvación” debe ser hecho por las mujeres tanto como por los hombres. Unos pocos meses después, Jaime White señaló en un artículo de la Review que la admonición de Pablo en 1 Corintios 14:34-36 sólo se aplicaba a los errores en Corinto y la intención era establecer el orden allí. Reiteró su posición que el mensaje de Joel en cuanto a que los “hijos e hijas” profetizarían, indicaba la participación de las mujeres en la predicación[52].

En 1880, Elena de White y el pastor S. N. Haskell estaban viajando, haciendo obra evangelística en el estado de California. En ese viaje ella le escribió a su esposo James acerca de las dificultades de viajar para realizar la obra. Comentó en forma particular sobre la defensa de Haskell sobre su derecho como mujer de predicar y enseñar, haciendo frente a los seguidores de Campbell, quienes sostenían que Pablo prohibía a las mujeres hablar desde el púlpito en 1 Corintios 14:34-35 y 1 Timoteo 2:11-12.

Esa noche, se afirmó, tuve la congregación más grande que se haya reunido alguna vez en Arbuckle. El salón estaba lleno. Muchos vinieron desde una distancia de cinco, diez y doce millas. El Señor me dio poder especial al hablar. La congregación escuchó fascinada. Nadie dejó el lugar aunque hablé más de una hora. Antes de que yo comenzara a hablar, el pastor Haskell tenía un papelito que se le había entregado citando ciertos textos que prohíben a las mujeres hablar en público. Tomó el asunto en forma concisa y muy claramente expresó el significado de las palabras del apóstol. Entiendo que era un seguidor de Campbell quien escribió la objeción y había estado circulando un buen rato antes de llegar al púlpito; pero el pastor Haskell lo aclaró todo delante de la gente. Después que terminé, él hizo unos comentarios en cuanto a la organización de temperancia de ellos. Nadie dejó el salón[53].

No se registra lo que dijo el pastor Haskell. Pero es claro que afirmó el derecho de Elena de White a hablar desde el púlpito. Y lo hizo frente a la oposición consonante con el clima histórico de la época.

A lo largo de los años, otros continuarían defendiendo a las hermanas y sus roles importantes en la obra de Dios. En la Review and Herald del 24 de mayo de 1892, G. C. Tenney defendió a las mujeres que trabajaban públicamente en el evangelio. Tenney trató de hacer una firme defensa de la labor pública de las mujeres, presentando el significado básico de las palabras de Pablo en 1 Corintios 14:34. Nótese tanto su erudición como su lógica:

Hay tres palabras griegas de las cuales se traduce “hablar”, “eipon”, “le-go”, y “la-lé-o”; pueden ser usadas en forma intercambiable, aunque Donnegan le da a la última las siguientes definiciones: “Hablar; decir, charlar; parlotear; chacharear; cotorrear”; etc., y ésta es la palabra usada en 1 Corintios 14:34, donde se dice que no se les permite hablar a las mujeres en las iglesias. Ninguno de estos términos faltos de dignidad se usan al definir las otras palabras, un hecho que muestra que el apóstol estaba reprendiendo la garrulería [locuacidad, charla] y no prohibiendo que las cristianas testificaran por la causa de Cristo.

Al referirse a Filipenses 4:3: “ayuda a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio”, Tenney continúa:

De acuerdo con los puntos de vista de algunas personas, él debería haber escrito: “Detengan a esas mujeres, porque no permito que una mujer trabaje en el evangelio”, una cosa muy diferente de la que escribió. Si alguien todavía permanece en duda acerca de la actitud de Pablo, que lea Romanos 16, notando especialmente el versículo 12: “Saludad a Trifena y a Trifosa, las cuales trabajan en el Señor”.

Y finalmente Tenney concluye su alegato declarando: “Un principio fundamental del evangelio es que ‘Dios no hace acepción de personas’, principio que se aplica a hombres y a mujeres”[54].

