Mark Finley – San Antonio y Más Allá

San Antonio y más allá

Lo que el Cielo realmente valora

Por Mark A. Fínley

Los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día alrededor del mundo están esperando expectantes el próximo congreso de la Asociación General en San Antonio, Texas, que se llevará a cabo en las primeras dos semanas de julio.

Uno de los temas que está generando debate es la ordenación de la mujer. Básicamente, han surgido tres posiciones. Están aquellos que se oponen a la ordenación de la mujer y están convencidos de que la evidencia bíblica está a su favor. Están aquellos que favorecen la ordenación de la mujer y también están convencidos de que la evidencia bíblica está de su lado. Y también hay un tercer grupo que, aunque cree que hay un patrón de liderazgo masculino en la Biblia, no consideran que sea un mandato divino y, al igual que el segundo grupo, estarían dispuestos a apoyar la ordenación de la mujer donde se considere apropiado. Sin embargo, no es mi intención, en este breve artículo, evaluar cada una de estas posturas.

Mi propósito aquí es enfocarnos en otra serie de preguntas. ¿Qué valores deberían guiar a la iglesia al resolver esta problemática? ¿Qué es más importante para Dios? Cuando se disipe la nube de polvo, y termine el congreso de la Asociación General y la decisión final haya sido tomada, ¿qué es lo realmente importante? En este artículo, deseo especificar cinco valores que, en mi opinión, son sumamente importantes para Dios cada delegado al Congreso de la Asociación General y la iglesia en general deberían mantenerlos en mente como prioridad.

  1. Fidelidad a la Biblia

Desde nuestros principios más remotos, los adventistas del séptimo día hemos sido conocidos como “el pueblo del Libro”. Somos una comunidad de fe basada en la Palabra de Dios. Tomamos en serio la declaración de Jesús: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Aceptamos de corazón el consejo de Pablo a Timoteo, que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16). Todos los días, miles de evangelistas adventistas, pastores y laicos apelan a sus amigos, vecinos y compañeros de trabajo para que sigan las enseñanzas de la Palabra de Dios, no tradiciones humanas u opiniones.

Nuestra creencia en la Creación, el sábado, el nacimiento virginal, la Cruz, la resurrección y la segunda venida de Cristo está basada en nuestra fe inquebrantable en las Escrituras. Al comentar sobre los reformadores y la necesidad de permanecer firmes en la Palabra de Dios, Elena de White hace esta perspicaz observación: “En la actualidad, hay un amplio alejamiento de sus doctrinas y preceptos, y se hace muy necesario retornar al gran principio protestante: la Biblia, y únicamente la Biblia, como regla de fe deber” [El conflicto  de ¡os siglos, p. 217). La Palabra debe guiar, informar y dirigir cada decisión que toma la iglesia.

Reconozco enteramente que las personas pueden entender las enseñanzas de la Escritura sobre este tema de diferentes maneras. Sin embargo, mi oración es que cuando la decisión finalmente sea tomada con respecto a la ordenación de la mujer en San Antonio, los miembros de iglesia alrededor del mundo sientan que fue basada en la verdad divinamente revelada de la Palabra de Dios, y no en el sentimiento popular, porque la fidelidad bíblica es de suma importancia para Dios.

  1. Imparcialidad

Con imparcialidad me refiero a la disposición de compartir abiertamente ambos lados de un debate difícil, escuchar con tacto y decidir libremente, basados en las convicciones de una conciencia guiada por el Espíritu Santo e informada por la Palabra de Dios.

Cuando se acercaba el Congreso de la Asociación General de 1888, se sentía la tensión en el ambiente. La Iglesia Adventista estaba profundamente enfrascada en un debate sobre la ley en Gálatas. La pregunta era si la ley en Gálatas era la ley moral o la ley ceremonial. Esto era de extrema importancia para los adventistas del séptimo día. Había personas que sentían que si se aceptaba la posición de que la ley en Gálatas era la Ley moral, los Diez Mandamientos, nuestra posición acerca del sábado se vería debilitada. G. I. Butler, presidente de la Asociación General en ese momento, estaba en este grupo. Él publicó un documento de 84 páginas poco tiempo antes de la sesión para “probar” que la ley en Gálatas era la ley ceremonial. E. J. Waggoner y algunos de sus colegas tomaron la posición opuesta, y se desató un conflicto.