¿Qué hacía que estos pioneros fueran tan apasionados en su defensa de las “mujeres predicadoras”, así como de otras mujeres dirigentes en nuestra iglesia primitiva? El hecho es que las mujeres eran altamente eficientes “en la causa de Dios” y tenían éxito en esparcir su mensaje para los últimos días. El ministerio de éxito de las mujeres llevó a la Asociación General a considerar su ordenación en 1881.

La resolución sobre la ordenación de 1881. El ministerio efectivo de las mujeres en la Iglesia Adventista finalmente condujo a una resolución sobre la ordenación de mujeres en la sesión del Congreso de la Asociación General de 1881. Esta resolución dice:

Acordado, Que las mujeres que poseen la idoneidad necesaria para llenar ese cargo, pueden, con perfecta propiedad, ser apartadas por medio de la ordenación para trabajar en el ministerio cristiano.

Esto se discutió… y fue remitido a la Junta de la Asociación General.[55]

Esta comisión estaba formada por George Butler, Stephen Haskell y Uriah Smith. Estos hermanos parecen no haber estado seguros en ese momento si las mujeres podían o no ser ordenadas “con perfecta propiedad”[56]. No hay registro de una discusión posterior ni de que se haya implementado la resolución votada. Sin embargo, como señala Roger Coon, “el hecho de que esto pudiera por lo menos ser discutido en el recinto en una Sesión de Congreso de la AG indica la receptividad de parte de los delegados hacia el tema”[57].  También demuestra claramente la receptividad hacia las mujeres que servían en el ministerio evangélico durante este período en la historia de la Iglesia Adventista.

Puesto que las mujeres servían como ministros del evangelio, la cuestión parece no haber sido la idoneidad. Antes bien todo el debate parece haber girado en torno de la pregunta acerca de la “perfecta propiedad”. ¡Era una cuestión de corrección!

¡Si sólo la memorable declaración de Elena de White de 1895 hubiera venido catorce años antes!

Las mujeres que están dispuestas a consagrar parte de su tiempo al servicio del Señor deben ser nombradas para visitar a los enfermos, cuidar de los jóvenes y ministrar a las necesidades de los pobres. Ellas deberían ser apartadas para este trabajo mediante la imposición de manos[58].

Parecería que incluso esta instrucción tan clara en general no fue seguida. Sin embargo, William White, hijo de Elena de White, participó en la ordenación de diaconisas en la iglesia de Ashfield, en Sydney, el 6 de enero de 1900[59]. La práctica no se ha seguido en el Adventismo hasta el punto que la edición de 1976 de la SDA Encyclopedia puede decir: “Como en el Nuevo Testamento no hay registro de que se haya ordenado a diaconisas, no se las ordena en la Iglesia ASD”[60].

Declinación de las mujeres en el ministerio ASD.  Después que murió Elena de White, ocurrió una declinación dramática de la participación de las mujeres en el ministerio y en la concesión de licencias a las predicadoras. Para la década de 1940 habían desaparecido prácticamente del liderazgo de las asociaciones[61].  Parte de esta declinación fue el requerimiento, votado en 1923, de que cada líder departamental fuera ganador de almas, que hubiera tenido éxito previamente en el evangelismo y, de ser posible, que fuera ordenado[62].

Con o sin ordenación, las mujeres adventistas tomaron su lugar como pastoras-evangelistas y administradoras de la iglesia. Breves reseñas de las más destacadas sirven para ilustrar su participación en el ministerio.

Notas biográficas de mujeres notables en el ministerio

Sería imposible presentar una biografía completa de todas las mujeres en el ministerio adventista en la última parte del siglo XIX y comienzos del XX. Debe bastar una reseña de algunas de las más notables.

Ellen Lane ( -1889). Generalmente considerada como la primera mujer que recibió una licencia ministerial, Lane recibió una licencia para predicar de parte de la Asociación de Michigan en 1868. Diez años después se le dio otra licencia en la sesión del Congreso de la Asociación General de 1878. Ella trabajó con su esposo, era muy hábil en la visitación de casa en casa y también predicaba poderosamente. Después de contar su historia, Richard Schwarz comenta: “Otra Elena [refiriéndose a Elena de White], recordando que la primera predicadora en contar acerca de un Cristo resucitado fue una mujer, expresó la opinión que ‘se necesita la influencia refinadora y suavizadora de las mujeres cristianas en la gran obra de predicar la verdad… Celo y diligencia continua en nuestras hermanas… nos asombrarán con sus resultados’”[63].

Sarah A. Lindsey (1843-1912). Con su esposo John, Sarah abrió obra en el oeste de Nueva York y en Pennsylvania. Su licencia de 1872 le permitía predicar, realizar reuniones evangelísticas, y dirigir reuniones administrativas y reuniones de junta en las iglesias. Durante una serie de reuniones en Pleasant Valley, New York, Sarah predicó “veintitrés veces sobre la segunda venida”[64]. Ella y John compartían la tarea de evangelistas y fundadores de iglesias, no pastores de la grey, porque esa tarea quedaba en manos de los miembros laicos de las iglesias locales.

Minerva Jane Loughborough Chapman (1829-1923). Esta talentosa mujer dio 26 años de servicio a la Review and Herald, como tipógrafa, secretaria y editora. En 1877, de acuerdo con John Beach: “Con completa confianza y respeto por su habilidad, recibió el nombramiento para los siguientes cargos: (1) tesorera de la Asociación General, (2) editora de la revista para los jóvenes, Youth’s Instructor, (3) secretaria de la Asociación de Publicaciones, y (4) tesorera de la Sociedad Misionera de Tratados. Es dudoso que alguien, sea hombre o mujer, pueda sobrepasar o igualar siquiera tan distinguido logro”.[65]

Margaret Caro (1848-1938). Elena G. de White conoció a esta dentista e instructora bíblica en el primer congreso campestre en Australia, y más tarde la Dra. Caro le extrajo los dientes y le hizo dentaduras postizas. En una carta de 1893, Elena de White hace los siguientes comentarios:

La Hermana Caro es una dentista excelente. Tiene todo el trabajo que puede hacer. Es una mujer alta e imponente, pero sociable y afable. Te encantaría si la vieras. Ella no acumula sus ingresos, los coloca en bolsas que no envejecen. Ella maneja una inmensa cantidad de dinero, y lo usa para educar a jóvenes para que lleguen a ser obreros para el Maestro. Estoy muy encariñada con ella. Ella tiene su diploma de dentista y sus credenciales como ministro. Ella habla a la iglesia cuando no hay pastor, así que puedes ver que es una mujer muy capaz. Su esposo es médico cirujano[66].

Es notable aquí la referencia a su credencial ministerial. En años posteriores, Margaret Caro trabajó en Nueva Zelandia, donde su “fuerza de carácter, valor y entusiasmo por la obra de Dios” se destacaron junto con su “promoción de la reforma pro salud”[67].

Sarepta Myrenda Irish Henry (1839-1900). Oradora pública prominente en los movimientos de temperancia y reforma, su ministerio fue ratificado repetidas veces por Elena de White[68]. Uno de los más famosos compromisos para hablar en público de la Sra. Henry ocurrió en la Universidad del Noroeste, donde se le había negado la matrícula por ser mujer. Ahora, debido a su fama, la universidad decidió invitarla para que dirigiera la palabra a una multitud de mil doscientos padres y profesores, muchos de los cuales eran distinguidos teólogos y filántropos. Beach relata que Oliver Willard, editor del Post de Chicago, reconoció su discurso como “una de las pinturas de palabras más hermosas” que hubiera escuchado alguna vez[69].

A la edad de 57 años, Henry se convenció de la enseñanzas adventistas y comenzó a promover lo que ella llamaba el “ministerio de la mujer”, disertando sobre el papel de la mujer en el hogar y en la sociedad de un extremo a otro del país. En 1898 se le otorgó una licencia ministerial como un voto de confianza por sus actividades en el ministerio de la mujer para la iglesia. En 1899 se la invitó a dirigir la palabra en la sesión del Congreso de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Sus palabras fueron precisas:

El evangelio nunca ha marchado como tendría que haberlo hecho… Nuestros hermanos parecen haber estado inválidos. Parece haber habido algo no discernible sobre la superficie, que ha impedido el progreso del evangelio; y quiero decirles… que si todo anduviera bien en los hogares representados por estas personas, las puertas del infierno no prevalecerían contra ustedes[70].