El consejo de Elena de White a G. I. Butler es revelador. Ella le dirigió estas palabras: “Creo que ahora no se puede hacer otra cosa que debatir abiertamente. Usted distribuyó su panfleto; ahora es solamente justo que el Dr. Waggoner tenga la misma oportunidad que usted ha tenido. Creo que todo este asunto no está siguiendo los planes de Dios. Pero, hermanos, no debemos tener injusticias. Debemos trabajar como cristianos”(Carta 13, 1887)

Este pensamiento es fascinante. La postura de Elena de White era que habría sido mejor si G. I. Butler no hubiera diseminado sus posturas ni suscitado emociones antes del congreso; sin embargo, dado que lo había hecho, era solamente justo darle a Waggoner la oportunidad de expresarse.

Este sabio consejo habla directamente al tema que tenemos ante nosotros hoy. Dios valora la imparcialidad y la justicia. Cada lado debe recibir igualdad de oportunidad para compartir libremente  sus puntos de vista. No se debe dar la impresión de que un lado o el otro está manipulando el proceso ni controlando el flujo de información. La imparcialidad demanda que ambos lados de un debate sean escuchados con igualdad. Cuando la información ha sido presentada claramente y considerada con oración, y se ha tomado una decisión, ambos lados podrán decir: “El proceso fue justo. Hubo debate abierto, diálogo honesto, y ahora el debate ha terminado. Respetamos la decisión del cuerpo de Cristo”.

Mi oración es que, si el Señor tarda, las generaciones futuras puedan mirar hacia atrás, a este momento de encrucijada en la historia adventista, con el sentimiento de que el proceso fue imparcial.

  1. Relaciones centradas en Cristo

Jesús expresó la esencia del cristianismo cuando declaró: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

Juan captó la realidad de esta verdad eterna y le hizo eco: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:7). Ni Jesús ni Juan dijeron: “Por esto todos los hombres sabrán que son mis discípulos, porque están de acuerdo unos con otros”. Aquí está la pregunta fundamental: ¿Podemos tratarnos mutuamente con dignidad y respeto aun cuando no estemos de acuerdo sobre el tema de la ordenación de la mujer? ¿Podrá nuestro amor por otros y por la iglesia detenernos de hacer comentarios mordaces e insinuaciones hirientes, y de etiquetar a otros negativamente?

Durante el Concilio Anual de 2014, los líderes de la iglesia hicieron un fuerte llamado a cada delegado a compartir libremente sus convicciones con amabilidad y amor en el espíritu de Cristo. En forma personal, me conmovió profundamente que los debates en el Concilio Anual fueron abiertos, honestos y, por momentos, francos pero expresados con un espíritu de amor cristiano. Confío en que los debates en San Antonio se verán caracterizados por el mismo espíritu centrado en Cristo.

La capacidad de amar genuinamente a alguien con quien no estás de acuerdo y relacionarte con él como un hermano o hermana en Cristo es uno de los valores más importantes del Cielo. Aquel que pendió de la cruz con manos y frente ensangrentadas nos  habla por experiencia acerca de amar a aquellos que se oponen a nosotros y cuyos puntos de vista son radicalmente diferentes de los nuestros.

Cuando las futuras generaciones miren en retrospectiva al congreso de la Asociación General, mi oración es que puedan decir: “¡Oh, cómo se amaban mutuamente!”

  1. Unidad

Aunque reconozco plenamente que una “supuesta” unidad no está por encima de la fidelidad a la Biblia, también reconozco que la unidad en el cuerpo de Cristo es uno de los valores más elevados y atesorados del Cielo. La unidad ocurre cuando nos escuchamos el uno al otro con sensibilidad, compartimos nuestros pensamientos, oramos juntos, estudiamos la Palabra y decidimos juntos lo que es mejor para el cuerpo. La unidad no ocurre debido a que todos pensamos lo mismo sino porque estamos dispuestos a renunciar a nuestras opiniones personales, no importa cuánta razón pensemos que tenemos, ante la decisión del cuerpo en su totalidad.

Se me viene a la mente la declaración de Elena de White con respecto al Congreso de la Asociación General; “Dios ordenó que tengan autoridad los representantes de su iglesia de todas partes de la Tierra, cuando están reunidos en el Congreso de la Asociación General” (Testimonios  para la iglesia,  t. 9, p. 209). Dios ha investido el proceso corporativo de toma de decisiones de los delegados en congreso de la Asociación General, con la autoridad de tomar decisiones guiadas por el Espíritu Santo, basada la Palabra, para el avance de la misión de la iglesia.