En una carta animando a S. M. I. Henry, Elena de White instó:

He anhelado tanto que hubiera mujeres que pudieran ser educadoras para ayudar a las hermanas a levantarse de su desánimo y sentir que pueden hacer un trabajo para el Señor. Este esfuerzo traerá rayos de sol a sus vidas los cuales se reflejarán en los corazones de otros. Dios la bendecirá, así como también a todos los que se unan a usted en este gran trabajo.

Si nosotros podemos, mi hermana, deberíamos hablar a menudo a nuestras hermanas y guiarlas en vez de decirles “Vayan”… Nosotras debemos aprender para entonces enseñar. Esta idea debe ser impresa en la mente de cada miembro de iglesia…

Enseñe a nuestras hermanas que cada día la pregunta debe ser: Señor, ¿qué quieres que haga hoy?…

Hable las palabras que Dios le da y el Señor ciertamente trabajará con usted.[71]

Hetty Hurd Haskell (1857-1919). Una indicación de la estima en la cual se la tenía se ve en la nota necrológica en la Review and Herald, escrita por el pastor J. N. Loughborough, que ocupa casi tres columnas. Su carrera se extendió a lo largo de tres décadas y cuatro continentes; trabajó en Norteamérica, Inglaterra, Sudáfrica y Australia. No sólo fue una entrenadora de instructoras bíblicas, sino que también tuvo fama de ser una poderosa predicadora. Por una cantidad de años, tanto ella como Elena de White figuraron juntas en el Yearbook como poseedoras de credencial ministerial, otorgada por la Asociación General, Elena de White como ordenada y la Sra. Haskell con licencia. Su casamiento con Stephen N. Haskell en 1897 simplemente unió a dos obreros dedicados a la preparación de otros para trabajar para Dios.[72]

Lulu Russell Wightman (fechas desconocidas). Lulu Wightman, con el apoyo de su esposo John (quien tenía mucho talento para las artes gráficas), ministró como evangelista y conferenciante de éxito. Recibió su credencial ministerial en 1897, mientras que él recibió la suya en 1903. Ese mismo año, S. M. Cobb le escribió al presidente de la asociación que ella había “logrado más en los dos últimos años que cualquier otro ministro en el estado”[73]. Su nombre fue considerado para la ordenación en 1901, pero los hermanos sintieron “que una mujer no podía ser ordenada con propiedad, por ahora por lo menos”. Su esposo notó en una carta de 1904 en relación a su salario, que habían “fijado su compensación tan cerca de la ‘suma para los ordenados’ como fue posible”.

Después que su esposo recibió licencia para el ministerio evangélico de tiempo completo en 1903, juntos fundaron varias iglesias. El ministerio evangélico de la Sra. Wightman puede ser trazado al leer los periódicos locales de la época, que informaban sobre su trabajo y progreso, dondequiera que realizaba reuniones evangelísticas. En un año, 34 de los 65 nuevos miembros en la Iglesia Adventista del Séptimo Día del estado de Nueva York fueron el resultado directo de dos ministros con licencia y de una obrera bíblica: los esposos Wightman y la Sra. D. D. Smith. De éstos, 27 se acreditaron a Lulu. Los otros 26 miembros nuevos fueron ganados por otros diez obreros[74]. Más tarde ella se convirtió en conferenciante sobre libertad religiosa. En 1910 los Wightman se separaron de la iglesia[75].

Lorena Florence Faith Plummer (1862-1945). De todas las mujeres que trabajaron en el ministerio evangélico mientras Elena de White aún vivía, Flora Plummer fue quizá la más notable. La Sra. Plummer fue elegida secretaria de la Asociación de Iowa en 1897. En 1900, cuando Clarence Santee fue llamado a California, ella se convirtió en presidenta interina de la asociación[76]. Desde 1913 hasta su jubilación en 1936, dirigió el departamento de Escuela  Sabática de la Asociación General.

Anna Knight (1874-1972). Este capítulo estaría incompleto si olvidara mencionar el servicio a Dios de Anna Knight. Se sobrepuso a grandes obstáculos, debidos a su humilde origen como hija de una familia de campesinos negros, logrando asistir a la Academia de Mount Vernon y luego al Colegio de Battle Creek. Luego de graduarse en 1898 como enfermera misionera, regresó a su hogar en el condado de Jasper, Mississippi, donde fundó una escuela para negros y realizó obra de temperancia. En vista del éxito de su trabajo, el Dr. J. H. Kellogg invitó a Anna a ser delegada al Congreso de la Asociación General en Battle Creek en 1901.

Allí Dios la llamó a la India, donde sirvió por seis años. Al regresar Knight continuó su trabajo, primero en su estado natal. En 1909 fue llamada para trabajar por los afroamericanos en Atlanta. En 1913 se convirtió en secretaria asociada de Actividad Misionera de la Unión del Sudeste. Después de seis años, se le pidió que dirigiera el departamento de Actividad Misionera, lo cual hizo hasta su jubilación en 1945[77].

Se podrían dar muchos otros ejemplos de mujeres fieles que aceptaron el llamado de su Señor, a pesar de las actitudes y los prejuicios prevalecientes en el siglo XIX[78].  Estas mujeres, ya sea solteras o parte de un equipo de esposo y esposa, simplemente estaban siguiendo los pasos de sus predecesoras Milleritas, y los de una de las líderes amadas de su iglesia: Elena de White.

Conclusión

Cuando leemos la historia de las mujeres en el ministerio dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, cuando entendemos el contexto de la cultura en la cual vivió Elena de White, cuando consideramos cuidadosamente las declaraciones de Elena de White junto a los modelos de ministerio en el Nuevo Testamento, es claro que Elena de White amplía continuamente la naturaleza, las funciones y los roles de las mujeres en el ministerio en un momento cuando se desaprobaba que las mujeres actuaran públicamente.

Para Elena de White, la participación activa de las mujeres en el ministerio en un mundo cada vez más complejo y en una tarea evangelizadora que se expandía constantemente, no era meramente una opción; era una obligación.

Si los hombres y las mujeres actuaran como la mano ayudadora del Señor, realizando actos de amor y bondad, elevando a los oprimidos, rescatando a los que perecen, la gloria del Señor sería su recompensa…

De aquellos que actúan como sus manos ayudadoras el Señor dice: “Vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados” [Isaías 61:6]… ¿No trataremos de llenar nuestras vidas con toda la bondad, el amor y la compasión posibles, de modo que se puedan decir estas palabras de nosotros?[79]

 A pesar de las dificultades, las mujeres adventistas del siglo XIX respondieron al llamado de Dios y proclamaron las Buenas Nuevas. Fueron notables mujeres de espíritu que han dejado un legado de valor, talento y dedicación.


Referencias

[1] Elena G. de White, Mensajes selectos, 1: 65

[2] Catherine Clinton, The Other Civil War (Nueva York: Hill & Wang, 1984), 21-22

[3] Ibíd

[4] En el siglo XIX, la palabra inglesa “Sabbath”, correctamente traducida como “sábado”, se usaba para referirse al día de culto, el día domingo, estrictamente observado por los puritanos. Ibíd., 24

[5] Ibíd., 25

[6] Ibíd.; Eleanor Flexner, Century of Struggle: The Woman’s Rights Movement in the United States (Cambridge, MA: Belknap, 1959), 29: “La enseñanza fue la primera de las profesiones accesible a las mujeres. Pero como no tenían capacitación y sólo la instrucción escolar más elemental, su prestigio era bajo y no podían esperar salarios ni por lejos parecidos a los de los hombres, que a menudo eran graduados de colegios superiores o universidades”.

[7] Clinton, 27.