Aceptar humildemente y someterse a esas decisiones propicia unidad. El cumplimiento de la oración de Jesús: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21) es un valor sobre el cual el Cielo coloca una prioridad elevada.

¿Qué es lo que unifica a la iglesia? Es el Espíritu Santo, que nos atrae en unidad en nuestro compromiso común para con el Cristo viviente. También es un conjunto de creencias fundamentales basadas en la Biblia y aceptadas por todos, una organización eclesiástica inspirada por Dios que circunda el globo,

y una pasión por compartir el mensaje del amor de Jesús y la verdad con el mundo. Provenimos de diferentes contextos y culturas. Hablamos diferentes idiomas. Por momentos, vemos las cosas de maneras diferentes y debatimos con vigor nuestras posturas, pero aquello que nos une es mucho mayor que aquello que nos divide.

Cuando termine San Antonio, mi anhelo es que la iglesia salga más unida, no menos, para que el mundo pueda creer en la realidad del evangelio porque ven que lo vivimos en nuestras actitudes y acciones.

  1. Misión

La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha recibido un mandato divino de proclamar un mensaje escatológico urgente del amor y la gracia de Dios en el contexto de su eterna Ley “a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6,7). Elena no pudo haber sido más específica cuando dijo: “En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios  proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con esta y nada debe desviar nuestra atención de ella” (El Evangelismo, p. 92).

¿No sería una tragedia si el debate sobre la ordenación de la mujer eclipsara nuestro compromiso para con la misión en vez de facilitarlo? Hay millones en el mundo que no conocen a Cristo y su mensaje escatológico para un planeta moribundo. Dios está llamándonos a todos, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, laicos y pastores, ordenados y no ordenados, a participar con él en la terminación de su misión. La ordenación no es un requisito para la proclamación; una vida llena del Espíritu sí lo es. Sea cual fuere la decisión tomada en el Congreso de la Asociación General en San Antonio, debe fomentar y acrecentar la misión.

Pero, hay una pregunta importante más sin responder. ¿Cuál será tu respuesta si los delegados al Congreso de la Asociación General votan algo contrario a tus convicciones? Cuando hay personas piadosas que se sienten apasionadas por ambos lados del debate (ordenar o no ordenar mujeres al ministerio), un grupo se desilusionará con el resultado de la votación. Quizás haya preguntas más importantes: ¿Crees que Dios es lo suficientemente grande como para guiar a su iglesia aun cuando el resultado no sea lo que consideras que debe ser? ¿Tienes suficiente confianza en el mensaje y la misión de la iglesia de manera que no te veas sacudido por la decisión a favor o en contra de la ordenación de la mujer en San Antonio? ¿Confías en la dirección del Espíritu Santo sobre las mentes de los delegados, y estás dispuesto a aceptar la decisión corporativa del cuerpo? ¿Estás preparado para dedicar tu tiempo, energía y talentos a alcanzar a los perdidos en el nombre de Cristo, sin importar qué decisión se tome en el Congreso de la Asociación General?

Esta es mi oración por San Antonio: que juntos podamos tomar una decisión basada en la Biblia, en el espíritu de amor cristiano, y que el resultado sea una iglesia unificada y más enfocada en la misión. Algunos sentirán que esto es poco realista. Humanamente hablando, sí lo es. Pero si cada uno de nosotros rinde su voluntad a Jesús y a las verdades de su Palabra inspirada, confío en que su Espíritu nos guiará. Si valoramos la unidad y la misión tal como el Cielo las valora, el Espíritu Santo nos acercará a un propósito unido de compartir su “evangelio eterno” con el mundo. Si creemos que Dios todavía dirige a su iglesia y estamos dispuestos a aceptar el resultado del cuerpo colectivo, aun cuando sea contrario a nuestra comprensión personal. Dios hará cosas maravillosas. Iré a San Antonio  con esperanza porque el Dios al que servimos es un Dios de


Sobre el Autor: Mark A. Finley, editor a distancia de la Adventist  Review y Adventist World, y asistente del presidente de la Asociación General.


 

Fente: Revista Adventista – Junio 2015, pp. 21-24

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