[8] Ibíd., 38

[9] Ibíd., 38-39

[10] Elena G. de White, El ministerio de curación, 285

[11] La actitud que prevalecía en el colegio Oberlin —una de las primeras instituciones de enseñanza que abrieron sus puertas a todos sin discriminación de raza, color o sexo—, “era que la elevada vocación de las mujeres era la de ser madres de la raza, y que debían permanecer dentro de esa esfera especial, de modo que las generaciones futuras no sufrieran por falta del cuidado dedicado y sin distracciones de la madre… Lavando la ropa de los hombres, limpiando sus habitaciones, sirviéndoles a las mesas, escuchando sus discursos, pero ellas mismas permaneciendo respetuosamente calladas en las asambleas públicas, las alumnas de Oberlin se estaban preparando para una maternidad inteligente y para ser esposas apropiadamente subordinadas” (Flexner, 30).

[12] Clinton, 40; Flexner, 29. La más popular de tales publicaciones del momento parece haber sido Godey’s Lady’s Book, editado por Sarah Josepha Hale

[13] Clinton, 41

[14] Julian Hawthorne, Nathaniel Hawthorne and His Wife (Boston: Houghton & Mifflin, 1884), 1:61.

[15] Ibíd., 1:257

[16] Elena G. de White, Ministerio de la bondad, 165

[17] Barbara Leslie Epstein, The Politics of Domesticity (Middletown, CT: Wesleyan, 1981), 82

[18] Ibíd., 74

[19] Ibíd., 78

[20] Flexner, 8.

[21] Ibíd., 63

[22] Ibíd., 41

[23] William L. O’Neill, Everyone Was Brave: The Rise and Fall of Feminism in America (Chicago: Quadrangle, 1969), 11

[24] Flexner, 46; énfasis agregado

[25] Epstein, 81

[26] Clinton, 42

[27] Ibíd

[28] Ibíd.

[29] Ibíd., 43

[30] Epstein, 65

[31] Clinton, 44; una de ellas fue Catherine Beecher, promotora del movimiento de la academia, de la domesticidad, y hermana de la prominente autora y reformadora Harriet Beecher Stowe

[32] Ibíd., 46.

[33] George R. Knight, Millennial Fever and the End of the World (Boise: Pacific Press, 1993), 119; véase también Kit Watts, “Why Did Women Begin to Preach?, AR, 30 de marzo de 1995, 11-13

[34] C. Geoff Waugh, Fire Fell: Revival Visitations (Brisbane: Renewal, s. f.); una versión condensada puede encontrarse en Internet (www.pastornet.net.au/renewal/fire/2-1800.html).

[35] Epstein, 90.

[36] White, El ministerio de la bondad, 171

[37] Epstein, 147

[38] Epstein, 47; O’Neil, 27-28; véase el capítulo de Alicia Worley sobre este tema

[39] Knight, 119

[40] Carole Ann Rayburn, “Women In Millerism, 1820-1870”, monografía, Andrews University, 1979, Adventist Heritage Center, James White Library, 7.

[41] Carole Ann Rayburn, “Women In Millerism, 1820-1870”, monografía, Andrews University, 1979, Adventist Heritage Center, James White Library, 7.

  1. Knight, 120

[42] Isaac Welcome, History of the Second Advent Message (Boston: Advent Christian Publication Society, 1974), 156

[43] Véase Knight, 121; Rayburn, 15; el artículo de Rayburn contiene el documento histórico

[44] Abigail Mussey, Life Sketches and Experience (Cambridge, MA: Dakin & Metcalf, 1865), 163-164.

[45] Knight, 121

[46] O. R. Fassett, The Biography of Mrs. L. E. Fassett, A Devoted Christian (Boston: Advent Christian Publication Society, 1885), 26-27

[47] Josephine Benton, Called by God: Stories of Seventh-day Adventist Women Ministers (Smithsburg, MD: Blackberry Hill, 1990), 154

[48] Ibíd., 229-233

[49] De un sermón que Elena de White predicó en Washington DC, el 26 de enero de 1889 titulado: “Looking for that Blessed Hope”, publicado en Signs of the Times, 24 de junio de 1889, 2

[50] Elena G. de White, Carta W-16-1870, a Willie White, Centro de Investigación Elena G. White, Andrews University

[51] James White, “Unity and the Gifts of the Church”, RH, 7 de enero de 1858, 69

[52] James White, “Women in Church”, RH, 29 de mayo de 1879, 172

[53] Elena G. White, Carta W-17a-1880, a Jaime White, Centro White

[54] George Tenney, “Woman’ s Relation to the Cause of Christ”, RH, 24 de mayo de 1892

[55] RH, 20 de diciembre de 1881

[56] Bert Haloviak, “Longing For the Pastorate: Ministry in 19 Century Adventism”, (Centro White, DF 2097-a, th enero de 1988), 18

[57] Roger Coon, “Ellen White’s View on the Role of Women in the Church”, Centro White.

[58] “The Duty of the Minister and the People”, Advent Review and Sabbath Herald, 9 de julio de 1895, 2; citado en El ministerio pastoral, 87

[59] Arthur Patrick, “The Ordination of Deaconesses”, RH, 16 de enero de 1986, 18-19

[60] Seventh-day Adventist Encyclopedia, bajo “Deaconess”.

[61] “Women in Early Adventism”, AR, 4 de febrero de 1988, 21

[62] “Actions of the Autumn Council”, 9-17 de octubre de 1923

[63] Richard W. Schwarz, Light Bearers to the Remnant (Mountain View, CA: Pacific Press, 1979), 135; citado en El ministerio pastoral, 88.

[64] Ibíd.

[65] John G. Beach, Notable Women of Spirit: The Historical Role of Women in the Seventh-day Adventist Church (Nashville: Southern Publishing, 1976), 23-24.

[66] Elena G. White, Carta 33, 1893, a Jennie Inggs. Caro figura en el Seventh-day Adventist Yearbook de 1894, como licenciada ministerial

[67] Seventh-day Adventist Encyclopedia, bajo “Caro, Margaret”.

[68] White, El evangelismo, 346

[69] Beach, 91

[70] Ibíd., 92

[71] Elena G. White, carta del 25 de marzo de 1899, a S. M. I. Henry

[72] Véase Benton, 154-156; Seventh-day Adventist Encyclopedia, bajo “Haskell, Hetty (Hurd)”.

[73] Carta del pastor S. M. Cobb, Lockport, NY, al Pastor A. E. Place, Rome, NY, 6 de agosto de 1897, citada en Benton, 70

[74] Bert Haloviak, “The Adventist Heritage Calls for the Ordination of Women”, Spectrum 16, nº 3 (1985): 53-56

[75] Benton, 67-84

[76] Sabbath School Worker, 1900, 122, 207

[77] Benton, 89-90; Seventh-day Adventist Encyclopedia, bajo “Anna Knight”; Jannith L. Lewis, “Five Notable Women in the History of Oakwood College”, Adventist Heritage, marzo de 1996, 56

[78] Véase Schwarz, Light Bearers to the Remnant; Coon, “Ellen White’s View on the Role of Women in the Church”; Benton, Called to Serve; Haloviak, “The Adventist Heritage Calls for the Ordination of Women”; Kit Watts, “Ellen White’s Contemporaries: Significant Women in the Early Adventist Church”, en A Woman’s Place, ed. Rosa Taylor Banks (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1992), 41-74.

[79] “God’s Helping Hand”, RH, 15 de octubre de 1901, 1

One thought on “Mujeres del Siglo Diecinueve en el Ministerio Adventista Contra el Telón de Fondo de su Época

  1. Este artículo me resultó muy interesante, me gustaría poder leer los libros que aparecen al final, es mi deseo y oración que no se limite a nadie a trabajar para Cristo por su género porque creo que Dios no lo haría, los seres humanos nos perdemos en senderos que no conducen a la salvación, las mujeres no son ordenadas pero los hombres tampoco, no es un asunto bíblico….

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